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La historia (con minúsculas: mi historia) comienza en el mes de febrero del año 1999. En rigor, podría decirse que comienza en cualquier otro momento, o que no hay un comienzo. Pero esta historia mía se empezó a materializar en palabra escrita a fines del 2002, cuando, ya casada con Luis, empiezo a redactar una especie de “diario íntimo” pensando en el día en que tuviéramos hijos (y sí, lo pensaba así con el genérico masculino). Estaba preocupada y anhelaba que ellos pudieran tener registrada la historia de esta familia que comenzábamos a formar. En ese marco, ubiqué el comienzo de la historia en el día que Luis y yo nos conocimos.

22 de diciembre de 2002

Trabajaba como moza en una confitería llamada La Cautiva, ubicada en la calle Varela 999, del barrio de Flores de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Atendía las mesas desde hacía más de un año, y paralelamente por las noches estudiaba para ser maestra. Corría el año 1999.

Aquel día de verano cubría el turno de la tarde. Lo vi entrar. Se sentó en la segunda mesa y antes de hacerlo agarró un cenicero. Me resultó gracioso, porque en su mesa ya había uno. ¿Por qué agarra otro? Me acerqué a tomar el pedido y le hice notar el detalle. Me enteré entonces que mi interlocutor era daltónico y que por el color del cenicero no pudo advertir que ya había uno. Esa fue nuestra primera conversación.

Pasaban los días y el señor concurría al bar con mayor frecuencia (hasta cuatro veces por día). Me reconocía expectante de su llegada.

Religión era nuestro principal tema de conversación. Formación católica la mía e hija de policía yo; ateo, de familia anarquista y ávido lector de Página/12, él. Comenzaron luego las insinuaciones para tomar un café. En ese momento Luis tenía 39 años y yo 19. No podía evitarlo… pensaba todo el tiempo en él, esperaba su llegada. Por otro lado, me preocupaba qué les diría a mi mamá y a mi papá si comenzábamos a salir.

Un día nos encontramos hablando de películas de cine. Por aquel entonces estaba en cartelera Shakespeare apasionado, y, qué casualidad… ¡los dos teníamos ganas de verla! Me preguntó con quién iría, y le respondí que sola… Acordamos entonces nuestra primera cita para el miércoles 17 de marzo pero luego de meditar unos segundos Luis advirtió que no podría, ya que los miércoles debía estar con Florencia (su hija que en ese entonces tenía 10 años). Unos días después nos estábamos reuniendo a las 15 horas en la esquina de Rivadavia y Rivera Indarte para ir a ver la película juntos.

Ambos llegamos temprano a la cita y por casualidad pasamos frente a la iglesia San José de Flores. Vestía él camisa y pantalón clarito, yo un vestido azulceleste con florcitas blancas. Averiguamos los horarios de las funciones (a media cuadra en el cine Rivera Indarte) y nos fuimos a tomar nuestro primer café juntos a la confitería San José de Flores. Luego vimos la película y volvimos a la confitería. Ya en esta primera cita nos costó separarnos, pero debía que volver a casa y teníamos que despedirnos. Para entonces estaba algo contrariada, no lo podía negar: me gustaba estar con él. Me acompañó a la parada del colectivo en plaza Flores. Subí al 36 rumbo a Lugano. Mi cabeza no paraba de pensar y esa noche no dormí.

Al día siguiente, mientras trabajaba en La Cautiva estaba más expectante que nunca de su llegada. Quedamos en que me esperaría en mi horario de salida. Era 20 de marzo. Pasamos la tarde juntos en Flores y luego me invitó a cenar. Recuerdo que tuve que llamar a casa para avisar. Fuimos a Puerto Madero. Caminamos, charlamos, cenamos. Me anotó su teléfono en un papel. Después de cenar seguimos caminando por la costanera, y llegó el beso. Las inseguridades y los miedos desparecieron en ese preciso instante.

Llevaré su nombre

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