Читать книгу La formación humana desde una perspectiva filosófica - Andrea Díaz Genis - Страница 10

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2. Una relectura de la Apología como ejercicio espiritual

Yo no he sido jamás maestro de nadie.

Sócrates

De los textos de Platón, la Apología es uno de los textos que más nos han impactado desde nuestra juventud. En este breve escrito, no pretendo transmitir ese impacto, que es mucho más que intelectual o emocional, sino, más modestamente, leer ese texto desde el contexto de nuestra investigación y al servicio de una preocupación filosófica que para nosotros es central: la educación.

Texto de juventud platónica, uno de los más cercanos a la muerte de Sócrates en el 399 a.C. y, por lo tanto, al personaje real. Es conmovedor desde muchos sentidos posibles, si uno ve allí, además del personaje literario, la persona de carne y hueso que hace la defensa de una posición frente a la existencia, de un modo de vida que lleva hasta sus últimas consecuencias.

Hay dos conceptos clave de la tradición que el último Foucault pretende rescatar en su lectura de los antiguos: uno es la filosofía como forma de vida; el otro es la filosofía como ejercicio espiritual y –agregaríamos– como psicagogía del género humano. ¿A qué llamamos psicagogía, a diferencia de la pedagogía? Vayamos a ver lo que dice Foucault (2006a: 387-388) al respecto:

Llamemos “pedagógica”, si quieren, la trasmisión de una verdad que tiene la función de dotar a un sujeto cualquiera de aptitudes, capacidades, saberes, etc., que no poseía antes y que deberá poseer al término de esa relación pedagógica. Si llamamos “pedagógica”, por lo tanto, a la relación consistente en dotar a un sujeto cualquiera de aptitudes, definidas de antemano, creo que se puede llamar “psicagógica” la transmisión de una verdad que no tiene la función de proveer a un sujeto cualquiera de aptitudes, etc., sino la de modificar el modo de ser de ese sujeto al cual nos dirigimos […] En este sentido y por esta razón la psicagogía antigua está muy próxima a la pedagogía. Aún se experimenta como una paideia.


En el contexto del maestro, que porta un decir veraz y lo demuestra con su práctica de vida al o a los discípulos, se presenta una relación pedagógica que, si bien puede plantear saberes y enseñanza de aptitudes o hábitos de su parte, tiene como finalidad “psicagógica” transformar la subjetividad del otro, el alumno o discípulo, en el sentido de transformar un modo de vida o realizar un arte de existencia. “Esculpirse a sí mismo” es transformar la vida en relación con un ethos a partir del amor a la sabiduría que marca la vida de los amantes o amigos de la filosofía. Pero vayamos a estudiar estos conceptos en la Apología de Platón, viendo ciertos puntos que nos gustaría destacar. Uno es el tema de la lectura de texto como ejercicio espiritual. Dice Hadot (2006) a este propósito que las obras de los filósofos son escritas en torno a una escuela en la cual un maestro educa a sus discípulos, intentando a través de ello inducirlos a una transformación. Así las obras sean monólogos, la dimensión virtual del interlocutor siempre está presente. Son éstas en definitiva obras pedagógicas, destinadas a alumnos; son incluso, dice Hadot, “apuntes de curso”, no doctrinas sistematizadas. En cuanto a los diálogos platónicos, obedecen a temas particulares, tienen unidad interna, pero no son equivalentes o se juntan necesariamente con temas propuestos por otro curso o clase. Implican una serie de logoi, verdades, enseñanzas que son respuestas a cuestiones planteadas en un momento determinado. Para Hadot (2006: 56), se trata nada menos que de cambiar el enfoque hermenéutico de la lectura. Es posible ver los mismos textos filosóficos como ejercicios espirituales:

La filosofía se nos aparece entonces originalmente no ya como una elaboración teórica, sino como un método de formación de una nueva manera de vivir y percibir el mundo, como un intento de transformación del hombre.

Este punto nos parece más que interesante. Se trata, entonces, de intentar realizar una lectura de la filosofía como pedagogía y psicagogía del género humano, como una forma del ejercicio espiritual a través de sus textos. Experimentaremos esto a partir de un texto fundador y fundamental como es la Apología. Allí justamente estamos frente a un Sócrates humano, que ha sido atacado por calumniadores y por esto se encuentra frente a un “callejón sin salida” vital. Frente a las acusaciones falsas de sus detractores, no puede proponer una pena alternativa. Si la acusación hecha por Anito y Melito viene de lejos (hay nuevos acusadores como ellos, pero hay también anteriores, las acusaciones se llaman unas a otras y se acumulan en el tiempo), estos últimos piden para Sócrates, como castigo, la pena de muerte. La historia ha sido millones de veces contada, repetida, y no por ello pierde actualidad. Lo central de nuestro asunto es obtener un nuevo enfoque de lectura. ¿Cuál era la acusación? Crear nuevos dioses, corromper a los jóvenes. Frente a esta acusación infundada, nuestro filósofo merecería la muerte. Sócrates, según las costumbres de la antigua Grecia, debía proponer otra pena. Él no es capaz de hacer esto, pues implicaría desconocer toda su vida-obra como filósofo. Implicaría reconocerse culpable de algo cuando es inocente. Tampoco puede escaparse del castigo, porque esto implicaría no reconocer las leyes de la ciudad, siendo que esto no sería coherente con su filosofía. Este callejón sin salida que es su apología consiste, en este ejercicio fundamental, demostrar una filosofía de vida, una coherencia en el actuar, una “misión” que le concedió el dios Apolo y que está dispuesto a defender, incluso con la muerte. Sócrates deja ver claramente, en este diálogo, que temer a la muerte supone creerse saber lo que no se sabe. Hay algo que tiene más significado para su filosofía y forma de vida, y es el ethos que ella persigue. Es más importante no cometer injusticia o falta moral que morir injustamente. La forma de vida que Sócrates eligió debe ser defendida a riesgo de muerte. Sócrates no está dispuesto a morir de la peor manera en que se podría morir, esto es, morir espiritualmente a partir de la contradicción de su prédica. Esto es lo importante, y no la muerte de su cuerpo, o de su vida en la polis. Cuando llega el juicio, Sócrates ya tiene setenta años. La Apología se convierte entonces en la demostración y la genealogía de una misión que marcará la historia de Occidente. Pero, para la lectura que hacemos nosotros, también nos mostrará una idea de la formación humana, que va mucho más allá de la que hemos heredado como simples profesores de Filosofía.

Sócrates tiene una misión; esta misión es marcada por el Oráculo de Delfos. Éste le dice a su amigo Querefonte quién es el más sabio de los hombres. Sócrates, como ya vimos, tiene una misión señalada por el Oráculo, que lo nombra como el más sabio de los hombres. Y esta respuesta marca la historia de una vida filosófica preocupada por el examen, por la indagación de los demás, por la constatación de qué significa verdaderamente ser el más sabio de los hombres. Sócrates es sabio, en el sentido de que posee cierto tipo de sabiduría, porque sabe que no sabe. Y constata que los que dicen saber no saben que no saben, y ahí radica su ignorancia, o pretenden que por saber de alguna cosa en particular saben de todo. Más allá de esto, esta actitud refleja un problema más profundo, que es el que nos interesa aquí. No se conocen a sí mismos (gnothi seauton); no se han sabido cuidar a sí mismos. No se han ejercitado en ello. No han transformado su vida en relación con esto. Ésta es toda la enseñanza de la epimeleia. Sócrates se presenta no como aquel que tiene un contenido para educar, sino como un “cuidador” de hombres (en el Laques se presentará como el “técnico del alma”). Hay una serie de competencias específicas para los “cuidadores de hombres”, como lo es Sócrates. El cuidador de la humanidad se ocupa de educar lo fundamental: se ocupa de que los hombres se ocupen de sí mismos, y para ello deben examinarse profundamente. Por eso, se ocupa de inquietarlos, molestarlos. El cuidador de la humanidad es un “tábano”, cuya tarea no es la “gran política” (debido a que, si se hubiera dedicado a ello, habría muerto antes, como aclara en la Apología); se ocupa de una forma de política que llamaremos “pequeña política” o “política privada”, pero que no por serlo es menos valiosa, esto es: del servicio a la ciudad, cuestionando privadamente a los ciudadanos y planteando una formación política muy diferente de la ofrecida por los sofistas.

Ocuparse de la “ciudad” no es ocuparse de las cosas de la ciudad sino de la ciudad misma; ocuparse del sujeto no es ocuparse de las “cosas del sujeto” sino del sujeto mismo. ¿Y cuál es el servicio a la ciudad, cuál es la enseñanza de Sócrates? Ningún contenido en particular, sino conversar, dialogar y, a través de esta conversación, refutar a otro (Jenofonte, 2009: 23). Finalmente, el “más sabio de los hombres” es Sócrates en tanto reconoce su ignorancia. Ahora, dicha cuestión podemos pensarla más a fondo. ¿Realmente Sócrates es ignorante, o simplemente estamos ante un método de enseñanza y una posición frente a la existencia? Esto es lo que nosotros creemos. Sócrates sabe muchas cosas; por lo pronto, sabe de la importancia de inquietarse, preocuparse, cuidarse a sí mismo (epimeleia heautou), y también sabe de la importancia, ligado a este asunto, del autoconocimiento. Conoce un método de búsqueda de la verdad a través del diálogo, que llamamos mayéutica (μαιευτικη), sabe que su método puede ser comparado a la actividad de una partera, como era su madre, dado que permite que las personas den a luz las ideas por su propia participación y actividad en su búsqueda.

En definitiva, el tema no es el saber, si no el que sabe. La preocupación es por la persona, su alma, su existencia. La filosofía es una forma de vida que transforma la subjetividad, es una psicagogía. Pero es mucho más que esto, pues se debe dar cuenta de un modo de vida filosófico. El diálogo está orientado a que las personas profundicen en su ser y su modo de estar en el mundo. Así se constituyó y se fundó nada menos que la filosofía en Occidente. Pero también una manera de entender la educación. Desde los comienzos de esta tradición, el asunto de la formación humana no tuvo que ver solamente con la conformación de un saber sobre el mundo, sino con transformar la vida en relación con una búsqueda activa de ese saber y, mucho más que saber, una sabiduría. Y uno de los aspectos de la sabiduría es precisamente éste: ponerse en posición de ignorancia para establecer una relación activa y no pasiva con esta búsqueda. El Oráculo de Delfos marca el comienzo de una misión divina y un sentido nuevo para la hermenéutica del designio del dios. Ahora, la manera “original” que Sócrates encontró para designar el sentido alegórico u oculto de las palabras del dios Apolo es, precisamente, entender de qué se trata su designio a partir del diálogo con los otros que dicen saber. Puesto que él no sabe nada. Podemos tener frente al saber varias actitudes: hemos de saber con otros, hemos de saber de los otros y hemos de ignorar juntos, para juntos buscar el sentido del Oráculo de Delfos, que dice que el hombre más sabio es Sócrates. A la aclaración de este “enigma”, como es demostrado en la Apología, Sócrates le destinó su vida. Decidió abandonar honores, búsqueda de riquezas, reconocimientos, beneficios personales. Dio, entregó su vida para una misión que es identificada ahora con su nombre, un nombre ilustre, que ha sido el receptáculo de un gran destino, la filosofía. No hizo un discurso, no demostró una serie de hipótesis teóricas, no. De esto no se trata la filosofía para el Sócrates platónico de juventud. Pero tampoco es teoría su pedagogía radical como maestro “ignorante”. Las acusaciones de Melito-Anito son calumnias, son mentiras, producto de otro tipo de ignorancia, la ignorancia del que no ha pensado bien, del que no ha pensado con profundidad, o sea de aquellos que, por eso, actúan por malevolencia y envidia. Mas esto no está en el centro de la cuestión. El centro es la misión socrática que no puede decaer ante ninguna acusación, que no puede ser negada por el arrepentimiento. ¿Quién se lleva la peor parte? ¿Él porque muere o el que actúa injustamente acusándolo? La respuesta socrática es obvia.

No vale la pena la vida si no es examinada


La vida examinada es la vida socrática:

Corrí, entonces, el riesgo de morir, y en cambio ahora, al ordenarme el dios, según he creído y aceptado, que debo vivir filosofando y examinándome a mí mismo y a los demás, abandonara mi puesto por temor a la muerte o cualquier cosa. (29)

“Su puesto”: éste es su puesto en la vida para sí mismo y para los otros, para el bien de la ciudad; es “su forma” de hacer política. “Su puesto” en la vida es filosofar. ¿Para qué, si no para hacer mejores a las personas, para formar?, y esto es transformar la vida de los sujetos. Dice Sócrates:

No dejaré de filosofar, de exhortaros y de hacer manifestaciones al que de vosotros vaya encontrando, diciendo lo que acostumbro: Mi buen amigo, siendo ateniense, de la ciudad más grande y más prestigiada en sabiduría y poder, ¿no te avergüenzas de preocuparte de cómo tendrás las mayores riquezas y la mayor fama y los mayores honores, y en cambio no te preocupas ni interesas por la inteligencia, la verdad y por cómo tu alma va a ser lo mejor posible? (c)

Preocuparse (epimeleia) no del honor, el dinero o la fama (que han sido y son las preocupaciones centrales de los seres humanos), sino de la inteligencia (phrónesis),1 la verdad (aletheia) y el alma (psijé), para ser lo mejor posible. No se pueden separar todas estas cuestiones en la formación del género humano. La epimeleia implica un modo de vida, ejercicios espirituales, filosóficos o éticos, en búsqueda de juntar la inteligencia con la verdad y con el alma, como una manera de estar en el mundo que nos haga mejores, para un ethos.

El “tábano” –Sócrates– siempre estará en “su puesto”, por el que no recibe ningún dinero, para despertar, persuadir, reprochar (31a), y no cesará de estar en esa función aquí o allá, en la vida, y si es que hay vida después de la muerte, también lo seguirá haciendo. Por esto Sócrates ha de vivir, por esto ha de morir. ¿Y por qué lo quieren matar, puesto que él mismo le da el más grande beneficio a la ciudad? No pretendo contestar esto ahora. Esta respuesta o las posibles respuestas serán encontradas en la Apología y en otros libros de Platón. Pero lo cierto es que esta misión socrática no se produce sin riesgo de muerte (una se llama a otra). Foucault analiza este punto, sobre todo en El coraje de la verdad (2010), otro de los seminarios del último período. No se hace filosofía sin riesgo, es decir, no se practica la parrhesía, el decir franco o verdadero, sin riesgo; incluso riesgo de muerte. Esto lo testimonian muchas vidas de filósofos de la antigüedad y “maestros espirituales”. La verdad no gusta, incomoda, produce desasosiego. Es algo que no quieren escuchar los que buscan riquezas, honores y fama. Las personas parece que no gustan de que se les deje en evidencia que no saben, que actúan mal, que viven mal, que pierden tiempo; no quieren avergonzarse por sus modos de vida, ni cambiarlos. Puede haber muchas razones, pero sin lugar a dudas ésta es una de ellas. No es el primer maestro espiritual de la humanidad ni el último que muere pretendiendo dar un mensaje de bien. Puede haber explicaciones políticas, complejos entramados sociales. Pero lo cierto es que esta actitud del que pretende hacer bien, y por ello deja en evidencia un estado de cosas que no están bien, genera la actitud contraria, la calumnia, la envidia, el hostigamiento y, finalmente, el asesinato. Ya en la famosa “Alegoría de la caverna”, del libro VII de la República de Platón, aparece la misma constatación. El filósofo que (supuestamente) ve el verdadero mundo, que asciende al mundo de las ideas, no se queda allí, se compromete con una misión, volver a enseñarles a los otros lo que ha visto; a los otros, que sólo ven sombras y no la verdadera realidad. ¿Éstos qué hacen? Lo matan. No importa aquí si hoy nos parece ingenua esta visión en términos absolutos de la verdad; lo que es, lo que sigue siendo incomprensible es ensañarse, perturbarse, maldecir y finalmente matar a aquel que pretende dar enseñanzas que transformen la vida de los sujetos. En la República, Platón dice: “Después de eso proseguí comparando nuestra naturaleza respecto de su educación y de su falta de educación con una experiencia como esta” (libro VII, 514a). Siempre está presente esto, una buena o una mala educación. La filosofía es un proyecto intelectual, ético, psicagógico, político, pero siempre, además, un proyecto formativo del género humano. No es una profesión, en el sentido de un profesor como podría ser el sofista (origen o antecedente de esta profesión precisamente), que ofrece determinados saberes por dinero. No se trata de esto. Se está hablando de otro tipo de magisterio. Un magisterio que entrega la vida para poder mejorar la humanidad a riesgo de que ésta le responda con la muerte. Este filósofo se acerca privadamente (no tratando de llamar la atención y sin mucho alarde), pero a través de un acercamiento amoroso, pues lo hace como un “padre” o un “hermano mayor” (31b). Para que la persona se preocupe (epimeleia) de la virtud,2 por aquello que se relaciona con su alma y su forma de vida. Como Sócrates quiere vivir más, no se dedica a predicar sus enseñanzas en público; su enseñanza es personalizada y ocurre en la vida cotidiana, es espontánea pero exigente (32a).

Yo no he sido maestro de nadie

“Yo no he sido maestro de nadie” (33a), dice Sócrates. No es enseñanza de contenido. Su forma de magisterio es ser “médium” de una relación con la verdad que sacudirá activa y vitalmente a la persona, a partir del reconocimiento de su propia ignorancia o de su no posesión del saber. Que insta, fundamentalmente, a que los otros se preocupen de sí mismos y sean lo mejor posible (36c). Ésta es una “posición de ignorancia”. Este maestro sabe mucho; sabe, por ejemplo, lo siguiente:

El mayor bien para un hombre es precisamente éste, tener conversaciones cada día acerca de la virtud y de los otros temas de los que vosotros me habéis oído dialogar cuando me examinaba a mí mismo y a otros, y si digo que una vida sin examen no tiene objeto vivirla para el hombre, me creeréis aun menos. (38a)

El examen de sí mismo y del mundo, de las ideas y del sí mismo, del modo de vida que llevamos, etc. El examen en profundidad es “el” ejercicio filosófico socrático por excelencia. El que marca un antes y un después en la vida de los sujetos que a este examen se someten. Algo que, una vez que surge, continúa toda la vida, como planteaba el Sócrates platónico del Laques. El examen de sí mismo da cuenta del modo de vida de las personas. No se trata sólo de ideas, se trata de algo que las incluye pero las supera, se trata de la vida del sujeto (39d). Una cosa nos queda en claro: no se muere el magisterio matando al maestro (39d). Esta muerte que Sócrates aceptó con dignidad y coherencia, y que lo transformó en mártir, fue el comienzo de un tipo de “enseñanza” que comenzó, y no acabó, hace más de dos mil quinientos años.

1 El término que aparece no está asociado a logos sino phrónesis, traducido como prudencia o sabiduría práctica.

2 ¿Es que esto merece la condena a muerte? Ésta es la gran pregunta-paradoja que atraviesa la Apología, que produce la gran frustración y el gran sufrimiento platónico. ¿Por qué tuvo que ser éste el destino del más grande maestro que tuvo Atenas? Cuestión que lleva incluso a que Platón deje la política por mucho tiempo, tal y como cuenta en su carta VII.

La formación humana desde una perspectiva filosófica

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