Читать книгу La formación humana desde una perspectiva filosófica - Andrea Díaz Genis - Страница 9

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1. La educación como conocimiento de sí1

Pero el desconocerse a sí mismo uno y el presuponer cosas que no sabe y creerse conocerlas lo contaba entre lo más cercano de la locura.

Jenofonte, Recuerdos de Sócrates

El Oráculo de Delfos, lugar que los griegos antiguos consideraban el “centro del mundo”, era un recinto sagrado consagrado a Apolo. Allí asistían de todas partes para consultar al dios de Delfos, y era la Pitonisa,2 sacerdotisa intermediaria entre Apolo y los hombres, quien emitía los designios del dios sobre las cuestiones más simples hasta las más complejas o más inquietantes.

En la entrada del Oráculo, había inscripta una frase por demás enigmática: γνῶθι σεαυτόν (gnothi seauton), es decir, “conócete a ti mismo”. El hecho es que varios intérpretes consideran que, antes que darle a esta inscripción un sentido profundo y filosófico, hay que recordar que era un precepto dirigido a los consultantes, y que tenía la función de prevenir sobre cuestiones a tener en cuenta antes de hacer preguntas.3 El giro educativo en relación con el conocimiento de sí, como tema o problema filosófico, tiene su momento fundamental en el significado que le da el mismo Sócrates al precepto del dios. Tratemos de adentrarnos en este momento central en la vida socrática y de la de polis, y seguramente en la misma interpretación del dictum délfico del “conócete a ti mismo”. Había sido Querefonte, amigo de Sócrates, quien se había presentado al Oráculo de Delfos y, al pie del Parnaso, en medio de las montañas de la Fócida, a 700 metros del nivel del mar y muy cerca del golfo de Corintio, había hecho la pregunta que dio lugar a la piedra fundamental de la misión educativa y filosófica socrática: ¿Quién es el más sabio de los hombres? Y la Pitia dijo: “De los hombres todos el más sabio es Sócrates” (Laercio, 2008: 107).4 Es este hombre “sabio” por el reconocimiento de su ignorancia, es decir, “maestro ignorante” por excelencia, quien le va a dar un giro radical a la comprensión y la importancia del autoconocimiento délfico. Gnothi seauton, “conócete a ti mismo”; le debemos a Sócrates y a toda la filosofía antigua, por lo menos desde Sócrates, y a partir de él a todas las escuelas socráticas durante el período helenístico-romano (sobre todo, el epicureísmo, el estoicismo y el cinismo), la importancia central que tiene el autoconocimiento en la idea de formación humana. Este movimiento continúa en el cristianismo por sus propios cauces, y en diversos momentos y filósofos fundamentales de la historia de la filosofía occidental. Lo cierto es que le debemos a Foucault, en la época contemporánea, una importante profundización de esta temática, sobre todo a partir de La hermenéutica del sujeto, donde se va a acentuar la clara relación que tiene el autoconocimiento, con la inquietud de sí y el cuidado de sí (la epimeleia heautou o cura sui). Para estudiar toda esta temática en Foucault, debemos remitirnos a los seminarios que impartió en el Collège de France a partir de 1982, comenzando por el seminario que mencionamos y los posteriores: El gobierno de sí y de los otros (2009a) y El coraje de la verdad (2010).

Sabemos que, además de Aristófanes y Platón, una de las fuentes de Sócrates es el historiador Jenofonte. Veamos cómo se entiende el gnothi seauton en uno de los episodios fundamentales donde alude a la temática, en Recuerdos de Sócrates:

“Dime, Eutidemo, ¿has ido alguna vez a Delfos?”. “Sí, dos veces, ¡por Zeus!” “¿Viste entonces en algún lugar del templo la inscripción «Conócete a ti mismo»? “Sí.” “Y, luego, ¿no te preocupaste nada de la inscripción, o acaso le prestaste atención e intentaste examinar quién eres?” “¡Por Zeus!, claro que no, pues creía que lo sabía muy bien. Difícilmente podría saber otra cosa si no me conociera a mí mismo”. (Jenofonte, 2009: 284)

A partir de allí, Sócrates discute con Eutidemo sobre qué significa conocerse a sí mismo. Ocurre que el que se conoce a sí mismo, nos dice, no es simplemente el que sabe su nombre, sino el que conoce las cualidades que tiene para “su uso como ser humano”; de esta manera, alcanza el conocimiento de sus capacidades, de las “adecuadas e inadecuadas”. Se trata de que uno mismo debe conocer sus talentos, sus cualidades, pero también sus limitaciones, etc.; pues el que desconoce sus capacidades no se conoce a sí mismo. Otra cosa le queda clara al Sócrates de Jenofonte: es de conocerse a sí mismo de donde más les vienen los bienes a los hombres, y del estar equivocados de sí mismos, la mayoría de sus males (285). El que se conoce sabe hasta dónde puede, qué puede hacer y quién es. Esto está del lado de los beneficios. Los que no saben quiénes son yerran en lo que hacen y caen en la desgracia. Entonces, hasta aquí, en Jenofonte, los parabienes de conocerse a sí mismo; ahora la pregunta de Eutidemo se centra entonces en cómo se puede uno conocer a sí mismo. La pregunta queda abierta a posibles respuestas. Siempre el conocimiento de sí mismo, tanto en Jenofonte como en Platón, se vincula con el “autoexamen” de sí mismo. Mas el autoexamen de sí mismo es parte de la preocupación por sí, de la inquietud de sí que lleva al cuidado de sí y de los otros. Vayamos a la tradición socrático-platónica que vincula estos términos. Uno de los textos más importantes de esta tradición es la Apología de Sócrates (Platón, 2003). Allí también se cuenta el famoso episodio que marca su gran “misión filosófica” en la polis ateniense, que es la visita de Querefonte al Oráculo de Delfos ¿Qué hace el filósofo con la respuesta del Oráculo? No busca descifrar a través del análisis el sentido oculto de las palabras del dios (como ocurre generalmente con los oráculos), sino que buscar entender en la vida misma, en el diálogo con otros, qué es en definitiva tener sabiduría, y lo hace bajo la forma de verificación o refutación con las afirmaciones de los otros y con la vida que llevan. Este enigma y su desciframiento en forma de verificación-refutación a través del diálogo y el examen de los otros se convierten en su gran misión filosófica, pero a su vez en su gran tarea pedagógica. Como Sócrates no se cree sabio, dado que parte de que no sabe nada, va en búsqueda de las personas que dicen ser sabios, para constatar en qué sentido lo son. Comienza las preguntas por los políticos, los siguen los poetas y por último los artesanos (sabemos que esto lo hace como actividad “privada”, en el escenario de la polis, pero no a partir de ninguna función pública como ciudadano, a la que renuncia con abnegación, precisamente para dedicarse a esta tarea). Sabemos que esta misión, y sus consecuencias negativas por parte de sus interrogados, son parte justamente de la explicación del juicio al que fue sometido Sócrates, o la que parece como una de sus razones profundas. A partir de esta misión, se enemista con ciertos personajes de la ciudad, debido a que, precisamente al examinarlos, advierte o deja en evidencia la ignorancia de tales personajes. Constata, además, que ha ganado enemigos, que él es más sabio en esto, no cree saber lo que no sabe, sabe que no sabe. Se pregunta: ¿será que este no saber constituye entonces la sabiduría?

Dice Epicteto en sus Pláticas (1963, III, 1, 19-20), en un texto central donde comenta esta misión socrática vinculada al Oráculo de Delfos:

¿Y por qué es Apolo? ¿Y por qué vaticina? ¿Y por qué en ese puesto se constituyó para ser vate y fuente de verdad y que a él acudiesen de toda la tierra habitada? ¿Y para qué está esculpido el Conócete a ti mismo, cuando nadie piensa en ello? ¿Sócrates, a todos los que se le acercaban, persuadía a que se ocuparan de sí mismos? Ni a una milésima parte.

Sigue diciendo Epicteto, cuando preguntan quién es Sócrates: “¿Tú, entonces, quién eres?”. He aquí la gran respuesta que liga el gnothi seauton con la epimeleia heautou (cuidado e inquietud de sí): “Soy aquel que debe ocuparse de los hombres” (1, 22). Él es el maestro que insta a que los otros se ocupen de sí mismos, y esto está ligado a que pueden tener inquietud de sí, o que la generen a partir de una relación particular y amorosa con el maestro filósofo, y que procedan a partir de allí a un autoexamen que los ayude a conocerse a sí mismos. Pero vayamos a la Apología, donde se habla del gnothi seauton vinculado con la epimeleia heautou. Veamos algunos de estos pasajes:

Mi buen amigo, siendo ateniense, de la ciudad más grande y más prestigiada en sabiduría y poder, ¿no te avergüenzas de preocuparte de cómo tendrás la mayores riquezas y la mayor fama y honores, y en cambio no te preocupas e interesas por la inteligencia, la verdad y por cómo tu alma va a ser lo mejor posible? (d)

El no preocuparse o interesarse, en el texto traducido del griego, hace referencia a “poner cuidado” (epimelesthai). También refiere al que no tiene en consideración la preocupación por la inteligencia, la verdad y su alma, que no se inquieta por ella ni las tiene en consideración (epimele, phrontizeis). Y prosigue diciendo en otro segundo pasaje:

Y si alguno de vosotros discute y dice que se preocupa, no pienso dejarlo al momento y marcharme, sino que le voy a interrogar, a examinar y a refutar, y, si me parece que no ha adquirido la virtud y dice que sí, le reprocharé que tiene en menos lo digno de más y tiene en mucho lo que vale poco. Haré esto con el que me encuentre, joven o viejo, forastero o ciudadano, y más con los ciudadanos por cuanto más próximos estáis a mi origen. Pues esto lo manda el dios, sabedlo también, y yo creo que todavía no ha surgido mayor bien en la ciudad que mi servicio al dios. (d-30a)

Esta y no otra es la orden que el Oráculo de Delfos le da a Sócrates: “Ocúpense de ustedes mismos” (Foucault, 2006a: 21). “Preocuparse por sí mismo”, tener “inquietud de sí”, “retirarse hacia sí mismo”, “ser amigo de sí mismo”, “cuidar de sí” son, entre otras, las expresiones que se utilizan en toda la tradición que vincula el gnothi seauton con la epimeleia heautou (30). La epimeleia es una actitud frente a sí mismo y los otros, es una determinada atención y una mirada (que implica convertir la mirada del exterior al interior), y designa además una serie de ejercicios o acciones que transforman o transfiguran la subjetividad en cierto sentido. A estos ejercicios Foucault los llama, a partir de Pierre Hadot (2006), “ejercicios espirituales”. Se puede rastrear, o incluso leer, toda la historia de la filosofía desde esta perspectiva, pues la filosofía, entendida como “terapéutica de las pasiones”, como “modo de vida”, a partir de una “conversión de la mirada”, etc., es una formadora del género humano; noción que se repite una y otra vez en su larga historia (Foucault menciona desde Montaigne a Rousseau, Spinoza, Nietzsche, el existencialismo, Heidegger, etc.). Foucault hace una pregunta fundamental en su primer seminario de 1982, La hermenéutica del sujeto: ¿Cómo es que, en la historia occidental de la filosofía, la epimeleia heautou se haya pasado de alto? ¿Y cómo se da la preeminencia del conócete a ti mismo sobre la inquietud de sí? Una posible respuesta, por demás muy arriesgada y sin lugar a dudas incompleta, es la que tiene que ver con lo que se dará en llamar “el momento cartesiano” (Foucault, 2006a: 32). El precepto de inquietud de sí fue olvidado. De alguna manera, se recalificó el conocimiento de sí en la formación del sujeto y se olvidó o se le restó importancia a la inquietud de sí. En las Meditaciones cartesianas, es la indubitabilidad de la propia existencia (entendida como evidencia) la que hace del conocimiento de sí mismo el acceso fundamental a la verdad. El sujeto no necesita ser distinto de sí mismo para acceder a la verdad, no hay una exigencia de transformación de la subjetividad, de cambio de vida, de “ejercicio espiritual” (todos elementos presentes en la epimeleia), para que el sujeto acceda a la verdad. En el acceso a la verdad cartesiana de la evidencia, no se pone en juego el sí mismo del sujeto, según Foucault (cuestión altamente discutible). A esto es precisamente a lo que Foucault llama espiritualidad, con Hadot; es decir, al conjunto de condiciones para que al sujeto le sea posible su acceso a la verdad y lo transforme como sujeto en la vida. La edad moderna se define, para Foucault, precisamente como el momento en que el acceso a la verdad está garantizado pura y exclusivamente por el conocimiento (36). En definitiva, las condiciones son más de tipo educativo (y no de formación humana en un sentido más amplio), o de preparación para el acto de conocimiento, pero no conciernen a la transformación del sujeto en su ser y en su vida. Es fundamental decidir en general, entonces, a la hora de evaluar la importancia del conocimiento de sí para la educación, entre estas dos posturas, que no tienen que ser antagónicas; pero lo cierto es que la visión que incorpora la epimeleia al gnothi seuaton implica la cuestión y la importancia del autoconocimiento, superándolo e integrándolo más ampliamente a un “arte de existencia”, y conformando así toda una “pedagogía del género humano”.5

1 Artículo publicado como “Autonocimiento y educación”, en Cuadernos de Pesquisa Educacional, vol. 8, Nº 8, Universidad Tuiuti do Paraná, 2014.

2 Se sabe que la Pitonisa se sentaba en un trípode en el fondo del templo de Apolo Pitio, que era un lugar sagrado de acceso prohibido, y desde allí emitía las respuestas a preguntas hechas por sus consultantes previamente (al principio, transmitidas a un sacerdote en verso y posteriormente en prosa)

3 En este sentido, nos recuerda Foucault (2006a: 18-19) a partir de diversos intérpretes, que son tres los preceptos a tener en consideración a la hora de consultar: a) meden agan: nada en exceso, esto es, cuando vengas a consultar no hagas demasiadas preguntas sino sólo las que es necesario hacer; b) eggue: cuando consultes a los dioses, no hagas votos ni te comprometas con cosas que no puedes llegar a hacer, y c) gnothi seauton: como sólo puedes hacer algunas preguntas, presta atención en ti mismo sobre lo que necesitas saber. También es posible que el precepto del gnothi seauton se refiera más bien a la idea de que uno tiene que saber que es mortal y no debe presumir demasiado sus fuerzas frente a la divinidad.

4 Cuenta Diógenes Laercio que, a partir de esto, fue objeto de extrema envidia.

5 Ver a propósito de este tema la revista Fermentario, N° 4 (2010): “Hacia una pedagogía del género humano” (disponible en http://www.fermentario.fhuce.edu.uy; consulta: noviembre de 2014).

La formación humana desde una perspectiva filosófica

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