Читать книгу El Balcón - Andrea Dilorenzo - Страница 7

Prólogo

Оглавление

Me encontraba en un balcón que, por amplitud y profundidad, parecía ser el mismo que el que se perfilaba fuera de mi habitación, si bien se diferenciaba bastante de aquel por algunos detalles que describiré a continuación.

El parapeto, blanco inmaculado y blando como un bloque de yeso apenas extraído, tenía la forma de una media luna y se sostenía por pequeñas columnas anchas, aunque no demasiado, también éstas blancas y equidistantes la una de la otra, que les conferían un aspecto regio, de una época indefinida, me osaría a decir de estilo griego, pues las puntas de las mismas estaban adornadas con capiteles esculpidos de la misma manera que aquellos de los antiguos templos helénicos. De frente, abajo, se vislumbraban algunas rocas, aunque no conseguía ver dónde terminaban y todas rodeando el mar que, a causa de las pequeñas olas dirigidas hacia el oeste, parecía estar ligeramente agitado.

Probablemente, aquel balcón formaba parte de una construcción mucho más grande de cuanto el ángulo de mi visión conseguía entrever; quién sabe… quizás un palacio alto, majestuoso, con decenas o incluso centenas de estancias. Por los pocos detalles que llegaba a percibir, habría jurado que me encontraba a una cierta altura, quizás sobre la cima de un acantilado, parecido a los que se asoman sobre el Océano Atlántico, en Asturias.

Pese a que el cielo era terso y límpido como el agua pura que brota del manantial, no sabría decir con absoluta certeza cuáles eran los colores y matices que el sol normalmente dona a los observadores más agudos o a los de las almas más sensibles.

Lo que más me llamaba la atención era la calma y el silencio que impregnaba todo: parecía como si la voz del viento tuviese el mismo timbre que la de las olas y de cualquier otra cosa sobre la que habría podido posar la mirada y, al mismo tiempo, nada parecía inanimado, si bien una calma aparente se imponía sobre el paisaje circunstante.

Inspiraba y espiraba profundamente, mis pulmones se saciaban con voluptuosidad de aquella pureza intangible, no obstante, no conseguía percibir olor de ningún tipo.

A pesar de que mis ojos estuviesen dirigidos hacia aquella extensión de agua sin fin, tuve la firme impresión de que, si me hubiese girado, habría visto a mis espaldas una infinidad de plantas y flores policromadas serpenteando en un dédalo de árboles hirsutos y espesos y cursos de agua de todo tipo, con animales e insectos de cada especie entre ellos.

Sin embargo, algo me impedía apartar la vista de aquel inmenso océano y, al contemplarlo, de repente una profunda sensación de melancolía penetraba cada fibra de mi ser, como cuando se dice adiós a una persona querida, conscientes de que no la volveremos a ver nunca más.

Con todo, no sufría por mi estado interior y con indiferencia, me observaba a mí mismo en lo que se dice un sueño, si así lo puedo llamar. Eso es: no sabía si estaba soñando.

Es difícil dar una descripción exhaustiva de lo que se prueba en el silencio. Parece que cuando se cruza el umbral del saber, solo el espíritu puede caminar indómito sobre ese sendero intrazable. El pensamiento discursivo no tiene acceso libre, las palabras se demoran en vista de ese inmenso vacío.

Mi mente, atónita, no escatimaba en elogios ante ese lugar de paz y, lánguidamente, conversaba, valorando su misteriosa e infinita belleza.

Ella, de repente, apareció a mi derecha.

O quizás, estaba ya ahí y no me había dado cuenta. Se encontraba a pocos pasos de mí, de espaldas.

Un largo y aterciopelado vestido blanco acariciaba su cuerpo, dejando al descubierto tan solo sus brazos. La brisa alzaba su largo cabello negro azabache, desnudando, a la altura de los hombros, su lisa y cándida piel blanca y un sutil collar negro que rodeaba su nuca.

La calma que parecía transmitir su silencio era, sin embargo, traicionada por su respiración, a momentos irregular, que yo percibía a pesar de la brisa y algunos pasos que nos separaban el uno del otro: era como si quisiese hablarme de alguna cuestión de suma importancia, pero sin alcanzar a encontrar las palabras adecuadas.

Hizo como si pretendiese girarse, pero dudó y finalmente permaneció en su sitio.

Habría querido llamarla por su nombre y acercarme a ella, al menos por un instante, pero pobre de mí, no tenía la mínima idea de cuál fuese, ni siquiera sabía qué hacía yo allí, en aquel balcón, en ese lugar sin tiempo.

Reflexionando acerca de lo que habría sido más o menos oportuno proferir, en aquella circunstancia, también callé.

Mientras todo mi ser se encontraba absorto contemplando aquel paisaje surreal, me di cuenta de que el viento era cada vez más intenso, las olas se levantaban majestuosas, elevándose bastantes metros por encima del nivel del mar; parecía como si tuvieran voluntad propia y, a pesar de un denso hervidero de espuma agitándose de manera histérica por sus crestas, se podían distinguir claramente las unas de las otras.

Las aguas se hacían cada vez más oscuras y de colores intensos, grises y tristes que mutaban en una rápida sucesión, pasando del azul verdoso al azul oscuro, del gris al negro y de nuevo del naranja al morado, si bien de una tonalidad para mi desconocida, similar al amatista pero con matices de otros colores que aún hoy desconozco.

De repente, la oscuridad invadió mi mente, con lo inesperado de una flecha lanzada sin previo aviso, difundiéndose como un pesado telón sobre mi conciencia.

Después, una gran explosión de luz.

El espacio y el tiempo se dilataron en un instante.

Multitud de estrellas y una infinidad de hilos luminosos, sutiles y suaves cual algodón dorado, envolvieron lo que quedaba de los últimos fragmentos de pensamiento lógico y racional que, desorientados, vagaban por mi mente como huérfanos asustados; corrían de un lado para otro a la búsqueda de refugio, de un lugar para ellos apreciado y seguro en los meandros de mi memoria, en busca de alguna respuesta que les habría dado la salvación; pero uno a uno caían en el vacío más absoluto, en la nada infinita, como los condenados en la entrada del Hades.

Después, todo se transformó en silencio.

El Balcón

Подняться наверх