Читать книгу El Cielo - Ani Bel - Страница 17

Оглавление

El purgatorio, la antesala del infierno

“Una libertad secreta se abre a través de una grieta

que apenas se puede ver”.

Rumi

Desde que fui niña siempre me intrigó la cuestión del cielo y el infierno con mucho pavor.

Las lecciones de catecismo nos convencían de que a menos que fuéramos unos santos, nadie zafaba del purgatorio —antesala del infierno—, así que, al menos de “un poco de infierno” nadie iba a quedar exento. ¡¡¡Qué tortura para los pobres niños!!!

Enlodada en este dilema infernal, mientras la mayoría de los niños jugaban y se dedicaban a su especialidad que simplemente consiste en ser niños, yo me preguntaba antes de los seis años mientras seguía arrojándome desde la cucha del perro ¡cómo los niños podían estar tan relajados jugando sabiendo que en cualquier momento podían morirse e ir directo a quemarse como un pollo al espiedo!

La crisis se acrecentó cuando mi compañerita de catecismo, Eliza, murió de un día para el otro. Saber que mi amiguita estaría ardiendo en el purgatorio me sumía en un estado de desesperación y desconsuelo que nadie en aquellos años podía calmar, ya que ni los padres, maestros o catequistas de entonces conocían la respuesta y para escapar de ese atolladero, ante mis preguntas persistentes, todos echaban mano al cliché de esos años: “no pienses en eso, andá a jugar”.

“Señorita”, preguntaba yo... “¿Elisita está ahora en el purgatorio como dice la lección, sí o no?”.

Respuesta de la señorita catequista: “Anita, andá a jugar”. Algo no andaba bien.

Al mismo tiempo, para poder tomar la comunión debía yo repetir como loro las lecciones obligatorias del catequismo de entonces.

A saber: “Somos almas que ya nacimos pecadoras y a menos que confesemos justo antes de morir no íbamos a escapar de, por lo menos, una temporada en el purgatorio, precisamente, purgando el pecado original y todos los pecados que se fueron sumando desde el momento de nacer que, en mi caso, y a mi entender... eran unos cuantos...

Sobre todo porque me comía las uñas sin parar y mi compañerita Mónica Pico me había dicho que eso era pecado, no sabíamos si entraba en la categoría de pecado mortal, pero bastaba para una buena temporada asándonos ambas entre las llamas...”.

Nos daba tanto miedo que juntas... ¡nos comíamos las uñas sin parar y acumulábamos más pecados para confesar!...

Dilema infernal.

El Cielo

Подняться наверх