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PREFACIO

Una línea imaginaria y un espía, un país inventado y un escritor, la ciudad posible y su creador… estas son las coordenadas que hay que explorar para entender a Javier Vásconez, un autor frecuentemente calificado como indispensable. Obras como la suya siempre merecen un nuevo análisis: hay aspectos que han permanecido escondidos y nuevas perspectivas que solo tienen sentido si seguimos estudiando sus historias. El sino de Vásconez es ser un autor indispensable en un país invisible. Por eso, esta obra de Anne-Claudine Morel es necesaria. Su propuesta es entender a este autor y su obra desde “la geografía del país donde inscribió sus novelas y cuentos”, y acercarnos a esa línea imaginaria para ponerla en perspectiva.

Sin duda, los espacios geográficos y la naturaleza han sido una preocupación recurrente para Vásconez. El hecho de haber sido un viajero a temprana edad le ha permitido ver a su país y, sobre todo a Quito, con la distancia y el desapego de un exiliado. Tal vez, por eso, describe la ciudad casi siempre envuelta en lluvia o bruma, sin nombre; una ciudad a la que pertenece y no pertenece. La geografía, a veces muy sutilmente, marca también a los personajes y sus sentimientos. Así, en La piel del miedo, el temor nace a la sombra de un volcán, se refugia en su violencia y zigzaguea por una quebrada que es como una herida en el vientre de esa montaña. La imagen del volcán esparcida en el primer capítulo nos lleva a sentir que estamos ante una verdadera explosión a la que solo sabremos cómo hemos llegado en los restantes capítulos. Esa sombra del volcán, que es al tiempo cruel y protectora, cierra esta novela y el truncado viaje de aprendizaje del joven protagonista. En La otra muerte del doctor, el páramo es un elemento esencial que determina la forma en la que van ocurriendo los acontecimientos. La relación de Loreta y Jorge en Hoteles del silencio se desarrolla en la ciudad del volcán, pero solo se entiende a partir del periplo que hacen Loreta y su madre por los hoteles de Madrid.

En cierta manera, se podría argumentar, que la geografía potencialmente imprime su marca en todos los autores; sin embargo, lo que ocurre con Vásconez es particular: al tiempo que reflexiona sobre la línea imaginaria en la que le ha tocado nacer como persona y como escritor, va creando su propio mundo, su geografía, distante y cercana, real o posible. En ese sentido, la geografía es su memoria. No solo esa memoria de lo que sucedió, sino de lo que pudo haber sucedido. Es el anhelo del exiliado por un mundo al que no hay posibilidad de retorno puesto que nunca ha existido. Esto último podría llevarnos al error de pensar en la obra de Vásconez como una oda nostálgica a ese mundo posible. Nada más lejos de la realidad: su universo existe desapacible y sin melancolía. La lluvia de la ciudad de Vásconez no golpea tímidamente las ventanas, es una lluvia pertinaz capaz de borrarlo todo. Los hoteles nos son esplendorosos y relucientes sitios de paso, sino marginales hogares itinerantes para los que siempre están en camino. En su mundo, el páramo es implacable, el volcán se proyecta sobre la ciudad provinciana, la quebrada serpentea como una herida, la luna crece como un órgano imparable y la sinfonía de caballos galopando anuncia la muerte. Hay en sus historias la sombra tenebrosa de los temas que fascinan y horrorizan a partes iguales: el crimen, la muerte de los niños, el incesto, los celos extremos, la maldad, la mente del asesino. No obstante, a diferencia de una página de sucesos, su prosa envuelve lentamente y tiene la marca inconfundible de las inquietudes intelectuales y estéticas de su autor. Vásconez nos describe su mundo no solo a partir de las imágenes sino de los olores y los ruidos. Hay lodo que hiede a muerte, perfume de mujer mezclado con humedad, “la soledad de una sirena buscando con su voz el hechizo de la noche”1, hay gemidos, ladridos, aullidos, cantos de gallo, llantos de bebés en la oscuridad, olores a flores y a gasolina.

En ese universo de Vásconez, los personajes son recurrentes, sobre todo, el inquisitivo doctor Kronz, quien actúa como el guía perfecto para presentarnos ese asfixiante y remoto país andino donde ha ido a parar. Vásconez se siente a gusto con esos personajes que conoce: no son extranjeros ni extraños; son, si se quiere, los compatriotas de ese mundo que ha creado. El joven Jorge Villamar de La piel del miedo es el mismo que se enamora de Loreta en Hoteles del silencio. Roldán, el asesino, va apareciendo intermitente. También Sofía, los fotógrafos, los caballos, los jockeys, el cantar de los gallos y la luna reflejada en la ciudad.

Lo que hace Anne-Claudine Morel en su análisis es partir de esa obra extensa y singular, y entenderla en su dimensión geográfica. Esto es algo que realmente no se había hecho de una manera tan sistemática y abarcadora. Aquí, por ejemplo, hay claves que permiten entender por qué un autor como él no ha alcanzado el reconocimiento global. ¿Está la respuesta en las redes del mundo editorial? ¿En la literatura ecuatoriana que siempre se asoma tímidamente a la orilla? ¿En la dificultad de escribir desde una línea imaginaria? Los lectores habituales y los nuevos apreciarán la propuesta de Morel que supone un viaje a la obra, al contexto y a las reflexiones de este autor, que ella misma define como “raro, en el sentido de poco común”.

Ana Estrella-Santos

1. En “Corrupción o la fama de un poeta”. Vásconez, J. (2018). Cuentos reunidos. Quito: Universidad San Francisco de Quito.

Escribir sobre una línea imaginaria

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