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UNA CRÍTICA ECUATORIANA ABRUMADORA Y UN CIRCUITO EDITORIAL DEFICIENTE

Consideramos que la crítica ecuatoriana debió encontrarse con la Medusa de la mitología griega, que hipnotiza y petrifica a los pobres mortales que se atreven a mirar su rostro; al parecer, se quedó paralizada frente a una “Academia de las Letras”, en el sentido más amplio de la expresión. Las publicaciones de las personas encargadas de “criticar” la producción literaria o artística del país se editan en las universidades, institutos, sociedades sabias u otros círculos cultos que tienen una legitimidad científica. El caso es que dicha “Academia de las Letras” sigue canonizando la literatura realista de los años treinta, como si nada hubiera cambiado desde entonces, como si la posibilidad de una potente “República de las Letras”, fundamento del proyecto político nacional imaginado por el intelectual Benjamín Carrión, no pudiera superarse. Sin embargo, ya sabemos que la propuesta de Carrión desarrollada en la famosa “teoría de la pequeña nación”25, fracasó. A pesar de esta evidencia, la mayoría de los órganos institucionales capaces de alentar y comentar la creación literaria y artística de la nación siguen mostrando poco interés por una producción renovada. En mi opinión, no consiguen poner de relieve una “nacionalidad literaria”, según la expresión de Juan Pablo Castro Rodas, que permitiría una mejor difusión de las obras literarias producidas en Ecuador:

¿Cuáles son esas narrativas nacionales que, en la literatura ecuatoriana, permiten configurar un proyecto nacional? [...] Un país cuya nacionalidad literaria se encuentra en cuestionamiento, quizás en construcción, se convierte, parecería lo obvio, inmediatamente en un país en la periferia, en las fronteras, al margen26. (Castro Rodas, 2013)

Las nociones de margen y de fronteras vuelven a surgir en este cuestionamiento sobre “los márgenes literarios del Ecuador”. Según Castro Rodas, el peso de una tradición, que Leonardo Valencia teorizó en El síndrome de Falcón27, se conjuga con el peso de una academia que sigue venerando las obras de Pablo Palacio o las de los miembros del Grupo de Guayaquil. Hipnotizadas por una generación que bien “hubiera podido” llevar a cabo un proyecto nacional de carácter internacional, la crítica y la industria editorial tardan en dar importancia a obras contemporáneas con otras perspectivas sobre la nación. Es lo que Castro Rodas (2013) subraya otra vez en su ensayo:

Abonamos el hecho tangible de que el Ecuador, en tanto espacio de proyección editorial, apenas es visible en el panorama del mercado global. [...] Estamos al margen de los circuitos editoriales, o de lo que se llama una “república mundial de las letras”, no porque no existan obras literarias […] sino porque no se han creado las condiciones imprescindibles para que esa literatura se desplace de las fronteras nacionales. Aquí convergen elementos diversos: políticas estatales, ineficiencia editorial, carencia de profesionalización, imposición de un discurso académico canonizante, y cierta tendencia al encierro, a la comodidad que supone mantener un campo cerrado, que no se abre ambiciosamente a competir con el mundo. […] Si admitimos, entonces, que el mercado editorial y la academia marcan y determinan el centro canónico, pensar en las literaturas marginales, periféricas, supone encontrarnos con la primera de las complicaciones. Pues el Ecuador […] está fuera, al margen, más allá, es decir, al margen del margen. La literatura producida por autores ecuatorianos apenas transita las fronteras patrias para llegar a Colombia, quizás a una España lejana. El caso del novelista quiteño Javier Vásconez resulta, en ese sentido, un ejemplo evidente, ya que, a pesar de haber sido finalista por tres ocasiones del Premio Rómulo Gallegos, sus obras apenas son conocidas en el extranjero

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