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GIMNOSOFISTAS, CÁTOCOS, ESENIOS
ОглавлениеHubo unos hombres espirituales de distintas latitudes y credos que huyeron del mundo antes de la fuga saeculi de los monjes cristianos.
Ese ascetismo precristiano es difícil de interpretar sin aplicar categorías cristianas. Sin embargo, la propia definición actual de ascetismo que da el diccionario —«un estilo de vida austero y de renuncia a placeres materiales con el fin de adquirir unos hábitos que conduzcan a la perfección moral y espiritual»— es aplicable también a la conducta de ciertos sabios anteriores a nuestra era y que, ordenados cronológicamente, son los gimnosofistas indios, los cátocos egipcios y los esenios qumránicos.
A los gimnosofistas o sabios desnudos (sophistái, sabios, gymnói, desnudos) los encontró el ejército macedonio cuando Alejandro Magno llegó a la India. Como tales sabios aparecen en la enumeración que hace Giordano Bruno en De Magia (1590) —«Gymnosophistae apud Indos, Cabalistae apud Hebraeos, Magi apud Persas, Sophi apud Graecos, Sapientes apud Latinos»— y aparecen también en la Primera Parte del Quijote (1605), en la que el ingenioso hidalgo, en conversación con el cura, le dice: «Caballero andante soy, y no de aquellos de cuyos nombres jamás la Fama se acordó para eternizarlos en su memoria, sino de aquellos que, a despecho y pesar de la mesma envidia, y de cuantos magos crió Persia, bracmanes la India, ginosofistas la Etiopía, ha de poner su nombre en el templo de la inmortalidad para que sirva de ejemplo y dechado en los venideros siglos, donde los caballeros andantes vean los pasos que han de seguir, si quisieren llegar a la cumbre y alteza honrosa de las armas». Y no andaba desencaminado geográficamente don Quijote, porque los gimnosofistas, aunque originarios de la India, se establecieron en el curso alto del Nilo, es decir, en Etiopía.
Si el propio Alejandro Magno llegó a tener un encuentro personal con los gimnosofistas no puede afirmarse con seguridad, aunque existen diversos textos antiguos en los que se reproduce —de un modo no absolutamente coincidente— un pretendido diálogo del rey con diez de estos sabios indios. Lo que sí es cierto es que Alejandro envió a Onesícrito, escritor y filósofo cínico discípulo de Diógenes que le acompañó en sus campañas de Asia, para que se enterara de quiénes eran aquellos extraños personajes.
Onesícrito, condicionado por su filiación intelectual, trata de explicar la mentalidad de los gimnosofistas en comparación con la de los cínicos: si los cínicos rechazaban el placer, los gimnosofistas buscaban el dolor; si Diógenes vivía en un tonel, los gimnosofistas vivían al raso en mitad del campo; si los cínicos vestían con harapos, los gimnosofistas iban desnudos y llevaban largas barbas; si los cínicos comían y bebían sobriamente, los gimnosofistas solo comían granos y solo bebían agua.
El mismo filósofo se asombra del desprecio que los gimnosofistas tenían a la muerte (thanátu katafronéseos), desprecio del que fue testigo el propio Alejandro Magno cuando el gimnosofista Calano, sintiéndose enfermo, se inmoló en una pira en su presencia (episodio que recoge Cicerón en su tratado Sobre la adivinación; De divinatione, 44 a.C.).
En algún momento, los gimnosofistas se trasladaron al valle del Nilo. Cuando Filóstrato cuenta la Vida de Apolonio de Tiana (h. 217), dice que este filósofo griego, que vivió en el siglo I, viajó a Egipto y Etiopía para conocer a los gimnosofistas. El relato aporta interesantes observaciones sobre la vida de estos sabios: «Los gimnosofistas habitan en una colina de escasa altura, a poca distancia de la ribera del Nilo y andan casi desnudos. En su territorio hay pocos árboles y un bosquecillo pequeño, en el que se reúnen para los asuntos de la comunidad, pero no erigen santuarios, sino que vive cada uno en un lugar de la colina. Rinden un culto especial al Nilo, pues consideran este río como tierra y agua a la vez. No necesitan ni chozas ni casas, viviendo como viven al aire libre. No obstante, para cobijar a los extranjeros han construido un albergue con un pórtico grande [...]».
Tespesión, el más anciano de los gimnosofistas, le dice a Apolonio: «La tierra no tiende aquí ningún lecho, ni nos proporciona, como a las bacantes, leche o vino, ni el aire nos mantiene en levitación, sino que, usando como cama la propia tierra, vivimos compartiendo con ella lo que produce naturalmente, en la medida en que lo ofrezca alegremente y no se vea torturada en contra de su voluntad. Al sabio le es suficiente mantenerse puro de cuanto alimento hubiera tenido vida, de todo deseo que penetrara por los ojos y de la envidia que es maestra de todas las injusticias». Y añade: «La verdad no necesita de la realización de milagros ni de artes de magia [...]. La sencillez es maestra de la sabiduría y maestra de la verdad. La virtud se asemeja a una mujer muy trabajada, de mirada seca, que usa de sus arrugas como adorno. Descalza, es modesta en su vestimenta; incluso aparecería desnuda, si no conociera lo que es en las mujeres decoroso».
La rigidez ascética de los gimnosofistas, con su prohibición de comer carne y beber vino, y su repulsa del matrimonio, influyó en los cristianos de la primera época y dio lugar a diversas sectas que fueron declaradas heréticas: la de los encratitas, los ebionitas, los hidropasianos y los sacóforos, que mantuvieron todos ellos el dualismo maniqueo, aunque con distintas peculiaridades.
Los cátocos vivían recluidos en los templos erigidos para el culto a Serapis en Egipto. En algunos papiros se les llama los reclusos del dios (catejomenoi upo tou zeou). Serapis era un dios sincrético, creado por Ptolomeo I para unificar la fe de griegos y egipcios. El Serapeum de Alejandría, que fue el primero de los templos dedicados al nuevo dios, se construyó en el año 286 a.C. y se fue engrandeciendo hasta su destrucción en el año 391. De las dimensiones del templo dan idea las ruinas que aún se conservan. Al igual que la Acrópolis dominaba por su alto emplazamiento la ciudad de Atenas, el Serapeum dominaba Alejandría. Las representaciones escultóricas de Serapis revelan también su carácter sincrético: aparece como un hombre robusto de pelo largo y barba (Zeus) que lleva sobre la cabeza un modium o cesto sagrado de mimbre, símbolo de la abundancia (Osiris era el dios de la fertilidad y la agricultura).
Aunque el espíritu de unos y otros era evidentemente distinto, se ha sostenido con insistencia que los cátocos son el antecedente inmediato e incluso el inspirador de los monjes cristianos. Desde luego, tienen muchos rasgos comunes: vivían en estricta clausura, renunciaban a toda propiedad y mantenían una castidad absoluta, practicaban la ascesis y se llamaban entre ellos hermanos, y al superior, padre.
También es cierto que la actitud de los cátocos no era de simple ascetismo, sino que era de profunda religiosidad afectiva. Khatokós significa devoto.
Una diferencia externa importante entre los cátocos y los posteriores monjes cristianos era el cuidado físico. En el caso de los cátocos no era cuidado, sino un descuido absoluto. Iban casi desnudos, andrajosos, con el pelo extraordinariamente largo. Lo que puede parecer anecdótico revelaba una importante diferencia de fondo: el cátoco se considera un esclavo ante un dios omnipotente. No se reconoce a sí mismo dignidad alguna. La idea de la filiación divina hará que los monjes cristianos tengan una idea muy distinta de su relación con la divinidad. Una divinidad que no se considerará ya solo omnipotente, sino también amorosa y compasiva.
Más próxima aún al monacato cristiano está la comunidad de esenios de Qumrán. Más próxima, no solo por su austeridad y sus prácticas litúrgicas en común, sino también porque esa comunidad, que se mantuvo unida desde el año 130 a.C. hasta el año 68, parece vivir en una tensa espera a la venida del Mesías, acentuada por las visiones del Maestro de Justicia que la encabeza.
La comunidad de Qumrán se considera a sí misma el grupo más fiel del judaísmo, y por eso aparece designada como yahad ha-Berit, como Comunidad de Salvación. La comunidad se ve como la auténtica y única representación del verdadero pueblo de Dios. Por eso, quien quiera salvarse por su fidelidad a la Alianza será admitido en Qumrán, sometiéndose primero a un periodo de prueba y sujetándose luego a una rigurosa regla cuyo incumplimiento acarrea en muchos casos la expulsión. La concepción elitista de sí misma dará lugar a graves tensiones de la comunidad qumránica con el judaísmo mayoritario.
Es muy revelador que en los textos de Qumrán se use la expresión Alianza nueva para referirse al compromiso que asumen quienes ingresan en la comunidad. Da idea de que se trata de una vinculación distinta y más intensa que la que suponía la vieja Alianza, la Alianza mosaica. La Alianza de Dios con el pueblo de Israel se convierte ahora en una Alianza de Dios con la comunidad qumránica. Además, hay cosas «escondidas» y «reveladas» que solo la comunidad conoce —no la generalidad del Pueblo de Israel—, y que justifica, además de la especial fidelidad de sus miembros, que solo a ellos esté reservada la salvación. La Alianza ha dejado de ser étnica y se ha convertido en una alianza con la comunidad. Al resto de los judíos se les llama los hijos de la fosa o hijos de las tinieblas. Los miembros de Qumrán son llamados, en sus propios textos, hijos de la luz.
Qumrán tenía sus propios actos de culto. No solo vivía al margen del culto oficial, el que giraba en torno al Templo de Jerusalén, sino que tenía su propio calendario de culto. Al regirse la comunidad por el calendario solar, las grandes festividades de la religión judía no coincidían con las del Templo. Esta diferencia, aparentemente menor, fue decisiva para ahondar en el aislamiento y la autonomía de la comunidad de Qumrán respecto del resto del judaísmo.
La concepción de Dios que tienen los miembros de Qumrán se acerca más al Dios neotestamentario que la que tenía (y tiene) el resto de los judíos. En los textos de Qumrán aparece una imagen paternal de Dios, la imagen un ser afable y capaz de comprender la actitud de los miembros de la comunidad. Se dice que Dios ama (1QS 3,26), y que siendo, justo, dispensará sus gracias misericordiosas (1QS 1,22). Es una imagen muy distinta de la del Dios creador del Génesis, infinitamente alejado de las criaturas. Aunque en los textos de Qumrán se habla de la ira abrasadora del Dios de la venganza (1QS 4,12), frase de rotunda resonancia veterotestamentaria, se habla también del Dios de la salvación (1QS 1,19), y se recoge esta oración de tonalidad poética: «A Dios le diré: ‘Mi justicia’, y al Altísimo: ‘Cimiento de mi bien’, ‘manantial de saber’, ‘fuente de santidad’, ‘cima de la gloria’, ‘todopoderoso de majestad eterna’». Pero lo más sorprendente es que en dos textos qumránicos aparezca Dios como Padre (4Q372 1,16 y el 4Q460 5,6).
Sobre el modo en que se desarrollaba la vida diaria de los hombres de Qumrán no hay un documento narrativo, pero sí lo hay normativo: la Regla de la Comunidad. De las conductas proscritas cabe deducir las conductas habituales, teniendo en cuenta sobre todo que del incumplimiento de las normas derivaban graves sanciones, que iban desde una semana hasta varios años de separación de la comunidad —lo que no significaba un alejamiento del recinto monacal, sino una vida separada de los actos realizados en común—. Como sanción más grave se prevé la expulsión y la consiguiente ruptura con la Alianza nueva.
La conducta que deben mantener unos miembros de la comunidad con otros está minuciosamente regulada, y resulta llamativo que, frente a obligaciones más elementales, hay otras más sutiles que revelan una especial delicadeza en el trato. La primera obligación es la puesta en común de obras y bienes: «Los voluntarios traerán todo su conocimiento, sus fuerzas y sus riquezas a la comunidad». Las que siguen están redactadas al modo de la tipificación penal de las conductas: «Quien hable de su hermano con ira o murmurando... Quien hable en medio del discurso de su prójimo, antes de que su hermano haya terminado de hablar... Quien replica a su prójimo con obstinación o le habla con impaciencia... Quien miente a sabiendas... Quien insulta a su prójimo... Quien guarda rencor a su prójimo... Quien pronuncia con su boca palabras vanas... Quien se duerme en la reunión... Quien marcha ante su prójimo desnudo... Quien ríe estúpidamente... Quien gesticula con la mano izquierda...» (todas ellas en 1QS, 5 a 7).
En el año 68, el emperador Vespasiano cruzó el río Jordán con la Legio X Fretensis, ocupó toda Transjordania —el este del río Jordán—, y en Cisjordania —el oeste del Jordán—, ocupó Jericó y destruyó el monasterio de Qumrán. La guerra entre romanos y judíos había empezado dos años antes, y es posible que el ocultamiento de los rollos de Qumrán se hiciera en unas cuevas próximas en ese tiempo inmediatamente anterior a la destrucción.
En el invierno del año 1946 un pastor beduino encontró unas tinajas que guardaban los rollos. Durante un tiempo las tinajas sirvieron para usos domésticos y los rollos para hacer lumbre. Pero otros rollos se vendieron a un zapatero de Belén, que hizo con algunos de ellos suelas de zapatos, y otros se llevaron al arzobispo de Palestina y Transjordania Athanasius Yeshue Samuel, de la Iglesia sirio-ortodoxa, que los compró. Hasta el año 1956 no se descubrieron las once cuevas que contenían los textos de Qumrán. Esos textos están hoy en el Museo de Israel (los de la cueva primera), en Jerusalén, y en el Museo Rockefeller de la misma ciudad (los de las restantes cuevas). Los textos de Qumrán llenan el vacío que existía entre el Viejo y el Nuevo Testamento, explican la evolución del judaísmo y también cómo era la religión de Cristo precisamente en su tiempo.