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Manos, inteligencia y vida social

La inteligencia, en el fondo, no es más que un gestor de instintos

Jorge Wagensberg

El mayor invento del hombre es la canasta

Glynn Isaac

El amor, la compasión y la empatía son fibras invisibles que conectan los genes en diferentes cuerpos. Ellos son lo más cercano a sentir el dolor de muelas ajeno

Steven Pinker

A las especies animales se les abrieron durante el proceso evolutivo dos alternativas contrapuestas, dos vías para aumentar la eficacia reproductiva: la especialización y la generalización. Algunas formas exitosas de vida, tal vez demasiado exitosas, como los insectos, eligieron la primera; el hombre, otro triunfador, se decidió por la segunda. Muchas otras especies, también de gran éxito biológico, eligieron formas mixtas, ocupando todo el espectro delimitado por los dos extremos. Para especies con individuos de tamaño reducido, y por ende de corta vida, el conjunto completo de conductas vitales tiene que ser en su mayor parte innato, dado que disponen de poco tiempo para “perder” en las tareas del aprendizaje. En estas especies tampoco los padres cuidan a sus hijos, razón de más para adherirse a la línea evolutiva de alta especialización, corto periodo de aprendizaje y formas de comportamiento mecánico y poco versátil.

Las especies de larga vida, por el contrario, pueden cargar con los costos biológicos representados por la infancia, periodo no productivo, y aprovechar la gran plasticidad otorgada por la inmadurez de las estructuras neuronales, a fin de lograr un apropiado ajuste a las condiciones particulares del nicho que les corresponda. La evolución, a lo largo de esta segunda línea, converge necesariamente en la inteligencia. Se sacrifica la perfección de lo instintivo en la ejecución de las tareas vitales, pero se enriquece el abanico de posibilidades conductuales. La potencia se sustituye por potencial; la adaptación por adaptabilidad.

Prolongar la niñez es una magnífica estrategia evolutiva para lograr el máximo aprovechamiento de las experiencias de los mayores. Quizá por esto la “neotenia” o largo periodo de inmadurez se fortaleció como rasgo típico de la especie humana y, en consecuencia, el hombre es el único animal que no puede valerse por sus propios medios a la edad de 5 años. Tan larga inmadurez permite, por un lado, que el individuo adapte con rapidez su conducta y su físico a nichos cambiantes e imprevistos, ya que las estructuras inmaduras son especialmente maleables; por el otro, una infancia prolongada proporciona un periodo largo de aprendizaje y juego. Como el cerebro humano nace a medio configurar, las experiencias tempranas son fundamentales en la elaboración fina de los circuitos neuronales. En la lentitud de la maduración puede residir la ventaja mental que le llevamos al simio. En el hombre hay mayor cantidad de neuronas y una larga experiencia que las conectan con singular complejidad; en el simio, el cerebro es más pequeño y está casi listo al nacer.

Desde el punto de vista evolutivo, la neotenia se obtiene por medio de ligeras variaciones en las tasas de crecimiento y desarrollo de ciertas estructuras anatómicas, haciéndolas más lentas. Recordemos que los primeros dientes del chimpancé salen a los tres meses; en el hombre a los seis. El gorila

es sexualmente maduro a los siete años; el hombre a los quince. En particular, la neotenia permite que el cerebro pueda crecer y madurar por un periodo más largo. La neotenia implica paciencia: el hombre nace con apenas 23% del volumen de su cerebro y tarda vintitrés años para llegar al 100%; el chimpancé, nuestro pariente más próximo, nace con el 70% de su cerebro y en solo seis meses completa el resto.

Bipedismo

Hoy se sabe, con toda seguridad, gracias al registro fósil disponible, que el bipedismo es un logro humano muy anterior a la cerebralización. Los pies le salieron adelante al cerebro, comentaba un antropólogo. Algunos estudiosos del hombre consideran que la bipedación es una consecuencia directa del cambio de hábitat: se pasó de la vida arbórea y relativamente segura de la selva a la vida llena de asechanzas de la sabana abierta. Los brazos y manos, que se habían adaptado y especializado para el exigente oficio de moverse con soltura entre los árboles, de repente quedaron libres, y con ello se abrió una posibilidad evolutiva nueva: descargar la locomoción en las extremidades traseras y explotar el potencial que las delanteras, unidas a una visión cromática y estereoscópica, encerraban.

El paleoantropólogo Roger Lewin (1984) comenta los resultados de un estudio energético comparado entre los diferentes tipos de locomoción animal. Las cifras obtenidas permiten concluir que el bipedismo, contrariando nuestro sentido común, es una magnífica solución energética al problema de cubrir un territorio relativamente grande, a velocidades moderadas (no superiores a los cinco kilómetros por hora), como son las requeridas por las especies recolectoras. A velocidades próximas a los tres kilómetros por hora, los bípedos consumen solo el 86% de la energía que requiere un cuadrúpedo, mientras que el gorila y el chimpancé, con sus desplazamientos oblicuos, apoyados en los nudillos de las manos, gastan en estas mismas condiciones una vez y media la energía exigida por un cuadrúpedo.

El bipedismo arrastra notables modificaciones óseas. El foramen magnum, esto es, el orificio de la base del cráneo, sitio de articulación de este con la columna vertebral y punto de conexión entre la médula espinal y el cerebro, comienza su desplazamiento hacia el centro de la base craneal, manteniendo siempre en equilibrio estable una cabeza cada vez más pesada y voluminosa. La columna vertebral se arquea y su parte final o coxis se dobla hacia adentro, formando el fondo de la vasija donde se alojan las vísceras y cuyos lados son los huesos de la pelvis. Esta última, a su turno, comienza a reforzarse para soportar los músculos cada vez más fuertes exigidos por la locomoción. Los huesos de la pierna y el pie sufren también modificaciones considerables, encaminadas todas ellas a la obtención de un desplazamiento cómodo, ágil y eficiente desde el punto de vista energético. La posición vertical permite al prehombre aumentar su eficiencia biológica, pero a su vez acarrea problemáticas consecuencias: várices, hernias inguinales, debilidad de la pared abdominal, fijación imperfecta de los riñones, parto muy difícil, serios problemas de columna, vulnerabilidad de la cabeza del fémur…

Para algunos biólogos, las debilidades anatómicas derivadas de la posición bípeda son debidas a lo reciente de esta adquisición; apenas unos seis millones de años, se conjetura. Según ellos, el bipedismo no ha tenido tiempo suficiente para consolidarse evolutivamente. Existe, no obstante, otra explicación igualmente plausible, tal vez complementaria: al elegirse la inteligencia como tema evolutivo principal, y por ser tan alto su valor adaptativo, las desadaptaciones anatómicas concomitantes se tornan despreciables. La presión selectiva se concentra a partir de ese momento en el cerebro y se descuidan un poco los demás detalles adaptativos. “Con las manos libres se abre el camino para pasar de la práctica a la teoría, para el desarrollo del cerebro”, anota Jorge Wagensberg (2005). El espíritu predomina por primera vez sobre la materia.

Manos e inteligencia

Ya en la Antigüedad griega hubo quien advirtiera la conexión invisible que existe entre manos e inteligencia, es decir, entre manos y humanos. Anaxágoras, filósofo presocrático, dando muestras de una percepción asombrosa, advirtió que la posesión de manos fue lo que hizo al hombre el más inteligente de los animales. En el siglo pasado, Jean Piaget, estudioso de la forma y el desarrollo de la inteligencia en el niño, afirmaba, y tal vez se quedó corto, que el hombre debe a sus manos buena parte de su inteligencia. Y es que al ser liberadas las manos de la ruda tarea de la locomoción, el prehombre quedó de inmediato provisto de una herramienta que obligatoriamente lo acompañaba a todas partes, que nunca y por ningún motivo podía dejar abandonada; de un arma que puede ser mortal.

La posesión de manos hábiles, libres de las toscas labores locomotrices, pudo desempeñar un papel importante en el desarrollo y la evolución de la inteligencia. Para comenzar, se exigió mayor cantidad de neuronas para controlar el movimiento de precisión, luego, para coordinarlo de forma milimétrica con la visión. En resumen, se mejoró la herramienta y se capacitó al usuario. Con el

paso de las generaciones los usos de la mano comenzaron a multiplicarse y el cerebro comenzó a crecer con el fin de aprovechar tan enorme y prometedor potencial. No es raro, entonces, que en el hombre exista una amplia zona cerebral destinada a controlar los movimientos de las manos, tan extensa como la que está destinada al control de las partes del cuerpo localizadas entre la muñeca y el dedo grande del pie. Anotemos que en el chimpancé, las áreas cerebrales para el control de los pies son de la misma extensión que las que controlan las manos.


Figura 6.1 Homúnculo motor, idea del neurólogo Wilder Penfield

En la figura 6.1, sobre un corte transversal del hemisferio izquierdo, a la altura de la parte motora, se ha dibujado, distorsionada, la parte del cuerpo cuyo control le corresponde. Obsérvese que la zona que controla el movimiento de la mano es del mismo tamaño que la que controla el resto del cuerpo.

De una herramienta tosca se pasó a un instrumento delicado, que potencia su accionar al combinarse con la visión estereoscópica. Apareció más tarde el asimiento de precisión, consecuencia de ser el pulgar perfectamente oponible a los demás dedos y de tener las uñas planas, diseño que les permite servir de respaldo seguro a las almohadillas prensiles de las yemas de los dedos. Las uñas planas, la mano prensil y la coordinación visual tridimensional permitieron a los primates una manipulación de los objetos nunca antes lograda en el reino animal (figura 6.2). En este momento el cerebro es invitado a evolucionar, con el fin de coordinar con precisión lo visual con lo motor, y convertir la mano en una herramienta de insuperable destreza.


Figura 6.2 Izquierda, asimiento de precisión; derecha, de potencia

El nuevo y maravilloso instrumento multiplicó sus usos. Las piedras, los palos, las astas y los huesos que el hombre encontraba por casualidad los utilizaba como extensiones de su propio cuerpo (“fenotipo extendido”, lo llama Richard Dawkins), luego los pulió y adaptó para fines específicos. Con suma rapidez el prehomínido se transformó en experto usuario de las armas y herramientas naturales. Para un ser de talla menuda, liviano, sin venenos, sin garras, cuernos ni colmillos prominentes, la mano se convirtió en su única arma, pero muchísimo más poderosa de lo que su inocente apariencia revela. La falta de armas naturales y su lentitud para los desplazamientos en tierra y agua hacen del primate un animal indefenso, capaz de sobrevivir, amparado, al principio, en su movilidad y en su prodigiosa agilidad, y luego en la calidad de sus sentidos y en su inteligencia. El camino de la depredación se le cerró desde el comienzo, pero se le abrió el de la astucia.

El desarrollo de la habilidad manual debió aumentar de manera ostensible la eficacia biológica de los australopitecos, nuestros antepasados de hace tres millones de años, pues les servía para excavar en la búsqueda de tubérculos y raíces; atrapar insectos y pequeños vertebrados; recoger frutas y semillas; transportar agua, presas y herramientas primitivas; pelar, romper en pedazos y llevar a la boca el alimento; atacar y defenderse. En fin, para tantos usos como los que un ser ya de un buen nivel de inteligencia y una rica imaginación pueda idear.

La prodigiosa mano del australopiteco conservó su diseño casi sin cambios hasta llegar al Homo sapiens y se convirtió en motor importante de la evolución humana. En esa nueva etapa se multiplicaron las funciones. El ensayista Julio César Londoño (2004) destaca, con esta letanía, las funciones de tan versátil herramienta natural: “Las manos son pinza, martillo, vasija, megáfono, visera, pala, pantalla. La mano agarra, palpa, sostiene, presiona, hurga, escarba, rebruja, amenaza, abofetea, apuñala, dispara, alza, mide, señala, escribe, pulsa, tañe, esculpe, ilustra, enfatiza, implora, mece, roza, rasca, acaricia, ora, bendice […]”. Y son tantos los oficios de la mano, que podemos agrandar la letanía anterior hasta la fatiga: la mano es instrumento de aseo personal, es la lengua de los sordomudos, el ábaco de los niños y muchos adultos, es instrumento de asombro de los prestidigitadores y magos, es órgano sexual complementario, es peine improvisado a la carrera frente al espejo, es el pan nuestro de cada día de carteristas y limosneros. Clonando a Londoño, digamos que la mano lanza y recibe, baraja y reparte, juega y tima, siembra y cosecha, construye o destruye, hala o empuja, guía o desvía, gesticula y habla, percude y despercude, forma o deforma, aplaude y amasa, desnuda o cubre con pudor. Y para colmar la tasa, es metaherramienta, pues construye otras.

Como prueba fehaciente de la maravillosa herramienta que la naturaleza ha puesto en nuestras manos, recordemos que, en un pasaje musical rápido, los dedos de un pianista pueden ejecutar cerca de veinte pulsaciones por segundo (Wilson, 2002). Por eso hay pianistas que son capaces de tocar el Vals del minuto, de Chopin, en un minuto (el tiempo normal para un pianista profesional, a pesar de lo que el título sugiere, es de minuto y medio), mientras que un hábil mecanógrafo puede superar la increíble barrera de 150 palabras por minuto, es decir, que escribe 2,5 palabras mientras usted pronuncia “Titiribí”. El Nobel de Medicina Charles Sherrington observa que un pasaje del scherzo de La Trucha, cuarteto con piano de Schubert, requiere pulsar las teclas ocho veces por segundo, cifra situada en los límites superiores de los pianistas profesionales.

Los zurdos

A menudo la manipulación de un objeto se beneficia de la división de labores entre las dos extremidades, pues una sostiene el objeto y la otra actúa sobre él. El resultado (Pinker, 2000) es la asimetría en las pinzas de los cangrejos y el control cerebral asimétrico de garras y manos en variedad de especies. Los estudios sobre la coordinación bimanual de chimpancés y bonobos han revelado que estos primates prefieren la mano izquierda para sostener la vasija que contiene la comida y la mano derecha para extraerla. Del total de chimpancés examinados, un 67% manifestaron preferencia por la mano derecha.

Los humanos somos con holgura los mejores manipuladores de objetos del reino animal, y somos la especie que exhibe la mayor y más consistente preferencia por una de las dos extremidades. El origen de esta asimetría pudo haberse originado a partir de la ventaja que representaba, cuando ya éramos fabricantes de herramientas, el usar una mano para sostener los objetos y la otra para modificarlos. En todas las sociedades estudiadas, el 90% de las personas son diestras (se piensa que muchas de ellas poseen dos copias de un gen dominante que impone el sesgo de la dexteridad), mientras que el 10% restante está formado por zurdos.

La influencia genética queda patente cuando se descubre que la probabilidad de que un hijo resulte zurdo es del 26% si ambos padres lo son, mientras que si uno solo de los progenitores es zurdo, la probabilidad de engendrar un hijo zurdo es apenas del 19,5%, y de 9,5% cuando ambos padres son diestros (Linke y Kersebaum, 2005). Como mera curiosidad, hay más hombres zurdos que mujeres, y si una madre lo es, entonces en su descendencia encontramos un número desproporcionado de zurdos. También hay más zurdos entre los mellizos. Un enigma no explicado aún es que entre los concertistas de violín no hay zurdos. Dicen, aunque la fuente no es muy confiable, que los diestros viven en promedio nueve años más que los zurdos, y que por tanto es muy difícil encontrar octogenarios zurdos. La naturaleza siempre tan injusta.

Y por ser minoría —como también lo son los homosexuales—, a los zurdos se los ha discriminado socialmente; de allí que lo siniestro, es decir, lo que está a la izquierda, haya extendido su significado para incluir lo malo, vicioso, dañado, avieso, mal intencionado, infeliz, funesto o aciago. Por contraste, cuando una persona representa para nosotros una gran ayuda, la llamamos “nuestra mano derecha”. La expresión “entrar con pie derecho” es antigua, pues ya aparece en el Quijote, y dicen que se debe a una superstición que exigía arrancar con el pie derecho al emprender una jornada. La Iglesia católica no está exenta de supersticiones: se le pide al sacerdote que, al oficiar la misa y cuando se disponga a subir las gradas del altar, inicie el movimiento con el pie derecho. Huele a tontería.

Si en el fútbol se conservara la proporción entre zurdos y diestros (10%, aproximadamente), se esperaría que en cada equipo, en promedio, un solo jugador fuera zurdo, pero la proporción es mucho, muchísimo mayor, lo que plantea un interrogante: ¿será que para la práctica de este deporte ser zurdo representa una ventaja? En el béisbol ocurre algo parecido, pero no en el tenis. En la figura 6.3 se muestra a Diego Maradona, uno de los mejores futbolistas zurdos de la historia de este deporte.


Figura 6.3 Diego Maradona, destacado futbolista zurdo

Una prueba histórica de la dexteridad proviene de las pinturas que dejaron los hombres de Cro-Magnon, individuos de nuestra especie que colonizaron la Europa de la era glaciar hace unos cuarenta mil años. No solo nos dejaron las primeras pinturas, sino también representaciones fieles de sus manos. Se ha comprobado que el ٨٠٪ de las siluetas son de la mano izquierda, lo que significa que fueron pintadas con la derecha (figura 6.4). Tal porcentaje nos da una relación de diestro-zurdo de cuatro a uno, pero de acuerdo con los dibujos del Antiguo Egipto, en los que las personas se representaban utilizando herramientas, la relación ya había alcanzado el estado actual de nueve a uno.


Figura 6.4 Arte rupestre de la Patagonia, Argentina. Siluetas de manos izquierdas pintadas con la derecha

Caza y recolección

Entre mano, cerebro y caza se debió producir una reacción creciente que se alimentaba y aceleraba ella misma, es decir, que era autocatalítica o autopropulsada, de tal modo que cualquier pequeño aumento en uno de los tres elementos exigía y generaba nuevo aumento en los dos restantes.

Del uso simple de herramientas, uno de nuestros antecesores pasó directamente a su fabricación, con un incremento sustancial en su potencial depredador (para muchos antropólogos, la fabricación sistemática de herramientas señala la verdadera frontera entre animal y hombre). Con ello, también consiguió aumentar su eficacia biológica. Los prehomínidos, que en ese momento no producían sus propias herramientas, difícilmente competirían con sus vecinos y tarde o temprano terminarían por desaparecer, de acuerdo con un principio de exclusión evolutivo muy conocido que afirma que, si dos especies ocupan el mismo nicho, una de las dos terminará necesariamente eliminada. Llegado a cierto punto de madurez mental, hábil cazador, pero carroñero cuando se presentare la ocasión, y con auxiliares, hembras y pequeños, que realizaban la importante labor complementaria de la recolección, el prehombre se posesionó definitivamente del nicho no competido de caza y recolección.

Los animales carnívoros, e igual ocurre con los vegetarianos, pasan difíciles temporadas de vacas flacas. Los prehomínidos, en cambio, con sus dos fuentes de alimentos se las arreglan mucho mejor: si escasea la carne, las semillas, las frutas, los insectos y los tubérculos permiten sobrevivir hasta que la situación mejore; si estos últimos se agotan, una gacela, aunque flaca, puede salvar la familia. Esta fue la gran ventaja de ocupar el nicho mixto de caza y recolección, y la cooperación, como forma de comportamiento, fue el subproducto resultante.

Para un grupo que aún no ha descubierto la agricultura, la caza es una actividad lucrativa en grado sumo. Una presa grande proporciona proteínas y vitaminas en gran concentración, y fáciles de asimilar. Cambiar de una dieta vegetariana a una omnívora aumenta enormemente la eficacia reproductiva, pues ya no es necesario vivir solo en función de la comida. Los prehomínidos empiezan a disfrutar del valioso privilegio del depredador: el ocio. A partir de ese momento, nuestros antepasados dispusieron de tiempo para actividades diferentes a la simple búsqueda de alimentos: jugar, aprender y enseñar por medio de la imitación, ocupar la mente en la rueda libre del pensamiento y la creatividad.

Un vegetariano, por depender de una dieta de baja concentración calórica, debe pasarse comiendo casi todo el día y, en consecuencia, le queda poco tiempo libre para dedicarlo a las labores de aprendizaje. Por falta de alicientes evolutivos, tal esclavitud bloquea automáticamente el camino hacia la inteligencia superior. Una característica que no pague dividendos biológicos simplemente no se desarrolla. Los chimpancés, gorilas y orangutanes, que han acompañado por tanto tiempo al hombre en su marcha evolutiva, se van quedando rezagados en inteligencia, en parte debido a su dieta fundamentalmente vegetal. Se ha observado que un chimpancé adulto dedica un promedio de siete horas por día a la labor de alimentarse, y lo mismo sucede con el gorila. El elefante gasta cerca del 75% de su jornada diaria en la búsqueda y el consumo de alimentos, mientras que al león le basta un modesto 15%. Los vegetarianos, en consecuencia, deben vivir para comer, mientras el prehombre, al volverse omnívoro, empieza a comer para vivir.

Los primates vegetarianos, aquellos que se alimentan de hojas o folívoros, son los que tienen un encéfalo, en relación con el peso corporal, de menor tamaño (Sommer, 1995) y muestran un nivel de inteligencia inferior. La razón es que aquellos que se ganan la vida de una manera tan fácil no requieren mayores dotes intelectuales, en contraste con los omnívoros, cuyas fuentes de alimentos se encuentran dispersas y son difíciles de encontrar, lo que obliga a buscar los frutos en determinados árboles, justo en la época en que maduran, y a buscar y cazar las presas que les sirven de alimento. En consecuencia, estos últimos necesitan una memoria de gran extensión para recordar los sitios precisos donde se encuentra la comida y para conocer los hábitos de las presas que les sirven de sustento. Por tanto, las exigencias cerebrales son mucho mayores. Los folívoros, en cambio, tienen siempre el alimento al alcance de la mano. Rodolfo Llinás (2003) lo confirma: “El examen del desarrollo del manto cortical en diversas especies indica que los animales con los circuitos nerviosos más sofisticado son los carnívoros, y no los que pastan, los herbívoros”. La vida regalada conduce a la pobreza intelectual. Los hijos de príncipes y reyes nos dan la razón.

Hay otro aspecto adicional que vale la pena destacar: la atención y la capacidad de concentración, requisitos indispensables para el aprendizaje superior; son virtudes básicas del buen cazador y, por tanto, posibles consecuencias de la etapa cinegética. Los primates no humanos, incluyendo al chimpancé, no son capaces de concentrarse en una tarea que exija más de un cuarto de hora de atención. Los carnívoros cazadores, por el contrario, son capaces de permanecer largos periodos de tiempo en perfecto estado de silencio, quietud y concentración.

Los carnívoros, al disponer de armas naturales eficientes, no tuvieron necesidad de evolucionar cerebralmente más allá de ciertos límites modestos, salvo lobos, hienas y licaones, animales que cazan, en equipo, exigentes presas mucho más grandes que ellos. El prehombre, por el contrario, al no disponer de ninguna clase de arma natural, tomó la ruta evolutiva que conduce a la astucia y la inteligencia, esta última la más mortífera de todas las armas. El pequeño David de cerebro grande quedó así mejor armado que todos los Goliats del mundo animal. Aclaremos que el tamaño bruto del cerebro no implica una mayor inteligencia: se requiere también cierta complejidad en las conexiones neuronales. Bien sabemos que el cerebro del delfín puede llegar a pesar cerca de dos kilogramos, el del elefante más de cinco y el de la ballena de esperma supera los ocho kilogramos, y, sin embargo, sus inteligencias no son por ningún motivo comparables con la humana.

El cambio de recolector a cazador-recolector debió darle un gran impulso a la evolución del cerebro humano. La recolección de alimentos es una actividad pasiva y poco selectiva. Las exigencias intelectuales se reducen al simple reconocimiento de plantas y frutos, de tal modo que cualquier individuo es capaz de realizarlas con eficacia; en consecuencia, el inteligente no le saca mayor ventaja al tonto, por lo cual la recolección no actúa como factor importante de selección de la inteligencia. Asimismo, la recolección exige herramientas muy sencillas y no requiere mayor cooperación. Las plantas son estáticas y se renuevan con periodicidades fáciles de recordar. La caza, en cambio, es activa y necesita una gama amplia de conocimientos y destrezas. Deben dominarse las técnicas de ataque y defensa, hay que saber leer las huellas de las presas, conocer sus costumbres y la forma de no alejarlas, o de atraerlas. Es indispensable conocerlas a fondo: anatómica, fisiológica y sicológicamente. Es importante saber construir y utilizar trampas. Si la presa es grande, debe descuartizarse, transportarse y conservarse. El cazador debe conocer el uso particular de las distintas partes de la presa: piel, carne, vísceras y huesos. En resumen, los conocimientos exigidos por la cacería deben asimilarse, acumularse y transmitirse a los descendientes.

División del trabajo

Para extraerle el máximo beneficio al nicho prehumano de caza y recolección se hizo necesario cambiar la estructura familiar y crear la división del trabajo según el sexo, paso inicial hacia el establecimiento de los roles genéricos o sexuales. Al no practicarse la cacería, entre primates recolectores no existe y tampoco es necesaria la división del trabajo. Jóvenes y adultos, sin depender del sexo, recorren el terreno en busca de alimento. Entre carnívoros que cazan en grupo, como leones, hienas, chacales y licaones, existe apenas una débil división de labores. Cuando los licaones salen de caza, algunos de ellos permanecen en sus cubiles cuidando los pequeños. Los leones colaboran con las leonas en actividades de encierro o desvío de las presas, para que las hembras, más hábiles y veloces, sean las que finalmente capturen la presa.

Para los prehomínidos las cosas tuvieron que ser diferentes. La infancia prolongada de los retoños los incapacita por mucho tiempo para participar en una actividad tan demandante y riesgosa como la cacería. Tampoco poseen los pequeños la paciencia, la capacidad de permanecer en silencio y la concentración que esa actividad requiere. Asimismo, la infancia prolongada de los hijos inmoviliza a las madres, encargadas de cuidarlos. Para estas existen impedimentos adicionales: el incómodo y largo periodo de gestación y la exigente lactancia. A una madre en embarazo o con lactante a bordo le es prácticamente imposible involucrarse en una partida de caza, aventura que podía durar varios días y que implicaba recorrer grandes distancias. La hembra debe pagar el costo del bipedismo. Este sistema de locomoción, que le brindó al hombre la gran oportunidad de expandir su cerebro, por otro lado aumentó de manera considerable las incomodidades del embarazo. Contrasta esto con lo que ocurre entre los cuadrúpedos, que aun en las etapas más avanzadas de la preñez parecen no sentir ninguna incomodidad.

Al dividirse el trabajo, las hembras se dedican a las labores relacionadas con la maternidad, el cuidado de ancianos y enfermos, más la recolección; los niños, al lado de sus madres, alternan el juego con alguna pequeña labor de ayuda a sus mayores; y los machos adultos se dedican a la caza (a veces al carroñeo). Lo anterior se convirtió en una estrategia altamente adaptativa, que le confirió a la especie de los diminutos prehombres una fuerza no conocida hasta ese momento en el mundo animal, y de tal intensidad que les permitiría propagarse en pocos siglos por todo el continente africano.

La división de las labores permite explotar de forma óptima la caza y la recolección, nicho que, como ya vimos, le asegura al prehombre una dieta muy estable, al margen de las fluctuaciones ambientales. Si escasean las presas habituales, la recolección puede bastar; si esta resulta pobre, la cacería resuelve los problemas. Dado que las probabilidades de que falten simultáneamente las dos cosas son muy bajas, el prehombre se encuentra así equipado a la perfección para enfrentar, con seguridad y confianza, las inevitables contingencias alimentarias. El hecho de dividir el trabajo según el sexo permite también que cada uno se especialice y aprenda únicamente la mitad de las tareas. Si solo se debe aprender la mitad del repertorio, el periodo de aprendizaje será más corto, y más eficiente el desempeño de los respectivos oficios. En síntesis, dividirse el trabajo significa hacer el doble en la mitad del tiempo.

La cacería crea y demanda, al mismo tiempo, cooperación. Cuando es grande la presa, esta puede compartirse entre varias familias. Muchos carnívoros comparten con otros miembros de su familia todo lo que cazan; los vegetarianos, en cambio, y los primates recolectores, aunque vivan en estrecho contacto social, nunca comparten. Jamás se ha visto una madre chimpancé separando un trozo de comida para su hijo, aseguran los etólogos. La vida social tuvo que intensificarse hasta aparecer como complemento directo la división del trabajo: las hembras, naturalmente, tenían que alimentar y cuidar a sus crías, dejando que la labor de caza recayera principalmente sobre los machos (la mayor fuerza física y resistencia a la marcha del varón no es un resultado gratuito). El calor intenso de las sabanas africanas durante el seco Plioceno probablemente causó la desaparición del vello. El mono peludo se convirtió en homo desnudo, y así se promovió el desarrollo evolutivo del potente sistema de enfriamiento mediado por el sudor. No sin razón el hombre moderno posee entre dos y cinco millones de glándulas sudoríparas.

Otra novedad del nicho humano de caza y recolección es la posibilidad de establecer un campamento o centro de operaciones. Mientras algunos cazan y recogen alimentos, los que no participan en tales actividades permanecen congregados en algún lugar seguro, cómodo y resguardado de las inclemencias naturales. Quedan de esta manera protegidos los más vulnerables: niños, ancianos, enfermos, lesionados y mujeres en embarazo. Cabe destacar que la vida en sólidos grupos familiares significa un aumento notable en la vigilancia, pues varios pares de ojos ven más que uno, y también se incrementa el nivel de protección al unirse las fuerzas defensivas en una acción conjunta.

Los papiones y chimpancés, a pesar de vivir en grupos de vínculos estrechos, cuando salen en sus cacerías diarias en busca de alimento dejan abandonados o rezagados a todos los enfermos o disminuidos físicamente, desconsideración que los convierte en presas fáciles para los depredadores. El campamento base, germen de las futuras ciudades, se erige así en un descubrimiento humano de incalculables ventajas adaptativas.

El lenguaje, cualquiera que hubiera sido su forma particular en los comienzos, debió de operar como agente reforzador de los lazos afectivos entre los miembros del grupo. En lugar de pasar largas horas dedicados a la desparasitación y el acicalamiento, como lo hacen todos sus parientes primates, los homínidos pasaban el tiempo de descanso conversando con sus compañeros. Entre parejas, las palabras cariñosas y tiernas crean efectos sicológicos nuevos y mágicos, afrodisíacos en los momentos del amor, desconocidos por completo en el mundo sin palabras de los animales. Los hombres modernos heredamos, indudablemente, esta antigua capacidad, y es así como el conversar por el solo placer de conversar ocupa, después de la actividad de dormir, el mayor porcentaje de nuestro tiempo, mucho mayor que el gastado en comer o en hacer el amor. Algunos dicen que el chisme, al cual somos proclives todos los humanos, sirve de cemento a los grupos sociales. Un antropólogo, Robin Dunbar, resalta el hecho de que los humanos usamos el lenguaje no solo para comunicarnos información útil, sino, más que todo, para el chisme banal. Se pregunta: “¿Por qué diablos en este mundo dedicamos tanto tiempo a tan poco?”.

Desde el punto de vista de la evolución, se abre una posibilidad para la especie: el dimorfismo sexual. Las hembras, libres de la carga física de la cacería, pueden especializarse anatómica y fisiológicamente de acuerdo con las labores que les corresponden. La pelvis se ensancha y las caderas se hacen más amplias para facilitar el parto, en una especie cuyo cráneo es cada vez más voluminoso, paso que compromete un poco el bipedismo, como lo han probado los expertos en locomoción (Napier, 1967). La hembra adquiere un caminado seductor, pero debe para ello rotar un poco las caderas, lo que significa un gasto energético adicional. Los machos, eximidos casi por completo de la carga reproductiva, pueden conservar sus caderas estrechas y obtener así una mayor eficiencia en la carrera y en la marcha, mientras sus espaldas se amplían el ritmo metabólico se incrementa, aumentan el peso y la altura, y los músculos del torso se fortalecen para hacer más potente el lanzamiento de piedras y palos.

En cada sexo se producen modificaciones anatómicas y fisiológicas en la dirección que produce mayor eficiencia en el desempeño de sus funciones naturales. Esas transformaciones dimórficas son las que le dan ventaja al varón en las pruebas atléticas y en las de lanzamiento, pero hacen que sus movimientos sean simples y faltos de gracia. Los de la mujer, por el contrario, son más armoniosos y plásticos, lo que explica su indiscutida superioridad en la gimnasia olímpica. Huesos más livianos y una mayor capa adiposa explican por qué la mujer es casi invencible en las pruebas de natación de largo aliento e intenso frío, como es el caso del cruce del Canal de la Mancha.

A la par que las modificaciones anatómicas y fisiológicas, es normal que se hayan producido también modificaciones sicológicas. La evolución es por principio oportunista e incansablemente perfeccionista. Si se presenta la ocasión para un tipo cualquiera de modificación adaptativa, resulta muy probable que esta ocurra. Todo lo que se pueda dar y sea adaptativo se da. Aquellos cambios sicológicos que en cada sexo mantengan alineadas las preferencias con las necesidades hacen que el aprendizaje y la ejecución de los roles sean expeditos, agradables y eficientes. Por ejemplo, el trabajo esclavizante demandado por los bebés exige recompensas sicológicas intensas, que deben ser, obviamente, suministradas por las mismas criaturas y recibidas por las madres, quienes deben estar sintonizadas emocionalmente para ello.

El entrenamiento exigente y el estado físico requerido por un prehomínido para poder participar con eficacia en una cacería, solo eran posibles al contar con una gran apetencia por las actividades atléticas, y exigía, además, que dicha apetencia se manifestara desde muy temprano. Jane Lancaster (1975) nos recuerda que las relaciones adaptativas importantes no pueden confiarse a la simple experiencia o evaluación racional; deben estar sólidamente apuntaladas en las emociones.

La caza mayor, practicada por el prehombre y por el hombre primitivo, cuando solo disponían de armas muy elementales, tuvo que exigirles una labor conjunta muy bien coordinada. Una vez capturada la presa, era necesario descuartizarla, prepararla y transportarla hasta los sitios de descanso ocupados por los ancianos, las hembras y sus pequeños. Una presa grande podía servir para alimentar a varias familias y de nada servía guardarla para unos pocos, pues sin medios de refrigeración la carne se descomponía en plazo muy breve. Por eso, la buena acción de compartir se metió de lleno y para conveniencia colectiva en la vida de nuestros antepasados, y la caza fue su pretexto principal. No se pierde lo perdido y se ganan el agradecimiento del prójimo y la probable recompensa futura. Sin excedentes, por el contrario, se debilita el sentimiento de cooperación y se refuerzan los impulsos egoístas. Recordemos que ni los herbívoros ni los recolectores comparten, ni siquiera con sus hijos. Solo el hombre y los carnívoros sociales comparten las presas obtenidas.

El altruismo recíproco, esto es, dar ahora con la esperanza de recibir más tarde, pudo muy bien haber aparecido durante esta fase evolutiva humana, pues tal virtud social le da gran fuerza de supervivencia a quienes la practican; sin embargo, para que funcione con máxima eficacia deben evolucionar, de forma conjunta, la generosidad, apoyada en el sentimiento del placer al dar, y la gratitud, apoyada en el sentimiento de deuda al recibir. Estos dos sentimientos se engranan entre sí, de modo que el altruismo recíproco forma un sólido mecanismo adaptativo que al final, y como subproducto, se encargará de producir una distribución más uniforme de los recursos disponibles y le permitirá de ese modo al homínido sobreponerse a los angustiosos momentos en blanco del azar alimentario.

Para cerrar este capítulo, destaquemos la importancia evolutiva que tuvo la formación de grupos familiares alrededor de los padres. Parece lógico suponer que la familia prehomínida debió de tener una estructura semejante, y que tal organización pudo ser la más apropiada para un eficiente aprovechamiento del nicho de caza-recolección. Algunos antropólogos creen que la familia conyugal es la mejor manera de conseguir que los grupos se mantengan balanceados en cuanto a su composición por sexos, y así puedan aprovechar de manera óptima la división del trabajo. Una familia con muchas hembras y pocos machos, fenómeno muy común entre primates, va a tener exceso de descendientes y deficiencia de proteínas, mientras que la familia construida sobre una pareja macho-hembra produce de forma automática una distribución equilibrada de los sexos y crea, como novedad en el mundo animal, el papel de padre-esposo (entre primates no humanos, los machos solo desempeñan el papel de padre).


Figura 7.0 En la Torre CN de televisión, en Toronto, el visitante puede poner a prueba la existencia del temor natural a la altura, caminando sobre una plataforma de cristal situada a trescientos cuarenta y dos metros sobre el nivel de la calle

Homo sapiens

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