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Prólogo

Este libro es un recorrido por la historia del ser humano, el Homo sapiens, con la intención de examinar algunas de sus conductas y explicarlas desde el punto de vista evolutivo. Se trata de mirar con lupa los llamados “universales” de la conducta humana, conocimientos que hoy empiezan a conformar una nueva y potente disciplina conocida con el nombre de “sicología evolutiva” o “evolucionista”. El producto final es una síntesis de ideas y resultados ya establecidos, correspondientes a campos tan diversos como la genética, la evolución, la antropología, la neurología, la epistemología, las ciencias cognitivas, la etología y, por supuesto, la sicología.

Por “universales” entenderemos aquellas conductas observadas en todas las culturas estudiadas por los antropólogos y que parecen no depender de las particularidades de lo enseñado en cada grupo humano. Lo interesante de la síntesis obtenida es que se logra que una parte importante del complejo conjunto de la conducta humana quede explicada bajo un solo principio unificador: la búsqueda, directa o indirecta, de un mayor número de parejas sexuales de la mejor calidad biológica posible; es decir, la búsqueda de una mayor eficacia reproductiva.

La lupa milagrosa que permite una mirada refrescante a uno de los problemas más viejos del hombre, esto es, el de las razones de su conducta, las razones de sus sinrazones, de sus extrañezas, de sus estupideces y contradicciones, de su marcha a contracorriente de la lógica y el sentido común, es la teoría darwiniana de la evolución. Y la explicación que resulta es coherente con casi todo lo que se observa en las sociedades humanas. Así, muchos de los conocimientos aportados por la sicología se explican como resultado del proceso evolutivo, y se utiliza para ello la premisa de que la mayoría de las apetencias del hombre moderno, de sus impulsos, de sus intereses, de sus inclinaciones y de sus facultades mentales fueron diseñados por el proceso evolutivo de las especies con el fin de hacer máxima su eficacia reproductiva.

El hombre se comporta —dice el sicolingüista norteamericano Steven Pinker (1997)— como si alguien le susurrara desde dentro lo que es más conveniente para su coeficiente de eficacia reproductiva. Lo admirable —continúa Pinker— es que sin saber las reglas de parentesco genético ni la fisiología de la reproducción humana, los hombres han aprendido a comportarse como si las conocieran, construyendo sistemas en los que se invierte en la misma dirección del interés evolutivo.

Esto es similar a lo que ocurre con los alimentos: se aprende naturalmente a elegir lo nutritivo y a despreciar lo que no aporta calorías; el cuerpo no se deja engañar.

Se admite en esta obra que el hombre moderno es el último eslabón de una larga y continua cadena evolutiva, en la cual los eslabones anteriores son animales que se van haciendo cada vez menos racionales a medida que nos hundimos en el pasado. Y la continuidad de la cadena exige que haya cierta continuidad en las conductas. El médico y etólogo austriaco Konrad Lorenz (1993) lo confirma:

La estructura del sentir, pensar y actuar humanos contiene innumerables restos históricos de la época de sus antepasados animales, restos que se revelan imprescindibles. Por eso el intento de comprender al hombre sin tener conocimiento de las especies que le preceden equivale a pretender construir la casa empezando por el techo. El camino que conduce a la comprensión del hombre pasa por la comprensión del animal, de la misma manera que el camino que condujo a la aparición de aquel pasó sin ninguna duda por este.

El ensayista colombiano Andrés Holguín (1988) lo dice con gran economía de palabras: “El origen del hombre no se anuda con lo divino, sino con la zoología”.

Tales supuestos obligan, si se desea entender al hombre, a explorar el comportamiento animal. De allí que las conductas estudiadas se buscan y analizan primero en el animal, prefiriéndose, por lógica elemental, las especies superiores, ya que están más próximas a nosotros desde el punto de vista genético. Luego se estudian las ventajas biológicas o reproductivas (adaptativas), teniendo en cuenta las condiciones naturales y primitivas del ambiente que posiblemente rodeó al hombre de antaño y al prehombre (especie de retroingeniería) y, por último, se buscan dichas conductas, o sus vestigios, en el hombre actual.

Dado que apenas en época muy reciente conocimos los detalles del proceso reproductivo, es lógico que el hombre de ayer y el prehombre, y con mayor razón nuestros antepasados irracionales, no pudieran entender cómo se producían los herederos, no obstante supieran de dónde salían y esto nada tuviera que ver con las cigüeñas; así que resulta normal que los impulsos naturales apunten, por un lado, en la dirección de lograr un mayor número de parejas o, lo que es equivalente, de apareamientos (“los herederos se os darán por añadidura”), y, por el otro, a defender las crías obtenidas, que darán a su vez más crías portadoras de los genes familiares. En consecuencia, el término “adaptativo” se usará para indicar principalmente que se trata de lograr esos dos propósitos.

Cuando en este libro se hable de “ventajas adaptativas”, entonces, debe entenderse aquellas ventajas que reviertan, directa o indirectamente, en una mayor tasa de apareamientos, y en el cuidado y éxito reproductivo de los descendientes. Las preguntas deben formularse en pasado, porque en la vida actual, de alta tecnología y gran desarrollo científico, ya no se cumple la vieja ley natural de que el número de herederos es directamente proporcional al de apareamientos. Además, muchos ciudadanos ya no desean tantos hijos ni tienen tiempo para criarlos y educarlos. No se pierda de vista que el hombre moderno es un animal domesticado, incapaz de sobrevivir si tuviera que volver al nicho natural de sus antepasados remotos. Hoy ocupa el nicho ofrecido por los grandes colectivos humanos, bien diferente de aquel por donde transcurrió la mayor parte de su evolución. Además, se trata de un nicho deshumanizado, como lo son las grandes colectividades, las desalmadas empresas y los insensibles países poderosos.

En suma, toda forma de comportamiento que se encuentre en el hombre moderno —todo universal humano—, tenga funciones adaptativas y se dé entre las especies animales superiores, es muy probable que tenga fundamentos genéticos. Recordemos que los genes se manifiestan en el comportamiento por medios indirectos. Casi nadie hace el amor pensando en fabricar copias de su genoma, sino para divertirse o satisfacer sus impulsos sexuales, y no cuida a los hijos porque piense que ellos darán continuidad a su genoma: los cuida —dice un biólogo con gran agudeza— porque no puede evitarlo. Los genes logran sus “objetivos” dirigiendo la formación de redes neuronales que hacen atractivo el sexo y permiten que el individuo sienta amor e interés por los pequeños, frutos naturales del mismo sexo.

Un tema importante y muy moderno es el de la lucha espermática: el semen se comporta como un gran organismo que lucha para que su dueño sea quien fecunde a la hembra. A pesar de que la reproducción en el mundo actual está controlada por píldoras y otros medios anticonceptivos, nosotros seguimos siendo manipulados por los mismos imperativos, buscando con la misma intensidad el sexo, independientemente de que se traduzca en más copias de nuestro genoma.

Dentro de la pretendida síntesis se estudia y sostiene la tesis de que los hombres venimos a este mundo dotados de un mínimo no despreciable de criterios para juzgar lo olfativo, lo gustativo, lo estético, lo ético, lo humorístico y lo peligroso, amén de un conjunto de características sicológicas que pueden interpretarse como residuos arcaicos de un pasado ya superado. A estos innatismos se yuxtaponen, más tarde, las experiencias culturales, que los modifican sin hacerlos desaparecer por completo. Se describen y explican las diferentes etapas de la evolución sexual, hasta llegar a la compleja sexualidad humana. Se estudian los roles genéricos y se intenta justificar su aparición y consolidación por medio de argumentos adaptativos. Asimismo, se defiende la tesis que propone la existencia de un importante componente biológico en la conducta homosexual.

En el libro se presenta y apoya la teoría de Noam Chomsky sobre el innatismo lingüístico, y se relaciona este con la arquitectura cerebral, los descubrimientos recientes aportados por los accidentes cerebrales y las últimas investigaciones sobre la conducta prelingüística de los recién nacidos. Del campo de la sicología se toma la teoría de Jean Piaget sobre el desarrollo de la inteligencia y se presenta esta como la consecuencia inevitable de una estructura predeterminada genéticamente, en interacción con el medio exterior. Se estudia la conducta lúdica del niño y se destaca la importancia que tiene la estimulación temprana para completar el desarrollo de los circuitos neurológicos, de lo cual surge, de forma natural, la explicación de los logros asombrosos, tanto físicos como intelectuales, de algunos dotados que aprendieron temprano en la vida justamente aquellas actividades para las cuales tenían facilidades. Se hace también un recorrido por el aparato cognitivo humano, forjado este por la evolución durante los muchos milenios de cambios adaptativos para responder de manera apropiada a los desafíos del nicho social humano. Se estudia el problema de la intersubjetividad y se intenta explicar la creatividad y la aparición de los genios. Asimismo, se hace un breve recorrido por el difícil enigma de la consciencia. Toda una sección se ha dedicado a estudiar las patologías cerebrales o del alma, y sus extraños resultados.

Un tema importante está representado por las etapas de la evolución social. Se muestra que, en este lento evolucionar de la vida en grupos, han ido apareciendo pecados como la xenofobia, la envidia, la codicia, la usura, la explotación del débil, la venganza, el rencor, el terrorismo, la hipocresía, el maniqueísmo y ciertos aspectos únicos de la especie humana, como los sentimientos de culpa, el remordimiento y el sentido del humor. El egoísmo y el altruismo merecen capítulo aparte. Como novedad, del enfoque evolutivo utilizado se deriva una forma original de mirar la teoría económica, basada en la naturaleza humana y no en la simple razón, lo que ha dado origen a una nueva disciplina, conocida como “economía del comportamiento”.

Se estudian, además, algunas limitaciones específicas del intelecto humano, llamadas “sesgos”, amén de otras características vergonzosas, estupideces propias de los humanos. La agresividad y todos sus agregados, así como el impulso a la jerarquía y a la territorialidad, se presentan como respuestas de origen innato y altamente adaptativas en el pasado precultural, tendientes a resolver un conjunto complejo de situaciones creadas por la vida en comunidad. De este cuadro de conductas surgen explicaciones para la fe del carbonero, la facilidad que exhibimos casi todos los humanos para dejarnos adoctrinar, el espíritu conservador de los viejos, la rebeldía de los adolescentes, la desmedida agresividad de los deportistas, la violencia contra los “herejes”, el terrorismo sin fronteras, la corrupción administrativa...

Casi todos los temas relacionados con la conducta humana son espinosos y controvertidos, pero ninguno tanto como el relacionado con las diferencias entre los sexos. El problema central reside en la falta de equidad en los diseños de la naturaleza, desequilibrio que, en los vertebrados superiores, especialmente, castiga con preferencia al sexo femenino; sin embargo, un estudio del hombre que pretenda ser completo no podrá ignorar estos temas tan importantes y, además, los eufemismos y la hipocresía al tratar el tema no harán más que crear malentendidos. En consideración a lo anterior, el autor se anticipa y ofrece disculpas por ciertas afirmaciones que a oídos femeninos pueden sonar desagradables.

No sobra advertirle al lector que esta obra fue construida sobre las ruinas de un primer libro, titulado El Hombre: herencia y conducta. Pues bien, el viejo libro fue demolido completamente y reconstruido a la luz de la infinidad de conocimientos nuevos que se han ido agregando en las dos décadas que han transcurrido desde su publicación. Por tal motivo, el lector desprevenido que conozca el libro original podrá encontrar temas que le sonarán ya conocidos, pero puede tener la seguridad de que está frente a un libro fresco, actualizado, más ambicioso, más complejo, de mayor contenido y mejor argumentado.

Este libro está estructurado como una continuación natural de otro publicado inicialmente por la Editorial Universidad de Antioquia y luego en tercera edición por Villegas Editores, y que lleva como título Del Big Bang al Homo sapiens. El primero hace énfasis en el proceso evolutivo de las especies vivas; el segundo, en las conductas del Homo sapiens. Con el fin de que los libros puedan leerse independientemente, el autor se ha visto obligado a repetir algunos temas, aunque con desarrollos diferentes, tanto en su extensión como en su profundidad. No sobra advertirles a los lectores que los tópicos tratados en la presente obra guardan cierta independencia, de tal modo que es posible saltar de unos a otros sin pasar por los intermedios, así como es posible omitir la lectura de aquellos temas que poco interesen a un lector particular.

La procedencia bibliográfica de las citas se presenta escribiendo entre paréntesis la fecha de edición de la obra, tal como aparece referenciada en la bibliografía. Cuando sea necesario, se escribirá también dentro del mismo paréntesis el apellido del autor correspondiente. El lector sabrá perdonar que se presenten algunas citas, muy pocas, sin referencia bibliográfica. La razón es que, por desorden del autor, se les ha perdido todo rastro. Para facilitar la lectura a las personas no especializadas en temas biológicos, se ha agregado al final de la obra un glosario con los términos científicos de uso más frecuente en este libro.

Quiero agradecer a los amigos y parientes que tuvieron la paciencia de leer los originales y que me ayudaron con juiciosas observaciones en la interminable tarea de mejorar el material y reducir errores.

Homo sapiens

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