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INTRODUCCIÓN GENERAL 1. Datos biográficos.

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La vida de Apuleyo, una de las personalidades más complejas, originales e inconfundibles en el panorama de las letras latinas, se nos muestra con rasgos nítidos y precisos en algunas de sus facetas. En cambio, en otras sólo disponemos sobre ella de algunos datos fragmentarios e incompletos, que han permitido forjar las más fantásticas y variadas conjeturas sobre este misterioso y fascinante personaje, a quien se considera como la figura más representativa del espíritu de su siglo.

Dejando a un lado las tradiciones tardías, poco fiables, es el propio Apuleyo quien nos aporta los datos más fidedignos y verosímiles sobre sí mismo, en especial en sus obras Apología, Flórida y, con menos profusión, en sus tratados filosóficos. En cambio, hemos de utilizar con ciertas reservas las Metamorfosis , su obra más famosa, como fuente de información biográfica. Es cierto que muchos de los rasgos que configuran a Lucio, protagonista que narra en primera persona sus extrañas aventuras, podrían estar de acuerdo con los de Apuleyo, en especial los que nos lo muestran al final de la obra, en donde el autor va progresivamente sustituyendo a su personaje, pero no debe caerse en la tentación de considerar esta novela como una autobiografía, ya que en ella es muy difícil establecer una frontera entre la realidad y la ficción. Por ello, sólo hemos de considerar como válidos aquellos datos que están corroborados por otras fuentes 1 .

Este extraño ingenio púnico, que supo conjugar la fina espiritualidad helénica con la solidez romana, nació hacia el año 125 d. J. C. 2 en Madaura, colonia romana situada entre Numidia y Getulia (hoy Mdaurusch, en Argelia). Así lo afirma el propio Apuleyo en el tratado Perì hermēneías , cuya autenticidad es discutible, y así lo corroboran varias suscripciones de manuscritos, que coinciden en añadir a su nombre el epíteto Madaurensis o en denominarlo philosophus Platonicus Madaurensis 3 . El año 1918 se descubrió en Mdaurusch el pedestal de una estatua, con un fragmento de dedicatoria de los ciudadanos de Madaura a un filósofo platónico, que constituía la honra de la ciudad. Aunque falta la parte superior, en la que figuraría el nombre de tal filósofo, todo permite inducir que se trata de Apuleyo 4 .

Él mismo suele presentarse como filósofo platónico y en su Apología (24), sin nombrarla expresamente, nos dice que su patria es una antigua ciudad africana, convertida en floreciente colonia romana, situada en los confines de Numidia y Getulia. Los datos corresponden indudablemente a Madaura. Por otra parte, al final de las Metamorfosis (XI 27), Lucio, hasta entonces griego, aparece de pronto como Madaurensis 5 .

El praenomen Lucius, atribuido generalmente a Apuleyo, se debe sin duda a habérsele identificado con el héroe de las Metamorfosis , pero ya aparecía en el original griego en el que se inspiró esta obra, que algunos consideran escrita también por Apuleyo. En realidad, se ignoran su prenombre y el de un hermano al que alude en su Apología (23-24). Su familia pertenecía a la clase acomodada, ya que su padre, oriundo de Italia y llegado a África con un grupo de veteranos para repoblar la colonia de Madaura, se estableció en ella. Allí alcanzó el rango de duúnviro, la más alta magistratura municipal, y al morir dejó a sus hijos dos millones de sestercios.

Para realizar sus estudios de gramática y de retórica se trasladó, aún muy joven, a Cartago, capital, centro espiritual, «venerable maestra y Musa de África» (Flór . XX), donde se formarían más tarde Tertuliano, S. Cipriano, S. Agustín y quizás Minucio Félix y Lactancio. Allí debió de practicar en especial la elocuencia (Flór . XVIII; Apol . 5), ya que en sus discursos se pone de manifiesto la influencia de los ejercicios de declamación, que eran las únicas enseñanzas que podía ofrecer Cartago en aquellos tiempos.

Ávido, pues, de más profundos saberes, se fue a estudiar filosofía a Atenas, ciudad que conservaba aún su antiguo prestigio y en donde se había producido un brillante renacimiento de las letras griegas 6 . Él mismo nos describe la sed insaciable de conocimientos que lo atrajo a esta sede de todas las disciplinas, para beber allí las copas de una vasta cultura (Flór . XX). En Atenas adquirió el fermento que puso en marcha las energías del pensamiento, del sentimiento y de la fantasía de este espíritu tan complejo como inquieto.

Allí permaneció varios años, en los que alternó su actividad de estudiante «con largas peregrinaciones y asiduos estudios» a las regiones de Oriente. Habla de Samos y de la Frigia como testigo presencial (Flór . XV; De Mundo , 17). Se puso en contacto con teólogos, astrólogos y magos y «por amor a la verdad y celo hacia los dioses, aprendió múltiples creencias, muchísimos ritos y variadas ceremonias» (Apol . 23), iniciándose en los misterios de varias comunidades religiosas, de los que guardaba años después algunos símbolos y recuerdos (Apol . 55), buscando ansiosamente la revelación de la verdad con sus promesas salvadoras. Estas iniciaciones en las religiones mistéricas culminaron en Roma en donde participó en los misterios de Isis.

Dada la frecuencia con que Apuleyo habla de sí mismo, unas veces abiertamente (Apol. y Flór .), otras ocultamente (Metam .), es difícil seguirlo en su incesante vagabundeo físico y espiritual. Sabemos que, ávido de viajes (Apol . 72-73: uiae cupidus, peregrinationis cupiens ), visitó diversas regiones del Imperio, movido tanto por su insaciable curiosidad, como por el ansia de difundir entre las gentes las maravillas de la sabiduría, llevándola a través de los pueblos, en discursos y conferencias, al estilo de los «Nuevos sofistas» (que es lo que era realmente), favorecido por su elocuencia in utraque lingua , es decir, en griego y en latín, y por la gallardía de su porte (accusamus... philosophum formonsum et tarm Graece quam Latine... disertissimum , dirían después sus adversarios: Apol . 4). Recorrió también, seguramente, las regiones de Grecia en donde se desarrollan las aventuras de Lucio, transformado en asno. En todas sus obras se trasluce su pasión por los viajes y en sus descripciones y anécdotas de todo tipo se reflejan sus recuerdos e impresiones de viajero ávido de detalles pintorescos y con los ojos muy abiertos a todo espectáculo, bien se tratara de obras de arte del pasado o bien de costumbres del presente.

Al margen de esos viajes, en Atenas se consagró de lleno al estudio de la filosofía propiamente dicha, siguiendo los cursos de algunos afamados maestros, que exponían y explicaban las doctrinas de las grandes corrientes filosóficas. En su tratado De Platone et eius dogmate se ha creído ver huellas de la enseñanza de Gayo, profesor de filosofía platónica de mediados del s. II d. J. C. Allí abrazó el platonismo (Flór . XVIII), buscando en esta doctrina la respuesta a sus apetitos místicos, preludiando con ello la brillante especulación neoplatónica del siglo siguiente. El platonismo de escuela, reducido a fórmulas, rígido y seco, por otra parte estaba en su época impregnado ya de una especie de misticismo, más acorde con las tendencias del siglo II que con el espíritu de su fundador: misticismo precursor de Plotino y de Porfirio. Apuleyo hizo profesión de «platonismo» durante toda su vida 7 , pero matizado de cierto eclecticismo, susceptible de las más arbitrarias adaptaciones. En él predominaban los elementos místicos inherentes a los cultos y creencias de Grecia y del Oriente, en especial los de Isis y Osiris, Esculapio e incluso Hermes Trismegisto, impregnados de ciertas formas de entusiasmo y adivinación, rayanas en la charlatanería. La pasión inexplebilis de Apuleyo por la filosofía, dadas las condiciones de su tiempo, no podía limitarse a la filosofía pura, sino que se entreveraba constantemente con la religión, la superstición e incluso con la magia, que había hecho incesantes progresos, desde hacía un siglo, en todas las clases sociales. Apuleyo, enamoradísimo de las letras, diestro en el dominio de la palabra y en las armas de la dialéctica, no podía conformarse con desplegar, ante un auditorio estático, las elegantes frases y las doctas citas, porque estaba dominado por la pasión febril de penetrar en el misterio de las cosas, de reducirlas a su poder, de dominarlas y transformarlas.

Este espíritu ávido de novedades le llevó a estudiar también las diversas ciencias, especialmente la historia natural, en la escuela de Aristóteles y de sus continuadores, cuyas obras compiló y tradujo al latín (Apol . 36, 38). Estudió asimismo geometría, astronomía, poesía y música (Flór . XVIII, XX) ya que nada escapaba a su curiosidad sin límites.

Durante su prolongada estancia en Atenas adquirió un dominio completo del griego, del que blasonaría después ante sus compatriotas y que le permitió con vertirse en una especie de intermediario entre las culturas griega y latina 8 .

Tras su larga estancia en Atenas, vivió durante cierto tiempo en Roma, en donde, según él mismo asegura, ejerció como abogado, rehaciendo con los pingües ingresos que esta profesión le proporcionaba su magra economía, maltrecha por los cuantiosos gastos ocasionados por sus estudios y viajes. En Roma, al parecer, alcanzó cierta reputación como orador y hombre de letras 9 y logró relacionarse con altos personajes, que le fueron útiles en el futuro.

No se sabe si pretendió o no abrirse carrera en Roma, pero hemos de felicitarnos de que no lo hiciera, ya que en medio de la banalidad de la sociedad romana se habría acaso diluido su gran personalidad africana. De retorno a África, radicado de nuevo en su Madaura natal tras sus largos peregrinajes, pero soñando siempre con nuevos horizontes, un nuevo viaje hizo cambiar por completo el rumbo de su vida. Cuando se hallaba en camino hacia Alejandría, presa de una enfermedad repentina, se detiene en Oea (Trípoli). Allí es objeto de generosa hospitalidad por parte de una familia amiga, los Apios, y se encuentra con Ponciano, un antiguo condiscípulo de Atenas, que lo lleva a su casa, en la que pasa más de dos años (Apol . 41) de plácido restablecimiento, entre la dedicación de orientar a su amigo y algunos éxitos retóricos. A petición de algunos admiradores pronunció una conferencia en Oea, sobre la majestad de Esculapio 10 . Esta invitación hace suponer que gozaba ya de cierta notoriedad. En esta misma época pronunció también un discurso ante el procónsul Loliano Avito, que le distinguió después con su amistad. Tenía unos 30 años y había alcanzado cierta fama como escritor.

En Oea su anfitrión Ponciano le hace conocer a su madre, viuda ya entrada en años, pero rica y deseosa de contraer nuevas nupcias. Ésta se enamora del joven y apuesto filósofo, se celebra la boda y, poco después, Apuleyo se ve envuelto en un proceso de magia, suscitado por los parientes de su esposa, que ven en él un desaprensivo cazador de dotes, capaz de valerse de filtros y encantamientos, para doblegar la voluntad de la viuda acaudalada.

En defensa propia, Apuleyo pronunció en Sabrata, ante el procónsul Claudio Máximo, que también mostraba aficiones hacia la filosofía platónica, el discurso que, reelaborado después, conservamos con el nombre de Apología o Pro se de magia liber . Pero, aunque todo hace suponer su triunfo en este proceso, la revelación de los secretos de su vida familiar y la enconada hostilidad de sus adversarios le hacían tan insoportable la vida en Oea 11 , que abandonó esta ciudad, para establecerse definitivamente en Cartago, ciudad en donde se realizarían sus sueños de gloria literaria y en la que alcanzó pronto la primacía de la retórica y la filosofía (Apol . 24; 33-34).

En este último período de su vida se granjeó la admiración de sus conciudadanos con su infatigable actividad como conferenciante y divulgador de filosofía, teología e incluso hermetismo, propugnando, por ejemplo, en más de un solemne discurso, el culto de Esculapio. Multitudes compactas y enfervorizadas escuchaban sus discursos y lecciones sobre los más variados temas y, aunque Apuleyo haga a veces alusión a éxitos alcanzados en otras partes, habla en Cartago como un hombre que allí se siente como en su propia casa. Allí tenía un público fiel, al que declara consagrarse sin reservas y que le había adoptado como hijo suyo 12 . Recibió homenajes oficiales de esta ciudad, que le confirió además el cargo de sacerdote de la provincia, es decir, del genio imperial, divinidad tutelar del César y del Imperio. Era el conferenciante favorito, el que representaba a sus conciudadanos en los discursos laudatorios a sus gobernadores, como el dirigido al procónsul Severiano o el himno panegírico a Escipión Orfito, a quien había conocido en Roma 13 .

Su fama, que durante algún tiempo no parece haber rebasado el ámbito local y provincial 14 , era tan grande en Cartago, que fue honrado con la erección de estatuas, una de ellas en su Madaura natal y otra en Oea 15 . Sin embargo, no ejerció magistratura alguna 16 , sin duda porque prefería a la carrera de los honores la profesión y la gloria del filósofo.

El año 162, bajo M. Aurelio y Lucio Vero, pronuncia, en honor del procónsul Severiano, un panegírico, que conocemos parcialmente (Flór . IX). El año 174 habla ante el procónsul Escipión Orfito, amigo suyo, a quien había tratado en Roma en su juventud (Flór . XVII).

Terminó sus días probablemente en Cartago, durante el reinado de M. Aurelio, o los primeros años del de Cómodo, entre los años 170-180 d. J. C. 17 . Las Metamorfosis serían una de sus obras postreras.

Con él murió el único escritor verdaderamente genial del s. II , el único que puede ser equiparado con su gran coetáneo de Oriente, Luciano de Samosata, ingenio asimismo vario, creador, dotado de desbordada fantasía, con el que aparece también vinculado por la elección de los argumentos. Apuleyo con su poder de creación fantástica fue capaz de sobreponerse a las corrientes generales de la retórica y de la sofística, de lo arcaizante y de lo novedoso, aunque resulte el más genuino representante de las mismas; supera por su arte a Frontón, Gelio y Floro, aunque éstos se sirven de los mismos resortes artísticos. Luciano, a su vez, en el campo de la literatura griega, superó también la Nueva Sofística y el Aticismo, que le sirvieron de punto de partida.

Apología. Flórida.

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