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4. «Flórida» .

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De las disertaciones o discursos de Apuleyo han llegado hasta nosotros 23 fragmentos, de extensión muy desigual, coleccionados en fecha desconocida por un autor también ignorado. Es posible que se trate de un extracto o antología de sus conferencias pronunciadas en Cartago y publicadas, acaso completas, por el propio autor.

Como la colección original estaba dividida en cuatro libros y el extracto ocupa aproximadamente la tercera parte, hay que suponer que el autor del mismo respetó el orden primitivo, dando el nombre de Flórida , que sugiere el de «antología» de textos escogidos, a ese «ramillete» de 23 fragmentos, en el que predomina lo intrascendente sobre lo sustancial, resultando el conjunto una serie de apuntes discursivos sobre los temas más heterogéneos, filosóficos, místicos, anecdótico-literarios, históricos, científicos, desarrollados en un lenguaje preciosista, rebuscado, pintoresco, en el que resaltan los destellos brillantes y los rasgos de ingenio.

Algunos de estos fragmentos corresponden a discursos pronunciados en Cartago (IX; XV; XVII; XVIII; XX); es posible que también pueda incluirse entre ellos Flór . XV, si se parte de la base de que Apuleyo se dirige al gobernador en ejercicio. En Flór . I Apuleyo aparece como viajero de paso en una ciudad cuyo nombre no menciona y que bien pudiera ser Cartago, en donde debió de hablar en alguna ocasión antes de establecerse allí definitivamente. En Flór . XXI, utilizando una comparación diferente, parece aludir a una detención similar, aunque nada hace suponer que se trate ahora de Cartago.

Sobre la fecha en que tales disertaciones tuvieron lugar disponemos de algunas informaciones algo más precisas, deducidas de los personajes aludidos en ellas. El discurso dirigido al procónsul Severiano (Flór . IX, 40) data, como se infiere del plural Caesares , del principado de Marco Aurelio y de Lucio Vero (años 161-169 d. J. C). Escipión Orfito, cuyo panegírico hace Apuleyo (Flór . XVII), fue procónsul el año 162/3 o el 163/4 32 . En otro pasaje (Flór . XVII) da las gracias a Estrabón Emiliano y augura su próximo nombramiento como procónsul. No sabemos si su predicción se realizó 33 , pero, si así fue, debió de tener lugar hacia el año 169, ya que este personaje fue consul suffectus el año 156 y entre el desempeño de ambos cargos transcurrían generalmente de 10 a 13 años. Este discurso puede considerarse, pues, de la misma época que los dos anteriores. Los fragmentos a los que puede asignarse una fecha aproximada fueron pronunciados durante los diez o doce años que siguieron a su proceso de magia, años en que vivió en Cartago. En Flór . XVIII 16, subraya que los Cartagineses conocían su voz 34 desde hacía seis años y en otro pasaje (Flór . XV 27), al dirigirse, al parecer a algún procónsul, hace hincapié en el hecho de que ya había sido elogiado por varios antecesores del mismo, todo lo cual permite suponer que en esa época llevaba varios años residiendo en Cartago.

Algunos de estos fragmentos ofrecen gran interés por su forma y contenido. Otros, en cambio, sólo tendrían cabal sentido dentro del contexto del que han sido desglosados. Se ignora cuál ha sido el criterio seguido en su selección; pudiera tratarse de modelos o citas, que el seleccionador eligió para el público, para utilizarlos en los ejercicios o comentarios de escuela, o simplemente para sí mismo, movido por su valor estético o documental.

La temática de los Flórida es muy variada. Leemos en alguno de ellos elogios a los cartagineses y a Cartago, en donde el orador se encuentra, tan a gusto como si se hallara en su ciudad natal, para recitar un himno que ha compuesto, en griego y en latín, en honor de Esculapio. Al final de Flór . XX, Apuleyo entona un espléndido himno a Cartago y a sus habitantes. En XVI, de carácter eminentemente personal, da las gracias por anticipado a la ciudad entera y, en particular, a Emiliano Estrabón, antiguo compañero de estudios, varón consular, por la estatua que se proponen erigirle. Incluso habla de la erección de una segunda estatua, que se ha decidido otorgarle, pero que sólo existe como proyecto, por lo que han de interpretarse sus palabras como una instancia para que se cumplan las promesas que se le han hecho. Otros discursos son simples cumplidos, oficiales al parecer (cf. Flór . IX; XVII), prodigados a los gobernadores con ocasión de su partida o de la reunión de la asamblea provincial, como el dirigido al procónsul Severiano y a su hijo Honorino o el elogio del procónsul Escipión Orfito (163/4).

Abundan en los Flórida las anécdotas históricas, etnográficas, mitológicas, naturalísticas, de carácter moral o moralizante; una aguda observación de Sócrates, «predecesor» de Apuleyo (maior meus Socrates); el desafío musical entre Marsias y Apolo (III); las maravillas de la India y los gimnosofistas; las raras cualidades del papagayo; el edicto de Alejandro Magno sobre la reproducción artística de su efigie; el canto de los pájaros y la elocuencia de los filósofos; la estatua de Batilo; los viajes de Pitágoras; la muerte del comediógrafo Filemón; los honorarios de Protágoras y de Tales de Mileto; la resurrección aparente de un presunto muerto llevada a cabo por el médico Asclepíades; etc.

Algunas de estas anécdotas son parecidas a las que aparecen en la Apología (8: el cocodrilo y el reyezuelo; 37: historia de Sófocles leyendo ante los jueces su Edipo en Colono; 49: datos del Timeo platónico sobre las enfermedades; etc.). Como en la Apología , tales anécdotas podrían aislarse de cualquier contexto, ya que con ellas se trata simplemente de hacer resaltar una idea, una descripción, un rasgo de ingenio, mediante el lenguaje florido y sofisticado que el público de Apuleyo esperaba de su conferenciante predilecto.

Por ello, no es de extrañar que trate los diversos temas de un modo superficial, sin método alguno, este «sofista» de la palabra 35 , que añora y pretende revivir las glorias literarias del pasado. Apuleyo, durante su estancia en Atenas, debió de escuchar extasiado a los conferenciantes de moda, envidiar sus éxitos y acariciar la idea de pasear, como ellos, de ciudad en ciudad, sus afanes de divulgador de cultura, provocando el entusiasmo de los públicos y embriagándose con el dulce néctar de la popularidad. Sin embargo, le gusta ocultar esta superficialidad bajo el manto del filósofo (Flór . V, IX, XIII, XV, XVI, XVIII y XX) y se desata, como en la Apología , contra los envidiosos y detractores que le regatean este título, contra los mendigos ambulantes, que no tienen de filósofos más que ese manto (Flór . VII, XI). Apuleyo blasona constantemente de filósofo y como tal se presenta ante su auditorio, pero en los Flórida apenas aparecen ideas filosóficas, hasta el punto que se ha pensado que son simples prefacios de discursos de contenido más profundo y de tono más serio. Tal es el caso del prólogo que precede al tratado De deo Socratis . Ahora bien, cuando Apuleyo se las da de filósofo, suele referirse a sus talentos literarios o a su erudición en el terreno de las ciencias. Los filósofos citados en Flór . XX 5, aparecen como representantes del género literario en que más descolló cada uno. El elogio que en la basílica de Oea tributó a Esculapio debió de ser un panegírico religioso-poético, pero Apuleyo lo titula «disputatio», término más acorde con un diálogo filosófico que con un discurso presidido por el fervor místico.

En el campo de la filosofía, la potencia creadora, la fecundidad de invención, la reflexión profunda y sosegada habían cedido el paso a la pura erudición, al saber aprendido. Los sedicentes filósofos de esta época son en general poco especulativos y se convierten en ascetas, en místicos, en taumaturgos, o bien en guías y directores de conciencia. El ideal de sabio no lo constituye el hombre dotado de capacidad de reflexión y creación, sino el que posee una gran cultura general, sobre todo si añade a ésta una serie de virtudes y de presuntos poderes sobrenaturales, si tiene o, más bien, aparenta tener un dominio mágico sobre las fuerzas de la naturaleza, si aparece como un intermediario con la divinidad.

Para Apuleyo, el filósofo es un sabio, un literato, un científico, que posee la universalidad de un sofista autárquico, como la que poseía en las artes manuales Hipias (Flór . IX), ridiculizado precisamente por Platón por la variedad de sus actividades. Esta pedantesca pretensión de una universalidad de conocimientos es lo que hace a este pseudosabio caer en la pura retórica, ciencia considerada por Elio Antístenes como muy superior a la filosofía. Para este sabio, engreído y dominado por su vanidad, la cultura mejor es la más extensa, no la más profunda, y su manifestación más brillante es una elocuencia basada en curiosidades científicas y citas literarias, capaz de provocar la admiración del oyente y adobada con supersticiones místicas y mágicas, expresada en un lenguaje florido y brillante y con proyección social moralizadora (cf. Flór . VII y XIII).

Sin embargo, la filosofía no está totalmente ausente de los Flórida . En XXIII desarrolla el lugar común de los bienes ajenos y los auténticamente propios, tema que trata en otros pasajes de sus obras (Apol . 21; De deo S . 23; De Plat . II 21). Flór . X formaba parte de un desarrollo más amplio sobre la demonología (cf. De deo S.; Apol . 43). Vemos asimismo un intento moralizador en las anécdotas biográficas sobre algunos filósofos ilustres o en los detalles curiosos sobre la vida de los gimnosofistas.

Ahora bien, aunque Apuleyo se proclama «el filósofo platónico de Madaura», por ver en los diálogos de «su maestro Platón» (Flór . XV; Apol . 41) el resumen de toda la ciencia y la fuente de sabiduría de «su maestro Sócrates» (Flór . II), no es un verdadero filósofo, sino un retórico con ribetes de filósofo, un místico y moralizador, provisto de una cultura «enciclopédica» que, en su época y según su propia convicción, constituía la «inagotable y nectarea filosofía universal».

Dada su fogosidad natural y las corrientes literarias de su tiempo, el estilo de Apuleyo es tan extraño como original. En algunos pasajes de los Flórida alcanza las más altas cimas de la expresividad, mediante un fantástico despliegue de vocablos y frases, en un constante deseo de sorprender e impresionar a sus oyentes. Él mismo estaba íntimamente convencido de ser un orador excepcional, por su cultura y erudición, seguro de que el ser erudito no era cosa corriente (VIII). Sabía que el público de Cartago esperaba ansioso sus actuaciones impecables (IX). De lenguaje barroco, tendente a causar maravilla, se recrea en elaborar palabras y combinaciones de palabras (XIII, XVII), de suerte que cada una de ellas parece una gema tallada por un laborioso artista. Tal es el caso del pasaje en que enumera las distintas voces de las aves y la propiedad canora de cada una de ellas (XIII), o el de aquel en que describe la magnificencia del teatro en el que va a pronunciar su conferencia (XVIII). En este último pasaje, uno de los más peculiares de Apuleyo, el autor se complace en usar las fiorituras más artificiosas de su estilo, llegando a emplear curiosas aproximaciones lingüísticas, asonancias e incluso rimas, alabando la marmoratio , la contabulatio y la columnatio del teatro... que, sin embargo, no pueden equipararse con la ratio (= inteligencia) de los oyentes ni con la oratio (= elocuencia) del conferenciante.

La vivacidad de este espíritu inquieto y sutil y la riqueza extraordinaria de su imaginación aportan experiencias, gustos y teorías personales y hacen que su estilo, rico en formas y en ritmo, sea de lo más brillante dentro de la época decadente en que le tocó vivir. Un estilo acomodado a la temática a la que sirve de expresión, hecho de imágenes realistas, matizado de arcaísmos, como los que aparecen en su maestro y amigo Favorino, poblado de voces raras o enigmáticas, como el de su paisano Frontón o el de su contemporáneo Aulo Gelio, salpicado de diminutivos, a la manera de los poetae nouelli , de frecuentes vulgarismos, barbarismos y neologismos, especialmente griegos y celtas, impregnado todo él de la fantasía africana y de la languidez de Oriente, desarrollado, en fin, en medio de la suntuosidad (corrupta elegantia ) de la sociedad romana del segundo siglo del Imperio.

Apología. Flórida.

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