Читать книгу El sitio de Ariadna - Arabella Salaverry - Страница 9
ОглавлениеEl tiempo continúa. Deshojándose persistente. Cada día una sucesión de momentos en espera de nuestro encuentro. Solo eso. Él me espera. Ya el mundo exterior pierde importancia. Atrás queda Luis. No le preocupa si James sabe, si la sigue como ha dicho que lo hace, o solo imagina lo que sucede. Bocherini en las tardes de aguacero. No le preocupa si dice que el martes a las 6.30 de la noche usted, Ariadna, salió de un hotel. ¡Qué bárbara! ¿en qué andaba? Que la vio. No le preocupa la distancia que ha tomado Alexia, quien ya prácticamente no conversa con ella. “La Consagración de la Primavera”. Tampoco si James insiste: el jueves usted estuvo en el Café de los alemanes, en Las Cuartetas, cerca del edificio del Correo. “La Siesta de un Fauno”. Debussy languidece igual que ella. No le preocupa Mariana, asustada por la relación prohibida que ve crecer sin poder hacer nada al respecto. El pequeño tocadiscos reproduce el acetato de sonoridades insospechadas, marca un ritmo para las palabras, mientras lee sus poemas de adolescente antigua: “Resuelta a no mirar/ desato la canción /y me acerco cotidiana/a la pesadilla”. Manuel escucha a la joven madurada con la sal de la soledad y del exilio, de su exilio pequeño pero inmenso que es el de la familia. “/Ya terminé, aunque abra una/ cien o mil compuertas a la tierra”. Prosigue, sin preguntarse nunca qué hace en ese cuarto de hotel en una tarde de lluvia transformado por el amor en su casa, ahora su única casa, para vivir una vida inventada, –ella que desde niña se inventó otras vidas–, de tardes de otoño en París con los Champs Élysées cubiertos de hojas muertas, de noches invernales en Moscú, de veranos apenas tibios en Londres, entre páginas y palabras y música y tacto. El cuerpo delgado y fuerte de Manuel que la recibe en su desnudez y esa cama de hotel en donde se acuesta también desnuda cada tarde, dejando su uniforme en la silla de al lado, para olvidarse de quién realmente es ella, ni un rastro del mundo exterior ahora en esa su casa. Las manos de Manuel su casa, acariciándola, atentas a su placer, relegando el propio, el abrigo de su abrazo su casa, el cuerpo de Manuel su casa y sí, allí, en esa su casa que dura lo que dura una tarde cada tarde Ariadna es feliz.