Читать книгу El don de la diosa - Arantxa Comes - Страница 15

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Por primera vez tengo la oportunidad de entablar conversación con más de un ser racional y ni siquiera he sido capaz de emitir una palabra. La garganta se me ha resecado, como si fuese un mueble cubierto de polvo: apenas usado e inservible. Todo lo contrario que Runa, que parece haber agotado todos los insultos y súplicas del planeta.

Lo peor es que no he escuchado el consejo de Runa: los draizs rechazan realmente a los humanos. Si cierro los ojos puedo recordarlos al detalle manifestando su odio hacia mí. Pero por mucho que busque en mi interior, no puedo sentir el rencor del que el Caimán habla en sus escritos. Lo único que siento es curiosidad y una especie extraña de felicidad. Tal vez… ¿satisfacción?

Los draizs son especiales, solo me ha hecho falta echar un vistazo para comprobarlo. Al menos he contado diez subespecies, pero el mismo Caimán enumeró al menos unas veinte. Me sé todo lo que mi mentor recolectó sobre ellos. Y, sin embargo, cuando los contemplé desde el bordillo de la fuente, me encontré con que no conozco nada, con que mis datos no bastan.

Los humanos y los draizs somos muy complejos. El raciocinio es lo que nos diferencia del resto de seres vivos. Y mi pregunta continúa siendo: ¿conseguiré sobrevivir a ellos? ¿Integrarme? ¿Esto me dará la oportunidad de encontrar al Caimán?

Entro dentro de la bañera y tanteo el grifo del enorme barril colgado de la pared. La palabra bañera es curiosa y sonrío al recordar al chico del pelo blanco… Ézer, pronunciándola. Ni siquiera he sido capaz de manifestar que con un recipiente grande lleno de agua me basta para lavarme. Bueno, o tres, porque en cuanto el agua sale en forma de chorro desde este singular artilugio y comienzo a frotarme la piel, me doy cuenta de que voy a necesitar tanta agua como en el mar cabe para quitarme toda la mugre.

El agua cae prácticamente negra y mi piel empieza a recuperar su color habitual, pero, aun así, no consigo eliminar la suciedad del todo. Miro a mi alrededor y, cerca de un cubo, hay una especie de piedra de color azul. La cojo, pero enseguida se resbala de mi mano. Me lamo los dedos y su sabor irritante me cierra la garganta. Después de un ataque de arcadas, me agacho a por el objeto. Lo friego entre mis manos, observando absorto cómo se genera una nube de espuma, como la del mar.

Echo de menos el mar. Su libertad. Ahora entiendo lo que no es la libertad: negar mi voluntad. Si lo pienso bien, mi pérdida de memoria se parece a esa cárcel en la que me han encerrado; todos mis recuerdos están apresados en esas jaulas a las que yo no consigo acceder.

—Creo que es jabón —me susurro a mí mismo, estudiando el objeto azul a contraluz del sol que entra por la ventana.

En la lista de tareas del Caimán está escrita la frase «lavarse con jabón», pero nunca he visto nada parecido. Solo puedo suponer. O también puedo preguntarle a Runa, incluso a Ézer, porque no impone tanto como la danían. Lo he escuchado defendernos en los calabozos. Además, su mirada se parece al otoño: marrones con algunas pequeñas zonas que a veces están salpicadas de amarillo y otras de verde; es cálido, no como Kira.

Me froto el cuerpo con el objeto y la espuma se lleva el resto de suciedad. Ahogo una exclamación, sorprendido por el resultado. Los individuos somos capaces de descubrir o crear cosas asombrosas. A veces me imagino en la sociedad del antiguo mundo de la que habla el Caimán en sus textos. La que añora de alguna manera. Aunque jamás viviría en ella, daría un vistazo por curiosidad, para comprobar cuánto lograron crecer y cómo lo echaron todo a perder.

Y los antiguos humanos debieron conseguir algo grande, porque la Magia no fue capaz de hacer desaparecer toda su huella en el mundo actual; las ruinas metálicas susurran la verdad.

Cuando decido que ya me encuentro lo suficientemente limpio y no apesto, busco la toalla para secarme, pero no está. Ni colgada en la puerta ni en el suelo. Me la he olvidado en la habitación contigua. Me sacudo el agua de encima, me escurro el pelo, salgo de la bañera y abro la puerta.

Su débil exclamación es lo que me alerta. Ézer está sentado en la cama en la que Kira está acostada, dormida. Su rostro y sus orejas se encienden. Alterno la mirada entre mi cuerpo y su expresión.

Deseo sexual. Incomodidad. Privacidad. Reacciono tan rápido y tan bien como puedo. Trato de taparme entero, encorvándome sobre mí mismo, pero como no sé qué parte de mi desnudez estará molestándolo, termino acurrucado en el suelo, cogiéndome de las rodillas y con la cabeza enterrada entre mis brazos y mis piernas.

—Lo… lo siento —musito—. No sabía que ella estaba aquí. No te estaba mirando. No quiero molestarte. Los humanos odian que se los estudie tan detenidamente. Yo… La toalla…

Otra vez la vergüenza dominando todo mi cuerpo, que tiembla; mi habla, que tampoco controlo. El calor llega a mis mejillas e intento refrescarme con el frío de mi piel, pero no se pasa. Oigo el sonido de unos pasos que se detienen frente a mí. No alzo el rostro; no soy tan valiente como pensaba, ya que no seré capaz de enfrentar el enfado de Ézer.

Sin embargo, algo cae sobre mí y me cubre. Una tela. La toalla. Me envuelvo de inmediato con ella, pasándola por mis hombros. Es lo suficientemente grande como para ocultarme el cuerpo hasta las rodillas.

Ézer se sienta de nuevo y, aunque ya no parece inquieto, sus orejas aún están sonrojadas. ¿Habrá sentido incomodidad como Runa en su momento? Me llevo una mano al rostro. El calor también ha enrojecido mi piel, al parecer, un signo físico frecuente al sentir este tipo sofoco.

—No te preocupes. No eres la primera persona que veo desnuda en mi vida.

El chico ríe quedamente y de entre mis labios se escapa un suspiro a la vez que sonrío. ¿Cómo es posible que un desconocido consiga que esté al borde de la risa con tanta facilidad?

—No tiene por qué ser vergüenza. Hay muchas razones para reaccionar así… —Piensa en mi nombre.

—Noah. Mi nombre… es Noah.

—¿Dudas? —Ézer alza una ceja.

—De todo.

Me acerco al borde de la cama y observo a Kira. Está mucho más pálida que antes. Dormida parece una persona distinta. Ahora en sus rasgos no se entrevé el peligro que ha arrugado su rostro durante toda la mañana, solo paz y tranquilidad.

—Es una buena persona. Pero os ha asustado, ¿verdad?

—No. Puede. He sentido más miedo cuando estaba hablándole a los draizs.

—Siéntate.

Me giro hacia él y, como respuesta, Ézer le da unos golpecitos a la cama. No dudo y le hago caso. Trato de que la toalla me envuelva el cuerpo con firmeza para asegurarme de que no caiga.

—Sabes que lo lógico sería que tú hubieses sentido vergüenza, ¿no?

—Pero Runa me dijo que no estaba bien que observase así a las personas.

—¿Runa es tu amiga? —Amiga no es, pero no sé por qué asiento—. Eres tú quien estaba desnudo frente a mí y no al revés. Yo estaba observando tu desnudez y no al revés. ¿Lo entiendes?

—Sí, pero yo no me avergüenzo de mi cuerpo. Además, si no es la primera vez que ves a alguien sin ropa, ¿por qué enrojeces? ¿Por qué has dejado de mirarme?

Entreabre los labios y sus orejas recuperan el intenso color. Frunzo el ceño, por si así soy capaz de desentrañar lo que Ézer está sintiendo. Creo entender a qué se refiere. Me he confundido, quizá, movido por el nerviosismo: él es quien me ha observado y soy yo quien tendría que haber sentido molestia por ver expuesta mi intimidad.

—¿Dónde está Runa?

—En otra habitación, con Ehun y Pantea. —Ladeo la cabeza, todavía interrogante—. Ehun es la draiz que nos acogió a mi hermana y a mí. —Miro a Kira. Son hermanos—. Es como nuestra madre. Pantea es una amiga de Kira, aunque a ella le cueste reconocer en voz alta que tiene amistades. Respondo por ambas, aunque no lo necesiten. Son de confianza. Puedes estar tranquilo. —Y Ézer encaja su mirada en la mía.

Mis ojos recorren su rostro. Kira y Ézer son hermanos, una familia, tal y como siento que lo es el Caimán para mí. Busco en Ézer las similitudes que pueden vincularlo a la chica del parche. Su pelo es blanco como la nieve, bastante extraño teniendo en cuenta su juventud; unos pocos años mayor que yo. En cambio, Kira tiene el pelo oscuro como la noche. Pero es en la claridad de sus ojos marrones y en las pecas que ocupan el puente de su nariz y salpican un poco sus mejillas lo que confirma su parentesco. Aunque Ézer luce dos lunares diminutos y simétricos cerca de cada esquina de sus párpados inferiores.

Alzo ambas manos y llevo un índice a cada lunar. Ézer se estremece bajo mi contacto, pero me tiene absorto. ¿Mi memoria habrá perdido a una posible familia? Un cosquilleo por el pecho se convierte en dolor de repente. Mi pasado, ¿dónde se habrá escondido? Lo necesito para recuperarme a mí mismo. No sé qué hacer sin él. Sin mí. No estoy disgustado con la persona que he logrado ser en dos años, aunque me siento perdido. Sobre todo, cuando las personas o draizs me miran como si fuese un espécimen extraño.

No me mirarían así si fuesen ellos los que hubiesen olvidado parte de sus recuerdos. Sé que parezco un niño pequeño intentando aprender del mundo, pero yo soy así, con mi pasado o sin él.

—Noah… —murmura.

—Pero ¿qué narices pasa aquí?

Aparto las manos del rostro de Ézer y ambos nos volvemos hacia la voz. Kira está intentando reincorporarse y nos observa con una mueca de espanto. No entiendo cuál es el problema real. Abro la boca para explicarle que su hermano y yo solo estamos hablando, antes de que ella desate su inconformismo habitual.

—¿Podéis intimar fuera de mi cama? —De su tono se escapa un agudo nervioso bastante gracioso.

Ahora tiene más sentido su gesto. Otra vez el tema del sexo. La construcción del pudor respecto a nuestros cuerpos y la limitación de nuestra expresión son dos de los muchos aspectos que no comparto con esta sociedad.

—Kira, no te confundas. —Ézer alza una mano.

—Solo estaba comprobando las características físicas que os unen —intervengo, sintiendo que debo apoyar al chico.

—Ya, y yo veo por ambos ojos. —Ironía—. ¡Si estás desnudo en mi cama! Vístete, recojamos a tu amiga y vayamos a la biblioteca a hablar de vuestra llegada. —Kira reprime un quejido y se lleva una mano a la cabeza—. Estoy bien, estoy bien —se apresura, porque Ézer ya está adelantando su cuerpo hacia ella—. Es un simple dolor de cabeza, luego me tomaré algo y se me pasará. En fin. Tú —me señala—, ¿tienes ropa de repuesto?

—Sí. —Me incorporo, enroscando todavía más la toalla—. En mi mochila tengo todo lo que necesito, aunque creo que la suela de mi bota derecha está a punto de desprenderse.

—Ézer te prestará un par. Entra al baño para vestirte mientras mi hermano te consigue unas.

Asiento. No me acostumbro a su seriedad. Cojo la mochila apoyada contra la pared y, sin mirar a ninguno de ambos, me dirijo a la habitación contigua. Pero antes de entrar, Ézer me llama:

—Noah, no te preocupes por mi hermana. La pobre no encuentra la manera de librarse de la tensión que estropea la bella actitud que tiene en realidad. —Sarcasmo. Diversión.

—No lo consigo porque… ¡Sois todos insoportables! —Kira le lanza un cojín a la cara y, pese a que trata de reprimir una incipiente carcajada, de sus labios se escurre una débil risita que acompaña a la estruendosa de Ézer.

Entro en el baño y cierro la puerta. Las risas se cuelan por el resquicio inferior y algo reverbera en mi garganta. De entre mis labios se escapa una especie de sonido agudo, y me doy cuenta de que es el inicio de una risa.

Durante el camino hasta la biblioteca no dejo espacio para el silencio. Ézer contesta a todas mis preguntas con una sonrisa en el rostro, por lo que deduzco que no le molesta mi curiosidad. Por primera vez, alguien acepta sin problemas mi deseo imparable de descubrir lo que desconozco. Todo lo contrario que Runa y Kira. La recién llegada a Nueva Erain pone los ojos en blanco a cada pregunta que formulo, claramente fastidiada. La danían anda unos pasos por delante de nosotros con la mirada fija en un folio repleto de palabras escritas en rojo; su rostro ha vuelto a fruncirse y en ella ya no puede advertirse ni un solo rasgo sereno.

El hermano de Kira está inmerso en un monólogo sobre el Liman, el edificio en el que nos encontramos. Ézer me explica sobre el significado de la palabra en eraino y yo le comento que sé una base bastante extensa de draiziano. Aunque cuando desperté, aquel conocimiento continuaba intacto, traté de reforzarlo con los libros del Caimán. Sin embargo, aprender draiziano a la perfección fue una tarea imposible; su lengua va hilada a la forma de vida de la propia especie.

—Hemos conseguido muchos progresos respecto al uso que se le da al Liman, sin embargo, convencer a todos los kalentes y nuclenses es complicado. Sus reglas son férreas y están asentadas en la sociedad.

—¿Cuál es vuestro objetivo final, entonces?

—Kira quiere que el Liman sea un edificio de uso público, en el que no viva nadie. Pretende que todas sus estancias sean útiles para los ciudadanos, sin distinción. Más de una biblioteca, espacios de entretenimiento, que las diferentes escuelas tengan un entorno adecuado… Por supuesto, la sala de reuniones, donde se congregan los líderes para debatir los problemas de Núcleo, se mantendría. En definitiva, no habría habitaciones privadas.

—Entiendo. Conozco la política de este país, pero en mis documentos falta la historia de los últimos cinco años. Desde esa fecha hasta el presente, no sé nada. ¿Han cambiado mucho las formas de proceder?

Ézer aminora el paso, frunciendo el ceño. Kira me observa por encima del hombro. Runa, sencillamente, me mira como si hubiese sentenciado nuestra muerte. Tardo en comprender por qué me contempla con tanta gravedad: queremos demostrar que somos inocentes, pero hablando sobre cosas que no conozco del país parezco todo lo contrario.

Sin embargo, Ézer me transmite demasiada confianza. Runa me había aconsejado mentir antes que ser sincero para poder sobrevivir, pero a mí me cuesta un esfuerzo enorme ocultar que he perdido mis recuerdos. Aparentar que lo conozco todo.

—Bueno, a ver… —Intento corregirme al notar que se me acelera el pulso y un sudor frío empieza a recorrerme la espalda.

—Ézer, ven un momento.

Kira llama a su hermano sin dejar de mirarme. Intimidar es una acción cuya sensación he conocido gracias a la dirigente de Núcleo. Sus gestos me hacen sentir como si fuese una hormiga que ignora su destino en un mundo de gigantes. En la fuente, en los calabozos, en su habitación… En este mismo instante. Es su ojo marrón claro, pero tan impenetrable como la noche, lo que me hace desviar la mirada al suelo.

—Te has lucido, Noah —me susurra Runa. Un reproche—. Te dije que mintieses. Lo más seguro es que ellos mismos lo estén haciendo. Querrán granjearse tu confianza, desplumar todos tus secretos y luego condenarte. Nunca te fíes de aquellos que ostentan demasiado poder.

» Tampoco de los que quieren alejarte de todo.

Son las palabras de la Voz las que me tranquilizan. Intuyo que Runa quiere ayudarme con sus conocimientos sobre el comportamiento humano, pero la Voz siempre acierta en sus mensajes. Al fin y al cabo, ella quiere alejarse de mí por ser una anomalía, y no tiene por qué darme más muestras de cordialidad. La entiendo, aunque yo sí necesito franqueza en mi vida si quiero reconstruirme del todo y cumplir mi misión. Tampoco soy tonto, sé que los demás me mentirán. El Caimán así lo advertía en sus textos: una de las mayores lacras de la humanidad. No obstante, la confianza también es fundamental y, al menos, en Ézer la estoy encontrando de una forma u otra.

Mi intuición, mi instinto de supervivencia y la Voz son mi mejor protección.

—Si nos quisiesen encerrados para siempre o algo peor ya lo estaríamos. Podríamos haber muerto esta mañana en la plaza.

—Primero nos quieren destrozar para luego matarnos. A no ser que averigüen antes lo que somos. —Runa se acerca un poco más a mí y descubro que el paisaje tatuado en su brazo comienza a cambiar y a transformarse en esos cuervos oscuros de ojos rojos.

—Si quieren mi historia, se la daré. Al contrario que tú, no tengo nada que esconder.

—¿Estás loco? Además, ¿tú por qué crees que yo oculto algo?

—Esquivas mis preguntas. No hablas sobre ti. Tu silencio habla por sí solo.

Runa enmudece y se separa de mí. Tal vez me equivoco al pensar que con honradez voy a alcanzar mi objetivo sin altercados, pero conozco demasiado bien el dolor que provoca la mentira. Me he engañado a mí mismo demasiadas veces como para querer causar lo mismo en los demás. Si mi sinceridad me condena, me condenaré siendo yo.

Jugueteo con la bellota pendida de mi muñeca, enganchando el clavo entre los dedos y haciéndola girar. Kira y Ézer han aminorado tanto la marcha que Runa y yo tenemos que detenernos para dejarles espacio. Están discutiendo y me descubro tratando de hacer el mínimo ruido para poder escucharlos.

Sé lo que es cotillear. Cotillear quiebra la intimidad de quien la guarda; muy parecido a observar a alguien indiscretamente siendo el otro consciente.

—No puedes irte de viaje… —susurra Kira.

—Una expedición va a partir hacia la costa oeste. No puedo desperdiciar esta oportunidad.

Noto una sensación molesta en el estómago al oír decir que Ézer se marcha. Es el único ser que hasta el momento no me ha causado temor, que incluso casi me provoca la risa. Kira puede ser su hermana y él puede confiar en ella por razones obvias, pero para mí la danían de Núcleo es como una sombra: esquiva y desconfiada. Oscura. Quedarme solo con ella me pone más que nervioso.

—No te necesitan para comprobar si la costa es adecuada para construir un puerto, Ézer. Puedes vivir unas semanas más con la duda, pero yo no sé si pasaré de la próxima batalla. Te necesito. Necesito a alguien de confianza con un ojo puesto en ellos dos.

Me gustaría confiar en Kira, y no me he parado a pensar que tal vez ella también esté haciendo un esfuerzo por fiarse de nosotros sin trabas. Que le pida a Ézer ser nuestro protector hasta que se decida nuestra liberación me dice dos cosas: Runa y yo no podríamos haber aparecido en un momento peor, y Kira quiere defendernos de lo que nosotros mismos hemos provocado.

O a lo mejor estoy confiriéndole a Ézer una esperanza falsa. A lo mejor no es cuestión de ser demasiado sincero, sino de ser demasiado crédulo.

—Hemos llegado.

Levanto la vista al frente, y los dos hermanos abren las puertas de madera pesada para dejarnos paso a Runa y a mí. Mis pensamientos me han alejado de su conversación y he terminado por seguirlos sin atender al recorrido. Por ello, no soy capaz de contener mi asombro ante el inesperado interior de la habitación a la que los nuclenses me están dejando acceder.

La biblioteca es inmensa, más a lo largo que a lo ancho. Un pasillo sirve de frontera entre dos interminables filas de gruesas y oscuras estanterías de madera labradas con entramados geométricos, rosas y animales. En sus baldas resguardan y acumulan, algunos sin orden, montones de libros, folios y pergaminos. Esta habitación supera con creces la biblioteca de la casa del Caimán.

Avanzo sin permiso. Mis ojos continúan recorriendo los estantes repletos de documentos de todos los tamaños y colores. Los muebles no son muy altos, pero el techo decorado de azul y blanco, imitando el cielo, y los amplios ventanales que dejan pasar la luz al fondo de la estancia, convierten lo demás en una gigantesca criatura de papel y madera.

A lo largo del pasillo hay varias mesas ovaladas rodeadas por sillas. Varios libros descansan sobre ellas y me acerco para ojear sus portadas. Algunos títulos están en draiziano, otros en eraino y unos pocos no los entiendo, pese a que usan el alfabeto de nuestro idioma. Reconozco sus formas inmediatamente: hay libros del Caimán escritos con el mismo lenguaje, que no supe descifrar. Frunzo el ceño y repaso con los dedos las letras doradas y en relieve que decoran el volumen.

—¿Te gusta? —La voz de Ézer me acaricia la oreja.

Me giro, un poco encogido por el sobresalto, y me encuentro al chico a pocos centímetros de mi rostro. Su hombro contra mi hombro. Noto la calidez de su cuerpo en mi piel, y la sensación que me recorre el estómago es muy distinta a la de mi primer contacto con Runa.

Compongo una sonrisa patética, porque Ézer espera mi respuesta, expectante, y porque, durante unos segundos, soy incapaz de articular palabra.

—Yo creía que en mi casa tenía libros, pero esto… Esto es increíble.

—Que tampoco te engañen las apariencias. Muchos no tienen páginas, es decir, solo conservamos las cubiertas.

—¿Y eso?

—Porque son Historia de este país. Según los draizs, algunos ya se encontraban en esta tierra cuando ellos nacieron. Luego los humanos lograron descifrar algunos textos y descubrieron que culturas anteriores que compartían su idioma ya habían pasado por este país mucho antes que los draizs. Así también se supo el nombre que se le daba a esta tierra: Erain. El Nueva es un añadido de los humanos, por supuesto —matiza con sarcasmo—. Mudna también corresponde al nombre verdadero de la antigua ciudad. Los exploradores descubrieron en las ruinas…

Pierdo el hilo del relato de Ézer, porque sé que parte de esa historia es mentira. Los humanos no llegaron al país emigrando de otro y no averiguaron los nombres del lugar por una supuesta cultura muy anterior a la draiziana, pero que compartía rasgos con la suya propia. Los humanos llegaron a través de la Magia desde diferentes partes del antiguo mundo. El grupo que terminó en esta isla descubrió que nos encontrábamos en Erain, porque algunos reconocieron sus ruinas y leyeron sin problemas los documentos escritos en eraino, un idioma que, al parecer, en el pasado se hablaba bastante en diferentes países. Incluso había supervivientes de la misma Erain, a los que no les costó descubrir que habían vuelto a su hogar.

La historia inventada por el Código para sepultar la verdadera, además, no se sostiene. Tiene muchísimas incongruencias. Sin embargo, todo forma parte de una cruel pantomima que te crees o te callas para protegerte de las repercusiones.

—El Código a veces utiliza a sus supuestos antepasados para reclamar el derecho de Nueva Erain. Para suavizar el hecho de que conquistaron y subyugaron a los draizs hace veintidós años. —Me entristece que Ézer no sepa la verdad.

—Por eso hay que conseguir derrotar al Código. —Kira irrumpe en la conversación y avanza hasta sentarse en una de las sillas de la mesa en la que nos encontramos Ézer y yo.

—¿Ese es tu propósito?

—Entre muchos otros. Pero eso ya deberías saberlo si fueras de este país. —Kira se cruza de brazos y nos mira, inquisitiva.

Runa se sienta en una silla próxima a mí con un suspiro. Ézer rodea la mesa y ocupa una al lado de Kira. No tengo ni que preguntar; sé que quieren que haga lo mismo. Freno mis pensamientos, entendiendo que es hora de hablar, hora de defender mi postura. Me acomodo junto a Runa y me froto las manos, nervioso. Exponer mi historia va a ser complicado, sobre todo frente a la danían de Núcleo, que no va a dejar escapar la ocasión de atar cada cabo suelto.

—Por favor, no queremos hacer daño —implora Runa.

—Tranquila, Runa, aquí estáis a salvo. —Ézer trata de calmarla.

—De momento —exhorta la danían.

—¡Kira! —le reprende su hermano.

La chica pone el ojo en blanco y luego se rasca la frente. Su hermano coloca un brazo en el respaldo de su silla, como si la abrazase por la espalda. Si ya me cuesta adivinar qué pasa por la mente de cada uno, Kira es incluso más inaccesible. La política es una ciencia compleja. La relación entre seres racionales también. Comprobar en carnes lo comprometida que puede llegar a ser una situación en la que se juntan la política y las emociones es otro asunto muy distinto.

—Lo siento —murmura Kira—. Siento ser tan brusca y directa, pero no quiero edulcoraros una realidad que tal vez no pueda ofreceros.

—¿Nos vais a encarcelar otra vez? —Los ojos de Runa son puro pánico.

—No, si de mí depende. Pero tenéis que entender que, aunque yo sea la danían de Núcleo, los kalentes también tienen voz y voto en esto… Desgraciadamente —susurra lo último, pretendiendo que no lo escuchemos, pero lo hacemos—. Os he conseguido esta tregua y, si todo va bien, en unos días seréis libres. A cambio solo os pido que me contéis sobre vosotros. Tenéis que comprender que debo tranquilizar a los líderes draizs; darles una razón para que desconfíen un poco menos.

Runa y yo nos miramos. Su gesto dice: «miente». El mío tiene que gritar: «di la verdad». Luego se debe de deformar para indicarle: «di la verdad, aunque sea a medias». Nos están pidiendo honradez a cambio de nuestra libertad. Sin embargo, me encuentro con que no puedo hablar por Runa de nuevo. Siempre he sido sincero, pero ella solo sabe de mí que he perdido la memoria, que conozco la verdad del planeta, que soy una anomalía y que busco al Caimán, del que tampoco le he hablado. Es bastante y a la vez nada. Nada, porque no le he expuesto las emociones que conllevan todos esos datos sobre mí. Están huecos, faltos de la verdadera información.

Yo de Runa solo sé que viene de otro país, que es una anomalía, que no quiere estar cerca de otras como ella por el peligro que supone, que dice leer el futuro a través de sus cartas de adivinación y que su tatuaje cambia según sus sentimientos, al parecer. Para mí ella es un misterio.

En esta sala solo hay desconocidos que se analizan entre sí para intentar descubrir qué esconde el otro. Entrecruzo los dedos, sintiendo la mirada de Ézer puesta en mí. Puedo confiar en la impresión que me ha causado y, por ende, ofrecerle el mismo crédito a Kira. O puedo mentir y acallar mis instintos. Y llego a la conclusión de que, haga lo que haga, si esto tiene que terminar mal, terminará mal, diga la verdad o no.

Al fin y al cabo, no soy nadie. No tengo pasado, estoy estropeando mi presente y es posible que no consiga un futuro si sigo así.

—Perdí la memoria hace dos años.

—Noah —me chista Runa.

—A ver, tranquilos. —Kira se presiona el puente de la nariz con dos dedos—. Ni siquiera nos hemos presentado formalmente. —Nos mira, pero por primera vez veo indecisión en su rostro. ¿Estará avergonzada por ni siquiera habernos preguntado nuestros nombres?—. Noah y Runa, ¿verdad? —Asentimos a la vez—. Bueno, yo soy Kira, la danían de Núcleo. Y él es mi hermano Ézer, mi mano derecha.

—Hermano mayor, para que quede claro. —Sonríe el chico, y el intercambio de palabras que pretende ser chistoso logra relajar un poco el ambiente.

—Entonces… Noah, dices que has perdido la memoria.

—De forma parcial. Siempre he estado solo. Lo que recuerdo, claro. Nunca me he relacionado con nadie.

—¿Con nadie? —se asombra Ézer.

—Con nadie.

—Eso explica por qué eres tan curioso y reaccionas de forma tan extraña frente a cosas cuya respuesta debería ser obvia. —Asiente Kira.

—Pero ¿despertaste sin más un día, así, sin memoria? —Ézer se lleva un dedo a los labios, pensativo.

—Sí. Lo hice hace dos años en una casa que luego averigüé que pertenecía a un tal Caimán y a un ser más pequeño. Aprendí de sus documentos y me cobijé hasta que hace una semana salí de allí para completar mi misión.

Kira y Ézer se lanzan una mirada que no transmite nada bueno. Me encojo como si así pudiese protegerme de ellos.

—Y tu misión es contar lo que estabas gritando esta mañana en medio de la plaza, ¿no?

Asiento, incapaz de intervenir. Me sorprende el miedo que atenaza expresar la verdad cuando otras personas, aun sin palabras, parecen obligarte a detenerla. Me había prometido no callarme nada, no amilanarme ante los conflictos que pudiese albergar el país. Sin embargo, es complicado dejar de lado todo lo que hace sucumbir a Nueva Erain.

Mi misión no puede ser lo único que me importe. O eso empiezo a comprender.

—Noah, queremos que sepas que no pretendíamos coartar tu libertad de expresión. Es un derecho fundamental que todos deberíamos poder ejercer, pero hoy en día es muy peligroso relatar en voz alta esa historia en concreto.

—Conozco el conflicto entre los humanos y los draizs. Runa también me advirtió de ello antes de llegar aquí. No hice caso ninguna de las dos veces…

—No es eso, Noah. —Kira tuerce los labios en una especie de sonrisa que irradia una pena profunda—. El problema del mensaje no es por los draizs, es por el Código. ¿Sabes quiénes son? — Afirmo con la cabeza—. Lo que tú cuentas ya se manifestó hace mucho tiempo, y el Código se encargó de acallar todas aquellas voces.

—Lo sé.

—¿Lo sabías y aun así te has arriesgado? Si algún espía de Mudna te hubiese descubierto ahora mismo no estaríamos charlando tranquilamente, ¿comprendes?

—Comprendo, y lo siento mucho. No quería poner en peligro a nadie. Solo quiero que la verdad salga de nuevo a la luz. Ayudar a mejorar la situación de este país.

—No tengo problemas con que cada uno profese sus creencias, pero entenderás que mi reacción ha sido fruto de una medida de protección.

—No es una creencia, es la verdad —contesto.

—¿Me la muestras? —me contesta Kira, tan rápida, tan inquisitiva, que mi valentía palidece.

Runa se remueve en el asiento, incómoda. Entreabro los labios, dispuesto a despertar la magia. Sin embargo, caigo en la cuenta de que Runa tiene razón: ser anomalías en este país es peligroso. Y decírselo a cualquiera que no lo sea es exponerse demasiado. Así que, tras reprimirme, solo niego.

—Tú lo único que quieres es que los draizs te respeten —le espeta Runa de pronto.

—No a costa de cualquier otro tipo de injusticia. —Kira aprieta los labios.

—Eres muy dura con los humanos y muy floja con los draizs, porque vives en una ciudad repleta de una especie a la que le gustaría verte muerta.

—Cuida tus palabras, Runa —le advierte Ézer.

—¿No queríais la verdad? No merecemos estar aquí. Yo menos que nadie. No he sido yo la que ha gritado esa historia en medio de esa plaza. Ni siquiera estaba junto a Noah cuando me habéis capturado. Sencillamente, habéis visto que soy una humana desconocida y me habéis metido en el mismo saco.

Es la primera vez que veo el dolor cruzar el rostro de Kira. El color ha mudado de su rostro y mira a Runa con fijeza. No con brusquedad, sino con angustia. Desde mi posición noto el malestar que está invadiendo el cuerpo de la danían. Yo mismo empiezo a sentirme incómodo, decidido a decir algo para calmar su alteración. Empatía. A esto se le llama empatía. Un cosquilleo hormiguea en mi nuca.

Runa se ha pasado. Entiendo su nerviosismo, no obstante, su acusación ha sido demasiado grave. Aprendemos de nuestros fallos; somos, en parte, fruto de los errores que cometemos. Y, sin embargo, Kira parece intolerante a equivocarse. Tal vez su cargo no le permite hacerlo. Tal vez no llegamos a comprender lo mucho que oprime un poder como el que sostiene Kira entre sus manos.

Me dispongo a mediar en la discusión, pero Kira se me adelanta:

—Lo siento, Runa.

Incluso en la pelirroja veo la sorpresa ante la disculpa de la danían. El silencio dura más de lo esperado, y lo agradezco. Echo de menos la quietud sencilla y apaciguadora. Durante el viaje, los silencios junto a Runa han sido muy incómodos, pero en esta biblioteca, donde el mutismo debería haber guardado la más enorme de las tensiones, es en realidad el más pacífico de todos.

—A veces pones límites donde no se necesitan, y otras esos límites oprimen hasta asfixiar. ¿Cómo de fina es la línea que separa guiar de mandar? Todavía estoy aprendiendo a conducir Núcleo. Pido perdón por mis faltas, pero, Runa, quiero dejar clara una cosa: es cierto que no soy la más benevolente, pero tampoco soy una tirana. Quiero lo mejor para este país.

—Y, Runa —Ézer capta su atención—, deberías agradecerle a Kira sus intentos por protegeros, porque ahora vuestra libertad depende de la suya.

—¿Cómo?

—Ézer, no hace falta. No necesito justificar mis actos —murmura Kira.

—¿Qué es eso de que nuestra libertad depende de la suya? —insisto.

—Kira ha hecho un trato para obtener vuestra libertad completa. Tiene que capturar a Sid, el capitán del ejército de Mudna. Solo así ganaréis vuestra liberación.

—¿Y ella qué pierde si no lo consigue? —Runa se levanta de la silla, en pánico.

—Intuyo que no sabéis cómo funciona las batallas entre Mudna y Núcleo, pero siempre existe la misma posibilidad de ganar o perder para ambos bandos. Para el Código, estas peleas son como un juego. Básicamente, el objetivo es apresar a alguien del lado enemigo en una pelea individual y no mortal. Por lo tanto, si Sid captura a Kira…

No tiene que proseguir, porque las consecuencias hablan por sí solas. Runa contiene una exclamación y se tapa la boca. Kira acaricia el parche de su ojo derecho. ¿Cómo se habrá hecho esa herida? A lo mejor ha nacido falta de visión y estoy fantaseando, pero empiezo a entenderla. El ademán que tiene de llevarse una mano al parche cada vez que se tensa la situación se parece mucho a cuando busco apoyo en el colgante de la bellota: el peso de un recuerdo.

—Venid, quiero enseñaros algo —dice Kira, levantándose.

Por el gesto de Ézer, me percato de que la decisión es repentina. La chica se dirige al fondo de la biblioteca y nosotros la seguimos con pasos rápidos. Tampoco tenemos otra opción. Yo vuelvo a quedarme absorto observando las estanterías y Runa me reconduce con un ligero empujón hacia el lado contrario al notar que me desvío.

Llegamos frente a los ventanales a través de los cuales el sol ilumina la estancia. Observo más allá. Desde esta posición, Núcleo me sigue pareciendo una ciudad interesante pero sombría. Las casas de piedra se amontonan unas entre otras y algunos bloques parecen tener la estructura de un panal de abejas. En los caminos, el polvo queda suspendido entre las pisadas de los nuclenses. Me llama la atención el grupo de pequeños draizs y humanos que colaboran para plantar una fila de diminutos arbustos en la linde de un edificio rojizo, muy diferente a las viviendas del alrededor.

—Es la escuela de Núcleo. Se está quedando pequeña, porque cada vez más draizs y humanos de todas las edades asisten, por eso quiero habilitar más espacios aquí, en el Liman. La educación es importante —nos explica Kira.

—Parecen felices…

—Vivimos en un país donde la guerra se ha paralizado, pero que continúa viva. Hace más de cinco años era imposible salir así a la calle, vivir en paz. En Núcleo todos tienen derecho a la educación, se les consigue un trabajo y una vivienda, y aunque algunos coman mejor que otros, a nadie le falta de nada gracias al sistema cooperativo. Pero, pese a todo lo que hacemos, existen desigualdades. Eso —Kira señala a un niño humano sentado en el suelo que mira cómo juegan los demás— es una cosa que todavía no he conseguido evitar, aunque espero que cambie pronto.

—Pero sí hay otros niños humanos jugando con los draizs —comenta Runa, confundida—. A lo mejor es que no cae bien y punto.

—O a lo mejor le están haciendo lo mismo que yo te he hecho a ti. —Kira mira a Runa y la chica del tatuaje desciende su mirada hasta sus botas.

—Siento si he sido demasiado brusca.

—Acepto tus disculpas, pero para poder hacer de este mundo más justo, yo misma tengo que comprender el impacto de mis acciones. Me merecía tu enfado.

Y Runa sonríe. Su rostro parece iluminarse, aunque el sol esté jugueteando entre sus rasgos. El gesto dura solo unos segundos, sin embargo, resulta ser tiempo suficiente para que su tranquilidad se aposente en mi pecho. Respiro hondo, dirigiendo de nuevo la mirada al exterior. Veo cómo un niño draiz se acerca al humano solitario y le tiende la mano, pese a las réplicas de los demás.

—Hay esperanza. Siempre la hay —musito.

Los otros tres me dan la razón con un asentimiento

—Sin ella, a este país no le queda nada —coincide Kira.

Nos quedamos contemplando un rato más cómo los niños trabajan la tierra. Pienso en la fe silenciada de los draizs. Son hijos de la naturaleza—la Magia— y, por ello, creen en dedicarle la vida que ella les otorgó. La conciben como un ente espiritual que incide de manera distinta en cada ser, porque no es una esencia permanente, sino que cambia y evoluciona. Entienden que se forja una unión íntima con ella, aunque no se restringen a la hora de compartir su fe y sus ideas. Hay quienes hacen rituales, mientras que otros prefieren la meditación o poner todo su esfuerzo en la conservación de la naturaleza. Incluso existen los que no hacen nada en concreto. Y me recuerdan al antiguo mundo, donde se veneraba a la Magia como una Diosa.

No cuidar nuestro entorno es lo que llevó a la destrucción de la humanidad por parte de la Magia. Nunca me lo había planteado, pero viendo a los niños cuidar la tierra con tanta delicadeza, me hace pensar que Ella se equivocó con su decisión. Que no podemos llamar segunda oportunidad a haber sobrevivido a una masacre. Nosotros merecíamos una lección, pero ¿la lección fue la muerte? ¿Cuántas personas inocentes y valientes fallecieron? Si la Magia quería que sobreviviésemos los buenos, ¿por qué existen personas como las que conforman el Código? Trago saliva. ¿Estamos defendiendo a un poder caprichoso solo porque está atado a la vida del planeta?

—La educación en la escuela es opcional. Si asistes, es flexible. Creemos que la educación es necesaria, pero no podemos obligar a nadie a aprender de ese modo. Hay muchas formas de adquirir conocimiento. —Ézer retoma el hilo—. Los draizs tenían una forma de educar muy distinta hasta que los humanos les impusieron sus formas. Poco a poco, tratamos de que recuperen su cultura; sin embargo, los Pactos de la Armonía son bastante restrictivos. Nuestra paz está basada en el terror.

Los Pactos de la Armonía. No los conozco. Tal vez pertenezcan a los últimos cinco años que el Caimán no documentó. Entreabro la boca para preguntarle por ellos, pero Runa me interrumpe:

—¿Es esto lo que queríais enseñarnos?

—Sí y no —contesta Kira—. Sí, porque quiero que veáis que, pese a las leyes, en Núcleo la ciudadanía goza de una libertad que en Mudna es impensable. Y no, porque justo aquí también está la razón de traeros.

—Kira. —El tono de Ézer es de sorpresa, y no sé identificar si de forma positiva o negativa.

—Mi hermano reacciona así porque es un secreto del Liman que solo conocemos él y yo.

—¿Y nos lo vas a relevar a nosotros? ¿A unos completos desconocidos que hace pocas horas tenías encerrados en el calabozo? —Runa, tan escéptica como siempre.

—Yo también me sorprendo. Pero confío en mi hermano. Él tiene el presentimiento de que sois inocentes. Y si dejo libres a draizs que intentan asesinarme —este dato me impacta—, ¿por qué no voy a intentar libraros de un futuro injusto?

—Que dejes sueltos a seres que intentan acabar con tu vida me parece una locura. Sigo sin fiarme. —Runa se cruza de brazos.

—Yo tampoco de vosotros. —Kira enarca una ceja—. Pero si me capturan… Si me capturan dentro de unos días, Ézer no va a tener el poder para protegeros, y no seré capaz de cargar con vuestro destino en mi conciencia.

—No te entiendo —niega Runa.

—Sinceramente, yo tampoco. No entiendo cómo dos desconocidos han puesto mi mundo patas arriba en pocas horas. Está siendo un día muy duro… —Su voz se quiebra.

—Quiero mi libertad, no tu compasión —le suelta Runa.

—No sé qué problemas habrás podido tener con gente que ostenta poder, pero no quiero que arremetas tus prejuicios contra mí sin conocerme. Sabes quién soy, mi política básica, pero no me conoces. Tal vez lo único que quiero hoy es dejar de juzgar durante unos pocos minutos. Deseo confiar sin trabas. ¿Sabes cuánto hace que eso no ocurre?

Runa no contesta y Kira gira sobre sus talones. Se coloca frente a una estantería y apoya las manos sobre tres libros, que ceden bajo su presión. Pero no solo se mueven los lomos, sino que también lo hace un trozo de la pared, hundiéndose hacia dentro. Runa y yo nos asomamos, boquiabiertos, porque, de pronto, estamos frente a un hueco que da paso a un pasillo oscuro y húmedo. Un pasadizo secreto.

—Esto lleva a las afueras de Núcleo. Si me capturan, huid por aquí.

—¿Cómo sabemos que no es una trampa? ¿Que no nos quieres hacer quedar como unos prófugos?

—Porque si quisiese encerraros y juzgaros ya lo habría hecho, sin necesidad de tanto teatro. Creedme, es mejor arriesgarse a huir que dejar que Almog, la kalente del sector militar, se encargue de vosotros.

—¿La draiz que me ha amenazado en la plaza? ¿Ella es la que decidirá nuestro destino si tú fallas? —Runa traga saliva.

—Veo que te han bastado unos minutos para calarla.

—¿Y si nos escapamos antes de la batalla? —No entiendo por qué Runa está tentando tanto a la suerte.

—Habréis traicionado mi confianza y os buscaré.

—Pero no nos fiamos entre nosotros, tú misma lo has dicho.

—Será hora de empezar.

La danían coloca la estantería en su sitio y Ézer le da unas palmaditas en la espalda, más calmado. No puedo ni imaginarme lo mucho que le tendrá que haber costado a Kira tomar esta decisión. Agarro con fuerza la bellota y el clavo me pincha en la palma. Mi futuro es una incógnita, pero, si quiero tener uno, voy a tener que confiar en ella, que nos ha desvelado un secreto que, supuestamente, solo conocen los dos hermanos. El problema que podemos causarle si no usamos esa salida con responsabilidad puede ser enorme.

—Kira —la llamo por su nombre por primera vez. Ella me mira—. Gracias. De verdad, gracias.

—Agradéceselo a Ézer, y a mí no me las des tan pronto. Todos tenemos una soga alrededor del cuello. Solo puedo esforzarme tanto como hago siempre en pos de la justicia. Es lo único que puedo prometeros.

—Quiero que sepas que impones muchísimo, pero confío en ti. Incluso antes de enseñarnos tu secreto.

—Eres un chico muy raro, Noah… Intentemos que esto funcione. —Me tiende una mano.

La observo interrogativo. Ézer se acerca y coge mi mano para juntarla con la de su hermana. Ah, el saludo propio de los humanos. Muchas veces utilizado para pactar. Aprieto los dedos ásperos de Kira.

—Bien. —Asiente ella.

Y Ézer se echa a reír con naturalidad. Es increíble lo risueño y relajado que puede ser en momentos tan comprometidos. Kira pone el ojo en blanco, aunque veo que le tironea la comisura de los labios. Incluso Runa se permite bajar la guardia y sonreír débilmente. Y junto al cosquilleo que me recorre todo el cuerpo, surge desde el fondo de mi garganta una risotada torpe.

No conozco las verdaderas intenciones de Kira y Ézer. También desconozco la voluntad de Runa. Pero, en el momento en que coreo sus risas, noto que un fino hilo empieza a enredarse entre nosotros. A unirnos de alguna manera.

El don de la diosa

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