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ОглавлениеINTRODUCCIÓN
Aristóteles investigador de las ciencias de la vida
Los escritos de biología y zoología representan algo más de una quinta parte en la obra conservada de Aristóteles. Pero no es sólo la extensión de estos estudios y tratados lo que conviene subrayar en primer lugar, sino esa significativa atención al estudio de la vida en sus múltiples formas, reflejada en sus minuciosos datos y sus cuidadosos análisis, que se nos presenta como un trazo característico y singular de la filosofía aristotélica. Aristóteles se nos muestra como un precursor de otros investigadores en zoología y biología, pero esos escritos e investigaciones están enmarcados en su programa filosófico general 1 . Frente a Platón, más interesado en las matemáticas como un modelo metódico para la dialéctica y el rigor filosófico, el filósofo del Liceo se dedicó larga y seriamente al estudio, observación y análisis de los animales y los procesos biológicos. Y esta diversa orientación es un trazo muy significativo en la construcción de su sistema filosófico 2 .
El interés por los estudios de biología y zoología se extiende a toda la vida de Aristóteles, tras su salida de la Academia platónica. Ya allí había sido testigo de la reiterada discusión sobre la clasificación de los seres y objetos, y en especial de las especies animales, según el procedimiento platónico de la dicotomía progresiva. Aristóteles no se interesa a priori por esa taxonomía definitoria ni por esa tópica abstracta. (En algún lugar critica lo arbitrario de una sistematización donde los criterios de ordenación y los puntos relevantes para la dicotomía no están fundamentados en un sólido principio de realidad 3 .) Hijo de un médico, atento siempre a la justificación de los fenómenos, observador tan preciso como buen teórico, Aristóteles busca su camino al margen de la metodología platónica.
Hay, al comienzo de Sobre las partes de los animales (I 5; 644b22 - 645a36), unos párrafos, muy citados por los estudiosos modernos 4 , en los que el Estagirita esboza un elogio y una apología de los estudios de biología. Dice allí así:
De los seres que existen en la naturaleza, algunos, inengendrados e incorruptibles, subsisten en la eternidad; otros, en cambio, están sujetos a la generación y la destrucción. Sobre los primeros, que son nobles y divinos, sucede que tenemos menores conocimientos, ya que son poquísimos los hechos recogidos por la observación sensible a partir de los cuales pueda conducirse una investigación sobre tales realidades, es decir sobre cuanto deseamos saber. En tanto que respecto a los seres corruptibles, plantas y animales, nuestro conocimiento es mucho más asequible gracias a que vivimos en medio de ellos, y muchas informaciones puede obtener cualquiera que quiera estudiarlos adecuadamente.
Pero uno y otro campo de estudios posee su propio atractivo. Por escasas que sean las noticias de la realidad incorruptible que podamos alcanzar, no obstante, gradas a la nobleza de tal conocimiento, logramos de él mayor alegría que de todo lo que está en torno nuestro, así como una visión, aun fugitiva y parcial, de la persona amada nos es más dulce que una contemplación exacta de muchas otras cosas por importantes que sean.
Las otras criaturas, sin embargo, gracias a la posibilidad de conocerlas de modo más profundo y extenso, dan lugar a una ciencia más vasta. Por otro lado, ya que están más en nuestra vecindad y nos son más familiares a nuestra naturaleza, compensan el equilibrio frente a la filosofía dirigida a las cosas divinas. Puesto que de estas últimas ya hemos tratado, explicando cuanto nos permitían sus apariencias, nos queda por hablar de la naturaleza viviente, sin omitir, en la medida posible, nada de ella, sea humilde o excelso.
Pues incluso en aquellos seres que no se presentan atractivos a nuestros sentidos, el comprender el espíritu creador de la naturaleza que los diseñó procura, sin embargo, extraordinario goce a quienes saben reconocer sus causas y están naturalmente inclinados a la filosofía. Sería, en efecto, absurdo que, cuando experimentamos placer al contemplar sus imitaciones y a la par admiramos el arte que las ha producido, sea la pintura o la escultura, no apreciáramos todavía más la observación de esos mismos seres reales, tal como están configurados por naturaleza, al menos en tanto que podemos percibir sus causas.
No se debe, por lo tanto, alimentar un disgusto infantil hacia el estudio de los seres vivos más humildes: en todas las realidades naturales hay algo de maravilloso. Así como Heráclito, según se cuenta, habló a aquellos extranjeros que venían a visitarle, pero que vacilaban en avanzar al verle calentándose junto al hogar de la cocina, y les dijo: «Entrad sin temor. También aquí hay dioses.» Así conviene afrontar sin disgusto la investigación sobre cualquier tipo de animales, ya que en todos hay algo de natural y de hermoso.
La ausencia de azar y la orientación a un fin está presente en las obras de la naturaleza, y de manera extrema. Y el fin en vista al cual éstas se han constituido o formado ocupa el lugar de la Belleza 5 .
Pero si alguno considerara indigna la observación de los otros animales, de igual modo debería considerar también la de sí mismo. Porque no es posible considerar sin gran disgusto las partes constituyentes del género humano: sangre, carne, huesos, vasos sanguíneos, y lo demás. De igual modo conviene advertir que cuando se discute sobre una parte o un objeto cualquiera no se llama la atención sobre la materia ni se discute en función de ésta, sino de la forma del conjunto; se habla, por ejemplo, de una casa, pero no de los ladrillos, del mortero, o las vigas. Así de igual modo, cuando se trata de la naturaleza, se habla de la totalidad en síntesis de la cosa misma, y no de aquellos materiales que no se presentan por separado del objeto mismo del que dependen.
Son numerosos los comentaristas modernos de este pasaje. En él parece reclamar Aristóteles la atención del investigador «inclinado por naturaleza a la filosofía» a un terreno no muy practicado todavía: el estudio de los seres vivientes por muy humildes que sean. Desde el hombre a los insectos, los gusanos y los crustáceos, pasando por las numerosísimas especies que pueblan el polimorfo repertorio de las criaturas, en su despliegue maravilloso, la naturaleza ofrece un incesante y abigarrado espectáculo, mucho más al alcance de nuestra observación que el mundo incorruptible y eterno de las estrellas y las abstracciones metafísicas. Eso no quiere decir que, vuelto hacia este mundo empírico, sensible, sujeto al nacer y crecer y morir, el filósofo renuncie a su afán de buscar la ciencia de los principios y se desentienda de la física y la metafísica. No es eso. Solamente advierte que este campo de estudio —que podemos designar como la ciencia de los seres vivos, o la biología y la zoología en mutuo contacto— merece sin ninguna reserva la atención filosófica. Incluso los seres más humildes tienen algo maravilloso y placentero al conocimiento, cuando se observan sus formas y estructuras, y las causas de su desarrollo, en el marco de esa Naturaleza dirigida a un fin 6 .
También en estas líneas Aristóteles expone su firme convicción de la finalidad implícita en todo proceso natural. La Naturaleza —«que no hace nada en vano», según su célebre axioma 7 — procede siempre según un orden, dirigida a un télos, y en esta ordenación general de los seres y los fenómenos naturales hay un trasfondo platónico. El Bien y la Belleza es para Aristóteles el objetivo final de toda esa atractiva pluralidad de seres y formas, organizados en la escala de perfección natural que va de las plantas y los ínfimos vivientes hasta el hombre, animal superior, lógico y político. La visión aristotélica del universo biológico está guiada por su teleología.
Como señala G. E. R. Lloyd, en este pasaje «Aristóteles trata de superar los prejuicios de algunos de sus contemporáneos contra la investigación biológica». Pero, al mismo tiempo que reivindica la dignidad de esas investigaciones, subraya su convicción de que hay en toda la Naturaleza una teleología implícita e inmanente, muy en consonancia con su ideal filosófico.
Como una constatación de cuánto puede aprenderse de las penosas investigaciones empíricas en este campo, esto marca un hito en la historia de la biología y de la ciencia natural como un todo, y al mismo tiempo un cambio respecto a la actitud de Platón hacia el estudio de los seres particulares. En reacción contra Platón, al que representa como el filósofo de la forma trascendente o incorpórea, Aristóteles se transformó más y más en el filósofo de la Naturaleza y de la forma viviente. Pero, pese a toda esa aplicación de nuevos métodos, y pese a sus numerosos descubrimientos específicos, en física y en biología, su concepción de la Naturaleza es todavía en muchos aspectos platónica, aunque a primera vista parezca paradójico, el efecto de gran parte de su trabajo en biología —un campo en el que fue en mucho el pionero— fue reforzar ciertas tesis referentes a la forma y el papel de la causa final que, aunque no sean idénticas a las del propio Platón, deben ciertamente muchísimo a las ideas de éste 8 .
No hay, contra lo que alguna vez se ha postulado, una conversión del Aristóteles idealista al empirismo, ni una progresiva dedicación del filósofo a la ciencia experimental y biológica 9 . Aristóteles combinó siempre ambos aspectos: la observación naturalista y la abstracción teórica. Aunque hay un cierto progreso en los enfoques de sus estudios biológicos —desde la Investigación de los animales a Sobre las partes y Sobre la generación —, la diferencia es que el primero es más expositivo, y los otros insisten más en aspectos causales y en la problemática específica de ciertos procesos concretos, sin abandonar jamás la perspectiva filosófica de base 10 .
Tratados de biología y zoología
De los varios tratados de zoología y biología que nos han llegado en el Corpus Aristotelicum, la Investigación sobre los animales o, según su título latino, Historia animalium, es el más extenso y, seguramente, el más antiguo. Junto a la Investigación (con sus diez libros, según la edición de Andronico de Rodas, que añadió dos o tres libros al conjunto auténtico), hay que considerar en este grupo otras obras como Sobre las partes de los animales (De partibus animalium), Sobre la marcha de los animales (De incessu animalium), Sobre el movimiento de los animales (De motu animalium), y Sobre la generación de los animales (De generatione animalium).
Este tipo de escritos enlaza, muy claramente, con temas estudiados en los Pequeños tratados de historia natural (Parva naturalia) y con Acerca del alma (De anima) 11 . Se nos han perdido algunos estudios sobre los animales que usaron Aristóteles y sus discípulos del Liceo, como los titulados Zoiká y Anatomaí («De zoología» y «De anatomía») que, por su título general y algunas referencias antiguas, parecen haber sido más bien repertorios de datos y observaciones destinados a reflexiones y consideraciones comunes 12 . Las Anatomaí contenían, probablemente, un buen número de dibujos e ilustraciones de disecciones practicadas por los investigadores de la escuela, y tal vez por el mismo Aristóteles 13 .
De todo este conjunto es la Historia animalium, que traducimos como Investigación sobre los animales, el tratado más amplio, tanto por su extensión como por su perspectiva 14 . (El término griego historía se encuentra utilizado por Aristóteles con un sentido poco técnico, como era usual en su época. Como en la primera línea de Heródoto, historía indica el conocimiento empírico, resultado de una observación precisa, una investigación personal o una indagación seria sobre el terreno) 15 .
Composición y fecha de la «Investigación sobre los animales»
La Historia animalium o Investigación sobre los animales nos ha llegado a través de manuscritos medievales como un amplio tratado en diez libros, tal como la editó Andronico de Rodas. (La tradujo al latín Teodoro Gaza, que publicó su versión en 1476. La editio princeps griega es la Aldina de 1497.) De sus diez libros tan sólo los seis primeros y el octavo son indiscutiblemente aristotélicos. Sobre el libro VII, el IX y el X caben dudas de autoría, aunque contengan materiales aristotélicos 16 .
Según I. Düring, hubo dos ediciones helenísticas anteriores a la de Andronico. La primera comprendía tan sólo los libros I-VI de nuestro texto, con el título de Perì zṓon moríōn. La otra comprendía los libros I-VI, VIII, IX, y VII, en este orden, que conservan los manuscritos medievales. Los libros VIII y IX tuvieron probablemente el título de Perì zṓōn ḗthōn kaì bíōn. El libro VII figuraba suelto con el de Perì genéseōs. Y el décimo tal vez llevara el de Perì tou mḕ gennân (Sobre la esterilidad). Importante apoyo para su tesis lo encuentra Düring en las citas que Ateneo hace de la obra, nada menos que 114, de las que la mitad proceden literalmente de los seis primeros libros de la Investigación (citada por él como Perì zōôn moríōn: «De las partes de los animales»), y las otras de algún texto de Aristóteles que desconocemos 17 .
Está claro que los seis primeros libros forman un conjunto unitario. (Dentro de ellos pueden trazarse algunas secciones: I 1-6, Introducción; I 7-IV 7: Anatomía general, que abarca, de un lado, a los animales dotados de sangre (I 7-III) y, de otro, a los faltos de sangre (IV 1-7); IV 8-11: Fisiología animal; V 1-14: Generación y copulación; V-15-VI: Generación y desarrollo.) El libro VIII trata de las actividades psíquicas, los hábitos, influencias ambientales, enfermedades, etc., de algunos animales. El libro VII se ha colocado tras el VI, que concluye algo bruscamente, y no trata de la anunciada generación y desarrollo del ser humano 18 .
Como ha señalado I. Düring, «el primer objetivo que Aristóteles se propuso en la Investigación sobre los animales fue exponer las diferencias de estructura y de forma de varios animales, y delinear de tal manera un cuadro general de la estructura del mundo animal» 19 . Con este enfoque tan amplio, la investigación procede a disponer los seres vivos en una escala que va del ser humano, considerado el más complejo y superior, a los organismos inferiores. Hay en esta obra un dominio de la descripción y del análisis. Como se ha observado, es más descriptiva que Sobre las partes de los animales, más orientada hacia la etiología —del mismo modo que la Historia plantarum de Teofrasto es más descriptiva que su De causis plantarum —, aunque en gran parte ambas operan sobre los mismos materiales. Siempre se comienza con el estudio y análisis de los phainómena para pasar después a buscar las aitíai, ya que pasar de los hechos aparentes a las causas es el método de la explicación científica, y luego a una consideración teórica más general.
Aristóteles quiere demostrar que en la naturaleza domina el orden y la regularidad, y trata de definir esa ordenación. Recurre fundamentalmente a la idea de la analogía entre los seres vivos y sus órganos. La anatomía comparada se perfila así como uno de los ejes fundamentales de su análisis. Desde los comienzos mismos de la Investigación, si bien ese enfoque cobra mayor énfasis en Sobre las partes, y, con carácter más monográfico, en Sobre la marcha y Sobre el movimiento, y en Sobre la generación, que es su obra zoológica más madura, y donde más tiende a una discusión de los problemas, con un talante más abierto 20 . De la descripción se pasa a una clasificación y a un esbozo de sistema. Pero no se avanza a una taxonomía completa ni universal. Aristóteles no pretende anticipar la concepción sistemática de Linneo 21 .
Como decíamos, se considera que la Historia animalium es (en lo que se refiere a su parte indudablemente auténtica, es decir, en los libros I-VI, VIII, y tal vez VII) la primera de las obras zoológicas de Aristóteles. Como hizo notar D’Arcy W. Thompson, la mayor parte de los nombres geográficos en ella citados proceden de la isla de Lesbos y regiones próximas, lo que parece indicar que el Estagirita habría reunido allí sus observaciones sobre la fauna durante su estancia en la isla 22 . Allí, en compañía del joven Teofrasto, se habría ocupado largamente en la minuciosa observación de numerosas especies animales. (Más de 500 están nombrados y muchos agudamente descritos en sus escritos; algunos tras haber sido diseccionados con destreza.)
Indudablemente Aristóteles, según su hábito, combinaba las lecturas con la propia observación de los fenómenos 23 . Hay un gran fondo libresco en sus anotaciones, como se ha hecho notar. Pero hay también una gran dosis de observación personal, unida a las noticias recogidas de muy varios informadores: pescadores, cazadores, viajeros, etc. Como el historiador que alterna su propia experiencia y testimonio, la autopsia, con las noticias de otras gentes, así el investigador en zoología que, como Aristóteles, intenta abarcar un repertorio animal muy extenso (que comprende una variopinta fauna marina y un número muy extenso de especies animales) debe surtirse de fuentes varias.
En todo caso, existe hoy un consenso notable para atribuir la redacción de la Investigación sobre los animales a una etapa media de la biografía de Aristóteles, a esa época en que, abandonada la Academia, se encontraba en Lesbos y la costa de Asia Menor, antes de su segunda estancia en Atenas. Tricot sitúa su composición en los años 343-340, Peck en 345-343, Düring en 343-342, Louis en 347-343, Lloyd en 347-335, y Vegetti en 347-343.
Como ha señalado M. Vegetti,
esta datación está cargada de significado para la historia de la biología aristotélica, y a la vez, más en general, para la reconstrucción de la trayectoria entera del pensamiento del Estagirita. Desde el primer punto de vista, de ella deriva que la Historia precede a la definitiva redacción del De partibus y el De generatione en cerca de 15 años (aquellos decisivos 15 años que ven entre otras cosas la composición de los libros centrales de la Metafísica); desde el segundo punto de vista, se puede concluir ciertamente que la tendencia científica, «empírica», es una constante del pensamiento aristotélico y no una adquisición tardía, y que además tal tendencia podía acompañarse sin conflictos con el «platonismo» de Aristóteles (si bien deberá pensarse en el Platón dialéctico y metódico del Sofista, al Platón para el que las «ideas» son más una función epistemológica que un edificio metafísico, y no al Platón religioso y metafísico de la imagen que nos ofreció Jaeger) 24 .
Se ha discutido bastante sobre la organización del tratado. M. Vegetti propone un análisis muy interesante, porque no sólo aclara la estructura del mismo, sino que hace ver su relación con las otras obras de zoología aristotélicas, que vuelven a tratar los temas aquí esbozados en secciones. Resumo su análisis y cito luego un comentario que me ha parecido muy atinado y esclarecedor.
Después de una introducción de método (I 1-6) viene una primera parte, de carácter anatómico muy marcado (I 7 - IV 10). (Sobre ello volverá en los libros II a IV de Sobre las partes.)
La segunda parte, con dos secciones, trata fundamentalmente de la reproducción de los animales. Se extiende de V 15 al final del libro VII. (En Sobre la generación, muchos años después, reconsiderará Aristóteles los mismos temas.)
La tercera parte, dividida en cuatro secciones, trata de las costumbres y comportamientos animales, de etología y ecología animal y comparada 25 .
Esta configuración de la obra no resulta, conviene admitirlo, evidente en la lectura. Y caben otros análisis de la estructura del tratado (como el que hace I. Düring, que considera el libro VII posterior al resto). En una primera lectura, la obra puede dar la impresión de una enorme riqueza de datos recogidos con cierto desorden, con una notable mezcla de notas y digresiones. (Como en otras obras de Aristóteles, parece claro que existen aquí y allá algunas digresiones o descripciones que se intercalan, como es el caso de la estupenda descripción del camaleón en el libro II 11, por dar un ejemplo.) Sin embargo, Aristóteles tiene un claro programa, que anuncia en los primeros párrafos de su introducción y que se ajusta a este esquema, aunque sin excesivo formalismo. Y hay que tenerlo en cuenta para una estimación cabal del alcance de su empeño.
Estamos así —señala Vegetti— de frente no ya a una mera recolección de datos, sino a la potente arquitectura de un gran tratado de zoología general, que no sólo es en sí autosuficiente, sino que va a ofrecer los fundamentos científicos para toda la ulterior elaboración biológica de Aristóteles. Una constatación, que emerge del reconocimiento de la estructura de la Historia, es de gran importancia para comprender su naturaleza: el material científico está organizado en ella del mismo modo que en el De partibus y en el De generatione, es decir, no especie por especie, sino desde un punto de vista general y comparativo, con el tratamiento sucesivo de las «partes» (órganos, aparatos, sistemas), de las funciones fisiológicas mayores (percepción, reproducción, alimentación), y de los comportamientos animales más significativos (copulación, nidificación, migración, hibernación, etc.) 26 .
Vista así, la Investigación de los animales aparece no sólo como la realización de un amplio programa, sino como una primera representación del cosmos animal, una zoología pionera y esquemática, autónoma y presentada como «investigación personal», en el sentido griego del término histor í a.
Sistemática, taxonomía, clasificación de los animales
Los estudiosos de su obra zoológica coinciden en subrayar que Aristóteles no ha intentado establecer una clasificación sistemática de los animales, ni un catálogo completo de sus especies. Tampoco ha creado una terminología científica que le permitiera tratar de la ordenación de los diversos géneros y especies al margen de la nomenclatura del lenguaje habitual. Al contrario, se basa en las denominaciones habituales, en las distinciones recogidas por el habla corriente, por el griego usado en su época, para sustentar sus distinciones y descripciones. Muy lejos del sistema de Linneo, por tanto, Aristóteles, a quien podemos considerar como el fundador de la zoología helénica, esboza un primer cuadro de los seres naturales y sus géneros y figuras con un método mucho menos exacto que el requerido por una ciencia en sentido estricto 27 .
Y, sin embargo, hay que ver en sus tratados biológico-zoológicos las primeras obras de una ciencia natural que no progresará mucho más hasta más de veinte siglos después. Indudablemente, Aristóteles cuenta con precursores: algunos presocráticos (como Empédocles y Demócrito), algunos historiadores, y algunos médicos hipocráticos (como el autor del tratado Sobre la dieta o el de Perì gon ê s, «Sobre la reproducción») se habían interesado por temas que él vuelve a tratar. Pero, tanto por su amplitud como por su empeño sistemático y teórico, Aristóteles avanza un trecho gigantesco respecto de esos precursores. Del mismo modo supera, en rigor y en afán de una síntesis teórica de la zoología y la biología, a naturalistas posteriores, mucho más misceláneos y muy deudores de su obra, como Plinio y Eliano.
Ya hemos dicho que la Historia animalium es la primera de sus obras extensas de esta temática. Posteriormente intentará retomar algunos de sus temas y ahondar en ellos, buscando con más precisión causas y revisando problemas. En todo caso, ya la lectura de la Investigación de los animales da una idea muy clara de su método y sus alcances teóricos y «científicos».
Aunque no se proponga una clasificación radicalmente bien fundada y omnicomprensiva, y aunque no hallemos en esta obra una taxonomía rigurosa, podemos percibir cómo aquí se trazan una serie de distinciones y dicotomías que permiten clasificar a los animales estudiados o simplemente nombrados. No es mucho el instrumental teórico con el que Aristóteles emprende su catálogo ordenado y discreto. Fundamentalmente trabaja con las nociones de génos y eîdos, «género» y «especie», nociones, por otro lado, con un valor no muy exacto ni preciso siempre. La ordenación por dicotomía se acompaña de una anatomía comparada y de una concepción funcionalista de los animales y sus partes, analizadas por analogía y en mutuo contraste.
Como se ha notado repetidamente, aun trabajando sobre un terreno empírico, atendiendo a los datos y fenómenos clasificables a partir de su observación real (combinada con noticias de origen vario, pero de referencias siempre objetivas), el estudioso de la biología que es Aristóteles utiliza conceptos filosóficos, como los de aitíai, «causas», ousíai, «entidades», etc., y guarda siempre su perspectiva teleológica en el examen del conjunto 28 . Todo ello no empaña la agudeza y finura de sus observaciones a veces admirablemente minuciosas, como las que se refieren al comportamiento de algunos peces o cefalópodos, o las extraídas de sus disecciones y observaciones experimentales, como las hechas sobre el desarrollo del embrión de pollo en los huevos de algunas aves.
La progresión hacia la definición de los animales se funda, como se ha dicho, en una dicotomía que va así dibujando un cierto esquema en el que las especies pueden encuadrarse. Frente a los animales dotados de sangre están los faltos de ella (vertebrados frente a invertebrados); frente a los vivíparos, los ovíparos; etc. 29 .
Si Aristóteles no traza de una vez para todas ese esquema sinóptico que permitiría la inclusión de todos los animales en sus diversos apartados, sí que apunta en varios lugares las líneas maestras para tal cuadro sistemático. Sin pretender entrar ahora en pormenores de este catálogo, que está adecuado además a una «escala natural» que va del ser humano a los seres inferiores (invertebrados, sin sangre, producidos por generación espontánea o cercanos a los vegetales por sus rudimentarias funciones vitales), podemos resumir sus trazos en un esquema como el siguiente 30 :
ANIMALES SANGUÍNEOS
Aristóteles observa los distintos tipos de animales —desde los mayores a los ínfimos— con la misma atención. Atiende a su génesis y reproducción, a su anatomía y fisiología, a su modo de moverse y sentir, y a su ambiente y conducta natural. De la embriología a la ecología y etología animal va recogiendo y analizando los rasgos formales y típicos de las especies, y situando unas en relación a otras. Pero la anatomía comparada es —ligada a la comparación funcional de las partes de los seres vivos— el eje central de su método de análisis y clasificación 31 .
Para una valoración del esfuerzo aristotélico
Son muy numerosos los aciertos y descubrimientos de Aristóteles en el terreno de la zoología.
Reconoció, por ejemplo, el carácter mamífero de los cetáceos —un hecho que escapa a todos los demás autores hasta el siglo XVI —. Distinguió los peces cartilaginosos de los óseos, y los describió con maravillosa exactitud. Describió cuidadosamente el desarrollo del embrión del pollo, y notó, al cuarto día después de la puesta, la presencia del corazón, «parecido a una manchita de sangre en la clara del huevo, latiendo y moviéndose como dotado de vida». Hace una excelente descripción de las cuatro cámaras del estómago de los rumiantes. Descubrió en la copulación de los cefalópodos una particularidad singular que no fue redescubierta hasta el siglo XIX . Sus descripciones de la rana y el pez torpedo son minuciosas, y en su mayor parte sus datos han sido confirmados por las observaciones más recientes. Su estudio de las costumbres (aunque no de la estructura) de las abejas es excelente. Su descripción del sistema vascular de los mamíferos, a pesar de ciertos detalles que permanecen oscuros, contiene un gran número de observaciones muy buenas (W. D. Ross) 32 .
Junto a sus numerosos aciertos e indiscutibles avances, hay en su texto notables errores. Alguna vez debidos a ciertos prejuicios (como el de la superioridad del macho sobre la hembra y de la derecha sobre la izquierda, heredados de larga tradición); alguna vez motivados por la dificultad de la observación o la falta de experimentos concluyentes 33 . No olvidemos que no disponía de instrumentos ópticos y que no diseccionó nunca un cuerpo humano. (Como tampoco los médicos hipocráticos cuyos libros conocía.) Así, por ej., atribuye al cráneo femenino una sola sutura en contraste con las tres del ser humano masculino; postula la existencia de sólo tres cavidades en el corazón humano, y atribuye al corazón un papel central en el sistema nervioso (frente a la tradición platónica que lo atribuía al cerebro).
No vamos a entrar ahora en un tratamiento pormenorizado de esos aciertos y errores, que tienen su explicación en el contexto histórico en que se inaugura la ciencia natural de la vida y el estudio de los animales, y en la metodología inexacta del pionero Aristóteles. Para nosotros la distinción entre ciencias biológicas y zoológicas y ciencias teóricas de la naturaleza es algo ya adquirido y evidente. Para Aristóteles esa distinción no existía 34 . El término de physiké podía envolver uno y otro tipo de investigación. Recoger los datos suministrados por la experiencia, los phainómena, y luego indagar mediante el l ó gos sus causas, aitíai: tal era el empeño metódico en uno y otro caso. Mediante la analogía y la atención a las funciones de las partes de los organismos analizados Aristóteles pretendía examinar el ordenamiento y funcionamiento del mundo animal, explicarlo y comprenderlo 35 .
Dos cosas hay que admirar fundamentalmente: la amplitud de su encuesta y la coherencia de su construcción lógica. En los materiales utilizados para sus estudios se han identificado unas 550 especies de animales y están nombradas unas 580. (De ellas hay 75 mamíferos, 204 aves, 22 anfibios y reptiles, 7 cefalópodos, 18 crustáceos, 83 insectos y 39 ostracodermos y zoófitos.) Aunque la metodología puede resultarnos hoy un tanto esquemática, y aunque Aristóteles no elabora una nomenclatura o una terminología científica propia ni ofrece una exposición sistemática completa, resulta evidente que sus obras de biología y zoología abren un nuevo camino científico y roturan un ámbito nuevo del conocimiento. Sus aportaciones terminológicas, aunque contadas, son fundamentales. (Como, por ej., la distinción entre vertebrados e invertebrados, es decir, seres «sanguíneos» frente a «carentes de sangre». Los términos énaimos y ánaimos («con / sin sangre») no están documentados en sentido técnico antes de Aristóteles.) Sus observaciones sobre la génesis, la reproducción y el comportamiento sexual de los animales suponen un inmenso avance sobre todo lo anterior. Sus observaciones sobre el mundo de los insectos marcan un estupendo progreso como fundación real de la ciencia entomológica.
No así su tesis de que el corazón, y no el cerebro, es el órgano central de las facultades superiores del hombre 36 . Al considerarlo como propulsor de la circulación sanguínea y sede del calor vital congénito, mientras que el cerebro era (según sus observaciones inexactas) un órgano frío y falto de sangre, Aristóteles ha situado el corazón en el centro del sistema vital humano y lo considera el soporte de la inteligencia (contra la tradición a favor del cerebro que venía de Alcmeón de Crotona y los pitagóricos y llegaba hasta Platón y algunos hipocráticos, como el autor del Sobre la enfermedad sagrada). Aquí tenemos un ejemplo de cómo se deja llevar por un cierto prejuicio: la importancia fundamental del calor congénito, sumada a la ausencia de una observación adecuada.
Hay otros ejemplos de su teorizar sobre prejuicios y observaciones parciales. Así, por ej., su teoría sobre la aportación del hombre y la mujer en la reproducción está viciada por su prejuicio sobre la inferioridad femenina. Pero no es momento de tratar de estos temas concretos, bien estudiados en trabajos de análisis puntuales 37 .
La obra de Aristóteles marca también en las ciencias de la vida, en biología y zoología, un hito fundacional y ejemplar. Influyó ampliamente en la tradición posterior. Desde Antígono de Caristo y Teofrasto hasta la Historia Naturalis de Plinio y los escritos sobre la inteligencia de los animales de Plutarco, y la Historia de los animales de Eliano 38 (unos cinco siglos después de su homónima obra), y luego en las versiones medievales que culminan en el s. XIII con la traducción de Guillermo de Moerbecke y la versión incluida por Alberto Magno, en el texto de su vasta compilación De animalibus (en 26 libros), pasando por resúmenes y compendios, pervive su doctrina como la fuente de conocimientos ejemplar y canónica sobre el inmenso repertorio de los seres animados en el escenario natural 39 .
Frente a Aristóteles, tanto el enciclopédico Plinio como el curioso Eliano son epígonos de una ciencia de la naturaleza a la que agregan detalles pintorescos y sobre la que coleccionan nuevos datos. Pero no están guiados —ni Plinio ni Eliano— por ese afán de construir una ciencia que se entronca con una explicación científica y filosófica del cosmos, todo ordenado y orientado hacia su télos divino, el Bien o la Belleza, sino por un empeño erudito de mostrar las maravillas y curiosidades de una realidad tremendamente abigarrada y sorprendente. Plutarco —con sus reflexiones acerca de la inteligencia de los animales, que tanto influirá en algunos escritores renacentistas— ha tomado muchos datos del Estagirita, pero se muestra muy limitado en su enfoque y sus intereses. De todos los sucesores de Aristóteles, es sin duda Teofrasto quien mejor representa la continuación de ese espíritu investigador. No en vano colaboró largamente con su maestro y compartió los empeños científicos y filosóficos del fundador del Liceo.
En muchos aspectos Aristóteles no fue superado hasta el siglo XVII —con Elarvey—, y algunas de sus observaciones fueron confirmadas en pleno siglo XIX , gracias al uso del microscopio y unos medios de experimentación que él no había soñado. Sus formidables apuntes de observación minuciosa, sus variadas noticias, su esfuerzo teórico y su horizonte tan panorámico —desde el hombre a los insectos y los mínimos organismos dotados de vida animal— hace de estas Investigaciones sobre los animales un texto de singular importancia dentro de la Historia de las Ciencias, pero también un texto ameno y atractivo para cualquier lector con cierto interés histórico o cierta inclinación hacia la contemplación del universo zoológico tal como aparecía a los ojos de un gran naturalista hace unos veinticuatro siglos.