Читать книгу Capricho De Un Fantasma - Arlene Sabaris - Страница 10
CapÃtulo 8
ОглавлениеEl avión aterrizó unos minutos antes de lo pautado en el aeropuerto de Santo Domingo. La escala en Nueva York habÃa sido más larga de lo planeado porque se averiaron los sistemas de transporte automático del equipaje y estaban subiéndolos manualmente. La estancia en Quebec habÃa sido corta pero agradable, sus sobrinas habÃan resultado ser tan adorables como en las fotografÃas que enviaba a la familia su hermana Sophie. La novedad de las gemelas recién nacidas habÃa movilizado a toda la familia a Canadá por unas semanas, interrumpiendo los planes de Andrés para el mes más festivo del año. Partieron a principio de diciembre a Quebec para conocer las niñas y compartir juntos la Navidad y el fin de año, sin embargo a mediados de mes, con la excusa del cierre contable de su recién formada empresa de traducción, Andrés anunció que regresarÃa al paÃs antes de las fiestas.
Ante las protestas de su madre, la conformidad de su padre y la indiferencia de sus hermanas, tomó el avión de regreso y en todo el viaje solo pudo pensar en ella y en el momento en que se encontrarÃan otra vez, en sus noches de vino tinto y ruido citadino⦠Quizá ahora lograrÃa que no estuviera Marcelo, o el resto de personas que solÃan aparecer de la nada justo cuando hubiera querido hablar a solas con ella. Pensó que tal vez no habÃa hecho lo suficiente para que ella notara su interés más allá de la amistad, pero eso definitivamente iba a cambiar. Ya estaba solteraâ¦Aunque su teléfono no dejaba de sonar y ella contestaba; no siempre, pero a veces contestaba. Quizá aún querÃa volver con aquel novio impertinente. Durante las siete largas horas de vuelo pensó en muchas cosas, ninguna tenÃa que ver con la contabilidad de su compañÃa.
El capitán hizo el anuncio de bienvenida a la ciudad, seguido del aviso de que los mantendrÃa en pista unos minutos esperando una puerta disponible, ya que se habÃan adelantado. La noche se deslizaba sigilosa por la ventana y pensó aprovechar que no era tarde para llamarla; no habÃan hablado ni siquiera por correo electrónico durante los diez dÃas que habÃa estado en Quebec, asà que el sonido de su voz serÃa música para sus oÃdos. Y es que, en la soledad de la nieve que arropaba el paisaje, visto desde el jardÃn delantero en casa de su hermana, comprendió que la extrañaba demasiado y, aunque volver significaba pasar por primera vez la Navidad lejos de sus padres, cuando llegó el viernes y su madre le pidió descorchar el vino, decidió que descorcharÃa la próxima botella con Virginia.
El celular repicaba incesante con la canción de apertura de El Fantasma de la Ãpera. Pasaban unos minutos de las nueve de la noche de aquel domingo de diciembre y Virginia preparaba su ropa para ir a trabajar al dÃa siguiente. Sintió la música de su obra de teatro preferida inundar apasionadamente la habitación y miró la pantalla. Sorprendida de ver el nombre de Andrés Nova en su identificador, pulsó con creciente curiosidad el botón para contestar:
â ¿SÃ?
â ¿SÃ?, ¿es la forma de contestar en estos dÃas?
â ¿Llegaste? âpreguntó una desconcertada Virginia.
âCasi⦠Aún no bajo del avión, pero sÃ... âdijo Andrés mientras escuchaba el intercambio de las azafatas indicando que habÃan aparcado el avión y podÃan salir.
Como su asiento estaba en primera clase lo invitaron a salir recordándole que debÃa abstenerse de usar el celular en el área de migración. Se puso de pie para tomar su equipaje del maletero superior, mientras intentaba sostener el celular con su hombro para no interrumpir su conversación.
â ¿De verdad estás todavÃa en el avión? âcontinuaba con incredulidad Virginia, que escuchaba las bocinas dando los avisos mientras hablaban.
â ¿Por qué te sorprende?âle dijo él, sin saber aún el origen de tan repentina valentÃa.
Ya caminaba hacia fuera y empezaron a aparecer las señales de prohibición y no tuvo más remedio que decirle que volverÃa a llamarla desde el automóvil.
Transcurrió una hora completa desde la primera llamada hasta la segunda. Durante esos sesenta minutos de confusión, Virginia marcó a su amiga Iveth, que a su vez puso en la lÃnea a Gabriela y empezaron a elaborar teorÃas del significado de lo que habÃa pasado. La primera vez que hablaron de eso, cuando la llamó Marcelo, quedaron mil dudas por aclarar, esa noche habÃan quedado despejadas. Definitivamente Andrés estaba locamente enamorado de Virginia, no habÃa dudas. Llamarla apenas habÃa aterrizado su avión era la forma más sutil y a la vez exagerada de demostrarlo; decirlo hubiera sido más fácil, pensó Gabriela, ya que, en su opinión, ese gesto hacÃa que pareciera desesperado.
Por varios minutos solo hablaban Iveth y Gabriela, mientras ella esperaba a que sonara El Fantasma de la Opera nuevamente. Cuando eso finalmente pasó, le tomó menos de cinco segundos decirles a las chicas que las llamarÃa después.
â ¡Disculpa! Ni siquiera vi bien la hora, apenas acabo de salir y me espera Marcelo. ¡No debà llamarte tan tarde!
â¡No!, ¡está bien! Es decir, estaba despierta⦠¿Y cómo te fue? ¡Pensaba que regresarÃas después de año nuevo!
âSÃ, pero tenÃa que resolver algunos asuntos de la empresa. Alcanzo a ver a Marcelo, ¿crees que podrÃamos almorzar juntos mañana?
âSÃ, claro⦠Me alegra que hayas regresado⦠A salvo, quiero decir, ¡qué descanses! Mañana me avisas para coordinar âdijo Virginia, algo decepcionada de tener que colgar.
Se despidieron. Un impaciente Marcelo esperaba a su amigo para entender los detalles del anticipado regreso y ahora también querÃa saber con quién venÃa conversando en el celular si apenas acababa de llegar.
âLe avisaba a mi mamá que ya estoy aquà âmintió, ante la insistencia de Marcelo.
El cielo comenzó a nublarse y ocultó la tenue luz de la luna en cuarto menguante. LlovÃa en la ciudadâ¦