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Capítulo 3

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Llueve a cántaros en la carretera de camino a Samaná, pasa del mediodía y Virginia solo piensa en llegar a la villa, entregar los paquetes que le encargaron llevar a la organizadora y sentarse a escribir el informe que esperan en su oficina. Su empresa de asesoría inmobiliaria está asociada a una multinacional a la que debe rendir informes cada mes y, a pesar de que el de junio no se vence hasta el viernes veintitrés, debido a los días feriados de La Fête nationale du Quebec, su casa matriz solamente recibiría informes hasta el miércoles veintiuno. Las horas en carretera la habían aburrido inmensamente. Se había pasado las tres horas del camino desde la capital ensayando una conversación imaginaria con Andrés, en la que él respondía justo las líneas que ella había redactado en su cabeza para él; enfrentaban sus fantasmas del pasado y quedaban como amigos por y para siempre. Sin silencios incómodos, sin confesiones inconclusas y, sobretodo, sin ilusiones. Sería inevitable verlo en la boda o inclusive antes, así que debía estar lista.

Lourdes esperaba las decoraciones con ansias y la había llamado un par de veces para comentarle que tenía el alojamiento listo, que ya estaba esperándola en la Villa 17 para recoger todo y que ella no tuviera que moverse innecesariamente. Aparcó al lado de un jeep negro en el estacionamiento de la casa; en la entrada, en un auto dorado, estaba recostada una chica agitada y ansiosa que esperaba hablando por teléfono con algún suplidor. Se emocionó al ver entrar a Virginia y la abordó enseguida a la vez que instruía a un pobre chico que la acompañaba a que sacara todo del auto, pues los estaban esperando en alguna parte.

—Aquí estarás alojada, Virginia, al menos hasta el sábado, que ya debes trasladarte a la villa de la novia. ¡Gracias por venir antes, has salvado mi vida! —exclamó Lourdes, emocionada.

— ¿Entonces estaré sola acá hasta el viernes? ¿Hay empleados durmiendo aquí? —preguntó Virginia mientras se adentraban en los jardines de la casa para alcanzar el timbre.

— ¡Oh, no! ¡No estarás completamente sola, quiero decir! No te preocupes, los empleados no duermen en la casa, pero el dueño sí, seguro que se conocen; está invitado a la boda —dijo Lourdes entusiasta mientras tocaba la puerta.

— ¡Ya va! —gritó Andrés desde dentro mientras abría la puerta.

— ¡Aquí dejo a la huésped! Gracias de nuevo por tu hospitalidad. Debo irme, así que los veo luego a ambos. ¡Ciao! —se despidió presurosa Lourdes alejándose hacia el auto.

Mientras tanto, Virginia, con los nervios de punta, parada frente a él, con la computadora colgada de un hombro, la maleta a su lado en el suelo y las manos llenas de vestidos cuidadosamente guardados en sus protectores, apenas y lo saludó con un:

—Hola, ¡no sabía que esta era tu casa!

—Yo tampoco sabía que eras mi huésped… ¿Necesitas ayuda? —dijo él tomando la maleta y señalando la computadora.

Ella no contestó y se limitó a seguirlo. Se veía igual que antes… ¿O más guapo? Ese último matrimonio definitivamente le había hecho bien, lástima que terminara apenas dos años después. Definitivamente no le había afectado, no se veía triste para ser alguien que recién se había divorciado cinco o seis meses antes. ¡Cuántas cosas pasaron por su cabeza mientras caminaban hacia la habitación! «Estoy muy callada», pensó, y decidió hacer un comentario sobre el clima. Él parecía muy confundido de que ella estuviera allí, así que tal vez también estaba nervioso, ¿o quizá no? Virginia nunca había sido buena para saber lo que él pensaba… Si tan solo lo hubiera sido…

Afuera, la fina llovizna había dado paso a un sol radiante que se reflejaba en la piscina. Toda la sala parecía una extensión del jardín trasero, pues las inmensas paredes de cristal que separaban la casa del patio no tenían cortinas. La luz inundaba la casa y los verdes paisajes del jardín trasero integraban la naturaleza con el vanguardismo, mientras el olor a vainilla desatado en el ambiente le recordó a Virginia que necesitaba un café.

Recorrieron juntos el pasillo. La casa tenía dos habitaciones en el primer piso y dos más en el segundo. Una mezzanina con vista a la piscina alojaba una terraza adornada con jardines verticales, una romántica y diminuta pérgola de madera, hamacas gemelas y la imperdible vista de la bahía. Él la condujo a una habitación del primer piso mientras le indicaba que él estaba en la de al lado, ya que arriba estaban reparando los baños y no terminarían hasta el día siguiente. Su cuarto con amplias ventanas también olía a vainilla y volvió a pensar en el café, esta vez fue más atrevida y se lo pidió sin titubeos a su anfitrión, que inmediatamente la llevó a la cocina y aprovechó para mostrarle el resto de la casa.

Café en mano, subieron a la mezzanina, a la cual se accedía desde la sala y, tras ver las hamacas, pensó que ese era su lugar favorito en la casa, hasta que recordó que aún debía enviar aquel informe… Sus pensamientos de plácido descanso se esfumaron en un santiamén. Le agradeció el café y le dijo que debía trabajar. Bajaron las escaleras en silencio y al llegar al salón, Andrés se sentó en el sofá y tomó el control del televisor.

— ¿Quieres que te avise para salir a cenar? Marilú se marcha a las seis de la tarde —dijo Andrés, refiriéndose a la chica encargada de la cocina.

—Sí, claro. Espero terminar este informe pronto —respondió Virginia mirando su reloj, que ya marcaba las tres de la tarde.

Se marchó al cuarto, café en mano. Al entrar, buscó su computadora y un lugar para colocarla. Divisó un escritorio blanco donde reposaban una máquina de café eléctrica que no había visto antes, además de café y tés variados listos para preparar y dos tazas de fina porcelana a juego con el papel tapiz primaveral de la habitación. Definitivamente este lugar había sido decorado por y para una mujer. Terminó de beber su café, encendió la computadora, comenzó a escribir y se sirvió su primera taza de té de menta.

Capricho De Un Fantasma

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