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Capítulo 10

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Las gotas de sudor comenzaron a empapar su frente y minutos después la escuchó gritar ahogadamente: « ¡Suéltame!». La tenía ligeramente abrazada y pensó que se dirigía a él. Levantó su brazo y notó que seguía dormida; evidentemente estaba teniendo una pesadilla. Segundos después despertó por completo, visiblemente angustiada y ajena todavía al lugar donde se encontraba: los brazos de Andrés.

Un impetuoso sol se colaba por las cortinas y con él una brisa ligera que las agitaba esporádicamente; no cerraron las puertas de cristal que daban acceso al patio trasero. Ambos se incorporaron sin saber exactamente qué decir.

—Hace calor hoy. Buenos días… —dijo ella, interrumpiendo el silencio.

— ¡Buenos días! Haré café. —respondió él, poniéndose de pie, no sin antes besar su cabeza, preguntándose qué habría estado soñando minutos antes.

Virginia aprovechó para correr a su cuarto. Vestía la misma toalla y el traje de baño de la noche anterior, así que se dio una ducha. El agua fría recorrió su espalda y la espuma de baño con aroma a lavanda trajo de vuelta las imágenes de la noche anterior. Salió de la ducha y se envolvió en una elegante bata de baño blanca que colgaba de la puerta. ¿Qué habría pasado con el jacuzzi? Se preguntó mientras cepillaba sus dientes. Secaba su cabello cuando lo escuchó tocar anunciando que el café estaba listo.

— ¡Puedes pasar! —dijo, mientras salía del cuarto de baño. Miró el reloj en el escritorio, apenas y marcaban las ocho de la mañana, si acaso habrían dormido unas tres o cuatro horas.

— ¡Café! —exclamó Andrés extendiéndole una de las dos tazas azules que traía en la mano.

—Gracias, me hace falta. ¿No dormimos mucho, verdad? —dijo Virginia con una sonrisa involuntaria dibujada en los labios.

—Pues yo considero que tú dormiste bastante. ¿Tienes planes hoy? —preguntó Andrés, bajando por unos instantes la mirada.

—Pues, déjame ver… Primero que nada, tengo que recordarte que llames al electricista. ¡Y luego… desayunar! ¡Muero de hambre! —respondió Virginia tomando un sorbo de café.

Los separaban solo un par de pasos y Andrés los redujo cuando rodeó su cintura con su mano libre, la atrajo hacia su pecho y besó sus labios con ternura por apenas unos segundos.

—Hueles a lavanda… —le dijo él mientras acariciaba su espalda.

—Hueles a café… —le respondió ella mientras lo empujaba fuera de la habitación para cambiarse.

Quedaron en verse unos minutos después para desayunar juntos. Virginia no podía creer lo que estaba ocurriendo en aquel momento, no es que en realidad hubiera pasado algo extraordinario, apenas se habían besado, pero lo que sentía cada vez que él la tocaba era algo que hacía muchos años no experimentaba. Su corazón latía como el de una quinceañera entusiasmada con su primer amor y parecía insensato hasta para ella, una empedernida romántica que guardaba un ejemplar en capa dura de Orgullo y Prejuicio en su mesita de noche.

Aprovechó para escribir un mensaje a su hija Noelia, que pasaba las vacaciones en Sídney, Australia, con su padre y abuelos paternos. Estar lejos de ella por todo un mes al principio le resultó una agonía, pero era consciente de que no tenía derecho a anteponer sus intereses a los de su hija y Dios sabía que su exmarido ya sufría bastante con no poder estar con la niña todo el tiempo.

Su matrimonio duró casi cuatro años, Noelia tenía dos cuando Virginia decidió poner fin a la relación, ahora la niña tenía cuatro. Nunca quiso irse a vivir a Sídney con el padre de su hija; no era parte del trato. Tal vez nunca lo amó lo suficiente como para dejarlo todo por él, que la amaba demasiado y sí había dejado su familia y su país por ella. Noah era el representante de una universidad australiana que auspiciaba un programa de becas. Pasaba al menos la mitad del año trabajando con las solicitudes, evaluaciones y entrevistas de los candidatos. En ocasiones impartía charlas motivacionales a los estudiantes de la universidad local que fungía como socio estratégico. Así se conocieron. Virginia acompañaba a Iveth a una de las charlas, pues se había divorciado hacía poco y estaba deseosa de alejarse de todo y de todos. A unas semanas de finalizar la maestría en negocios que cursaban juntas, vieron el anuncio de la charla y entraron a oírla.

El apuesto australiano llevaba el cabello largo y rubio sostenido en el cuello con una liga, a pesar de que algunos mechones se resbalaban y colgaban sobre sus pómulos definidos y bronceados. Llevaba una camisa blanca que solo llegaba al antebrazo, sus vaqueros azules combinaban con sus ojos y las botas negras parecían adecuadas para cualquier escenario menos para el de una charla sobre becas universitarias para postgrados y doctorados. « ¡Australia…!», había susurrado Iveth dando un codazo a su compañera, que recordó aquello mientras escribía el mensaje para Noelia en su teléfono y veía la foto de su exmarido en el perfil.

Fue un encantamiento a primera vista para ambos. La química no se hizo esperar y una extrovertida Virginia levantó la mano varias veces para hacer preguntas. Su amiga la desconocía por completo; estaba coqueteando descaradamente con él, la misma que meses antes había sido incapaz de impedir que el amor de su vida se casara con otra. Los nueve meses que duró el noviazgo parecieron una eterna luna de miel, con las interrupciones necesarias de sus regresos a Sídney, el resto del tiempo lo pasaron juntos.

Cuando se casaron, sus familias tenían distintas opiniones acerca de dónde debían vivir, pero todos coincidían en algo: era decisión de la pareja. Para ella, Australia siempre fue un destino al que ir de vacaciones; allí pasaban algunas semanas, cuando las vacaciones de su trabajo se lo permitían. Eso no cambiaría, ya se lo había dicho muchas veces, y él lo había aceptado. Pero cuando nació Noelia, todo se complicó, él quería llevar a la niña a Sídney cada vez que debía viajar por su trabajo durante un mes. «Estará bien con mis padres, mientras estoy en la universidad», decía él. « ¡Donde esté mi hija, estoy yo!», decía ella.

Finalmente, luego de casi dos años de discusiones, a Noah le ofrecieron una vicerrectoría en la universidad. Era una tontería negarse, pues el programa de becas cerraría ese año y profesionalmente la oferta era un gran honor. Pero el puesto era en Sídney y a tiempo completo; ella se lo hizo fácil y le propuso el divorcio, acordaron amigablemente la custodia compartida de Noelia y, poco a poco, ella aprendió a desprenderse de la niña por algunos días, en ciertas épocas del año. Desprenderse de él fue más fácil, quizá demasiado. Se dejó llevar por una emoción y se casó con él sin amarlo; lo apreciaba, eso estaba claro, pero como a un gran amigo. En cambio, claramente él estaba mucho más enamorado y, a pesar de que en las parejas siempre habrá uno que quiera más, si uno ama pero el otro solamente quiere, es obvio que al final alguien saldrá innecesariamente herido. Ella aprendió por experiencia.

Esperó una respuesta a su mensaje; le llegó una fotografía de su hija en la playa, luego un video de la niña enviándole un beso… Luego él le envió un beso. Afuera, el sol brillaba con nitidez apoderándose con su luz de todo el cielo. Comenzó a vestirse.

Capricho De Un Fantasma

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