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De ascensores y ascensos

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Piso 64.

Deje que le abra la puerta del carro, señor don, señor don diputado…

LUIS BRITTO GARCÍA, Abrapalabra (1979)

12. LA DENUNCIA NOVELADA del establecimiento bipartidista y dispendioso, potenciada por la picaresca Venezuela saudita en descomposición, adquirió textura y resonancia inusitadas en la narrativa de Luis Britto García. Con mucho del vocabulario de la burocracia y su literatura gris de memorandos y convocatorias, en informes y sentencias reminiscentes de su formación de abogado, el autor de Rajatabla (1970) plasmó una nueva sustancia lingüística, renovadora de una narrativa trocada en miríada de formas textuales, pero que sobre todo resultaba corrosiva para una supuesta democracia con cuyos padres el autor no tenía deudas ni compromisos. Desde la «dirección de Compatibilidad» que parodia la imposible integración burocrática, en medio de la atomización y compartimentación ministerial,[138] hasta las diferentes podredumbres anidadas en los recovecos de los Poderes, en los textos de Rajatabla aparece asimismo la ciudad masificada y sus malestares públicos:

... pueblo acude al Palacio Legislativo donde una casi sólida peste emana de las graciosas cúpulas de los patios espaciosos de los locales de sesiones somnolientos, huida de vecinos, declárase estado de emergencia en papel putrescible que también entra en emergencia produciendo vergonzosa huida de mariscales de campo, y al final de todos los orificios de las públicas edificaciones mana hacia el exterior, e inacabablemente, una espesa miel fermentante, una irisada jalea desbordante de vapores malignos, en la cual confusamente sobrenadan palilleros, sacapuntas y Ministros.[139]

Recordando las apocopadas construcciones lingüísticas de los noticieros radiales y reportajes periodísticos, cuyos titulares tremendistas se cruzan con los formatos de la literatura oficinesca y ministerial, asoman después en Abrapalabra (1979) las mostrencas instituciones emblemáticas del Estado hipertrofiado e ineficiente, como la Oficina del Inventor de Requisitos y el Seguro Social.[140] Suerte de gran manual administrativo, el mosaico de procedimientos literarios de Britto García se pone en esta suma al servicio no ya de la «violencia verbal» –que no ideológica, a la manera de Los fugitivos (1964)– sino de escandalizar al establecimiento burgués y político, a través de un catálogo de motivos grises: «el ataque a la rutina, a la alienación de la clase media, a la autoridad consagrada, a la imbecilidad solemne»; todo lo cual permite al polígrafo, como señalara Orlando Araujo, recrear las acartonadas jergas burocrática y jurídica de las oficinas y los bufetes, al tiempo que las informales de los buhoneros y estudiantes.[141]

También está en Abrapalabra el lenguaje de negligencia y corrupción en la administración pública y los contratistas, con ecos del perezjimenismo mediante inserciones de una jerga italianizada:

Come esclavos lavoramo perché il Presidente Generale Architettonico queria fare la gran inaugurazione de las Obras Publicas. Pero pasa a dominar Laberinto. Duplicamos los turnos para construir el Hipercicloide colossale que debia ser inaugurato per il Generale para celebrar el aniversario del suo governo.[142]

Y no es casual que esa jerigonza venga incrustada en pasajes hípicos de «segunda carrera válida para el 5 y 6», no solo por estar este pasatiempo asociado a la masificada Venezuela petrolera, sino también porque, como en la Roma y la Bizancio del Bajo Imperio, el entretenimiento estaba teñido de sangre en la Caracas modernista: «Nella cittá, mirándome, mirándote, mirándonos, los muertos della bella citá splendorosa costruita colle mie mani fraturatte».[143]

Como en la oralidad de las tardes de carrera de sábado y domingo, transmitidas por radio y televisión a todo el país, es penetrada también la textualidad de Abrapalabra por el argot y los albures de uno de los juegos más populares entre las masas venezolanas. Por estar asimismo su autor atento a las jergas populares y la picaresca nacional, en la novela homónima de Eduardo Liendo, el mago de la cara de vidrio le dice a Ceferino: «No lo olvides..., el 5 y 6 es el único juego que inventaron los vivos para que los pendejos como tú se emparejen… Es tan fácil ganar al 5 y 6».[144] Era una filosofía arribista que resumía el afán de ascenso y riqueza fácil en la Venezuela saudita, incorporados por el novelista a la programación traída al hogar venezolano por el huésped infaltable. Y por ello a la postre, tras asumir en serio el estudio de las «formas lúdicas» de las carreras, el concienzudo maestro Ceferino, protagonista de la novela de Liendo, comenzó a «emplear el sagrado tiempo que siempre había dedicado a la corrección de los deberes» de sus alumnos, «en el estudio y meditación de la Receta Hípica».[145]

13. Acaso con más penetración que en los estudios publicados desde los setenta sobre las deficiencias de la democracia venezolana –incluyendo Reflexiones de La Rábida del mismo Caldera– el calvario de la clientela popular atravesando la maquinaria partidista para ser atendida por sus supuestos representantes es otro motivo recurrente en Abrapalabra. Y como protagonista siniestro de esa cooptación destaca el sindicalista Moncho, cuyo boato palurdo encarna el americanizado esnobismo de la Venezuela saudita.

Todos los días perfumaba el carro con el aerosol que le daba olor a cuero nuevo, y salía hacia el Congreso en el Cadillac de asientos de cuero de tigre con hamacas en miniatura colgadas de los parales y un zapatito bronceado colgado del parabrisas. Una sirena tocaba intermitentemente. El piso del carro estaba lleno de metralletas, de peines y de cartuchos desperdigados. Pasaban frente al edificio de la inversionista americana y a Moncho le daban vapores y sensaciones rosadas en el estómago. Se sentía caer en una vorágine. Los radiantes anuncios de Coca-Cola le inducían trances hipnóticos y durante ellos los persuasores subliminales le bombardeaban en los oídos la vainita del peligro de la subversión comunista. Moncho había caído sin defensa en el puño de la magia gringa.[146]

Escoltado por guardaespaldas y choferes del carro oficial hasta cuando lo llevan a saunas y al Dr. Scholl, donde le liman los juanetes de los pies curtidos –dolorosa impronta del pasado pedestre como obrero– con todo ese séquito inicia Moncho su caleidoscópico viaje en ascensor a través de los pisos del edificio de la Toma de Decisiones. Conviene recordar en este sentido que, al negarse a transitar trama alguna, la «principal misión» de Abrapalabra es, como ha señalado Celso Medina, «la de contar al país a través de sus lenguajes. La historia nacional se va contando desde los distintos registros discursivos».[147] Creo, no obstante, que hay episodios, como este de Moncho en el ascensor, los cuales pueden ser vistos como subtramas de la obra. En la antesala y planta baja, cual muestrario de la parasitaria Venezuela partidista, el edificio congrega todas las especies del clientelismo, quienes reconociendo a Moncho por los afiches como candidato a la Dirección Nacional Sindical, le repiten su eslogan electoral, mientras «desde lejos le agitan sus carnets del partido».[148]

pedidores de recomendaciones

solicitantes de renovaciones de permisos

de expendio de licores

selladores de formularios hípicos

asesores electorales

Senadores de la República

vendedores de rifas

organizadores de concursos de belleza

actrices de telenovela

directores de ministerios

testigos falsos

agregados culturales

cobradores de peaje

campesinos tratando de que les reconozcan títulos

de tierras entregados por la Reforma Agraria

traficantes de indocumentados

gestores de exoneraciones de impuestos

desempleados

vendedores de permiso de construcción trucados concejales

tramitadores de subsidios.[149]

14. El viaje de Moncho a lo largo de los pisos del edificio es, asimismo, una odisea por su propio pasado, una suerte de vertiginosa novela petrolera construida por Britto siguiendo el ascensor que sube, abriendo en cada piso un imaginario que, por su tesitura narrativa y periodística a la vez, refracta la novela y el ensayo sobre las desigualdades de las dos Venezuela resultantes de la revolución petrolera y urbana.[150] Así, por ejemplo, en un cuadro reminiscente del final de Casas muertas (1955), donde los escoteros buscadores del oro negro son entrevistos por Carmen Rosa al pasar por el Ortiz desolado, el piso 2 es una postal de la migración en el camión que sacó a Moncho del pueblo «de puertas caídas y techos que se han venido abajo»; fue entonces cuando el futuro obrero y sindicalista advirtiera a la madre, con realismo trágico:

Y el Emeterio Vásquez se fue, mama, dicen que para los campamentos. Y se fue el Álvaro Luque, tocado de centella. Se fueron las Segarra, a buscar novios con quien casarse. Se fue Rosita a trabajar de sirvienta. Los patos se van, mama. Se van las guacharacas. Me voy con el camión que está en la plaza, recogiendo a los que quieran irse. Yo trato de no irme y por donde paso, puertas caídas y techos que se han venido abajo, salgo a un corral donde está el camión pitando la bocina, mama… De qué puede uno agarrarse en este pueblo. Nomás de usté, mama, que es tan brava y no da sino lamentos…[151]

Con algo de las parcas que, para utilizar la imagen de Picón Salas, fueron aquellas madres arrebatadas de sus hijos por el oprobio gomecista; con algo también de las Penélopes abandonadas en los Andes y otras provincias venezolanas, después de la migración de los hombres a los campos petroleros,[152] la madre plañidera responde a Moncho, en el piso 3 de su viaje vertical:

Váyase, mijo, detrás de los ranchos caídos me le escondo, váyase, para creer que usté se va porque no me encuentra, pero mentira, mijo, usté se iría de todas formas, mijo, váyase, detrás de la iglesia me le escondo cuando usté grita por la plaza, detrás de la pulpería sin techo me le escondo cuando usté grita por la calle, váyase mijo, que la desgracia de una es que siempre se le estén yendo los hombres, váyase mijo que no hay cosa peor que seguir de pobre, parienta pobre, hija de pobre, madre de pobre, mijo, váyase mijo, búsquese la vida, mijo, abra los ojos bien, mijo, dese cuenta de las cosas, mijo, fíjese quién es el que manda y váyasele atrás, mijo, y después trate de ponérsele en el sitio, consiga, que nadie le va a conseguir a usté…[153]

El mandato suicida y arribista de la madre, alegato a la vez por el abandono del campo como único escape de la miseria endémica y la pobreza atávica, fue seguido por Moncho al pie de la letra. Lo vemos subiendo desde el piso 12, cuando recuerda sus duros inicios como obrero y sindicalista petrolero que organizaba piquetes; pasando después por el piso 13, con su ascenso atropellado en el sindicato; hasta desembocar en los pisos 50 y 80, en un muelle presente como dirigente partidista, coronado más tarde con el penthouse de la alta sociedad.[154]

A lo largo de ese viaje vertical, al ser una «novela camaleónica» más que carnavalesca, Abrapalabra se «mimetiza en cuanta realidad nombra»; de allí que ambienta cursis gabinetes y escenarios cónsonos con ese súbito ascenso de Moncho, los cuales son como una historia vertical del mal gusto en el país petrolero.[155] Así, como en un caleidoscopio que espeja su hilarante dominio de la palabra corrosiva, Britto nos coloca en el piso 74 ante el «Álbum de fotos» de Moncho, que es a su vez un nuevo catálogo de motivos del sindicalista trepador a través de las parafernalias sociales y electorales impuestas por la Venezuela rocambolesca: desde la foto 5, «del matrimonio con Zoraida, de traje azul prestado Moncho, de traje blanco con velo de mosquitero ella»; pasando por la 11, en plena campaña electoral, en «el lanzamiento inaugural de un juego de bolas criollas entre un grupo de campesinos a quienes acaba de prometer trabajo, tierras y bienestar»; la 15, con Yolanda, «elegida Reina Obrera en las elecciones del Sindicato», tocada de corona de papier maché y lentejuelas; la infaltable en El Tablao Sevillano, así como la del Paseo de La Reforma, durante el exilio de la Venezuela perezjimenista; la 24, en el «Hilton de Miami, entre camisas rayadas, palmeradas, floreadas y estrelladas», mientras Moncho da el discurso en el congreso de sindicalistas; la 25, «en la revista Visión, de casimir gris con corbata y chaleco Pierre Cardin», ilustrando un artículo sobre «Un Nuevo Estilo de Sindicalismo para las Américas»; hasta otra infaltable, la 28: «Bailando el primer vals con su hija Eleanor, quien aparece rígida y con los ojos casi en blanco por mirarse un detalle del peinado de colmena».[156]

La ciudad en el imaginario venezolano

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