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De rodillas

En la noche que todas las estrellas prestan su luz al astro de Oriente, en las catedrales y en las chozas convertidas en capillas, en las basílicas y en los templos destechados, en las iglesias recién estrenadas y en los santuarios cuyos muros aún muestran las heridas frescas o las cicatrices empolvadas de una guerra; en plena luz de luna o a escondidas (porque hasta a algún Estado se le ha ocurrido, en un arrebato de imaginación recaudativa, cobrar una multa de $10.00 dólares al ciudadano que cometa la criminal barbaridad de celebrar la Navidad), numerosos cristianos de los cinco continentes se arrodillarán durante la misa de Nochebuena en el momento de la recitación del Credo, al alcanzar las palabras: “...y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen, y se hizo hombre...”.

Será una ola ininterrumpida de 24 horas, orquestada por la batuta infalible y precisa de los husos horarios del planeta. Primero los cristianos de Wellington, en Nueva Zelanda, después Numea, y sucesivamente: Sidney, Seúl, Hong Kong, Bangkok, Dacca, Islamabad, Dubai, Moscú, Atenas, Madrid, Dublín, Azores, Recife, Montevideo, Caracas, Nueva York, Ciudad de México, Phoenix, San Francisco, Anchorage, Hawaii, para terminar en las islas de Samoa.

Un globo que se cimbrará a causa de tantas rodillas que se hincarán en el suelo, o en la piedra fría, o en la arena, o en el mármol, o en el cojín, o en la hojarasca...

Hincar significa “introducir o clavar una cosa en otra, apoyar una cosa en otra como para clavarla”. El Poema de Mio Cid, al aludir a uno de los momentos más dramáticos del protagonista, cuando es desterrado injustamente por su rey, apostilla: “...e hincándose de hinojos, de corazón rezaba”. En algunas naciones donde se habla el español se utiliza más el verbo “hincarse” que “arrodillarse”.

Hincarse es también rendirse ante el misterio. Es sentirse anonadado, inclinarse hoy ante un niño que ríe, que llora, que saluda, que busca los brazos de una madre, que juega, que se asusta, que no sabe hablar, y que es Dios.

Hincarse será también clavarse en el mundo, siguiendo el ejemplo de Aquél que, sin ser de este mundo, quiso clavarse en éste. ¿Qué es encarnarse sino hincar rodilla en tierra para probar el polvo de los hombres?

Pero hoy las rodillas de ese niño serán aún muy frágiles. Necesitará los cuidados de una madre que con el tiempo le enseñe a arrodillarse, a hincarse. Necesitará fuerzas en esas rodillas que, pese a todo, de camino al Calvario, tropezarán, sangrantes, tres veces.

En esta Navidad, cristianos de todos los países, arrodillémonos.


El gesto de ponerse de rodillas durante una partecita del Credo en la misa de Nochebuena me había llamado mucho la atención desde mi primera Navidad en el noviciado (1988). Así que dicho gesto, reflexionado por años, fue el detonador de este escrito.

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