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Agradecimientos

A mis abuelitos paternos:

Donato Arturo Guerra Izquierdo (23 de octubre de 1903-20 de abril de 1980)

Médico cirujano y partero que yo conocí ya retirado, algo enfermo y con una barba blanca. En ocasiones solemnes declamaba con voz grave y pausada poemas chistosos. Solíamos cada domingo visitar a mis abuelitos. Para saludarlo a él subíamos las escaleras, entrábamos a su habitación y le dábamos un beso en la mano (de refilón alcancé esa época de la Guadalajara clásica). Tengo un recuerdo, borroso y claro a la vez, de una ocasión en la que me regaló un cochecito rojo de juguete. Mi abuelito murió cuando yo tenía 10 años.

Luz Sofía Baeza Ochoa (30 de septiembre de 1911-25 de abril de 1991)

Esposa, y madre de 10 hijos: mi papá y cinco tíos que ya fallecieron, tres tíos que viven y una niña que no conocí porque murió en su primer año de vida. Mi abuelita realizó estudios de secretaria ejecutiva. Tuvo 24 nietos y fue una mujer de gran fe en Dios. Cuando alguno de sus nietos cumplíamos años, no fallaba en llamarnos por teléfono para cantarnos “Las mañanitas” con voz afinada, dulce y cariñosa, y terminaba preguntando: “¿Esta vez qué quieres: pastel o dinero?”. Debo reconocer que, sobre todo ya más mayorcito, me fui decantando por la opción del dinero, pues mi razonamiento sesudo era el siguiente: “El pastel al final se lo comen todos”. Sus pasteles eran deliciosos y los más solicitados eran el envinado, el de chocolate, el de nuez y el de chochitos (mi experiencia con sus pasteles se produjo mayoritariamente cuando mis hermanos y primos cumplían años y, como éramos 24 nietos, pues teníamos pasteles para casi todo el año). En Navidad juntaba a todos sus hijos y nietos, y a las 12:00 de la noche en punto los tíos nos prendían unas bengalas enormes. Mi abuelita, sin fallar, se escapaba una hora para ir a misa de Nochebuena a una iglesia que tenía a media cuadra. Murió el 25 de abril de 1991, cuando yo tenía 21 años. Me dieron la noticia por teléfono y yo estaba a miles de kilómetros, en Salamanca, España, estudiando humanidades clásicas.

A mis abuelitos maternos:

Alfonso Arias Villanueva (+1996, aproximadamente)

Mi mamá lo conoció cuando ella tenía unos 45 años y yo unos 10. Me pareció un señor alto y robusto, muy amable y con una nariz muy grande y achatada (a mi mamá, mi papá la llamaba siempre “Chata”). Si bien no convivimos mucho, vi cómo este abuelito, ya siendo mayor, se esforzó por hacerse cercano a estos cinco nietos (mis hermanos y yo)... Recuerdo con cariño cuando nos escribía cartas a los nietos.

Dolores Cisneros Cáseres (aproximadamente 1914-1942)

A ella no la pude conocer en este mundo, porque murió cuando mi mamá era una niña de cuatro años. Mi mamá tiene un solo recuerdo borroso de su mamá. Las fechas de su vida son aproximadas, basándome en los recuerdos de mi mamá.

A mis abuelitas adoptivas:

Carmen Zazueta Avilés (23 de diciembre de 1900-14 de diciembre de 1975)

Teresa Zazueta Avilés (6 de enero de 1905-28 de noviembre de 1974)

Hermanas provenientes de Sinaloa que se vinieron a Guadalajara, maestras normalistas de toda la vida, quienes generosamente se encargaron de mi mamá desde edad muy temprana y le ayudaron a convertirse en maestra normalista, y luego vivieron en mi casa de niño. A Carmen ya la conocí enferma, postrada en una cama y sin posibilidades de hablar. Mi mamá se refería a ella como su “Nina”. A Tere, los hermanos la llamábamos “Nanita”, y nos acompañó los primeros años de nuestra niñez; en mi caso hasta los cuatro años. Recuerdo mucho una vez que me llevó con ella a misa y que yo quería ser de los encargados de llevar la canasta de la colecta, pero algo pasó, no sé qué fue, que no pude hacerlo (tal vez los responsables dudaron de que un niño de cuatro años pudiera con el paquete); el caso es que yo me di a la tarea de llorar el resto de la misa, y mi Nanita a consolarme...

Finalmente, a todos los potenciales lectores, que algún día se animarán a leer una o las 40 reflexiones...


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