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El referéndum de los salmones

Cierto día, reunido el Consejo Mundial de los Salmones, en su sede del Rhin, se llegó al acuerdo de someter a referéndum la conveniencia de seguir con aquella antiquísima tradición salmónica, o sea, la de tornar, al final de la vida, al sitio exacto del propio nacimiento, para depositar ahí los huevecillos de las futuras generaciones.

El referéndum se extendió a todos aquellos ríos del planeta donde reside, al menos, una comunidad de salmones. Las votaciones se desarrollaron en un marco ejemplarmente democrático, pese a la cerrada lucha entre las dos tendencias ideológicas.

Con la aprobación del 55% de todos los salmones del mundo en edad de votar que acudieron a las burbujosas urnas, quedó abolida la tradición. El Consejo se mostró satisfecho del resultado. En la rueda de prensa oficial, el salmón portavoz anunció los detalles de la determinación:

El referéndum ha demostrado la gran madurez democrática de toda la población salmónica mundial. Con gran satisfacción hemos constatado que el salmón se está abriendo cada vez más a nuevas ideas y nuevos horizontes. Ha demostrado no tenerle miedo al progreso. La nueva disposición entrará en vigor el primero de enero del año próximo. Por ahora se ha concedido una prórroga a aquellos salmones que, por motivos de conciencia, desean continuar la tradición. Éstos lo podrán hacer solicitando un permiso anual al Consejo Central. Este permiso será concedido después de haber estudiado cada caso, y sólo será renovable durante tres años, al término de los cuales el carácter obligatorio de la nueva medida será universal.

Muy pronto, se extendió el espíritu del referéndum a los ríos más recónditos del planeta habitados por salmones. Desde entonces, numerosos salmones han estado enviando sus propias propuestas al Consejo Mundial sobre aquellos puntos que ellos desean someter a referéndum. He aquí algunas de las sugerencias recibidas en los últimos seis meses:

 El derecho a tener una dieta más variada y sin tanto colesterol.

 La reducción de las horas diarias de nado.

 El derecho a ser trasladado a cualquier río del planeta.

 El derecho a abolir de una vez por todas la presencia de esos extraños pescadores humanos en las aguas de los ríos por donde circulan salmones.

 El deber de limitar la cantidad legal de hijos por pareja.

 El derecho a abandonar los neonatos con alguna traba física, siempre y cuando se haga antes del octavo día de vida.

 El derecho a adelantar la propia muerte cuando un individuo salmón sienta que ha perdido el sentido de su vida.

La fiebre se esparció. Las demás especies no quisieron quedarse atrás. Ellas deseaban también dar estos históricos pasos hacia el progreso, a la libertad, a la democracia, al pluralismo, a la tolerancia... Pronto el Sindicato Mundial de las Abejas propuso un nuevo trabajo para su especie: buscar partículas de plutonio, que son más rentables que la miel. La Asociación Universal de Águilas convocó un referéndum para no volar tan alto, por no producirse ninguna utilidad especial de ello. La Organización Mundial de las Hormigas se propuso reducir la jornada de trabajo y promover un mes al año de total inactividad. La Internacional Vacuna anunció su deseo de destinar su producción láctea exclusivamente a los individuos de la propia especie, para liberarse de toda injerencia extranjera, y promovía una huelga general en todos los establos del mundo. El Gremio de los Ruiseñores Enjaulados proponía cantar en una cantidad proporcional al alimento recibido. La Unión de Osos Hormigueros exigía un cambio radical de dieta. El Consejo Supremo de los Gallos, reclamando su derecho a dormir más horas, sugería a todos sus miembros renunciar a la milenaria misión de despertador.

En medio de esta crispación social generalizada, la Comunidad Internacional de Seres Humanos convocó su referéndum mundial número 2,573, acerca de la conveniencia de prohibir a todas las especies no humanas el uso del referéndum.


Ésta es una de mis primeras reflexiones pensadas para publicación. El caso de los salmones que nadan contra corriente era algo que me había llamado siempre la atención. Me encontraba en Roma estudiando filosofía (1994-1996) y teníamos regularmente pequeños espacios de composición de textos. Así que esta reflexión fue fruto principalmente de algunos de aquellos ratos, y de ajustes años después.

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