Читать книгу Semillitas vuelasiglos - Arturo Guerra Arias - Страница 12
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Un amigo mío, alérgico a los contestadores automáticos, cuando al llamar por teléfono saltaba una de estas sofisticadas máquinas convertidas en recepcionistas improvisadas, exclamaba (después de la señal, ¡claro!) con impotente desesperación:
–¡¿No habrá por ahí algún ser humano?!
Y su grito caía en el vacío virtual inexorable.
Hay algunas máquinas un poco más comprensibles que te ofrecen varias opciones: “Si quieres decir buenos días, pulsa la tecla 1. Si quieres más información de nuestros productos, pulsa la tecla 2. Si estás enfadado con nosotros, pulsa la tecla 3 seguida de asterisco, asterisco y de todos los símbolos raros que encuentres en el teclado. Y si quieres demandarnos, mejor llama al número de la policía...”.
Y metidos ya en el siglo XXI, los contestadores van dando pasos tecnológicos asombrosamente agigantados. ¡Ay, la tecnología, no hay quién la detenga! Ahora, algunas máquinas te piden que hables. Sí, te dicen, por ejemplo: “Si usted desea ser atendido en chino, diga con voz clara y pausada la palabra ‘chino’”. Y, ¡anda!, que pasados unos segundos, la políglota máquina te comienza a hablar en chino.
Si bien, a veces, no te entiende a la primera, te pide que le repitas la palabra, y suele ser un poco lenta al reaccionar. Me imagino que como todavía no tienen mucha práctica estas máquinas, hay que hablarles con mucha paciencia. Tienes que vocalizar mucho y emplear la sintaxis más simple. Como se te ocurra decirle: “Oiga, señorita máquina, la verdad me da igual en qué idioma me va a atender”, sencillamente se bloquea. Es demasiado para ella. Tampoco puedes saber si la buena máquina está de malas o contenta, o si está haciendo horas extras que nadie le paga, o si está ajetreada haciendo mil cosas. Te habla en plan telegráfico. Tienes que ir al grano. Como se te ocurra hacerle alguna broma, no sólo no se ríe, sino que te ignora totalmente, la muy insensible.
Pero lo peor de todo (o lo mejor) es que cuando no logra entenderte, cuando se cansa, simplemente se quita el problema, diciéndote: “Le paso con un gestor”.
Y entonces ¡qué maravilla!, se pone al teléfono un ser humano, de carne y hueso como tú. Le puedes hablar rápido, vocalizando como has vocalizado toda la vida. ¡Vamos!, que te sientes en casa, en familia. Hasta te entiende las bromas y es capaz de detectar tu mal humor, causado quizá por el intento frustrado de entendimiento con una profesional máquina. ¿Necesitarán estas máquinas un siglo más para entenderse de tú a tú con el ser humano? No lo sé, pero la comunicación humana siempre será la más humana.
Estos pensamientos fueron surgiendo de mis experiencias con los primeros contestadores automáticos, allá por los inicios de la década de los noventa.