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El modelo dialógico. Entre la antropología médica y la educación

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Siguiendo a Martínez (2011:184-189), tres son los ejes que sostienen el modelo dialógico de investigación en antropología médica -y particularmente en el terreno de la salud mental en el caso que aquí se aborda-, frente a los enfoques monológicos, jerárquicos e impositivos que han articulado al modelo biomédico en los últimos tiempos. Estos ejes son: la multidimensionalidad, la bidireccionalidad y la horizontalidad.

1. En cuanto a la multidimensionalidad, se entiende que la lente analítica ha de contemplar los múltiples factores que intervienen en los procesos de producción y condicionamiento de buena parte de las formas de malestar psíquico. En el caso de aquellas como la llamada esquizofrenia, se ha demostrado que no pueden comprenderse a expensas de los factores socioculturales y la influencia que éstos ejercen mediante expectativas, valores, conflictos, significaciones y formas de experiencia que operan en su producción. Precisamente por esta multiplicidad de razones, resulta adecuada una aproximación compleja que no excluya ni a las ciencias sociales, ni por supuesto tampoco a las personas afectadas y los saberes hechos de experiencia que poseen. La idea de multidimensionalidad de la enfermedad, igual que el enfoque antideterminista, las nociones de redes multicausales e interacción dinámica o el énfasis en la localidad, son principios que permiten una aprehensión más global del sufrimiento (Kleinman y Kleinman, 2000; Najmanovich y Lennie, 2001), a partir del cual la pedagogía social encuentra un campo fecundo del que nutrirse.

Con todo, hay que advertir que un planteamiento multidimensional debe ser algo más que una simple ampliación de elementos interactuantes en los procesos de salud-enfermedad y adentrarse de lleno en el terreno de la diversidad de factores co-productores que se relacionan con su aparición (Najmanovich y Lennie, 2001).

2. El segundo eje que articula la perspectiva dialógica consiste en la bidireccionalidad o el intercambio de saberes. El criterio de bidireccionalidad no presupone la aplicación monológica y unidireccional de cualquier saber experto a expensas de lo que las personas «legas» con quienes se interactúa tengan que decir; más bien al contrario, exige un intercambio de saberes, representaciones, valores, informaciones, etc., entre sujetos, del que siempre resulta algo novedoso (Veiga, 2010). También desde ámbitos de investigación como la psicología clínica, se ha insistido en la conveniencia de contar con el punto de vista de las personas principalmente concernidas por la experiencia de la locura (Geekie y Read, 2012; Bentall, 2011; Read, Mosher y Bentall, 2006), en un plano de horizontalidad o simetría respecto del punto de vista de otros agentes expertos. Subraya Mosher (2006:424) que «esto requiere la aceptación incondicional de que la experiencia de los demás es válida y comprensible dentro del contexto histórico de la vida de cada persona, incluso cuando no pueda ser validada por consenso». Es decir, resulta necesario tomar con cierta precaución la permanente vocación de acuerdo, así como la persecución de la situación ideal de habla (Habermas, 2007) propuesta por algunas metodologías comunicativas (Gómez, Latorre y Sánchez, 2006), a tenor de las dispares experiencias vitales de que parten las personas y las diferentes posiciones de poder en el enfrentamiento de un verdadero diálogo. Para que haya bidireccionalidad e intercambio, no es siempre y en todo caso imprescindible el consenso.

3. Íntimamente relacionado se encuentra el último de los criterios que comprende el modelo dialógico, el cual supone, precisamente, el establecimiento de una relación simétrica entre profesionales y los grupos sociales con quienes se investiga y/o interactúa. Se busca de esta manera, no la neutralización de los saberes expertos, sino más bien la complicidad con aquellos otros, legos o profanos (Correa, 2010), sin relegar ninguno a posiciones de inferioridad o incluso al silencio. Coincidiendo con Celigueta y Solé (2013), se trata de practicar la tradicional actitud de extrañamiento en el acercamiento a las realidades que se busca acompañar y/o transformar desde la perspectiva socioeducativa. En cualquier caso, se destaca la fundamental diferencia que existe a nivel epistemológico entre la posición del profesional que «detenta el saber», para quien el código de quien vive la realidad de la «enfermedad mental» es irrelevante o en última instancia doblegable, y la postura que aquí se adopta. Es la nuestra una aproximación interpretativa al fenómeno particular de la locura, donde «el investigador es el que no sabe porque el código para entender una narrativa de aflicción se encuentra en el afligido y no en una determinada jerga médica» (Martínez, 2011:113) o de cualquier otro tipo.

El recurso al modelo dialógico y el establecimiento de los tres criterios que lo conforman, tiene como horizonte la promoción de una mayor corresponsabilidad entre los agentes que intervienen en el ámbito de la salud mental, en un ejercicio autocrítico y autorreflexivo por parte de los sistemas expertos. Un ejercicio que se encamina a la comprensión de los mundos locales fundamentada en una relación que busca impulsar la participación social para el cambio. La responsabilidad y la tarea de los diferentes sistemas expertos pasa por el reconocimiento de los grupos sociales como comunidades activas en la toma de decisiones en cuanto a la salud. En este sentido, el método etnográfico propuesto ofrece un modelo relacional y dialógico que aporta una base epistémica para estar «entre» las personas y construir lo común.

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