Читать книгу 7 mejores cuentos de Bram Stoker - August Nemo, John Dos Passos, Ellen Glasgow - Страница 11
Dulce es el sueño de los justos.
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Deja que los muertos entierren a sus muertos
Cabría pensar que, a partir de entonces, Harry y Tommy suspenderían sus planes.
Pero no fue así. Tenían unas mentes fuera de lo común y no eran de los que se echan atrás a las primeras de cambio. Como Nelson, no conocían el miedo; como Napoleón, creían que imposible es un adjetivo propio de tontos, y habían descubierto que entre su léxico no existía la palabra error. Así pues, al día siguiente de haberse esclarecido el delito perpetrado por los mayordomos, volvieron a encontrarse en el cenador para hacer planes.
Cuando más desanimados estaban y parecía que no se les iba a ocurrir nada, los intrépidos muchachos tomaron una decisión:
—Hasta ahora hemos jugado con tonterías, con cosas muertas. ¿Por qué no entrar en los dominios de la vida? Los muertos pertenecen al pasado, que los vivos cuiden de sí mismos.
Se vieron esa noche, cuando ya todo el mundo se había retirado a dormir, y la única señal de vida que se oía era el ronroneo amoroso de los gatos. Cada uno fue al cenador con su mascota, un conejo, y con un trozo de esparadrapo. Allí, a la luz de una luna tranquila y silenciosa, comenzaron un rito marcado por el misterio, la sangre y las tinieblas. Le colocaron a cada conejo un trozo de esparadrapo en la boca para que no hicieran ruido. A continuación, Tommy cogió a su conejo por el rabito. El animal, boca abajo, meneaba su cuerpo blanco a la luz de la luna. Harry puso muy despacio a su conejo en la misma posición que el de Tommy, hasta que las cabezas de los animales estuvieron a la misma altura.
Pero habían calculado mal. Los chicos sostenían con fuerza a los animales por la cola, pero la mayor parte del cuerpo de los conejos tocaba el suelo. Antes de que las pobres criaturas pudieran escapar, sus captores se abalanzaron sobre ellos. Continuaron la tortura, pero esta vez los sujetaron por las patas traseras.
El juego se prolongó hasta altas horas de la noche. Cuando por el cielo de Levante empezaron a aparecer las primeras señales del nuevo día, cada niño sostenía triunfalmente con sus manos el cadáver de su conejito, y lo colocaron en la que durante algún tiempo fuera su conejera.
A la noche siguiente, repitieron el juego con un nuevo conejo y, durante más de una semana, mientras quedaron conejos, continuó la batalla. Es cierto que había tristeza en los corazones y en los jóvenes espíritus del hijo de los Santón y el de los Merford. También es cierto que se les enrojecían los ojos cuando, una por una, morían sus queridas mascotas, pero Harry y Tommy tenían el corazón de acero de los héroes para aguantar el sufrimiento y no oír los gritos de clemencia que brotaban del fondo de su infancia. Por eso, llevaron aquella feroz lucha hasta su amargo final.
Cuando ya no quedaron conejos, no buscaron otra víctima. Durante varios días se las arreglaron con ratones blancos, lirones, erizos, cobayas, palomas, corderos, canarios, periquitos, pardillos, ardillas, loros, marmotas, caniches, cuervos, tortugas, perros foxterrier y gatos. De todos ellos, como era de esperar, los más difíciles de dominar eran los foxterrier y los gatos y, de estos dos, la dificultad de cortar a un foxterrier comparada con un gato es como intentar descubrir el lac de la Pharmacopoeia británica que se echa a la leche y que los lecheros le cuelan a un público demasiado confiado, cuando no es más que agua. Más de una vez, en plena faena de despellejar gatos, Harry y Tommy hubieran deseado que una silenciosa tumba abriera sus pesadas y macizas mandíbulas y se tragara a aquellas bestias, porque las víctimas felinas no tenían paciencia durante la agonía de la muerte y ponían en peligro la seguridad de los artistas y se tiraban sobre sus verdugos.
Al final, terminaron con todos los animales, pero la pasión por acuchillar seguía aún latente. ¿Cómo acabaría todo aquello?