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Fanfarria de trompetas

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Quedaron en el cenador, decididos a discutir tan grave asunto. Sus corazones latían con fuerza; tenían la cabeza llena de planes y estrategias y los bolsillos llenos de ricos caramelos, más ricos aún por ser robados. Después de comerse los caramelos, los dos conspiradores empezaron a explicar sus respectivos puntos de vista en relación con la idea de ensanchar su campo de acción. Tommy expuso todo orgulloso un plan que consistía en hacer una serie de agujeros en la tabla de armonía del piano con el fin de destruir sus propiedades musicales. Harry no se quedó a la zaga. Había pensado en cortar por la parte de atrás el lienzo del retrato de su bisabuelo, a quien su padre tenía en gran estima entre todos sus lares y penates, de modo que, cuando movieran el cuadro, la capa de pintura se resquebrajaría y la cabeza se vendría abajo.

A esas alturas de la reunión, Tommy tuvo una idea brillante.

—¿Por qué no duplicamos la diversión y sacrificamos en el altar del placer los instrumentos musicales y los cuadros familiares de las dos casas?

La idea cuajó y la reunión se aplazó para ir a cenar. La próxima vez que se vieron, se dieron cuenta de que había una pieza que no encajaba en el plan, que había algo corrupto en el estado de Dinamarca. Tras un momento de discusión, reconocieron que la vigilancia materna había echado por tierra todos sus planes. Sus madres habían descubierto en parte sus planes y les habían reñido mucho. Por este motivo, tuvieron que abandonar su plan (hasta ese momento, por lo menos, su fuerza física, cada vez mayor, había permitido a los dos reformadores reírse de las amenazas y prohibiciones de sus padres).

Los dos desolados jóvenes sacaron sus navajas y se quedaron contemplándolas. Con tristeza, se quedaron pensativos, como otrora le ocurriera a Otelo cuando vio alejarse para siempre todas las posibilidades de conseguir honor, gloria y triunfo. Compararon sus navajas como hace el típico padre al que se le cae la baba por su hijo. Allí estaban: iguales en tamaño, resistencia y belleza, sin la más mínima mancha de óxido, bien brillantes, y con la hoja como la espada de Saladino.

Eran tan idénticas que, de no ser por las iniciales que llevaban grabadas en el mango, ninguno de los dos habría sido capaz de reconocer la suya. Después de un rato, cada uno se puso a alardear de las grandes cualidades de su arma.

Tommy insistía en que la suya estaba más afilada, mientras que Harry afirmaba que la suya era la más resistente de las dos. Poco a poco, aquella disputa verbal se fue caldeando, hasta que el genio de Harry y Tommy salió a relucir y les invadió un sentimiento de odio. En ese momento, el ambiente se enrareció con un espíritu propio de otros tiempos, que llegó a penetrar incluso en el oscuro cenador de Bubb. Ese espíritu les susurró al oído antiguas consignas del rito del sufrimiento y, de repente, el odio se calmó. Por algún inexplicable impulso, los muchachos decidieron que debían poner a prueba la calidad de sus navajas.

Dicho y hecho. Harry puso la hoja de su navaja mirando hacia arriba. Tommy cogió la suya por el mango con fuerza y colocó la hoja sobre la de Harry formando una cruz. Luego, invirtieron el proceso y Harry fue el agresor. Acabado el ritual, comprobaron el resultado. Saltaba a la vista: en cada navaja había dos mellas de igual profundidad. Por tanto, había que repetir la prueba, aunque de otra manera.

¿Qué necesidad hay de contar los detalles de esta terrible disputa? Ya hacía un buen rato que el sol se había escondido y, la luna, con su hermosa cara sonriente, se alzaba sobre el tejado de Bubb. Harry y Tommy, hartos y exhaustos, se marcharon a sus casas. Las navajas habían perdido para siempre su brillo. ¡Maldición, maldición, la gloria se había desvanecido! ¡Ya solo quedaban los despojos de dos armas inservibles con las hojas melladas!

A pesar de sentirse terriblemente apenados por el destino de sus queridas armas, los corazones de los chicos estaban felices. El día que acababa de terminar les había abierto los ojos a nuevas posibilidades de diversión, tan amplias como los límites del mundo.

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