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Días de Alción

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Los gemelos eran los mejores niños que se hubiera visto nunca. Al menos, eso decían todos los conocidos, y los padres se lo creían.

La opinión de la niñera era una clara prueba de ello: «Señora, no es que sean buenos porque son gemelos, cada uno es un ángel». Y ella debía de saberlo bien porque había criado muchos bebés en su vida, tanto gemelos como no gemelos. Lo único que les faltaba a las criaturas era no tener piernecitas, sino un par de alas en sus hombritos. Así, podrían colocarlos a cada lado de la lápida de mármol, consagrada a los restos mortales de Ephraim Bubb, lo que sucedería, señor mío, si la esposa sobrevivía al padre de estos dos maravillosos gemelos. Sería una osadía por parte de ella decir, sin ánimo de ofender, que su marido era un apuesto caballero, aunque fuera uno o dos años mayor que ella. Siempre había oído decir que los caballeros nunca son demasiado mayores y, además, los prefería así. Odiaba a los hombres que parecían medio niños, que no sabían qué hacer. Aunque, al caballero que fuera padre de aquellos dos angelicales gemelos (Dios los bendiga), no podían llamarle otra cosa que niño. Pero, en su larga experiencia, que era mucha, nunca había oído que un niño tuviera gemelos o que unos gemelos hubieran pasado por una situación parecida.

Los padres estaban locos por sus hijos. Eran su dicha y su dolor. Si Zerubbabel tosía, Ephraim se despertaba de su dulce sopor con un grito de inquietud; en sueños había visto un sinfín de gemelos con la cara amoratada por un ataque de asfixia que les sobrevenía de noche. Si Zacariah chillaba, Sophonisba salía con sus rizos despeinados y dando gritos hacia la cuna de sus hijos. Ya fuera por unos pinchacitos que les molestaban o por la sensación de ahogo o por el roce de la ropa o de una mosca o por el exceso de luz o por el miedo a la oscuridad o porque tuvieran hambre o sed, pero, eso sí, los dos bebés siempre en perfecta sincronía, el hogar de los Bubb veía interrumpido su sueño o la rutina de las labores domésticas.

Los gemelos crecieron en paz, los destetaron, echaron los dientes y, al final, cumplieron tres años.

Crecieron en belleza uno junto a otro, llenaron un hogar, etc.

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