Читать книгу Il palio di siena - Augusto Sarrocchi - Страница 10

6.- El ocultamiento.

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Cuando Piero Crestuzzo no apareció a trabajar esa mañana, los empleados del conde pensaron que estaba enfermo y no se preguntaron nada más, pero cuando al siguiente día no apareció se preocuparon y uno de ellos pasó a la tienda de la familia a preguntar por el muchacho, se extrañó cuando le dijeron que Piero había tenido que ir a buscar unas telas al extranjero. No dijo nada y volvió con la noticia a las caballerizas condales. En casa de la condesa el huracán estaba pronto a alterar toda la vida de la familia, la anciana nodriza no podía ocultar más la situación, veía como la bella Alesandra Flavia estaba cada día más pálida y aunque se fajaba, pronto sería imposible ocultar el embarazo, la criatura en algún momento nacería, era imposible ocultarlo a la condesa, así que se decidió, se encomendó a todos los santos y pidió audiencia. La anciana entró a la recámara de la condesa quien estaba frente al tocador mirándose mientras su doncella le peinaba el cabello. La anciana la miró dulcemente y le dijo —querida Flavia Patricia desearía hablarle a solas—. Al oír estas palabras la condesa se levantó y despidió a la doncella, sabía que cuando su ama de crianza le decía eso era porque algo grave pasaba y en esta ocasión no sospechaba qué podría ser. La anciana se armó de valor y le dijo que estaba preocupada por la joven Alessandra Flavia, la veía pálida, desencajada, y la notaba extraña. ¿Qué me quieres decir? ¡Suéltalo ya! La anciana la miró a los ojos y sintió mucho miedo, con la condesa no se podía jugar, había sido así desde pequeña, fuerte, voluntariosa, cruel y adivinaba todo lo que estaba a su alrededor. Nada, le dijo —solo eso, es lo que sé, me tiene preocupada, no he visto sus paños y me preocupa, algo oculta—.

La condesa no se contuvo más, dio un grito nombrando a su hija y corrió hasta los aposentos de la muchacha, entró como un huracán a la habitación, encontrándola recién vestida. Sin decirle nada se abalanzó sobre su hija ordenándole que se desnudara. La bella muchacha solo atinó a proteger su vientre y empezó a llorar, estaba aterrorizada, temía las reacciones violentas de su madre, y no estaba su padre para protegerla, estaba perdida. Despertó en el suelo desmayada mientras su madre gritaba y lanzaba al suelo cuanto jarrón encontraba e insultaba a su nodriza, culpándola de alcahueta, puta, degenerada y mil otros insultos mientras ésta permanecía callada en un rincón. Cuando Alessandra Flavia recuperó la conciencia, su madre lejos de preocuparse por ella, la zamarreó mientras la insultaba y le preguntaba. ¿Con quién te revolcaste puta estúpida como tu padre?, ¿Qué haremos con tu prometido? ¡Has arruinado nuestras vidas! ¡Muérete! Y salió dando un gran portazo, botando cuanto estaba a su paso.

Todos temían a la condesa, ella era el centro del universo y dominaba a todo el mundo, su esposo era inteligente y tenía grandes ocupaciones, pero no lograba dominar esa fiera que tenía en casa, ella solo se había enamorado una vez y no precisamente de su marido, se habían casado respondiendo a las exigencias familiares, había sido un matrimonio arreglado con uno de los descendientes de la rama caída de la gran familia Borghessi, su familia era notable de Roma, pero no estaba a la misma altura de los Borghessi, pero como el príncipe no había tenido hijos, la primogenitura pasó a su hermano quien heredó el título, era un hombre tímido, desde el momento que se casó con Alessandra Patricia, está lo dominó. Para ella la fortuna y la importancia social lo era todo y en Siena era una estrella que como reina dominaba la sociedad de toda la comarca. Ahora veía horrorizada como todos sus planes de casar a su bella hija con un príncipe se venían abajo, pero no lo conseguiría, la mandaría a parir internada en el convento de las monjas, la familia era benefactora de ese convento y ellas se morirían de hambre si no fuese por el dinero que ellos entregaban, la enviaría ahí con la nodriza para que pariera y luego entregaría la criatura a las monjas para que la criaran y ella podría casar a su hija, no todo estaba perdido.

Llamó a la gobernanta, pidió que preparasen el coche, pues saldrían de viaje, le dijo que llamase a la nodriza, cuando la mujer llegó le dijo que preparase su ropa y la de Alessandra Flavia, pues se irían hoy mismo al convento de religiosas. Ella misma las acompañaría para tratar personalmente con la madre superiora, gran amiga de la familia y parienta lejana.

A la nodriza no le sorprendió la noticia, era lo esperable, ya lo había pensado, era la solución más viable y más típica, lo que no pensó en que sería tan inmediato. También temió una gran paliza y un ataque de furia mayor, pero suponía que lo peor estaría por llegar. La condesa era vengativa por naturaleza y no pararía hasta saber quién había preñado a su hija y lo mandaría a matar.

La nodriza se puso rápidamente en campaña y al cabo de una hora todo estaba en el baúl listo para el viaje. La joven lloraba en silencio, sabía que vendría algo malo, pero no sabía qué podría ser, hasta que la nodriza le comunicó que saldrían inmediatamente de viaje.

La cocinera preparó una merienda y la puso en la cesta de viajes, a medio día el carruaje partió con rumbo desconocido, sólo el cochero sabía dónde iban y era de absoluta confianza pues, cuando su hija fue raptada y violada, la condesa no solo mató a los criminales, sino que consiguió marido para su hija. Eso jamás lo podría olvidar, su hija ahora estaba casada con el administrador de las tierras del señor conde, era una feliz madre de cuatro hijos.

En el interior del carruaje iban la condesa, sentadas al frente la nodriza y Alessandra que lloraba, hasta que la madre le dio una tremenda bofetada, para que llores con razón estúpida, le dijo. La joven soportó estoicamente el golpe y dejó de llorar, la nodriza no dijo nada, sabía que ya le llegaría su castigo.

Nadie probó bocado en todo el viaje, alrededor de las seis de la tarde llegaron al convento, la madre superiora se extrañó de tan sorpresiva e importante visita, pero cuando vio a la joven llorosa con un pequeño vientre que ahora al no estar fajado se desarrolló rápidamente, comprendió de inmediato, no era la primera muchacha ocultada en el convento, ella misma había llegado así hacía ya muchos años.

La condesa dejó muy en claro que sus contribuciones al convento eran muy importantes y sin ella las religiosas pasarían muchas privaciones. Dejó bien estipulado lo que deseaba, su hija y su nodriza se quedarían ahí y no recibirían ningún trato especial, cuando naciera la criatura se la quitarían a la madre y la cuidarían ellas hasta que tuviese la edad para enviarla al orfelinato. Ella no quería ver ni saber nada de esa criatura y, por supuesto, todo esto en el silencio más completo. No muy veladamente le hizo ver a la monja que de no cumplirse con lo que ella estipulaba serían muy castigadas. Dicho todo esto salió sin volver la cabeza ni mirar hacia atrás, tomó su coche y regresaron casi cerca de la medianoche a su palacio.

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