Читать книгу Tres ensayos sobre democracia y ciudadanía - Baldo Kresalja - Страница 12
Оглавление1. DEMOCRACIA GOBERNANTE Y DEMOCRACIA GOBERNADA
1. En el año 1959, Georges Burdeau afirmaba que:
la democracia es hoy día una manera de vivir, una filosofía e incluso, para muchos, una religión y casi accesoriamente una fórmula política. Un significado tan amplio proviene, tal vez no tanto de lo que ella es efectivamente, sino de la idea que se forman los hombres de la democracia, cuando le entregan sus esperanzas de una vida mejor. Se debe considerar, sin embargo, que si el significado de la democracia es tributario de la imagen que nosotros nos formamos de ella, no se puede pretender que tenga para todos el mismo sentido. Depende de nuestras representaciones y puesto que se encuentra sujeta a esas interpretaciones divergentes, está, por lo mismo, amenazada; de ahí la paradoja de que mientras más adictos se proclamen los hombres a las instituciones democráticas —y lo son, efectivamente— más comprometida se encuentra la suerte misma de la democracia, ya que el ardor de sus convicciones crea entre ellos oposiciones irremediables37.
Y a continuación detalla las ideas, percepciones y prácticas sobre su evolución.
Burdeau afirma que esa evolución se explica por la forma en que los hombres entienden lo que debe ser un gobierno democrático. Se ha pasado de calificar como tal la forma de gobernar a través de una élite de representantes, la «democracia gobernada», que permitía decantar el sentir popular, a una llamada «democracia gobernante», en la cual el Gobierno es ejercido por los más fuertes y numerosos, un régimen en el que el pueblo real no tiene ya necesidad de que se designe en ella a los mejores, que era la característica de la «democracia gobernada». Y afirma: «el paso de la democracia gobernada a la democracia gobernante es simplemente consecuencia de la renovación de los fines, de los objetivos del Poder»38. Pero dice también que la búsqueda de ese poder fuerte reduce la vida política a esa búsqueda, y, siendo cada vez más enérgica, más imperativa, más carente de jerarquías, condena al pueblo a no obtener nada, con lo que se convierte en una democracia impotente. Sostiene Burdeau, asimismo, que la democracia gobernada ha sido una forma histórica que ya quedó atrás, pero que hay que pensar en el precio que es preciso pagar por la democracia gobernante, y que ese precio no es aceptable si para instaurarla se impone el silencio y se eliminan las opiniones discrepantes. Porque «si es cierto que la democracia gobernada merece ser reprochada en cuanto a la modestia de sus objetivos sociales, supone excederse en la crítica razonable el olvidarse que al hacer del individuo el asiento de una libertad inalienable, de una libertad imprescriptible, va a dar a la persona humana una estatura cuyo aminoramiento no puede ser aceptado»39. Y termina afirmando que existen dos tipos de demócratas irreconciliables: los que quieren para el pueblo el Poder, y los que quieren para él la libertad, concluyendo que las democracias occidentales se han empeñado en llevar adelante la opción más difícil, aquella que consiste en querer lo uno y lo otro, es decir, «querer el Poder de un pueblo que permanezca libre»40.
2. La realidad social de nuestros días nos enseña que el ciudadano común no conoce en la mayoría de los casos cuáles son los problemas y las soluciones que atañen a los asuntos públicos, ni cuáles serán las probables consecuencias de las opciones que escoja. A pesar de ello, en las democracias gobernantes se ha establecido una omnipotente voluntad popular que se impone sobre el Estado utilizando una retórica populista. Por esta vía, afirma Sartori, llegaríamos a la democracia por aclamación, a una manipulación masiva de la soberanía popular, a un estado de ingobernabilidad que utiliza el poder de vetar la acción41. Frente a ello se erige la concepción de una democracia gobernada, la búsqueda de un ideal. Su éxito depende del comportamiento del ciudadano medio, pero no puede exigírsele a este que exprese juicios informados y articulados frente a cada problema. Para tal propósito es pertinente considerar a la opinión pública «como pauta de actitudes y como un abanico de demandas básicas», porque el ciudadano medio no es un ciudadano ausente, ya que las decisiones políticas no se generan normalmente —dice Sartori— en el pueblo soberano, sino que se someten a él, y los procesos de formación de opinión no se inician desde el pueblo, sino que pasan a través de él42.
2. ÉTICA POLÍTICA Y DEMOCRACIA CRÍTICA
1. Ahora es necesario mencionar algo sobre la ética política, que suele oscilar entre dos extremos: del dogmatismo al escepticismo, del absolutismo al relativismo de los valores. Seguiremos en esto las apreciaciones críticas de Gustavo Zagrebelsky43. Este considera que tanto el dogmático como el escéptico, aunque no lo parezcan, son falsos amigos de la democracia, porque el primero puede aceptar la democracia únicamente si le sirve como fuerza para imponer su verdad, mientras que el escéptico no cree en nada y por tanto puede tanto aceptarla como repudiarla, pues no encontrará ninguna razón para preferir la democracia a la autocracia. En determinadas circunstancias podrían ser compatibles con la democracia, pero detrás de las apariencias la suya no es una adhesión sino una adulación interesada. Ambos están, sin duda, presentes entre nosotros, aunque en proporción desconocida. A esas dos formas de pensar, dice Zagrebelsky, hay que contraponer otra que no presuma de poseer la verdad y la justicia, pero que tampoco considere insensata su búsqueda; este es el pensamiento de la posibilidad, «propio de quienes rechazan tanto la arrogancia de la posesión de la verdad como la renuncia a la realidad aceptada»44. Y la democracia que asume como propia esta actitud del espíritu la califica como «democracia crítica».
La posibilidad combate tanto el dogma como la realidad, porque postula que en toda situación hay algo que falta, que puede salir a la luz, por lo que es un régimen que acepta la autocrítica y mira hacia delante. Esta visión de la democracia que no se hace tontas ilusiones rechaza aquellos conceptos de ella que atribuyen al pueblo la capacidad de no equivocarse nunca, de hallarse siempre en lo justo, pero no lo hace para condenar al pueblo mismo sino el exceso de expectativas que en él se han depositado. Porque el pueblo, así como puede equivocarse, también puede tener razón. Por tanto, no abandona la confianza en la autoridad popular, porque considera peor cualquier otra alternativa45. Ello no significa buscar soluciones de élite porque las carencias de algunos no justifican las pretensiones de otros al privilegio político. «El espíritu de la posibilidad, dice Zagrebelsky, puede ser una fuerza que promueve energías y las orienta, no hacia el bien, sino, más modestamente, hacia lo mejor»46.
La democracia crítica es incompatible con las decisiones políticas inmodificables, por lo que cuestiona el uso cada vez más promovido del referéndum, porque la decisión que adopta significa la última palabra que no puede discutirse ni oponerse a ella. La democracia acrítica derrota al Estado de derecho, poniendo en tela de juicio la articulación de los poderes públicos construida sobre la experiencia del constitucionalismo, basada en instancias de garantía y compensación independientes. De esa manera, la apelación repetida de llevar a cabo consultas tales como los referéndums o las reiteradas disoluciones de órganos electivos, cuyos resultados suelen ser muy publicitados, debilitan la institucionalidad y contribuyen a que se instalen concepciones totalitarias, reduciendo la pluralidad de voces características de los sistemas democráticos.
37 Burdeau, G. «Dilema de nuestro tiempo: democracia gobernante o democracia gobernada», en Revista de Derecho N.° 109, jul.-set. 1959, Universidad de Concepción, p. 293.
38 Ibid., p. 308.
39 Ibid., p. 311.
40 Ibid., p. 312.
41 Sartori, G. Teoría de la democracia. 1. El debate contemporáneo. Madrid: Alianza Editorial, 1995, p. 164.
42 Ibid., p. 166.
43 Zagrebelsky, G. La crucifixión y la democracia. Barcelona: Ariel, 1996, pp. 8 y ss.
44 Ibid., p. 8.
45 Ibid., p. 106.
46 Ibid., p. 109.