Читать книгу Un bosque en el aire - Beatriz Osés García - Страница 6
El marrón
ОглавлениеDespués de leer los versos del cerezo, mi abuelo sonrió enternecido. Nunca lo había visto así. Se había quedado casi totalmente calvo. Calculé que lo que había perdido en pelo lo había ganado en barriga. Mi padre, en cambio, se había sometido a su primer injerto capilar. Y lucía unos abdominales de revista. Nada que ver.
–Me encanta Katsumi –reflexionó el notario, ajeno a mis pensamientos.
–¿A quién no? –respondió mi abuelo, doblando con delicadeza el papel para guardarlo en el bolsillo de su pantalón.
–Me parece un verdadero tesoro –opinó su amigo, acodándose sobre la mesa y respirando hondo.
–Por supuesto.
Me pregunté quién sería aquel tipo y por qué hablaban de él con tanta admiración. Papá, sin embargo, pensaba en el dinero.
–Padre, por favor, déjate de poemas y céntrate en nuestros asuntos.
–Si yo estoy muy centrado, Martín –contestó con calma.
–Estas inversiones en pinos y alcornoques no van a ninguna parte –le echó en cara.
–Pues las tuyas no marchan viento en popa precisamente.
Zasca. El abuelo había metido el dedo en la llaga.
–¿Qué quieres decir?
–Te dije que invirtieras en renovables.
Ya se estaba liando. Sin que me vieran, pulsé el botón del reloj para activar a mi asistente virtual.
–Kiri, por favor, modo «escucha activa» –susurré desesperado–. Necesitamos consejo.
–Modo «escucha activa» –confirmó ella.
La discusión también se había puesto en marcha.
–Martín, estás en la ruina. Tus empresas se han venido abajo. ¿Crees que no lo sé?
–Tengo acciones –intentó defenderse.
–Tus acciones en bolsa también han caído en picado. Hijo, estás a punto de hundirte como el Titanic.
El notario asintió con la cabeza sin decir nada.
–¿Eso es verdad, papá? –me temblaba la voz.
Él extendió la palma de su mano derecha y sopló sobre ella mientras me miraba a los ojos. Entre nosotros, ese gesto significaba: «Todo se marcha, todo termina».
–Entonces, ¿hemos perdido las acciones? –le pregunté.
–Por desgracia, sí.
–Oh my God! –grité horripilado.
–Martín, si quieres salvar el pellejo, acepta mis condiciones –le aconsejó el abuelo–. Creo que son justas y bastante generosas.
–El señor Leocadio tiene razón –intervino el notario recuperando su tono serio y profesional–. Dadas sus circunstancias económicas, sería lo más conveniente para todos.
Y dicho esto, le tendió una pluma estilográfica para que firmara el testamento. Era un momento crucial.
–Kiri, modo «consejo». Kiri, por favor, necesito tu ayuda. Kiri, ¿me oyes?
–Sí, Borja, no estoy sorda –respondió mi asistente virtual con firmeza.
–Es muy urgente –supliqué.
Permanecí a la espera. La voz de Kiri sonó alta y clara:
–Te vas a comer un auténtico marrón.
Así las cosas, a papá no le quedó otra alternativa que comprometerse a plantar un bosque. Y yo también iba en el pack.