Читать книгу Un bosque en el aire - Beatriz Osés García - Страница 9
Katsumi
ОглавлениеPosamos la vista en la recién llegada al pueblo, que se acababa de sentar y pintaba con una pequeña caja de acuarelas en su diario.
–¿Y qué me cuentas de la extranjera? –se interesó papá–. ¿Qué hace aquí?
–Se llama Katsumi, es japonesa y se dedica a la botánica. El destino quiso que se perdiera y tomara el autobús equivocado.
–¿Adónde quería ir? –me atreví a intervenir.
–A Barcelona.
Me atraganté con el zumo. ¡Barcelona estaba a más de setecientos kilómetros de Solana del Infante!
–¿Y se va a quedar aquí? –pregunté, intrigado.
–Parece increíble, ¿a que sí? –el abuelo sonrió–. Una flor de loto como ella en este secarral lleno de cardos borriqueros.
–Yo no lo habría descrito mejor –comentó papá.
–Pues, hijo, está encantada con nosotros. Y le chiflan los pinchos de morcilla y la tortilla de patatas. Además, ha prometido que nos ayudará con el bosque. Fue ella la que nos aconsejó las especies de árboles que debíamos elegir teniendo en cuenta las condiciones climáticas de la zona.
–Muy interesante. ¿Y qué pasa con su viaje a Barcelona?
Eso. ¿Y Barcelona? No se iba a quedar eternamente…
–Nada, nada. Olvídate. Dice que no tiene prisa. Luisito le ha ofrecido una habitación a cambio de sus hermosos haikus y de las historias que nos cuenta sobre Japón.
–Pero ¿sabe español?
–¡Qué va! –contestó el abuelo–. No entiende ni chufa. ¿Por qué te crees que se equivocó de autobús?
–¿Y cómo os comunicáis con ella entonces?
–Con el traductor del móvil.
Aquello nos dejó descolocados.
–Vaya –fue lo único que logré pronunciar.
–También nos suele cantar poemas en japonés. Su voz resulta tan dulce como la de un delicado ruiseñor. Nos tiene enamorados.
–¡Qué bien! ¿Y cómo dices que se llama?
–Katsumi. Significa ‘belleza victoriosa’.
Hicimos una mueca de resignación.
–Un nombre precioso, ¿verdad? Lo cierto es que tuvimos mucha suerte de que se equivocara de autobús.
–Puf, una suerte tre-men-da –conocía ese tono en la voz de mi padre.
–Eso es lo que pienso yo, hijo. ¡Por Katsumi! –gritó de pronto el abuelo alzando su vaso de vino.
Y a papá no le quedó otra que brindar por ella.
–Es un amor –sentenció el patriarca de nuestra familia.
Ya, ya, pues a mí no me engañaba con esa carita de no haber roto un plato en su vida. La turista infiltrada había impulsado toda aquella locura del bosque en el secarral. Le eché una mirada de furia, pero Katsumi inclinó la cabeza y me devolvió una sonrisa. ¡Así no había manera de odiarla! Mi padre terminó por aflojarse tanto la corbata que deshizo el nudo. Lo que significaba que estaba al borde de un ataque.
Y, para colmo de males, la niña de la bolsa de patatas fritas no me quitaba el ojo de encima...