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IV. Mi voto femenino

«Paso de votar, eso de votar… eso no vale pa ná.»

#cristinamoralesoutofcontext

«La historia nos enseña que cada clase oprimida ha conquistado su verdadera liberación solo a través de las luchas internas. Hace falta que la mujer aprenda esta lección y entienda que su libertad podrá llegar hasta donde lleguen sus deseos de conquistarla.»

La tragedia de la emancipación de la mujer

Emma Goldman

Porque adelgazo dos kilos cada vez que hay elecciones, porque hiperventilo y sudo y me mareo y sufro ataques agudos de asco cada vez que escucho en la tele «la voluntad del pueblo» o «el mandato popular», el descaro antisufragista de Emma Goldman me alivia y me reconforta. Gracias a la anarquista puedo decir sin tapujos los vahídos que me asaltan en los colegios electorales, el terror que me producen las papeletas. Ya sé que es muy fácil decir antisufragismo desde este lugar que ocupo. No pretendo denostar las luchas de Campoamor, no es mi intención socavar ningún voto femenino. Yo he venido a renegar de mi derecho al sufragio y también a recordar una advertencia de Goldman: conquistar el parlamento no es el primer gesto que la mujer necesita para obtener libertad. Porque el feminismo no es y tampoco puede ser una cuota de poder ni un lobby cerrado, nuestros gestos libertarios no acontecerán «ni en las urnas ni en los tribunales, sino en el alma de la mujer»: eso nos dice Emma Goldman. No acudiré al llamado de las próximas elecciones: mi voto femenino no va a aniquilar el gobierno masculino que señorea la Tierra. Por eso dejadme imaginar que abandono toda forma masculina de (auto)dominancia y que me doy por entero al contrapoder más gozoso del deseo femenino: hilos de amor rabioso, flujos de erotismo violento, la negrura y la humedad en el fondo de mis pozos. Un foso anegado de agua, y en el agua chapotea la muchedumbre sedienta: criaturas que chorrean una misandria rabiosa, existencias que reclaman vengarse de los tiranos. Renunciaré por completo a mi parte masculina y aprenderé a hornear artefactos explosivos, caseros y artesanales. Realizaré en mi cuerpo una deflagración íntima, doméstica y muy coqueta. Apretaré el botoncito y la bomba estallará en mis adentros. Se producirá una implosión, se escuchará un rumor, una melodía anarquista para un baile sublevado. Se desbordarán las aguas infestadas de ira #fem que contengo en este cuerpo. Saltaremos por los aires y después caeremos: seremos riada, fuerza torrencial, océano embravecido. Buscaremos a los déspotas. Los mataremos.

«Casi me asusta comprobar lo mucho que dependo de Leonard, cómo me he acostumbrado a apoyarme en él.»

Escenas de una vida: matrimonio, amigos y escritura

Virginia Woolf

Qué difícil discernir entre pasión que emancipa y sometimiento amoroso. Qué difícil separar las hogueras libertarias de los amores que queman y los fuegos que consumen. Me entristece leer que Emma Goldman padeció lo indecible cuando estaba enamorada; temía que el amor le arrebatara su conciencia política; le producía pavor que los lazos afectivos la redujeran a fémina sumisa y callada. Me impresiona descubrir a una Emma torturada por el choque irresoluble entre ideología y afecto, completamente incapaz de superar sus prejuicios y sus contradicciones: «No tengo el derecho de hablar de libertad, puesto que me he convertido en una esclava abyecta del amor», anotó en una carta dirigida a su amante, el también anarquista Ben Reitman. Cuánto me duele que una pensadora tan fiera sintiera tanto terror al enamorarse. Para librarse de los tiranos interiores que sujetan nuestros cuerpos como fantasmas antiguos, Goldman analizó su miedo en su discurso político: «Todavía no hemos superado el mito teológico de que la mujer no tiene alma y es solo un apéndice del hombre», escribió en su ensayo Feminismo y anarquismo. La mujer más peligrosa de América nos amonesta desde la tumba: no debemos permitir que la pasión amorosa desactive nuestra furia; no somos costillas de Adán. Y así, de un modo inesperado, la pensadora Emma Goldman inserta en este libro la figura de Eva. Nunca he pensado mucho en la madre de nuestra cultura. No tenía previsto hacerlo y sin embargo me quedo un rato girando en torno a su imagen. Ahora me parece fundamental escribir sobre ella si pretendo destripar los deseos femeninos y deshacer los nudos de la palabra mujer.

Eva. Hueso modulado. Mujer primera. Veo a Eva y su silencio, apenas cuatro palabras, no más que una mota de polvo en los libros sagrados. Eva. Dadora de vida. Existencia culpable desde el origen. Desnudez. Conocimiento. La primera exiliada, la primera que comió de los frutos prohibidos. Díscola y humillada. Inocente. Un poco puta. Aliada de la sierpe. Abandonada de Dios, esclava de las preñeces perpetradas por Adán. Voy a la Biblia. Leo la parte de la Creación: una redacción descuidada, una narración pueril. Me aburro. Solo me gusta la descripción del caos, el planeta antes de Dios, la vida previa al ser humano; sin duda un lugar hermoso. «La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían el haz del abismo». El Génesis describe dos veces la creación del hombre; de ahí las teorías acerca de una mujer anterior al surgimiento de Eva. Una mujer hecha con la misma arcilla con que fue moldeado Adán. Esa mujer sería Lilit, una fornicadora satánica que se escapó para siempre del gobierno del esposo y de la ira de Dios. Busco Isaías 34:14: «Perros y gatos salvajes se reunirán allí, / y se juntarán con los sátiros. / También allí Lilit descansará / y hallará su lugar de reposo». Después de leer el versículo unas cuantas veces, no puedo evitar sentir que Isaías no describe una geografía exterior, sino un lugar asilvestrado e íntimo: un bosque interior donde Lilit desplegó su inmensa carnalidad sin ser juzgada. Me gusta la idea. Me la quedo. Esta es mi teoría: Lilit es el nombre que Eva dio a la revelación de su cuerpo como carne gozosa. Lilit es la vida interior de Eva, el deseo femenino, la isla remota, el grumo de sal, la arena prodigiosa. Quiero pensar que Eva supo encontrar en su fuero interno una zona libre y desnuda. Mis anhelos van en busca de esa selva remota e incivilizada donde la voz imposible de nuestra madre primera susurra formas de amor temibles y escandalosas.

Autocienciaficción para el fin de la especie

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