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PERIODISTAS MUERTOS (I)
ОглавлениеReconoció el cuarto en penumbra y las sombras que se reunían en torno a la mesa circular. No era la primera vez que soñaba con ellos, aunque tenía tiempo que no lo visitaban. Vestidos de traje, solemnes y crípticos, así eran los miembros del Consejo de Periodistas Muertos de Nota Roja. Incluso así se comportaba Verduzco, su añorado amigo, quien en vida había sido mucho más directo y burlón. “¿En verdad la muerte nos cambia tanto?”, pensó Casasola. No podía saberlo con certeza –a estas alturas le quedaba claro que los muertos evitaban hablar de la muerte–, y por otra parte, no tenía prisa por averiguarlo. Como siempre, había algo en el centro de la mesa. En esta ocasión se trataba de un cuchillo de obsidiana manchado de sangre.
–Bienvenido –dijo Verduzco, rompiendo el silencio–. Tenemos un mensaje para ti.
–¿Cómo estás? –pregunto Casasola, y en seguida se arrepintió. Rompía el protocolo, y su pregunta era estúpida.
–Tienes que dirigirte al antiguo mercado –dijo Verduzco, ignorando sus palabras–. El más viejo de todos.
–¿Cuál? –interrogó Casasola, y se molestó consigo mismo, porque estaba malgastando el tiempo: los periodistas muertos nunca respondían a una pregunta directa, y sus comunicaciones solían ser muy breves.
Las sombras crecieron a su alrededor, envolviendo a los hombres trajeados. Antes de desaparecer, dijeron al unísono:
–Ella es la chica. No la dejes escapar.