Читать книгу Demonia - Bernardo Esquinca - Страница 16
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ОглавлениеLigia y yo llegamos a un acuerdo: ella iría a terapia y yo aceptaría que trajera a una médium a la casa. Quise estar presente en la sesión espírita, y le pagué por adelantado a la mujer para evitar que se sintiera comprometida a decirnos algo. Tras encender velas por toda la casa y recorrer las habitaciones, la médium se detuvo en la sala, cerró los ojos, juntó las palmas de las manos frente a su rostro y meditó durante largos minutos. Su conclusión fue que ahí habitaba el espíritu de una adolescente que se había suicidado por desamor. Después, la mujer nos preguntó si queríamos entrar en contacto con ella, pero Ligia le dijo que no, le dio las gracias y la despachó. Le reclamé que hubiera desaprovechado la oportunidad:
–Muy mal. Nos cobró carísimo.
Ligia me lanzó una mirada en la que se mezclaban miedo y enojo.
–Estaba mintiendo.
–¿Cómo sabes?
–Porque la otra noche pude ver el rostro de la sombra. Y es un hombre. Un negro.
Ligia comenzó a asistir a terapia y a tomar medicamentos fuertes. Dejó de mencionar a la sombra; no supe si la seguía viendo, y la verdad prefería no saberlo. Lo cierto era que ambos continuábamos intranquilos, había un ambiente tenso en nuestra habitación antes de apagar la luz, y el insomnio nos asaltaba por turnos. Ahora que lo reflexiono a la distancia, no me explico cómo pudimos vivir así durante los pasados once meses, en un permanente estado de angustia y paranoia. Quizá, como dicen, uno se acostumbra a todo, o tal vez lo que llamamos “mala vida” provoca adicción. También creo que el miedo es un estado alterado que el cerebro llega a necesitar, como una droga. Por eso los escritores de terror que tanto admiro siempre tienen lectores.
Ligia y yo éramos ya un par de sonámbulos, dos espectros que rondaban su propia casa; procurábamos pasar el menor tiempo posible en la habitación, y si se presentaba el insomnio yo me levantaba a escribir y ella aprovechaba para adelantar sus propios pendientes, cuando llegó la invitación a la Feria de Santo Domingo. Era por una semana, y sólo para mí, pero pensé que aquel viaje podría ayudar a distraernos y olvidar por completo los episodios de la sombra. Eché mano de los ahorros y los dos partimos a República Dominicana con unas profundas ojeras que esperábamos evaporar bajo la brisa del Caribe. Sin embargo, desde el momento que aterrizamos y nos metimos en el taxi, me di cuenta de que eso no iba a suceder.