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CINTA 3

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¿Sabía usted, doctor, que en Tuxtla Gutiérrez hay una fábrica de moscas construida por los gringos? No me extraña, es un dato poco difundido. Pero yo estuve ahí, y es un lugar impresionante. Puede visitarse, siempre y cuando se tramite el permiso con anticipación. Hasta ofrecen visitas guiadas, pero no es el paseo con el que sueña la mayoría. Es el único lugar del mundo en el que se cría y se produce industrialmente la llamada mosca gusanera. La fábrica trabaja veinticuatro horas y da de comer a mil familias. ¿Y para qué carajos existe una fábrica de moscas?, se preguntará usted. Para combatirlas, precisamente. Ésa es la genialidad del asunto. Una plaga se erradica al introducir machos estériles en una población de machos silvestres, en proporción de diez a uno, situación que provoca que las hembras tengan muy pocas posibilidades de ser fecundadas en el único apareamiento de su corta vida. Para bien y para mal, las moscas son instantáneas. Es su fortaleza y debilidad al mismo tiempo. En tres generaciones se acabó el problema. Por eso existe la fábrica. De ahí salieron los machos estériles que salvaron millones de vidas en Libia a principios de los años noventa. Moscas mexicanas, doctor. Utilizadas en contra de su propia especie. El lugar es delirante: tone ladas de carne podrida repletas de larvas de mosca. Millones de ellas vuelan en una enorme jaula de vidrio, produciendo un zumbido que compite con la turbina de un avión. Cuando llegué ahí, comprenderá usted, me sentí tan feliz como un peregrino que arriba a la Meca.

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