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Noción de “forma”:

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Comenzamos con los filósofos griegos Platón y Aristóteles. Platón denomina formas o ideas a los modelos ejemplares trascendentes de las cosas. Todo ser es tal en referencia a su idea, que es al mismo tiempo su modelo, arquetipo o forma ejemplar. La verdadera esencia de las cosas solo puede estar en sus formas arquetípicas. Tanto el concepto de imagen cuanto el de forma son fundamentalmente ontológicos, se refieren a la esencia o naturaleza íntima y verdadera del ser. La formación consiste en reproducir la forma arquetípica, ser una imagen lo más lograda y semejante posible, entendiendo la palabra semejanza como re-producción de la esencia.

La concepción aristotélica es diferente. Para él, la forma es aquel conjunto de cualidades por las que un ser es lo que es. Además, la forma es al acto como lo es materia a la potencia. Esto nos ayuda a comprender que la formación es el proceso de actualización de las potencialidades de algo o alguien hasta alcanzar su plenitud o forma completa.

San Pablo, en su carta a los Filipenses (2:6-7), utiliza la palabra forma en referencia a Jesucristo. Nos dice que Cristo, existiendo en la forma divina tomó la forma de esclavo. En este texto nos está hablando de un modo de ser o condición existencial de Dios y de la condición humana sometida a la esclavitud y a la muerte. El realismo del misterio de la Encarnación lo lleva a adoptar una identificación entre forma y naturaleza.

La concepción de San Agustín condicionó la noción occidental del término forma. Para él, el substantivo forma y el verbo formare comprenden toda la causalidad (ejemplar, eficiente y final) divina. Dirá: La Palabra de Dios es una forma no formada; forma sin tiempo ni falta... Forma de todos los formados (creados, hechos a su imagen); forma inmutable, sin espacio, ni tiempo, ni lugar; que está por encima de todas las cosas, que está en todos y es como el fundamento en el que están... En él están todas las cosas, y por ser Dios todas las cosas dependen de él (1).

En Guerrico de Igny prevalece la concepción platónica y agustiniana, al mismo tiempo integra de alguna manera la acepción aristotélica: la formación es un paso de la potencia al acto, un despliegue de la potencialidad natural hasta su perfeccionamiento. La formación de Cristo en nosotros es: el proceso de reproducir los rasgos de la humanidad prototípica de Cristo. El fin de la formación es la realización en nosotros de la forma Christi, esta realización tiene lugar en un marco existencial (el monasterio), a través de unos medios (la conversatio monástica y los instrumentos del arte espiritual) y a lo largo de un proceso.

Espiritualidad y mística maternal

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