Читать книгу Cuéntamelo todo - Cambria Brockman - Страница 11
CAPÍTULO SEIS Primer año
ОглавлениеLa amistad con Ruby se consolidó durante la segunda semana en Hawthorne. Tal vez tendría que agradecérselo a Amanda. La situación fue fortuita pero muy oportuna, y la aproveché. Después de eso, Ruby me definió como su mejor amiga. Confió en mí, se apoyó en mí.
Estaba esperando a Ruby en la entrada del comedor, escuchando los pitidos de las tarjetas de los estudiantes que llegaban para comer. Me apoyé contra la pared y saqué el teléfono para revisar mi correo electrónico. Me molestaba que ella no hubiera llegado a tiempo. Yo siempre era puntual. No encontré correos nuevos en mi bandeja de entrada, más allá de un mensaje no leído de papá. Tomé aire y lo leí.
Hola Malin:
Espero que la universidad vaya bien, tu madre y yo pensamos en ti todos los días y te echamos de menos en casa. La otra noche fuimos a cenar a Antonio's y pensé en ti... pedí pollo a la parmesana, estoy seguro de que no te sorprenderá. No escribiré demasiado porque debes estar muy ocupada. Quería ver cómo van tus clases, si te has unido a algún club. Y, por supuesto, me encantaría saber sobre los nuevos amigos que has hecho. También he investigado un poco sobre el centro de salud en Hawthorne, y creo que el centro de asesoramiento podría darte algunos consejos útiles para manejar el estrés que podrías estar sintiendo... No olvides pedir ayuda si la necesitas. Las cosas empeorarán si no te enfrentas a ellas. También estoy aquí en caso de que necesites pedirme algún consejo, no lo olvides.
Te quiero.
Papá
Escribí una respuesta rápida.
Sí, he hecho amigos. Los clubes no son para mí. Todo va bien. Te quiero.
Ignoré la parte sobre el asesoramiento. Él siempre había sido un gran defensor de buscar ayuda, pero yo podía cuidarme sola.
Ruby, John y yo vacilamos frente a la barra de pizzas en el comedor, mientras repasábamos la multitud de opciones.
—Voy a subir más de diez kilos con esto —dijo Ruby, poniendo un trozo de pizza con champiñones y salchicha en su plato—. Pero bueno, da igual, ¿no se supone que debe ser así cuando eres un estudiante de primer año?
En realidad, ella tenía demasiada actividad como para ganar peso. Sus entrenamientos de fútbol siempre duraban dos horas, por lo menos, y comenzaba el día con una carrera de treinta minutos alrededor del campus. En ocasiones me unía a ella, y corríamos en silencio mientras nuestras zapatillas de deporte golpeaban el pavimento, el único sonido en medio de la niebla matutina.
—Estoy harto de pizza —dijo John.
Le dirigió una aparatosa sonrisa a Ruby y desapareció en las profundidades de la barra de ensaladas. Hawthorne disponía una de las cafeterías universitarias más sanas del país, algo que a la administración le gustaba recordarnos. Teníamos suerte de comer su pizza hecha con masa artesana, aunque su textura fuera de cartón y no tuviera suficiente salsa de tomate.
Ruby se irguió a mi lado mientras yo seleccionaba un trozo de pepperoni. Siempre hacíamos nuestra ronda por el comedor juntas, se había convertido en algo nuestro. Cazar y recolectar. Teníamos un sistema: la barra de pizza primero y, si nos parecía aburrida, pasábamos a las torres de cereales y examinábamos la barra del bufé al final.
Mientras daba media vuelta con mi plato, una delgada muñeca surgió frente a mí, agarrada al brazo de Ruby.
—¿Ruby?
La chica nos inmovilizó contra la barra de pizza. Tenía el pelo rojo, del color de una torneada hoja de arce. Otras dos chicas se encontraban detrás de ella, con yogures en sus manos, ambas con pelo largo y oscuro. Estudié sus rostros. Delgados, huesudos. Hambrientos. Noté que una inclinaba la mirada a nuestras pizzas y luego la subía a nuestros rostros, juzgando.
La chica observó a Ruby, con una mirada confundida en el rostro.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.
—Amanda —respondió Ruby, con un ligero, casi imperceptible, temblor en su voz—. No tenía ni idea de que vendrías aquí.
Eché un vistazo a la expresión de las otras dos chicas. Parecían aburridas y molestas. Todos los estudiantes de Hawthorne eran tan amigables que resultaba extraño interactuar con zombis como ellas.
—Fui admitida en la primera ronda —dijo Amanda, con tono petulante—. No tenía ni idea de que tú estarías aquí. Aunque escuché que disponen de un fantástico programa de ayuda financiera. Tu padre debe estar tan orgulloso.
—Sí. Recibí una beca de fútbol —dijo Ruby, ruborizada. No mencionó que ella también había entrado en la primera ronda. Quise hacerlo por ella, pero guardé silencio, insegura de la dinámica que estaba teniendo lugar frente a mí.
Amanda miró la vestimenta de Ruby, pasando lentamente sus ojos de arriba abajo.
—Y tienes un aspecto tan diferente. Casi no te reconozco.
—Gracias —dijo Ruby. Movió sus caderas y su pizza se deslizó por el plato.
Perseguí las miradas entre ambas. ¿Ruby no había tenido siempre tan buen aspecto? Se veía impecable, con su pelo brillante y suelto cayendo por su espalda, el maquillaje ligero y sus vaqueros ajustados.
—¿Cómo está tu padre? —preguntó Amanda, con una amplia sonrisa en su rostro. No confié en esa sonrisa.
Ruby nunca hablaba de su vida familiar. Sus aletas nasales se ensancharon, sólo un poco, y la sangre llegó a sus mejillas.
—Está bien —dijo Ruby, casi molesta. Asintió hacia mí—. Ella es Malin.
Amanda me miró de arriba abajo.
—Ah. Hola.
Su tono me hizo querer meterle un calcetín sucio en la boca. O una hogaza de pan.
—Soy Amanda —me dijo, haciendo énfasis en su nombre, y forcé una sonrisa. Pasaría la mayor parte del tiempo en Hawthorne evitando a esta chica para demostrar a Ruby que, como su mejor amiga, también era su aliada—. Y éstas son Becca y Abigail —dijo, señalando a las chicas que tenía a su espalda.
Amanda puso una mano en su cadera y miró a Ruby, como si estuviera considerando algo.
—¿Estabas hablando con John Wright?
Los ojos de Ruby se suavizaron.
—¿John? Sí, ¿por qué?
—¿Así que lo conoces? —preguntó Amanda.
—Somos amigos —me miró—. Todos nosotros.
—Es tan divertido que estéis tan unidos —dijo Amanda, con la mano apretando el envase de yogur. Sus ojos se habían desorbitado, como un caballo encabritado contra las riendas—. ¿Sabes?, he oído que es una especie de prostituto —añadió, con una risa falsa—, pero eso tal vez ya lo sabías.
Los ojos de Ruby se entrecerraron.
—No me había dado cuenta. Vamos a comer. Me alegro de verte —dijo, exagerando los gestos formales.
Ruby se alejó de nosotros y desapareció entre la multitud. Se había ido tan rápido que no tuve tiempo de desenredarme de las zombis.
—Hum —murmuré—, ha sido un placer conoceros —no quería hablar con esta chica más tiempo del necesario.
Comencé a seguir a Ruby, pero Amanda me agarró del brazo.
—Debes tener cuidado con ésa —dijo, mirándome a los ojos, asegurándose de que la hubiera escuchado. Me apresuré a liberar mi brazo de sus garras.
Becca sonrió débilmente, como si se sintiera mal, como si estuviera lamentando haberse quedado atascada en esta pandilla. Era la más pequeña de las tres; casi podía ver sus venas a través de su delgada piel. Acunó el yogur entre sus manos, y me pregunté si sería capaz de terminárselo. Las tres me miraron, esperando una respuesta.
Los ojos de Amanda refulgieron, listos para diseccionar a Ruby, despedazarla delante de mí, exhortándome a ponerme de su parte. Sabía esto de las chicas. Sabía cómo se alimentaban de la debilidad de las otras, cómo se hundían entre sí y podían ser muy crueles y tener una doble cara. Querían que me uniera al banquete. Pero yo no era como las otras chicas.
—¿Qué ha sido eso? —pregunté cuando Ruby y yo nos sentamos a la mesa. John todavía no había regresado de su cacería de comida.
—¿Oh, Amanda? —dijo Ruby en voz baja—. Dios. Me odia. Somos del mismo pueblo, pero ella siempre asistió a una escuela privada, así que sólo convivimos una vez, en un campamento de verano —Ruby dejó escapar un fuerte suspiro y apartó la bandeja de comida.
—¿Fuisteis amigas o algo así?
Ruby permaneció en silencio, decidiendo si debía compartir ese tema conmigo.
Dime, quería decirle. Puedes confiar en mí.
—Más o menos. Es una larga historia.
Ahora no iba a conseguirlo. Si la presionaba demasiado, terminaría por alejarla por completo.
Ruby me miró, tratando de averiguar si le creía.
—Ella me odia, simplemente, y no estoy segura de por qué.
Ésta era mi oportunidad de demostrar que yo tenía madera para ser su mejor amiga.
—Sabes que está celosa de ti, ¿verdad?
Sabía que ésta era la clásica muletilla que las chicas se decían entre sí para hacerse sentir mejor. Pero en este escenario podría ser cierto. Era obvio que Amanda estaba loca por John.
—A Amanda le gusta John y está celosa porque tú le gustas a John. Se siente amenazada por ti —continué.
Los ojos de Ruby brillaron. Le gustó lo que había dicho.
—No lo sé. Ella es rica, inteligente y guapa. ¿Por qué se sentiría amenazada por mí?
—Porque tú les gustas a todos —respondí—, todo el mundo quiere ser tu amigo. Y apenas estamos en la tercera semana de clases. ¿Has visto a alguien tratando de ser su amiga? No. Quiero decir, además de esas zombis que lleva a su lado como mascotas.
Ruby rio un poco.
—¿Podemos seguir llamándolas así?
—Son sólo chicas odiosas desempeñando su papel de chicas odiosas, lo cual es un poco raro, porque ya estamos en la universidad, así que ¿a quién le importa? Ya somos demasiado mayorcitas para esa mierda. No puedes dejar que eso te deprima o que ellas te ganen —recordé haberla visto con John y añadí—: Y creo que le gustas a John.
Ruby sonrió un poco ante la mención de John.
—Me siento mal. Ahora somos nosotras las que estamos siendo odiosas. Esto no nos hace mejores.
—Da igual —recordé entonces un cartel que había visto en la oficina de admisiones—: “Todo el mundo está librando su propia batalla” —cité—. Ahí tienes, podemos otorgarle un poco de perdón.
—Excepto que su única batalla es ser una perra —dijo. Reí.
—¿Te sientes mejor?
—Sí —sonrió. Consideré preguntarle sobre su padre, pero decidí no hacerlo. No quería alejarla, no ahora que la tenía tan cerca.
La mirada de Ruby se movió hacia mis manos. Me preguntaba cuándo sucedería, cuándo notaría las cicatrices. Capté su mirada.
—¿Qué te pasó? —preguntó.
Miré mis palmas, atravesadas por unas suaves líneas.
—Caí sobre una mesa de vidrio cuando era pequeña.
Era una mentira necesaria. Miré mis manos. Recordé a los policías mirándome fijamente, con ojos compasivos.
Nos quedamos en silencio un momento, masticando la pizza mientras el comedor zumbaba a nuestro alrededor.
—No le digas a nadie —dijo Ruby—, lo de John. Que me gusta, más que como amigo.
—No lo haré —dije—. Puedo guardar un secreto —eso era cierto.
—¿Crees que es una especie de prostituto? ¿Como dijo Amanda? —preguntó.
—Creo que muchas chicas están enamoradas de él —respondí—, y él es agradable, así que coquetea bastante. Eso no significa nada.
Ruby suspiró, masticando lentamente.
—Todavía no hemos llegado a nada físico. Tal vez no esté interesado en mí.
—No —fui firme, había decidido que ella necesitaba un impulso de confianza—. Tú le gustas. Sé paciente.
Guardó silencio un momento.
—Siempre estás tan segura de todo —dijo, apretando mi mano sobre la mesa—. Estoy tan contenta de haberte conocido.
—Yo también —respondí, deseando que no me hubiera tocado. Ignoré la inmediata repulsión que sentí—. Y en serio, si necesitas que le pegue a alguien en la cara, sólo dímelo.
Ruby rio y su risa llenó nuestro espacio en el comedor de calidez y alegría. Sus rosadas mejillas arrugaron sus ojos, y el sonido que produjo, sacudió mi memoria. Era un sonido que no había escuchado desde hacía mucho tiempo, y entonces supe a quién evocaba: a mi madre.