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CAPÍTULO NUEVE Primer año

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El profesor Clarke se colocó frente al grupo durante nuestra tercera semana de clase. Era alto, responsable, seguro de sí mismo, un hombre atlético de cincuenta años que parecía de cuarenta, y estaba al lado de alguien que yo no conocía. Un tipo, quizás unos cuantos años mayor que nosotros. Era más bajo que el profesor Clarke, fornido y robusto.

Mi teléfono vibró contra mi pie. Miré alrededor del salón. Nadie se había dado cuenta.

—Éste es Hale —dijo el profesor Clarke—. Será su asistente educativo durante este semestre. Acaba de comenzar el programa de posgrado aquí y asistió a Hawthorne cuando era estudiante.

El profesor Clarke le dio a Hale una ligera palmada paternal en la espalda. Hale dio un paso al frente y nos dedicó una amplia sonrisa.

—Hola, chicos —sonaba más como un compañero que como asistente de profesor.

Debía estar en la mitad de sus veinte, pero vestía como si todavía estuviera en la universidad, con la camisa metida desordenadamente alrededor de sus pantalones y unos Birkenstocks en sus pies. Hawthorne tenía un destacado Departamento de Inglés que ofrecía un programa de posgrado muy selecto. Sólo cincuenta estudiantes eran admitidos cada año. Hale debía ser uno de ellos. No parecía lo suficientemente pulcro para dar clases.

Mi teléfono vibró de nuevo. Lo miré, molesta, y me incliné para ponerlo en mi regazo.

Un mensaje de Ruby.

Tenemos otro problema con Gemma.

Levanté la mirada. El profesor Clarke había abandonado el aula, y Hale estaba sacando cosas de su mochila, preguntándonos si habíamos disfrutado de la lectura. No podía verme. Me sentaba atrás, en el lugar más cercano a la puerta.

—Después del poema que leísteis la semana pasada, estaba pensando que hoy podríamos continuar con algo más ligero. No es que la literatura rusa sea muy ligera que digamos —dijo Hale.

Miré a mi alrededor. Se escucharon algunos murmullos de agradecimiento.

Escribí rápidamente una respuesta a Ruby:

¿Y ahora qué ha pasado?

Mi teléfono vibró. Cambié el ajuste al modo silencioso.

Ruby:

No para de hablar de lo guapo que es ese chico, Grant, el que vive en tu residencia. ¿Qué se supone que debo decirle? Él es de lo peor. ¡¡Y ella tiene novio!! ¡Siento que al menos debería romper con él antes de salir con otro!

Ruby tenía razón con respecto a Grant. Él vivía a unas pocas puertas de mi habitación. Cada vez que pasaba a su lado por el pasillo después de sus duchas (lo cual era raro, por lo que nuestro supervisor tenía que recordarle que se aseara), me guiñaba un ojo y preguntaba: “¿Qué hay?”. Según los rumores, a veces se aseaba sólo con toallitas húmedas.

Respondí:

Ella no lo engañará. Está obsesionada con Liam. Y Grant ya está saliendo con Becca.

Ruby:

¿De verdad crees que eso la detendrá?

Otra vez tenía razón. A pesar de que Gemma mantenía una relación con Liam, coqueteaba con todos los chicos de la universidad. Me pregunté cuánto duraría aquella situación.

Era jueves, lo que significaba que, en cuanto terminara la clase, nos iríamos en el coche de John al Walmart que estaba a un par de pueblos de aquí. Khaled ya tenía una identificación falsa incluso antes de que pisara territorio estadounidense, y siempre se aseguraba de que estuviéramos preparados para las fiestas. Nadie organizaba más fiestas que Khaled, y aun así, de alguna manera ya era conocido como el estudiante de primer año más prometedor para ingresar en el programa de medicina. A Max no parecía importarle la competencia, y los dos se daban ánimos con las evaluaciones y los ejercicios de laboratorio. Khaled siempre decía: “Trabaja duro, vive intensamente”.

Mi teléfono se encendió. Ruby otra vez:

No importa, sólo le seguiré recordando que tiene novio.

—Malin —la voz de Hale resonó en mi dirección. Miré a mi alrededor, confundida, ¿cómo sabía mi nombre? Hale me sonrió, y enseguida al resto del grupo.

—Oh, sí, conozco todos vuestros nombres. He estudiado la página de Facebook de vuestra promoción y leído todos vuestros trabajos de la semana pasada. Espeluznante, lo sé.

Se escucharon algunas risas.

—¿Malin? —Hale me miró directamente.

—Sí, lo siento —murmuré, guardando el teléfono en la parte inferior de mi mochila.

—Conoces las reglas sobre el uso del teléfono —dijo Hale, en pie, apoyado en el escritorio.

Los otros estudiantes me miraron, con los ojos muy abiertos por el alivio de que ellos no hubieran sido atrapados. Todos enviaban mensajes de texto durante las clases. Nuestro cometido era cubrirnos los unos a los otros, pero estar sentada en la esquina de atrás lo hacía más difícil. Hale sacó un libro de tapa dura de su mochila y lo puso frente a mí. Me quedé mirando el libro: la pintura en tonos sepia de un joven con la mirada perdida en la lejanía.

—Elige uno —dijo. Olía a humo de leña y desodorante Old Spice.

El salón permaneció en silencio mientras recorría unas pocas páginas, revisando la lista de poemas. Cuando encontré el adecuado, me aparté de mi escritorio y fui al frente del aula.

Me aclaré la garganta y comencé:

—“¿Qué es la amistad? La división de la resaca, / la libre conversación del ultraje” —eché un vistazo a Hale. Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho mientras se apoyaba contra la pared posterior, con expresión alentadora—. “Intercambio de vanidades y omisiones, / o de la amarga vergüenza de los auspicios”.

Terminé de leer y cerré de golpe el libro entre mis manos. Observé cómo caían las hojas crujientes de un árbol rojo fuego al otro lado de la ventana. El olor a sidra y canela permanecía en el aire, y cada día se hacía más frío con la promesa del invierno. Todo era mejor cuando hacía frío. Café caliente, una larga carrera, una ducha caliente.

—Un poema corto, pero una gran elección —dijo Hale, interrumpiendo mis pensamientos—. Un tema conveniente para que discutamos en clase de primer año.

Se deslizó a través de los escritorios con paso relajado, sus Birkenstocks se arrastraron y los tablones de madera crujieron bajo su peso.

—Puedes sentarte —me dijo, mientras caminaba. Sus ojos se encontraron con los míos.

Cuando llegó al frente del aula, escribió en la pizarra: “AMISTAD”, ALEKSANDR PUSHKIN, con letra gruesa y pulcra.

—¿Quién quiere decirme algo sobre estos versos? —preguntó al grupo—. Shannon —dijo en respuesta a la chica que sostenía la mano en alto, ansiosa y desesperada—, adelante.

Shannon era siempre la primera en levantar la mano. Me alegraba que a ella le gustara hablar, así no tenía que hacerlo yo.

—Creo que intenta expresar que la amistad es superficial —Shannon hizo una pausa—. También parece negativo al respecto.

—¿Por qué superficial? —preguntó Hale.

—Bien... —Shannon hizo una pausa de nuevo, mirando hacia su derecha. Siempre hacía eso cuando pensaba en voz alta—. Está cuestionando la idea de amistad al inicio del poema. La compara con una resaca, indeseable consecuencia de una increíble noche de juerga.

Hubo algunas risas, y Hale continuó:

—¿Algo más?

—Hum, sí, parece aducir que la amistad no es tan buena como parece. Cómo después de enloquecer y pasar un buen rato, lo único que permanece es un dolor de cabeza. Parecía que lo estabas pasando muy bien porque habías estado bebiendo, cuando lo cierto es que el alcohol estaba engañando tu percepción de la realidad. Un amigo puede parecer genial al principio, pero luego, ¿lo será al día siguiente?

Shannon parecía confundida mientras volvía a sentarse en su silla.

—Piensas que Pushkin compara la amistad con una resaca. Bien, entiendo lo que dices, pero ¿qué pasa con el resto del poema? ¿Crees que renuncia por completo a la idea de amistad? ¿Tiene algún sentido tener amigos?

Hale paseó la mirada por el grupo, en busca de iniciativa.

—Es una visión tan pesimista. Parece frustrado —dijo alguien que se hallaba delante.

—Sí, es como si pensara que toda amistad resulta falsa y sin sentido —respondió otra voz, una que reconocí.

Amanda. Debía haberse cambiado a esta clase justo antes de la fecha límite de admisiones. Hicimos contacto visual, pero no me reconoció.

—Eso tornaría las cosas deprimentes, ¿no lo crees? —preguntó Hale.

Amanda sonrió, complacida consigo misma por haber hecho un comentario significativo.

Unas cuantas risas y el aula volvió a sumirse en silencio. Hale me observó e hizo una pausa, nuestras miradas se encontraron. Sentí que una pizca de adrenalina aceleraba mi sangre. Apreté los dientes y sostuve su mirada, esperando que él rompiera el contacto visual primero.

—Malin —dijo, sonriéndome, animándome—. ¿Qué piensas? Tú elegiste el poema, escuchemos ahora tu opinión de los versos.

Mi opinión era que no me gustaba hablar en clase.

Después de un largo momento, con todos los ojos fijos en mí, comencé:

—Pushkin parece asegurar que la mayoría de las amistades son superficiales. Cree en la amistad genuina, sin embargo, aunque en escasas ocasiones se presente. Es en ésas en las que te mantienes, en las que resistes, y haces frente a la carga del otro. Si encuentras a esa persona, debes ser leal a ella, entonces, en respuesta, ella será leal a ti. Ésa es la verdadera amistad.

Shannon se levantó de su asiento y su palma golpeó con fuerza sobre su escritorio.

—Claro —dijo, como si algo hubiera encajado en su cerebro—. Un verdadero amigo estará ahí para ti en los peores momentos, y así es como sabes que es auténtico. Y el resto, como esas personas que están al margen de tu vida, al final no importan.

Hale asintió en acuerdo, emocionado de haber motivado nuestro análisis.

—Mantened esa idea en mente mientras naveguéis por la vida aquí en Hawthorne. Un verdadero amigo es un regalo. Esperemos que lo reconozcáis cuando lo encontréis.

Pensé en Ruby y en cómo había empezado a llamarme su mejor amiga. Nadie me había llamado así antes.

Eché un vistazo a mi reloj. Odiaba quedarme en clase más allá del tiempo asignado. Algunos estudiantes empezaron a recoger sus papeles y a cerrar sus ordenadores portátiles cuando, por el rabillo del ojo, vi una mano dispararse hacia arriba. Era Edison. Siempre era Edison. Tenía el estresante hábito de hacer una elaborada pregunta justo antes de que terminara la clase, lo que nos obligaba a mantenernos sentados, agobiados por la ansiedad, durante cinco minutos más, a veces diez. Luché contra el impulso de caminar hacia él y bajar su mano. Odiaba cuando las cosas se retrasaban. Me gustaba seguir un itinerario, que las cosas tuvieran un principio y un final definidos.

—¿Edison? —preguntó Hale.

Se escuchó un suspiro colectivo mientras toda la clase, y todas las chicas en específico, le lanzaban a Edison una mirada enfurecida. Vi algo, tal vez diversión, cruzar el rostro de Hale.

—Entonces —comenzó Edison—, ¿éste es un tema común en la poesía rusa? ¿Hay otros poetas que debaten sobre la amistad y, si es así, no va esto en contra de los anticuados motivos tradicionales de la poesía rusa?

Cuando la clase terminó realmente, diez minutos más tarde, nos habíamos dividido en equipos de tres con la instrucción de que nos reuniéramos durante el fin de semana para responder algunos puntos adicionales de discusión. Me horrorizaba el trabajo en equipo.

Hale fue conformando en voz alta los equipos de estudio: Malin, Shannon, Amanda. Amanda. Uf. La había evitado tan efectivamente hasta ahora. Ambas dejamos que Shannon parloteara sobre una reunión en los sillones de la biblioteca, y acepté, impaciente por salir del aula.

Guardé mis libros y mi portátil en el reducido espacio de mi mochila. Sentí a alguien de pie frente a mí, y levanté la mirada para encontrarme con Hale. De cerca, noté sus suaves rasgos faciales, el ligero bulto de su cuerpo. No era obeso, pero sí robusto. Tenía estatura media y un espeso cabello ondulado, con raya en el centro. Vestía una camisa verde a cuadros, con los puños remangados descuidadamente alrededor de sus antebrazos.

—¿En qué estás pensando especializarte? —preguntó sonriente. ¿En algún momento dejaba de sonreír?

No respondí de inmediato, y me tomé el tiempo para cerrar mi mochila. Cuanto más tiempo permanecía callada, más incómoda hacía sentir a la gente, lo que me condenaba al ostracismo.

—Inglés —respondí—, para luego centrarme en Derecho.

—¿Quieres ser abogada?

—Sí —mi voz sonó confiada, tal vez un poco molesta.

Enarcó las cejas. En la batalla entre los pensadores liberales y las codiciosas corporaciones estadounidenses, estaba eligiendo estas últimas. No quería darle una oportunidad de salvar mi alma y de llevarme en la otra dirección. Miré al pasillo, dándole a entender que debía marcharme.

—Bueno —suspiró. Evité el contacto visual y me aseguré de mantener la atención en mi mochila—. Leí tu primer ensayo sobre Tolstoi. Es bueno, de verdad. Y has hecho un buen trabajo hoy. ¿Habías leído a Pushkin antes?

Negué con la cabeza.

—Vaya, realmente diste en el clavo con ese análisis.

—Gracias —dije, moviéndome incómoda, mirando hacia la puerta. Me di cuenta de que él quería seguir hablando, pero tenía cosas que hacer, como reunirme con mis amigos para conseguir alcohol de forma ilegal.

—Debo irme —añadí.

—Bien —dijo—, sal de aquí. Ve a disfrutar de la tarde. Finalmente, lo miré. Sus ojos eran de un azul puro y profundo, empapados de una empatía que no quería y no necesitaba.

Dejé a Hale en el aula. Me observó mientras me marchaba, tratando de descifrarme, tal vez preguntándose si yo sería una desgraciada o sólo una persona tímida. Eso es lo que la gente suele pensar, o al menos así era en el instituto. Pero no le daría más, y su curiosidad terminaría por desaparecer. Pronto se olvidaría de mí. Me gustaba vivir en las sombras, lejos de los elogios de los profesores y docentes. El centro de atención no era un lugar donde quería estar.

Cuando empujé las puertas dobles hacia el intenso aire otoñal, saqué mi teléfono de la mochila. Cinco mensajes nuevos. Siempre sabía cuándo era Ruby la que me estaba enviando mensajes porque mi teléfono vibraría cinco veces consecutivas, recordatorios rápidos y concisos de su presencia:

Sabes que es una mala señal cuando no te quedan bien los vaqueros. No más comida. No más cerveza. Sólo alcohol destilado, y sin diluir. Esa puta barra de pizza.

Michelines, en todas partes.

Luego, después de un intervalo de diez minutos:

Dios mío. ¿¡¡¡¡¡¡Mal!!!!!!?

¿Por qué no me respondes?

Tengo que decirte algo, ¡RESPÓNDEME!


John le había pedido a Ruby una cita. Una verdadera cita, y no una caminata al final de la noche en un restaurante en Portland. Y esto era un asunto crucial en Hawthorne. Por lo general, los estudiantes salían un fin de semana y decidían, o no, mantener la exclusividad. Tener citas significaba ser pareja. La primera en proclamar tal título en nuestra promoción.

Ruby y yo nos separamos de los chicos al entrar en Walmart y nos dirigimos al interminable pasillo de comida instantánea.

—Creo que vamos a ir al restaurante de comida tailandesa —dijo Ruby, sacando una caja de ramen de un estante—. Llevo mucho tiempo con antojo de unos fideos borrachos. Y es el mejor restaurante de Portland en este momento.

Le quité la caja de ramen de sus brazos y la añadí a la pila que ya estaba en los míos. Había empezado a darme cuenta de las burdas inclinaciones de Ruby hacia el dinero. El dinero de John, en concreto. La forma en que él hablaba de su casa en el viñedo, y cómo el rostro de Ruby se iluminaba a pesar de que nunca había estado allí. O cómo ella comprobaba las etiquetas de la ropa de John, como si estuviera aprobando el gusto de su guardarropa, aliviada de comprobar cuán rico era en realidad.

—¿Esto significa que ya es tu novio? —pregunté.

Ruby continuó por el pasillo, escudriñando las estanterías, sonriendo para sí.

—Supongo.

—¿Estás segura de que estás contenta de que sea así? ¿De restringirte tan pronto?

Rio.

—Sí, Mal. Eso es lo que significa tener una cita. No hay nadie más con quien quiera salir. Y definitivamente, tampoco quiero verlo a él con otra. Así que, sí, definitivamente estoy contenta de que sea así.

Había observado de cerca a John y Ruby durante semanas. La forma en que él gravitaba hacia ella. Como imanes. No sabía cómo era ese sentimiento. Nunca lo había experimentado. Observaba con atención la emoción que sentían, la forma en que se cogían de las manos, con suavidad, de manera protectora. Me pregunté si alguna vez yo experimentaría algo así.

—Entonces, ¿estás enamorada? —pregunté.

Ruby me miró con curiosidad. Sabía que debía dejar de hacer preguntas, pero no entendía por qué ella querría ser la novia de nadie, especialmente cuando apenas estaba comenzando el semestre.

—Tal vez —dijo—. ¿Qué pasa con todas esas preguntas?

—Oh —respondí—, nada. Sólo quiero que seas feliz.

—Bueno —dijo, un poco a la defensiva—, lo soy.

—Genial —dije—. Eso es lo único que importa.

La observé alejarse y coger unas cuantas cajas de macarrones para microondas que apretó contra su pecho. Parecían una buena pareja. Ya tenían complicidad en las bromas, y eran bastante cariñosos. John también era amable conmigo. Cada vez que le llevaba una copa a Ruby en una fiesta, preguntaba también si yo quería algo. De alguna manera, yo estaba incluida en su relación, era un complemento de Ruby. Pero no podía evitar la extraña sensación que tenía sobre él. Sabía que tenía que ver con Levi y que debía ignorarlo. John no era Levi.

—Oh, Dios mío, Mal —chilló Ruby desde el final del pasillo, sosteniendo una colorida caja en su mano—. ¡Caramelos Sugus! Mi infancia en una caja.


Esperamos a los chicos en el aparcamiento. Era mejor si nos separábamos mientras Khaled compraba el alcohol con su identificación falsa. Ruby y yo nos sentamos en el parachoques trasero del coche de John, un BMW que alguna vez había pertenecido a su madre. Tanto John como Max conducían los coches viejos de sus padres, vehículos de lujo con interiores anticuados.

Había descubierto que la madre de John y Max eran hermanas. Parecía que el padre de John ya no estaba, y asumí que había muerto, dejando a la familia con mucho dinero. Más que el de la familia de Max. John nunca hablaba sobre su padre, y yo no lo presionaría para conocer los detalles.

A diferencia del resto de nosotros, Max a veces parecía echar de menos su hogar. Todo el tiempo estaba enviando mensajes a sus padres y a su hermana menor. Sonreía con sus respuestas y luego su rostro adoptaba un gesto de resignación, como si estuviera en otro lugar. Tal vez deseaba estar con ellos, y no con nosotros. Algo que yo no entendía. Tal vez mi familia podría haber sido así, si Levi hubiera sido diferente.

El teléfono de Ruby vibró.

—Es Gemma —murmuró Ruby, sacando su teléfono—. Reportándose.

Gemma odiaba quedarse al margen, pero su clase de Teatro estaba realizando una producción ese fin de semana y estaba sepultada entre ensayo y ensayo. Se quejaba de que la dejáramos fuera, pero Ruby trabajaba horas extras para que se sintiera parte del grupo. Le escribió una respuesta. El viento aumentó y el aire frío se coló bajo mi suéter.

Nos quedamos en silencio. Estábamos en el punto de nuestra amistad donde el silencio ya no era incómodo, y casi se había vuelto pacífico, mientras el ritmo de nuestras interacciones era cada vez más orgánico.

Ruby se estremeció y se frotó los brazos para generar calor.

—Eh —dijo, recordando algo—, ¿sabías que Max padece ansiedad?

—¿Qué quieres decir? ¿Ansiedad a algo específico? —pregunté.

Ruby y yo hablábamos a menudo de los otros en nuestros momentos de privacidad. Analizábamos la personalidad de cada uno, buscando sentido a qué había hecho quién y por qué. Khaled odiaba estar solo. Siempre tenía que estar con alguno de nosotros, si no era con todos. Cuando Max y John entrenaban, Khaled nos escribía a Ruby, a Gemma o a mí para averiguar dónde estábamos. Incluso si íbamos a un concierto a capela, un ejercicio típicamente orientado hacia las mujeres, Khaled estaba a nuestro lado. Cuando estudiaba en la biblioteca, se sentaba en la sección más concurrida, buscando el flujo constante de la interacción humana. Era como si temiera estar solo, o el silencio que venía con eso. No lo entendía. A mí, en cambio, me gustaba la soledad, me daba claridad y la oportunidad de recargar fuerzas.

—¿Sabes que asistimos a una clase juntos? ¿Biología? —preguntó Ruby, enrollando la sudadera entre sus manos y apretando los extremos en un firme nudo. Cruzó los brazos sobre su pecho.

Era gracioso pensar en Ruby, la estudiante de Historia del Arte en una clase de Biología. Así era Hawthorne: la educación en humanidades. Todos estábamos obligados a cursar asignaturas diversas.

—Nos quedamos en el laboratorio hasta muy tarde la otra noche, y terminamos charlando sobre, bueno, sobre todo —continuó Ruby—. Y le conté cómo me pongo nerviosa antes de los partidos de fútbol, como si todos me estuvieran viendo y esas cosas, y él dijo que le pasa lo mismo. Pero a él le dan ataques de pánico. Dijo que los ha sufrido desde que estaba en secundaria.

—¿Sabe por qué? —pregunté. Max era callado, pero nunca había percibido la parte ansiosa en él. Había creído que simplemente no le gustábamos. Por otra parte, no habíamos hablado mucho. Nunca cara a cara.

—No quise parecer una entrometida —repuso ella—. Pero parece que sucedió algo cuando era niño, porque dijo que era como si “se hubiera activado un interruptor”. Un día estaba bien, feliz, y al siguiente ya no era así.

Yo sabía acerca de interruptores activados. A pesar del aire frío, sentí la humedad del calor de hogar contra mi garganta.

—Qué mierda —dije.

—Sí, parece horrible —dijo—. ¿Recuerdas cuando estuvimos en esa fiesta hace unas semanas, la del equipo de fútbol de los chicos?

La recordaba. Algunos de ellos habían intentado ligar conmigo, sin éxito. No podía tomármelos en serio, no cuando estaban tan desaliñados y ebrios, cuando sus ojos miraban en diferentes direcciones mientras intentaban hablar conmigo. Tan sudorosos y empapados de cerveza derramada.

—Sí —dije.

—¿Recuerdas cómo Max... no sé... desapareció así, sin más?

También recordaba eso. Cuando estábamos a punto de irnos, no logramos encontrarlo. John se encogió de hombros y dijo que Max se había ido a casa. “Quizá sea alguien aburrido, sólo la gente aburrida se aburre, ¿verdad, Malin?” Me dio un codazo en el brazo, como si fuéramos buenos amigos.

—Bueno —continuó Ruby—, supongo que se fue temprano, porque sentía que no podía respirar. Y sus manos se habían entumecido. Así que salió a correr. Hasta las dos de la mañana.

Yo nunca había experimentado ansiedad o ataques de pánico. Papá alguna vez me comentó que mi madre había desarrollado ansiedad después del accidente, pero no entendí lo que significaba eso. Estaba distraída todo el tiempo, pero más allá de eso, no actuaba como si se encontrara molesta ni nada parecido. Con el tiempo, ella fue a terapia. Recuerdo el término trastorno de estrés postraumático arrojado por ahí en susurros, tras las puertas cerradas.

Traté de recordar aquella noche. Los seis habíamos estado juntos hasta las once, más o menos. Estaba tan lleno que nunca pasamos de la entrada de la casa. El recuerdo se hacía borroso; todas las fiestas se habían mezclado en una larga cadena de juergas. Una imagen de Max saliendo, destelló en mi mente. Él nunca parecía estar cómodo en las fiestas, como si estuviera contando los minutos para irse. Pero esa noche había permanecido junto a Ruby, y en realidad parecía contento. Ellos se reían de algo. Tal vez de Gemma, que estaba completamente borracha, como de costumbre.

Pero Ruby tenía razón, recordé que él se había marchado sin mediar palabra. Y había algo más. John le había dicho algo a Max, en voz lo suficientemente baja para que nadie más escuchara. Después de eso, no tengo otro recuerdo de Max aquella noche.

—¿Crees que esté yendo a terapia? ¿Para controlar su ansiedad? —pregunté.

Sacudió la cabeza.

—No, no, definitivamente no —resolló, todos estábamos sobrellevando el mismo resfriado—. Y me pidió no contarlo.

Su voz hizo una inflexión al final, como si hubiera sido una pregunta.

—Entendido —dije. Entendía. Podía guardar secretos. Los chicos salieron apresuradamente del edificio, con sonrisas traviesas y bolsas llenas en las manos.

—¿Todo un éxito? —preguntó Ruby mientras se acercaban.

—Oh, sí —respondió Khaled, colocando algunas bolsas en el maletero. Las botellas de vidrio traquetearon entre sí.

—Joder. ¿Habéis visto ese coche? —preguntó John. Apoyó sus bolsas llenas de cerveza, mientras observaba un sedán verde descolorido que estaba aparcado junto al nuestro. El parachoques colgaba de un lado y los costados del coche estaban cubiertos de abolladuras.

Nos reunimos alrededor de John, y me di cuenta de qué estaba hablando. El coche estaba lleno de cajas de comida rápida, bolsas de plástico... toda clase de basura. Había una botella de agua en la guantera llena de colillas de cigarrillos. No se podían ver los asientos: el lado del conductor estaba cubierto de papel, lo que debían ser envoltorios de comida viejos.

—Vaya animal —dijo John. Dio marcha atrás y echó sus bolsas en el maletero del BMW.

—¿Quién permite que las cosas lleguen a este punto? —preguntó Khaled. Parecía horrorizado. No estoy segura de que haya crecido presenciando este nivel de pobreza.

Ruby, Max y yo rodeamos el coche.

—Oh, no —nos dijo Ruby. Seguí su mirada hasta el asiento trasero del coche—. Es tan triste. ¿Te imaginas cómo debe ser la casa si éste es el coche?

—La gente toma sus propias decisiones, Rubs —dijo John. Cerró el maletero y se dirigió al lado del conductor de su auto.

En voz baja, Max susurró para que sólo nosotras pudiéramos escucharlo:

—Menos mal que tomaste la decisión correcta de nacer adinerado.

Ruby y yo lo miramos y, cuando él se dio cuenta, su expresión pareció casi avergonzada. Ruby se aclaró la garganta. Yo sabía que ella odiaba los momentos incómodos, sentía como si tuviera que llenar los huecos de silencio. Oí pasos detrás de nosotros y encontré a un hombre mirándonos.

—¿Puedo ayudarles? —preguntó.

Tenía alrededor de treinta y cinco años, y su largo y grasiento pelo recogido en una cola de caballo. Parecía tan exhausto. Miré la bolsa de la compra en sus manos y ramen en su interior, del mismo sabor que Ruby había elegido. En la otra mano llevaba un fajo de billetes de lotería.

Todos lo miramos sin saber qué decir, pero John lo ignoró y se subió al coche. Oí cuando le dijo a Khaled:

—Oh, vaya, basura pueblerina comportándose como tal.

Miré los billetes de lotería y la expresión del hombre, que no había cambiado. Me sentí aliviada de que no hubiera escuchado a John. No oí la respuesta de Khaled, y me pregunté cómo estaría digiriendo el comentario. Me imaginé que estaba pasando por algún tipo de dilema interno acerca de aplacar a John, pero sin querer ser un idiota.

—Oh —Ruby se sobresaltó—. Lo siento, ya nos íbamos. Sabía que intentaba insinuar que no habíamos estado mirando su coche, y que sólo queríamos entrar en el nuestro. Pero era obvio lo que habíamos estado haciendo. Max mantuvo la puerta abierta mientras ella subía al asiento trasero, y yo subí por el otro lado.

El hombre nos observó, caminando lentamente, vacilante, hacia la puerta de su coche. El BMW arrancó con un fuerte rugido del motor. Antes de alejarnos, John soltó una carcajada.

—Mierda, que alguien lleve ese perro al peluquero.

Giré la cabeza, sabiendo que la ventana estaba abierta. Tenía la esperanza de que el hombre no hubiera escuchado a John, pero por la expresión de su rostro mientras nos alejábamos, supe que no era imposible que no hubiera sido así. Nadie encontró graciosa la “broma” de John. Si Gemma hubiera estado allí, tal vez lo habría hecho. Ruby evitó el contacto visual conmigo y miró por la ventana hasta que regresamos al campus. Su mente estaba dando vueltas, ¿alrededor de qué?, no estaba segura.


Ya había oscurecido cuando llegamos al campus y caminamos desde el aparcamiento para estudiantes de primer año. Nunca había sido un problema para nosotros introducir cerveza y varios licores de alta concentración alcohólica.

Un guardia del campus nos detuvo a unos metros de la entrada de la residencia. La charla que habíamos continuado desde el coche de John llegó a un abrupto final mientras nos internábamos en la oscuridad.

—¡Eh! ¡Chicos! —gritó el oficial.

Ni siquiera lo vimos acercarse. No hubo advertencia alguna, nada de destellos azules y blancos de su vehículo, o una tos vacilante para anunciar su presencia. Apreté mi agarre en las dos bolsas que llevaba en mis manos. Una contenía un paquete de seis cervezas; la otra, dos botellas de ginebra. Llevé el destilado detrás de mi muslo, esperando ocultarlo de la vista. Las pesadas botas del oficial se arrastraron por el camino de asfalto, mientras se dirigía hacia nosotros.

—Mierda —dijo Khaled en voz baja.

John y Max se detuvieron e intercambiaron una mirada. Sabía que les preocupaba registrar una falta: si los descubrían, pasarían el resto de la temporada en el banquillo. Y también Ruby. Vi que Max daba un paso frente a ella, como si así la protegiera del oficial.

Nos pusimos rígidos cuando el oficial de seguridad se acercó.

—¿Estudiantes de primer año? —nos preguntó, con las manos en sus gruesas caderas, un pliegue de piel que parecía la cobertura de un panecillo sobre su ajustado uniforme.

—Sí, señor —respondió John. Nuestro portavoz no oficial.

El guardia se aclaró la garganta y gruñó un poco. Pude distinguir su garrote en la oscuridad, no es que fuera a necesitar usarlo o que tuviera una razón para hacerlo. Señaló la bolsa de plástico.

—Ábrela —le dijo a John, con el grueso y pesado acento de Maine.

John le ofreció su sonrisa más cálida, rebosante de encanto, manteniendo la bolsa cerrada. La cerveza era legal en el campus. Tenía un paquete de doce latas. Incluso si el oficial lo veía, no tendríamos problemas. Ruby, Max y yo éramos los únicos con bebidas prohibidas en las manos.

—Sólo un poco de cerveza. ¿Quiere una? —dijo. Su encanto se fundió en el aire frío de la noche.

—Muy gracioso, ¿eh? —dijo el oficial. Infló su pecho, validando su importancia como guardia del campus.

Mientras rebuscaba en la bolsa, John le lanzó a Max otra mirada de advertencia. El oficial le devolvió la bolsa, gruñendo en aprobación. Miró a Ruby, que estaba detrás de Max.

—Señorita —la llamó, y ella caminó al frente, con ojos seguros y alertas.

John miró a Ruby, con los ojos entrecerrados con escepticismo. Supe lo que estaba pensando: ella era incapaz de mentir. Todos lo sabíamos. Era demasiado buena.

—Lo siento si estamos haciendo algo malo —dijo ella, en un tono elegante y respetuoso—. Mi padre estaba en la ciudad y se ofreció para llevarnos al supermercado. No pretendíamos causar problemas.

Ante la mención de su padre, el oficial entornó los ojos, como si la supervisión parental superara su propia posición y él lo supiera. De alguna manera, el juego de poder de Ruby funcionó, y el oficial gruñó como si nada, esta vez con indiferencia y aceptación. Las palabras dulces y almibaradas de Ruby, junto con sus grandes ojos, habían obrado su cándida magia femenina. El oficial le lanzó una breve sonrisa y se irguió un poco más.

—No hagan nada estúpido —dijo, centrándose todavía en Ruby—. Este semestre la administración nos ha estado presionando especialmente.

—Entendido —dijo ella—. Gracias por informarnos, lo apreciamos, de verdad.

El oficial soltó un gruñido final de satisfacción y se alejó; su voluminoso cuerpo desapareció por el camino oscuro.

Cuando estuvo fuera del alcance del oído, por fin pudimos respirar de nuevo. Nos echamos a reír con alivio mientras nos dirigíamos hacia la residencia.

—Ésta es mi chica —dijo John, inclinándose para darle un beso en la mejilla.

Ruby sonrió. Ignoraba que él había dudado de ella durante ese pequeño segundo, no había visto la mirada crítica que le había dirigido cuando se acercó al oficial.

Su valentía me sorprendió. Enfrentarse a la autoridad de esa manera y mentir con semejante descaro no era propio de la Ruby que yo conocía. Observé lo feliz que se sentía de habernos evitado un problema, y supuse que su audacia había sido para impresionar a John. Me sentí como si la estuviera viendo desnuda y me rezagué, incapaz de soportar su aparente disposición a complacer.

Ruby abrió la puerta y comenzó a subir las escaleras, con Khaled justo detrás de ella. Hice una pausa para colocar las botellas de alcohol en mis brazos, y creo que John consideró que me encontraba lo suficientemente lejos, porque lo vi girarse hacia Max, hasta quedar frente a frente, y poner una mano en el hombro de su primo.

—Buen trabajo al dejar fuera todo tu rollo moralista, casi estaba seguro de que lo ibas a joder todo.

No vi la reacción de Max. Me detuve al pie de la escalera y seguí ordenando las pesadas bolsas para que pareciera que no estaba escuchando. Por el rabillo del ojo pude sentir que Max me miraba, preguntándose si había escuchado aquello.

—¿Puedes sostener la puerta? —pregunté, para aumentar la simulación, todavía sin levantar la mirada.

John ya había entrado y subía los escalones de dos en dos.

—Claro —dijo Max en voz baja.

Subimos las escaleras juntos, reflejando el silencio del otro. Me pregunté por qué no se había defendido. Tal vez era una cuestión de primos, una parte de su relación que yo aún no entendía.

Culpé al temor en el comentario de John, el miedo a ser atrapado, a la sinapsis disparando los nervios. La gente actuaba distinta y decía cosas extrañas cuando se sentía asustada. Tal vez él estaba de mal humor ese día. Tal vez había sacado una mala nota en un examen y estaba desquitándose con las personas que lo rodeaban. Me convencí de que había sido un episodio aislado. No necesitaba involucrarme en ello. Mi deber era ser la sociable y desahogada Malin. Ser relajada, habría dicho Khaled. Sacar buenas notas. Tener amigos. Ser una universitaria normal. No iba a tomar el otro camino.


Dejé el rastro de mis pasos en la hierba húmeda cuando atravesé el jardín a la mañana siguiente. Shannon quería reunirse antes del fin de semana para evitar trabajar en medio de una resaca. Amanda y yo habíamos aceptado de mala gana. De cualquier manera, era un buen plan para evitar que Ruby descubriera que yo estaba pasando tiempo con alguien que la odiaba.

Mi cabeza zumbaba desde la noche anterior. Habíamos estado bebiendo hasta altas horas de la noche, riéndonos de nuestro encuentro con el guardia de seguridad y aliviados de haber evitado los problemas. Incluso Max esbozó una sonrisa hacia el final, cuando Ruby se burló de él porque había parecido un ciervo encandilado. Gemma se había mostrado un poco apagada, celosa por no haber sido ella quien salvara la situación, haciendo uso de sus habilidades dramáticas. Intentaba disimular las miradas que disparaba entre Ruby y John, pero yo las noté. Ruby pasó el resto de la noche pegada al brazo de John, procurándole su bebida hasta que nos fuimos a dormir.

Di la vuelta en la esquina del camino a la biblioteca y escuché mi nombre a lo lejos. Vi a Max, que me saludaba con un movimiento de mano debajo de un árbol; las hojas llameaban en tonos amarillos y anaranjados. Cuando me acerqué, vi un libro balanceándose en su regazo y un termo con café humeante en la mano enguantada.

—¿Qué estás haciendo? —mis dientes castañeteaban—.

Está helando.

—No me molesta el frío —dijo—. Y está más tranquilo aquí afuera.

Miré el jardín vacío a nuestro alrededor, completamente desprovisto de estudiantes a esa hora, cuando todavía faltaba tanto para las clases.

—Estoy estudiando —continuó Max—. ¿Quieres unirte?

—Hum, no, tengo que hacer algo en equipo —dije.

Era la primera vez que estábamos solos, y no sabía qué decirle. Miré por encima del hombro a la biblioteca.

—Puedes irte —dijo, con una sonrisa burlona—. No es necesario que mantengamos una conversación trivial.

Ajusté mi mochila en el hombro.

—Qué gracioso.

Vi una cámara que asomaba de su mochila.

—¿Estás tomando fotos? Max miró hacia abajo.

—Hum, sí. Para la optativa de arte.

—¿Algo interesante?

Max tomó un sorbo de su café, considerando si quería seguir hablando.

—La casa de retiro.

—¿Te refieres al edificio, o...?

Rio.

—A la gente que está dentro del edificio. Hago retratos. Y algunos paisajes. Sin embargo, parece que a mi profesor le gustan más los paisajes, así que supongo que me decantaré por ellos.

—¿Así que tomas fotos de la gente en ese lugar?

—Sí, todo comenzó porque necesitaban un voluntario que se encargara de las fotos para su tablero de anuncios. Una especie de quién es quién para los que viven allí.

—Eso está bien —dije.

—Sí. Es muy triste verlos viviendo allí. La residencia no es muy agradable. ¿Sabías que la manera en que Estados Unidos trata a sus ancianos es bastante terrible en comparación con las políticas de otros países?

—No —admití.

No lo sabía.

—Es muy deprimente. Lo siento. Soy un aguafiestas, lo sé.

—No, es bueno que te importe. Apuesto a que ellos te quieren.

Se encogió de hombros.

—No lo sé. Creo que sólo disfrutan de hablar con alguien diferente.

No sabía qué más decir. Atender a la gente era tan agotador. Y entonces empezaron a sonar las campanas.

—Tengo que irme —dije, subiendo más mi mochila en mi hombro.

—Disfruta de ese trabajo en equipo —gritó cuando volví al camino. Su voz era juguetona, burlona.

Me giré para mirarlo otra vez, su ligero cuerpo abultado con el grueso chaquetón, la cabeza encogida por el gorro de lana. Recordé mi conversación con Ruby, y me pregunté si se sentía ansioso en este momento. Parecía más relajado de lo que jamás lo había visto.

Había algo entrañable en él, sentado allí solo. Me resultaba familiar leer en silencio. Una parte de mí quería regresar y sentarme junto a Max, pero me dirigí a la biblioteca.


Empujé las puertas de la biblioteca y el metal arañó el suelo de baldosas. La biblioteca parecía fuera de lugar en el campus, su arquitectura de principios de los noventa contrastaba con los edificios de ladrillo y las paredes de piedra. El vestíbulo se abría a una gran área común con ordenadores y escritorios. Encontré a Shannon en el rincón más alejado, junto a una ventana, acurrucada en uno de los sofás. Amanda estaba sentada a su lado, con las piernas bajo el trasero, fijando su cabello en un gran moño sobre la parte más alta de su cabeza.

—Hola —dije, mientras me acercaba. Dejé caer mi mochila en el suelo y me desplomé en el sofá junto a Shannon.

—Buenos días, Malin —canturreó Shannon, radiante y alegre. Odiaba cuando la gente era demasiado ruidosa por la mañana.

—Bonito suéter —dijo Amanda con una sonrisa. Mi suéter era viejo, gris, aburrido, como la biblioteca.

—Gracias —contesté—. Deberíamos...

Amanda me interrumpió con la mano extendida frente a mi rostro.

—Antes de que comencemos... —dijo, arrastrando las palabras para crear más suspense—, anoche escuché un rumor escandaloso sobre nuestro asistente.

—¿Qué? —preguntó Shannon.

—¿Sabes que está saliendo con esa otra estudiante de posgrado? ¿La que siempre lleva faldas largas, un poco hippy?

—¿Sí? —respondió Shannon.

Sabía de quién hablaba. Había visto a Hale con una chica en el comedor la noche anterior, separando su mano de las de ella mientras se dirigían a la barra caliente.

—Al parecer —dijo Amanda—, ella fue sorprendida tonteando con un profesor.

—¿En serio? —preguntó Shannon.

Por eso odiaba los trabajos en equipo. La ineficiencia era frustrante y fastidiosa.

—La atraparon con uno de los profesores de inglés —continuó Amanda.

Pronunció el final de la oración a toda prisa, como si su cuerpo ya no tolerara mantener la información dentro.

—Qué mal —dijo Shannon—. Muy, muy mal.

—Lo sé. Estaba terminando un trabajo en el Invernadero anoche y escuché a algunos de los otros profesores hablar sobre el asunto. Y... —e hizo una pausa para aumentar la tensión del momento; bajó la voz hasta convertirla en un murmullo—: el profesor está casado.

El “Invernadero” era uno de los edificios académicos nuevos, financiado por exalumnos ricos. Centrado en un diseño de distribución abierto de sofás y chimeneas, proporcionaba un cómodo respiro a la biblioteca. Era común que los profesores y los estudiantes se sentaran en el mismo espacio, lo que supuestamente facilitaba un ambiente abierto para discusiones académicas.

—Oh —dijo Shannon, con los ojos muy abiertos—, pobre Hale.

—¿Verdad? ¿Quién puede engañar a alguien así? Quiero decir, obviamente es un cerebrito, pero parece buena persona. Aunque demasiado bueno para mí. Tan... íntegro. Estoy segura de que eso demerita en una cita.

—¿Así que te gustan los idiotas cretinos? —bromeó Shannon. Amanda puso los ojos en blanco.

—Calla, sabes a qué me refiero.

—¿Y van a expulsarla? —pregunté, tratando de sonar interesada.

—Oh, no lo sé. ¿A quién le importa? Semejante escándalo... Además, no creo que te echen por algo así. Siento que el programa de posgrado es diferente al de licenciatura. En todo caso, el profesor podría ser despedido. La gente puede acostarse con quien sea, quiero decir, siempre y cuando esté consensuado, obviamente —dijo Amanda.

Apoyé la frente en la palma de mi mano. Las tres nos quedamos en silencio un momento.

—¿Sabes? —dijo Amanda, mirándome fijamente—. Parece que tú le gustas a Hale, Malin.

No respondí.

—¿Qué fue lo que te dijo después de clase? —insistió.

Estaba celosa de que no se hubiera acercado a ella. Yo habría preferido que hubiera sido así. Mejor para mí si prestaba atención a otros estudiantes. Entonces podría pasar desapercibida.

—Quería hablar de mi especialidad —dije.

—Bueno —se burló Amanda—. Puedes decir que lo impresionaste, o lo que sea. Tal vez le gustan las del tipo peculiar y tranquilo.

Ignoré el descarado insulto contra mi carácter, aunque no estaba equivocada en su evaluación.

—Y ahora que está soltero... —continuó con una ceja levantada hacia mí. La insinuación era clara.

Los ojos de Shannon se abrieron ampliamente.

—Pero es nuestro asesor.

—Como si esa mierda importara... —dijo Amanda, esperando todavía mi respuesta—. Además, apenas se graduó el año pasado. No es una diferencia de edad considerable.

—Igual siguen siendo cinco años —protestó Shannon. Enseguida me miró, tanteando mi interés. Las dos deseaban que me permitiera disfrutar la fantasía.

Permití que el momento llegara hasta un territorio incómodo, y lo abandoné allí, molesto y apestoso.

Amanda se espabiló, como si de pronto hubiera pensado en algo más interesante.

—¿O tienes tu corazón puesto en John Wright, como todas las de nuestra promoción?

—Sabes que está saliendo con Ruby, ¿verdad? —pregunté, sacando mis libros de la mochila y apilándolos sobre la mesa.

Abrí mi portátil y la pantalla se iluminó en la temprana luz de la mañana.

Amanda puso los ojos en blanco.

—Ella no se lo merece.

Como antes, en el comedor, estuve segura de que deseaba continuar la conversación por ese cauce. Pero no lo hice. Disfrutaba al molestarla con mi indiferencia, y me hacía sentir más cerca de Ruby. Shannon nos miró a ambas, un gato persiguiendo la luz.

—Entonces —dije, después de regodearme en lo incómodo del momento—. ¿Podemos...? —cogí el libro esperando a que siguieran mi ejemplo, pero ambas me miraron como si hubiera perdido la razón.

Suspiré. Trabajo en equipo, lo peor.

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