Читать книгу Dédalo - Camilo Bogoya - Страница 10
Оглавление6. Flora. Confesiones
Ricardo era un ganadero, a los diecisiete años llegó a la ciudad, tenía miles de cabezas de ganado y las había perdido, era un ganadero venido a menos y huía de la violencia, bien vestido, eso sí, nos conocimos en una feria agropecuaria, no sé qué pasó, en un momento estábamos en la feria y luego en una cafetería y más tarde caminando por el barrio, y después en un concierto, y una noche, cuando llevábamos saliendo varios meses, un sábado en la noche, nos metimos en un callejón, las canecas de la basura desbordaban, nos tomamos un trago, él sabía que a mí no me gustaba el aguardiente pero había comprado una botella, me dijo que nos sentáramos, hacía rato que sabíamos que en algún sitio nos íbamos a sentar y a desvestir, él me decía que siempre nos topábamos con un intruso, cuando no era el frío era la luz de un apartamento, la alarma de un carro, un bulto que dormía en la calle, un perro que se paraba a mirarnos, y esa vez al fin estábamos solos, y en esa soledad nos sentamos en los escalones de un edificio, Ricardo empezó a desordenarme la blusa, a meterme la mano entre los pliegues de la falda, no era torpe, lo había hecho muchas veces, conocía el camino desde que se atrevió a rozarme en la feria, lo distinto fue que me dijo, para excitarme, “voy a enterrártelo”, a mí no me excitaba, era una frase que no parecía de él, un muchachito raquítico, luego puso un índice en mi vientre, me tenía casi desvestida, yo no me quité nada, él hacía todo, y en esas estábamos cuando escuchamos a los tipos acercarse, Ricardo me había quitado los calzones, los había tirado junto a la basura, y en medio del basurero llegaron los tipos, eran dos obreros, se veían sus botas de trabajo, a ninguno le vi la cara, Ricardo cogió la botella de aguardiente como un cuchillo, uno le puso la mano en el hombro y Ricardo estalló la botella contra la cabeza del obrero, tal vez contra la nuca, el chorro de sangre me salpicó, vimos al obrero en el piso, “¡Le dio en la yugular!”, gritó el otro, y los pies de Ricardo se quedaron inmóviles, una cortina se descorrió, se asomaron varios vecinos, mi mano empujó a Ricardo, lo arrastré por calles y puentes, no sé cuánto tiempo corrimos hasta que llegamos a mi casa, le pedí que no se fuera, que entrara conmigo, abrimos la puerta y se fue, sin decirme nada, sin devolverme los calzones que al huir había recuperado del basurero y que yo sabía que estaban en su bolsillo
¿y qué pasó después?, dice la guardiana, eso es todo lo que pasó, no voy a decirle que vinieron los días y las semanas y no hubo una palabra entre nosotros, nada, solo una carta, me envió una carta con un recorte de periódico en el que hablaban de un sindicato en huelga por la muerte de uno de sus obreros, desangrado en un callejón del barrio América, y nada más, ni siquiera una letra tuya, mi vida, un pedacito de tu caligrafía, enorme y fea, un signo, un reproche, algo que me dijera que después de todo querías volver y destruir ese recuerdo
¿y qué tiene que ver el perro?, me dice la guardiana, le digo que no puso atención, que no entendió bien la historia, que el perro tiene todo que ver, que cuando veo las moscas revoloteando en la cabeza del perro estoy viendo la cabeza de Ricardo, que al ver la lengua húmeda que cuelga no puedo sino pensar en él, y al observar la cola feliz estoy viendo su manera tambaleante de caminar, que al ver los ojos húmedos y chorreados de sopa vuelvo a sentir la mirada dulce y la presencia de Ricardo, su compañía, pegado a mí, cuando me acerco y le toco una pata siento la mano de Ricardo, esa mano asustada con la que huyo entre calles y puentes
la guardiana me dice que va a venir con el libro de serial killers, me lo va a prestar, un día lo leeremos juntas, pero tengo que explicarle otra vez lo del perro, tengo que seguir contándole lo que mi papá me contaba, esa historia le gusta, ella es como esos personajes, verraca y decidida