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2. Flora. La llegada

cuando salga de aquí, porque saldré, al menos alguien, un policía, me dirá que le cuente lo que pasó, y tal vez empezaré por el instante en que me quitan el pasamontañas y abro los ojos, la luz me encandelilla hasta que distingo un establo, pequeño, las plastas de caballo secas, deben ser las cinco de la tarde, o algo así, la luz se filtra por el techo, entra por los muros, una mujer se pone enfrente, he debido huir en ese momento, fue su apariencia lo que me asustó, era demasiado gorda, nunca había visto una mujer así, mucho menos agacharse, porque se agacha, se dobla en dos y levanta una puerta escondida en el piso, una puerta que rechina y huele a humedad y oculta un hueco, me dice que le entregue las manillas y los aretes, y luego me dice que entre, me empuja con alguna parte de su mano que siento en la espalda, no es un túnel, es como un escondite para los niños, mis pies tocan un fondo de barro, pero tengo la mitad del cuerpo fuera, me dice que me arrodille, le obedezco, me dice que ponga la cabeza entre las rodillas, obedezco de nuevo, y de un golpe cierra la puerta del escondite, oigo el clic del candado, y por primera vez estoy sola, me quedo así, arrodillada, sintiendo el roce de la puerta en la coronilla, no me muevo, hasta que las rodillas me duelen y me doy cuenta de que puedo acostarme, de que la oscuridad es cada vez mayor y pronto se hará de noche, me llamo Flora, tengo veintiún años, Flora Leticia Ramírez, y acaban de secuestrarme

cuando me pidan que cuente lo que pasó diré que el pasamontañas, diré que el cosquilleo en la frente, hablaré de la cordillera, de la mujer que dijo que iba a darme un caldo, ayer lo dijo, tal vez anoche, o anteanoche, no sé, pero sé que hubo un tiroteo, se oían las hélices de un helicóptero, después no se oían ni las ranas, me soltarán cuando sepan que no soy Margarita Herrera, no tengo sus ojos vivaces ni las tetas postizas, yo soy la hija de un profesor, de un vendedor de libros, me soltarán cuando sepan que cada seis meses nos cortan el teléfono, aquí entra una línea de luz que indica la mañana, debo mirar esa línea como si estuviera acurrucada mirando el mar

tengo miedo de no estar sola, de estirar los pies, de que haya algo al final del escondite, grito al escuchar los helicópteros, pasan luego de bombardear el monte, un error de puntería y me quedo encerrada para siempre

a mi papá le dicen el Virrey, usted tiene razón, pero es por la pierna de aluminio que termina en un botín de cuero, elegante, como los zapatos de los virreyes, lo llaman así por la pierna y porque es profesor de griego, desempleado, un virrey tan pobre que no se ha cambiado la pierna que rechina, por eso vivimos en Matanzas, un barrio que se inunda cuando llueve, ¿usted conoce la capital?, es un barrio con humor, es por eso que los negocios se llaman Hotel Imperial, Cigarrería Las Reinas, un humor de pobres, un barrio en el que los virreyes parecen mendigos, le voy a dar mi dirección, ¿tiene un lápiz?, cuando no está en la casa mi papá está en el centro, vende libros en un sótano de la carrera novena, tiene un puestito de libros de segunda, códigos y manuales escolares, va tres veces por semana, dice que lo deprime vender libros, mi papá nunca ha sido un buen comerciante, la guardiana se ríe, se le mueven los gorditos, y me dice que mi papá es muchas cosas, un hombre que vende, compra, que tiene casa, tienda y trastienda, le digo que así es cuando uno es humilde

no soy Margarita, no tengo un primo en Massachusetts, y me dice la guardiana que no le importa quién sea yo, le basta con respetar las reglas, con tener que cuidarme y preparar un caldo, le basta con una vocecita que se queje, un cuerpecito qué vigilar, dice que está muy sola, muy solita en medio de tantos árboles y animales chillando en la mañana, lo dice mientras juega con la linterna y demora la luz en el jean roto, en mis manos sin anillos, mientras la luz resbala por mis piernas y me hace entrar de nuevo al escondite, y vuelve a dejarme sola, sola con la promesa del caldo, sola con mi manera de pasar el tiempo

llevo dos o tres días aquí, tal vez cuatro días de hambre y sed, me hace falta la voz de mi papá, el calor de su voz grave, apasionada, contándome antiguas leyendas

y Flora repite en voz baja las historias de su padre, repite las historias con un afán difícil de entender, como si en esos relatos se depositara un secreto, un murmullo que mece la infancia y la juventud y que hace posible dormir cuando la angustia, la desazón, el asco, la realidad son demasiado grandes

Dédalo

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