Читать книгу Entre el amor y la lealtad - Candace Camp - Страница 8
Capítulo 3
ОглавлениеThisbe entró flotando en su casa, rebosante de necesidad de hablar con alguien. Como siempre, se oían ruidos provenientes de todos los rincones, magnificados por el enorme vestíbulo de suelos de mármol. El sonido de las voces de su madre y sus invitadas que hablaban sobre su última causa provenía de saloncito rojo. El golpeteo de unos piececitos en la planta superior, acompañado de unos grititos de los gemelos, Con y Alex. Un pesado golpe proveniente de la parte trasera de la casa, seguido de la voz de su mellizo que soltaba una sarta de juramentos.
Normalmente era a Theo a quien acudía, pero en esa ocasión no era a él al que necesitaba, sobre todo dado su aparente estado de mal humor. Tampoco a su padre, que supervisaba a dos sirvientes que abrían una enorme caja de madera en un extremo de la larga galería. La habitual respuesta de papá, fuera cual fuera la pregunta, solía ser un tranquilizador «sí querida, eso está muy bien», tras lo cual la invitaría a que admirara su nuevo jarrón minoico, o estatua, o lo que fuera que acabara de recibir.
No. La conversación que necesitaba mantener requería de su hermana. Thisbe empezó a subir las escaleras, pero justo en ese momento alguien tocó una nota en el piano, a la que siguió una divertida melodía acompañada de risas femeninas. Thisbe se dio media vuelta y se dirigió hacia la salita de música.
Kyria estaba al piano, sus dedos volando mientras la cabeza seguía el compás, las palabras que cantaba ininteligibles por culpa de sus risas. Tenía el rostro arrebolado, y unos mechones de sus cabellos rojizos, sueltos por culpa del entusiasmo con el que tocaba el piano, caían de sus cabellos recogidos. Estaba, por supuesto, hermosa. A unos metros de Kyria, Olivia se sentaba de lado en un sillón, las piernas colgando de un brazo y la espalda apoyada contra el otro, un libro abierto descansaba sobre su pecho, mientras agitaba exageradamente los brazos al ritmo de la música y aullaba con acento alemán:
—Nein, nein, fräulein Moreland. ¡El ritmo! ¡El ritmo! Ach, mein Gott!
—Me parece que has vuelto a molestar a tu profesor de música —observó Thisbe, alzando la voz por encima de la música.
—¡Thisbe! —exclamó Olivia mientras se levantaba de un salto del sillón, las trenzas marrones balanceándose en el aire—. ¡Ha sido herr Schmidt quien me ha molestado a mí! «Fräulein, debe ponerle sentimiento a su música. ¡Es arte! ¡Es pasión!».
—Le estaba enseñando cómo se hacía —Kyria se giró en la banqueta hasta quedar de frente a sus hermanas.
—Pues a mí me ha sonado más a un cabaret que a Mozart —Thisbe rio.
—Y eso era —Kyria sonrió—. Reed me la enseñó. Le dije a Livvy que se la toque a herr Schmidt la próxima vez.
—Por favor, no lo hagas. Ese pobre hombre sin duda sufrirá una apoplejía —contestó Thisbe.
—Sí, a él solo le gusta Beethoven —Olivia se dejó caer junto a Kyria sobre la banqueta. Aunque solo se llevaban dos años, parecían más. Kyria había celebrado su puesta de largo ese año, y llevaba un vestido blanco con volantes, a la última moda, los cabellos recogidos en un complicado peinado y pendientes de perlas colgando de sus orejas. Olivia, de quince años, aún llevaba falda corta y sus cabellos castaños estaban recogidos en trenzas, y no mostraba ningún interés por abandonar el mundo de las colegialas.
—¿Dónde estabas? —preguntó Kyria—. Nadie lo sabía.
—Se lo dije a papá —Thisbe se detuvo, interrumpida por una exclamación de burla de Olivia, pero luego continuó—. Sí, lo sé, debería habérselo dicho a Smeggars, pero no estaba cuando me marché. Fui a una conferencia en Covington.
—Ah —Kyria arrugó la nariz—. Esperaba que estuvieras haciendo algo emocionante.
—A mí me pareció emocionante —protestó Thisbe.
—Un momento —Kyria se irguió de un salto—. He visto esa sonrisa. ¿Qué ha pasado? Estás…
—Radiante —intervino Olivia—. Como Kyria cuando vuelve de un baile.
—Bueno… —la sonrisa de Thisbe se hizo más amplia—. He conocido a alguien.
—¡Un hombre! —exclamó Kyria sin aliento mientras agarraba a su hermana mayor del brazo—. Por eso resplandeces.
—No seas tonta —Thisbe se sonrojó—. Yo no resplandezco.
—Sí lo haces —aseguró Olivia—. Y tus ojos brillan.
—¿Quién es él? ¿Lo conocemos? —la acribilló Kyria.
Unas agudas risas llenaron de repente el vestíbulo y un segundo más tarde dos niños pequeños vestidos con sus pijamas irrumpieron en la habitación, seguidos de cerca por la niñera. Los chicos eran idénticos, de cabellos tan oscuros y ojos tan verdes como Thisbe. Las rollizas mejillas estaban arreboladas después de tanto correr, y sus ojos brillaban traviesos. Miraron de una hermana a otra hasta que, al parecer, decidieron que Thisbe era la máxima autoridad por ser la hermana mayor y se arrojaron contra ella.
—¡Thisbe! —los gemelos se separaron y se escondieron detrás de ella, agarrándose a las faldas—. Léeme, léeme —chillaron, primero Con y luego Alex, mientras daban saltitos, siguiendo una coreografía al parecer destinada a hacer el máximo ruido con el mayor movimiento posible.
—Qué bonito —Kyria apoyó las manos sobre las caderas, fingiendo indignación—. ¿Os creéis que solo Thisbe puede salvaros?
Los chicos se detuvieron y se miraron. Alex abandonó a Thisbe y corrió hasta Kyria, agarrándose con fuerza a sus piernas.
—¡Kyria!
Y con un grito de regocijo, los gemelos empezaron a correr en círculo alrededor de las tres hermanas, hasta que al fin Thisbe agarró a uno de los niños que pasaba delante de ella.
—Con. Ya basta.
Con la miró resplandeciente y apoyó la cabeza sobre el hombro de su hermana mientras le rodeaba el cuello con los bracitos.
—Thisbe —farfulló suplicante—. Por fador —Con todavía tenía problemas con la «v».
—Eres un teatrero —Thisbe rio y besó la cabecita del niño.
—Teatrero —repitió Con, encantado con la palabra.
—¿Lo harás? —preguntó Alex, en brazos de Kyria. Le gustaba obtener respuestas claras—. Y Kyria también.
—Y Liddy —Con señaló a Olivia.
—Livvy también —convino Alex.
—Será mejor que vayamos —sugirió Thisbe a sus hermanas—, de lo contrario no nos dejarán en paz.
Y, sobre todo, así la pobre niñera podría descansar un poco. Thisbe contempló a la agotada cuidadora de los gemelos. Parecía a punto de renunciar a su trabajo, lo que la convertiría en la cuarta ese año.
Llevando en brazos a los niños, pues siempre era mejor tenerlos bien sujetos, las hermanas subieron las escaleras y siguieron por el pasillo hasta las habitaciones de los gemelos. Con les regaló un detallado relato de las andanzas suyas y de Alex durante ese día, con intervenciones puntuales de su hermano, y algún que otro desacuerdo sobre quién había sido el primero en birlar los bizcochos delante de las narices de la cocinera, o quién había trepado lo más alto, o saltado más escalones.
La pareja disponía de una suite con un dormitorio para Con y Alex y otro para la niñera. En medio estaba el cuarto de estudio. El cuarto de estudio parecía haber sido alcanzado por un huracán, como casi siempre al final del día. La niñera se dirigió directamente a su dormitorio, aunque Thisbe no estaba segura de si lo hacía para disfrutar de su bien merecido descanso, o para hacer las maletas. Sus hermanas acostaron a los niños en sus camas.
Thisbe les leyó un cuento de hadas, tras lo cual engatusaron a Olivia para que les contara su cuento favorito, el del oso polar y el mono, las limitaciones geográficas no existían para los gemelos, y el niño que salvó a ambos con su astucia. Aquello demostró ser un error, pues al término del cuento estaban más despiertos que antes y Kyria tuvo que calmarlos con una nana para conseguir que cerraran los ojos.
Tras salir de la habitación, Kyria agarró a Thisbe por el codo y la arrastró hasta su dormitorio.
—Y ahora —Kyria se acomodó en su cama, sentada sobre las piernas encogidas—. Cuéntanoslo todo. Esto es muy emocionante.
Thisbe se sorprendió al sentirse ruborizar.
—Bueno… a lo mejor a vosotras no os parece tan interesante.
—Debes estar de broma. ¿Tú y un hombre? —esto va a sacudir el mundo.
—Sí —Olivia se mostró de acuerdo mientras se sentaba en el otro extremo de la cama—. ¿Quién es? ¿Dónde lo conociste? ¿Te salvó de ser arrollada por un carruaje que circulaba sin control? ¿Te rescató de un bandido, o…? —Olivia era una gran lectora de novelas.
—Se sentó a mi lado durante la conferencia.
—Vaya, qué decepcionante —Olivia pareció desinflarse.
—No seas tonta —Kyria puso los ojos en blanco—. Thisbe no es tan estúpida como para ponerse delante de un carruaje en marcha. Ni lleva nada que merezca la pena ser robado. Adelante. Sigue. ¿Se sentó él a tu lado o fue al revés?
—Está visto que queréis conocer todos los detalles —Thisbe también se sentó en la cama de su hermana, entre las dos, que se volvieron hacia ella de inmediato. La escena se repetía en numerosas ocasiones, las tres hermanas acomodadas para una prolongada charla, aunque esa noche era diferente, como si se respirara cierta importancia, cierto… resplandor—. Él se sentó a mi lado. Lo cierto es que llegó tarde, y no había muchas sillas vacías.
—Aunque solo hubiera habido dos, es significativo que te eligiera a ti.
—Supongo que algo querrá decir, la mayoría de los hombres parecen tener miedo de sentarse a mi lado.
—¿Cómo se llama? ¿Lo conozco? —preguntó Kyria.
—Lo dudo. No se mueve en tu círculo. Trabaja en una tienda.
—¿Es un comerciante? —incluso Kyria pareció decepcionada ante la noticia—. ¿Es viejo?
—A papá le va a decepcionar saber que no es un intelectual —apuntó Olivia.
—Papá lo encontraría perfectamente adecuado —Thisbe rio—. Bueno, tan adecuado como puede ser un hombre incapaz de distinguir un jarrón etrusco de un tarro de aceitunas romano. Desmond es científico, y muy listo. Y no es viejo. No es el dueño de la tienda, trabaja allí para mantenerse. En cualquier caso, la aprobación de papá no es ningún problema aquí, no es que esté pensando en casarme con ese hombre.
—Yo no estaría tan segura. Es el primer hombre del que te he oído hablar nunca, salvo por algún viejo científico, que suele estar muerto —puntualizó Kyria—. Desmond —pronunció exageradamente el nombre—. Es un buen nombre.
—Me alegra que te guste.
—¿Qué aspecto tiene? ¿Qué tiene de especial? —preguntó Olivia, insistiendo en los detalles.
—Es bastante alto, tanto como Theo, quizás incluso más, aunque es más delgado. No tan atlético.
—Eso está bien —decidió Kyria—. Un científico no necesita ser capaz de remar contracorriente por el Amazonas.
—Tiene el cabello oscuro, demasiado largo y desastrado, y todo revuelto, aunque quizás se debiera a que iba con prisas porque llegaba tarde. No paraba de caerle sobre la cara mientras hablaba, y él se lo apartaba con la mano, así, consiguiendo que se le revolviera más —Thisbe sonrió al recordarlo—. Su rostro es más ovalado que cuadrado, y su barbilla es firme. Su boca es perfecta, ni demasiado ancha ni demasiado estrecha. Tiene una sonrisa adorable, aunque permanece muy serio casi todo el rato. Sus ojos son de un intenso color marrón, como el chocolate, y las pestañas son tan espesas que es injusto que pertenezcan a un hombre —mientras hablaba, Thisbe miraba al vacío, recordando todos los detalles de Desmond y, cuando volvió a mirar a sus hermanas, las encontró mirándola, boquiabiertas.
—Nunca te había oído describir a nadie con tanto detalle —aseguró Olivia.
—La semana pasada ni siquiera recordabas si el señor Barlow era rubio o de cabellos marrones —añadió Kyria.
—¿Quién es el señor Barlow?
—A eso me refería —Kyria echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada—. Estuvo aquí la semana pasada, pero tú apenas lo recuerdas.
—No lo recuerdo en absoluto —contestó Thisbe—. Yo no llevo la cuenta de tus pretendientes, Kyria. Ocuparía demasiado espacio en mi cerebro.
—Entonces contéstame a otra pregunta, ¿de qué color tiene los ojos, Willis, el lacayo? —Kyria desafió a su hermana.
—Yo, eh, ¿marrones?
—Son azules —contestó triunfante Kyria—. Y lleva aquí años. Lo ves cada noche durante la cena. No prestas la menor atención al aspecto de nadie.
—Normalmente me interesa más lo que tienen que decir.
—Y sin embargo recuerdas hasta el último detalle de ese hombre. Rápido, ¿qué llevaba puesto?
—Una chaqueta y pantalones, todo muy sencillo, de color grisáceo. Los zapatos eran negros y bastante estropeados —ella sonrió—. Se había olvidado el abrigo y el sombrero, y había perdido los guantes.
—¡Es igual que papá! —gritó Olivia y las tres estallaron en carcajadas.
—No me extraña que dijeras que papá lo aprobaría —añadió Kyria—. Y menos mal, porque estás gravemente enamorada.
—¿Enamorada? ¿Es verdad? —Thisbe sonrió débilmente—. Me preguntaba cómo se llamaría. Era de lo más extraño. Sentía este… este calambre por todo el cuerpo cada vez que me miraba. Y una… una conexión, supongo, casi como si ya lo conociera, solo que no era así, por supuesto, pero se parecía. Solo con mirarlo, ya tuve la sensación de conocerlo. ¿Tiene todo esto algún sentido?
—En absoluto, pero es que yo no conozco el amor —le explicó Kyria—. Me gustan varios hombres, algunos más que otros. Me gustaría poder bailar con Howard Buckley más de dos veces en un baile, pero solo porque es un excelente bailarín, y lord Highsmith me hace reír. Pero no siento la menor inclinación a enamorarme de ninguno de ellos —frunció el ceño—. ¿Crees que me pasa algo malo?
—Solo que tienes una superabundancia de pretendientes —contestó Thisbe—. ¿Cómo vas a poder encontrar a alguien especial entre todos ellos? Es tu primera temporada, y apenas ha comenzado. No te imagino encontrando el amor nada más celebrar tu puesta de largo.
—Cierto —Kyria sonrió—. De hecho creo que fastidiaría la diversión.
—¿Y a quién le importa la temporada de bailes? —protestó Olivia mientras hundía un dedo en la pierna de Kyria—. Quiero oír más sobre el enamorado de Thisbe.
—Yo también —su hermana asintió, aunque hizo una pausa para pellizcar el brazo de Olivia—. ¿Qué te dijo cuando os conocisteis?
—Nada. Fui yo la que inició la conversación. Tuve que agarrarlo del brazo para llamar su atención.
—¿No se fijó en ti? —preguntó Kyria sorprendida.
—Claro que se fijó en mí —Thisbe rio—. No paraba de mirarme de reojo mientras tomaba notas, así —les hizo una demostración.
—Eso es bueno —Kyria asintió sabiamente.
—Pero no dijo ni una palabra. Creo que es algo tímido… incluso se ruborizó.
—Qué monada —opinó Olivia.
—De modo que le pregunté si le gustaría tomar prestadas mis notas, y lo hizo, y a partir de ahí fue mucho más fácil conversar.
—¿Y de qué hablasteis?
—Bueno, pues de los estudios, y de la teoría de los naftalenos de herr Erlenmeyer.
—¡Naftalenos! —exclamó Kyria boquiabierta—. En serio, Thisbe, ¿hablasteis de química?
—Y de espectrometría. Oh, y de fotografías de espíritus… en eso no estuvimos muy de acuerdo.
—¿Discutiste con él?
—No fue exactamente una discusión. Fue más una conversación animada, bastante estimulante por cierto. Veréis, él está trabajando con el profesor Gordon, una pena porque no creo que le haga ningún bien a su carrera que lo asocien con él. Pero sí creo que tiene razón sobre la necesidad de tener la mente abierta a los descubrimientos científicos.
—Thisbe… —Kyria gruñó—, no me digas que hablasteis de ciencia todo el tiempo.
—¡Oh, no! También hablamos de su familia y cosas así, mientras me acompañaba hasta la parada del ómnibus.
—¿Qué ómnibus? ¿No te llevó Thompkins en el coche? —preguntó Olivia—. Estoy confusa.
—Sí, Thompkins estaba allí, pero tuve que ignorarlo. Es que no le hablé de… ya sabéis… de quiénes somos.
—Ah, ya —contestaron sus hermanas al unísono, comprendiéndolo todo.
—Así es mejor —Kyria se mostró de acuerdo—. No es nada fácil saber si un hombre flirtea contigo porque le gustas o porque le gusta tu dinero.
—No es eso. Desmond sería el peor cazafortunas del mundo.
—¿No querías que supiera que eres una Moreland porque somos… peculiares? —sugirió Olivia.
—¿No sabes que nos llaman «los locos Moreland»? —preguntó airada Kyria.
—Sí, Theo me lo contó hace unos años. Por eso lo expulsaron de Oxford aquella vez, por darle un puñetazo a alguien que nos llamó así.
—¿En serio? Siempre me pregunté qué habría sucedido —murmuró Kyria.
—¿Expulsaron a Theo? —preguntó Olivia—. No lo sabía. ¿Por qué nadie me lo dijo?
—Eras demasiado joven. Y no volvió a suceder. Creo que nadie más quería recibir una paliza —continuó Thisbe—. Pero no fue por nada de eso por lo que me presenté simplemente como Thisbe Moreland. No quería… bueno, no os imagináis cómo se comportan cuando saben quién soy. Intentan congraciarse conmigo buscando dinero para sus investigaciones, o a veces piensan que mis incursiones en la ciencia se deben únicamente a que los profesores han sido benevolentes conmigo porque mi padre es un duque.
—Y pensaste que haría una de esas cosas.
—No quería descubrirlo. Quería que me viera como soy. Además, no quería espantarlo. Sé que no tiene dinero, dijo que su padre había sido obrero, y tiene que trabajar en una tienda para ganarse la vida. A mí me da igual, pero me temo que a él no.
—Tienes razón, podría sentirse intimidado —intervino Kyria—. Pero, si viene a hacerte una visita, acabará por enterarse. Espera, ¿cómo vendrá a hacerte una visita si no sabe quién eres? ¿Cómo vas a hacer para verlo de nuevo?
—Lo veré otra vez el día después de Navidad —anunció Thisbe con cierto aire triunfal—. Va a asistir a las conferencias de Navidad, y yo también. Habrá unas cuantas entre Navidad y Epifanía.
—Para entonces estará tan cautivado que no importará quién seas —le aseguró Olivia.
—No sé… —Thisbe rio.
—Quiero verlo —decidió Kyria—. Podríamos acompañarte a las conferencias de Navidad. Estoy segura de que serán mortalmente aburridas, pero…
—¡No! —exclamó Thisbe alarmada—. Si venís conmigo, nos veremos rodeadas por todos los jóvenes solteros que haya allí, y seguramente también por algún viejo casado. Lo estropeará todo. Apenas tendré ocasión de hablar con él.
—Podemos sentarnos aparte —sugirió Olivia.
Thisbe las miró con severidad.
—Ni. Se. Os. Ocurra.
—De acuerdo —Kyria cedió—. No te espiaremos —su rostro se iluminó—. Pero puedo ayudarte a vestirte. Puedes ponerte uno de mis vestidos. Tenemos prácticamente la misma talla. Te haré un peinado.
—No sé —Thisbe parecía recelosa—. Él ya conoce mi aspecto.
—Pero no te ha visto con ropa bonita de verdad.
—¿Qué le pasa a mi ropa? —ella bajó la vista a su vestido—. Es perfectamente aceptable.
—Es perfectamente sosa.
—Y yo también. No quiero ser… chispeante.
—¡Por favor, Thisbe! —suplicó Kyria—. Será muy divertido, y te prometo que no te haré parecer «chispeante».
La idea resultaba de lo más tentadora. A Thisbe nunca le había preocupado su aspecto, pero de repente no podía evitar pensar en lo agradable que sería que Desmond la mirara con la misma clase de admiración con la que los hombres miraban a Kyria.
—No te haré parecer una princesa —Kyria negociaba con su hermana—. Él no sospechará que eres una aristócrata.
—¿Nada de volantitos?
—Nada de volantitos. Bueno, puede que solo uno.
—¿Nada de miriñaques ni enaguas?
—Nada de miriñaques. De todos modos, ya no están de moda.
—Ni plumas ni brazaletes. Ni abalorios.
—Nada de eso —su hermana asintió con firmeza.
—Nada de flores en mi pelo.
—Ni una sola.
—De acuerdo —Thisbe asintió—. Lo haré.
—¡Hurra! —Kyria se frotó las manos saboreando el momento—. Tu Desmond no tiene escapatoria.
Thisbe estaba en medio de la oscuridad, rodeada por muros de piedra. Demasiado pequeños, demasiado cerca. Respiraba aceleradamente, el corazón latía alocado. Las piedras empezaron a disolverse en una espesa niebla gris. El estómago se le encogió, la cabeza le daba vueltas. La envolvente niebla asustaba más que la prisión de piedra, una infinita y ciega vacuidad.
Había algo ahí fuera. Alguien. Ella no podía verlo ni oírlo, estaba indefensa. Pero estaba segura de que estaba ahí. Una bruma la envolvía, rozándole la piel como si fuera un aliento. Un sonido vibraba a través de la niebla, bajo e indistinguible, ¿un gemido? ¿Un sollozo? Y el aire parecía cargado de deseo.
La deseaba a ella. La buscaba, intentaba alcanzarla. Thisbe respiró entrecortadamente, el miedo agarrotándole los nervios con la fuerza de un relámpago. Intentó correr, apartarse, pero no podía. La niebla hervía, densa, comprimiéndola, envolviéndola como una mortaja. Se iba a asfixiar. El aire se detendría en sus pulmones y ella quedaría atrapada en esa infinita nada, atrapada para siempre.
Y aun así intentaba alcanzarla, agarrarla. Una mano se cerró en torno a su pierna, las uñas clavándose en su carne. Y el dolor, un dolor horroroso, increíble, la inundó…
Thisbe se sentó de golpe en la cama. Tenía los músculos agarrotados y los pulmones le ardían. El dolor abarcaba cada centímetro de su cuerpo. Durante un instante permaneció paralizada, perdida en las sombras entre la pesadilla y la realidad. Jadeaba, sus sentidos poco a poco devolviéndola a la realidad. Todo le resultaba familiar. Todo le era conocido. Estaba en su propia cama en su propio dormitorio, acompañada en la casa por toda su familia.
Si gritaba, si se encontraba en una situación de peligro o dolor, cualquiera de ellos, de hecho todos ellos, irían a su rescate. Se preguntó si su padre acudiría, tal y como solía hacer cuando ella era una niña, y sonrió débilmente, pensando en él irrumpiendo en su habitación con una vela en la mano, el gorro de dormir torcido sobre su canosa cabellera. Y de algún modo esa imagen, más que cualquier otra cosa, la tranquilizó.
Sus músculos se relajaron y pudo respirar más profunda y pausadamente. El dolor la abandonó poco a poco. Había sido un sueño muy extraño, la niebla, la sensación de estar encerrada, el miedo ante lo desconocido. La mano que le había agarrado la pierna, seguida de ese momento de agonía.
Bajó de la cama y se puso la bata ante el frío de la habitación. Encendió una vela y se sentó en su sillón. No había ninguna posibilidad de que volviera a dormirse de inmediato. Además, quería pensar un poco en el sueño.
Había sido de lo más extraño, e inesperado. Había pensado que sus sueños de aquella noche serían agradables, dada la naturaleza del día. Sin embargo, había sufrido una pesadilla, y muy extraña. No era la primera vez que soñaba con que la perseguían o que se perdía, pero no se había parecido a eso. Y no era lo único raro. Había sido muy clara, muy vívida. A pesar de que el mundo a su alrededor había estado gris y la amenaza invisible, no había encontrado la vaguedad que solía haber en sus sueños. Había sido nítido y cristalinamente claro. Y los detalles no se habían esfumado de su memoria. Cada detalle, cada momento, seguía grabado en su mente.
Sin embargo, lo más extraño había sido el final. En otras pesadillas, el sueño acababa antes de que empezara lo malo, fuera lo que fuera. Caía, pero no impactaba contra el suelo. Veía el cuchillo, pero no lo sentía hundirse en su cuerpo. Experimentaba el miedo, pero no sentía el dolor físico.
Pero esa noche todo su cuerpo se había visto inundado de dolor. Recordaba los dedos agarrándole la pierna, las uñas clavándose. Se estremeció ante el recuerdo mientras se agachaba para frotarse la pantorrilla. Tenía la sensación de que había sucedido realmente. Lo cual, por supuesto, era ridículo. Se subió el camisón para convencerse a sí misma.
Sobre la pálida piel de su pantorrilla se veían cinco pequeñas marcas, del tamaño y profundidad de unas uñas.
Thisbe se quedó paralizada, contemplando los arañazos. Su mente bullía con terribles pensamientos. Pero solo duró un instante. Las ideas no solo le producían miedo, sino que eran imposibles. Debía haber una explicación lógica, siempre la había.
Una mano hundiéndose en su piel en un sueño no podía crear una marca física verdadera. Al despertar no había habido nadie más en la habitación. Por tanto… se lo había hecho ella misma.
¡Eso era! En medio de la agonía de la vívida pesadilla, se había agarrado desesperadamente a algo, y lo único al alcance de su mano había sido su propia pierna. Había hundido las uñas con tal fuerza que le habían dejado marcas en la piel. Y eso explicaba también la sensación de dolor, lo había sentido porque era real. De repente todo tuvo sentido.
Satisfecha, Thisbe sopló la vela y volvió a meterse en la cama.