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Capítulo 4
ОглавлениеUnos días después, Thisbe estaba sentada ante el espejo mientras Kyria le arreglaba el pelo, y preguntándose si no habría sido un error acceder al ofrecimiento de su hermana. El vestido era precioso, y acentuaba el color verde de sus ojos. Tal y como le había prometido Kyria, no había ni un solo volante, y la falda era más estrecha y menos voluminosa por delante, con lo cual no estaría tropezando con todo a su alrededor. Lo cierto era que, bueno, que estaba atractiva, pero no se sentía exactamente ella misma.
En ese preciso instante desde luego su aspecto era el de una bruja, eso sí, una bruja muy bien vestida, mientras Kyria separaba su cabello en mechones y lo colocaba en distintos lugares de su cabeza, cada puñado de cabellos atado con una cinta.
—¿Estás segura de que sabes hacer esto?
—No te preocupes —Kyria la tranquilizó mientras retorcía uno de los mechones en un bonito moño sobre la cabeza—. Joan me ha enseñado.
—Y lo ha practicado conmigo —intervino Olivia desde su atalaya en el borde de la cama—. Me quedó precioso… por lo menos hasta que empecé a jugar con Alex y con Con.
—Ya me lo imagino —Thisbe soltó un bufido.
—Alex tuvo que deshacerlo todo para ver cómo estaba hecho, y se sintió de lo más decepcionado al ver que yo no podía volver a peinármelo igual.
—Eso mismo le pasó al reloj de pared del estudio de papá —añadió Kyria.
—¡Thisbe! —una profunda voz masculina llegó desde la puerta—. ¡Por Dios santo! ¿En qué te ha metido Kyria esta vez?
—Hola, Theo —bueno, pues esa era la gota que colmaba el vaso.
Su mellizo. Por mucho que lo quisiera, estaba segura de que iba a empezar a gastarle bromas. O, peor aún, iba a adoptar su pose de hermano mayor a pesar de que, por cierto, no era su hermano mayor, ya que había llegado al mundo cuatro minutos después que ella.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Reed asomando la cabeza por la puerta.
—¿Qué hacéis aquí? —preguntó Kyria irritada—. Es el día después de Navidad. ¿No tenéis ningún regalo que repartir?
—Ya lo hemos hecho —contestó Theo.
—Bueno, pues, ¿no tenéis ningún amigo a quien visitar? ¿Ningún ponche que beber?
—Es un poco temprano para eso —Reed sonrió—. Además, ¿qué puede haber más agradable que pasar tiempo con nuestras dulces hermanitas?
—Largaos. Los dos.
—¿Por qué? ¿Qué estáis tramando? —insistió Theo.
Era alto, con los mismos cabellos negros y ojos verdes que su hermana melliza. Apoyado descuidadamente contra el marco de la puerta, los brazos cruzados, les sonreía.
—¿Qué le estás haciendo a Thisbe? ¿Estás enfadada con ella? —Reed entró en la habitación.
Era la versión más joven, y menos musculosa, de su hermano mayor. Tenía los cabellos de color castaño oscuro y sus ojos eran grises, pero poseía la indiscutible barbilla Moreland y sus ojos llenos de inteligencia, marca de la casa y de todo el clan.
—No, no estoy enfadada con Thisbe. Pero lo estaré con vosotros si no dejáis de molestarnos.
—No estamos haciendo nada —señaló Theo.
—Kyria está peinando a Thisbe —explicó Olivia.
—Ya, pero ¿por qué? ¿Y por qué así?
—Porque es un peinado bonito —Kyria se volvió hacia sus dos hermanos, las manos apoyadas en las caderas y un peligroso destello en su mirada.
—Entiendo —contestó Theo con aspecto de no entender nada.
—Bueno, será bonito cuando esté terminado, y lo estaría antes si no estuvierais aquí —Kyria retomó la tarea de trenzar y sujetar con horquillas el cabello de su hermana.
—Pero ¿por qué? —insistieron Theo y Reed mientras se miraban con expresión de sospecha y Thisbe se preparaba para una andanada de preguntas.
A través del espejo le dedicó una mirada suplicante a su hermana, pero fue Olivia quien la salvó.
—Thisbe perdió una apuesta. Y, si ganaba Kyria, le permitiría elegirle el vestido y peinarla para la conferencia de Navidad a la que va a asistir.
—¡Ah, bueno! —un desafío era algo que los dos hermanos se sentían capaces de entender.
—Thisbe me acusó de no ser cultivada y dijo que no sería capaz de citar a todos los monarcas ingleses desde Guillermo el Conquistador, y yo le dije que era capaz de citarlos hacia atrás —añadió Kyria, participando en la fabulación—. Y lo hice —hábilmente retorció las trenzas y las fijó con horquillas, escondiendo la punta bajo el nudo—. ¡Ya está! ¿Lo ves? Ha quedado precioso.
—Tienes razón. Es muy bonito. Estás impresionante, Thiz —le aseguró Theo.
—Tampoco hacía falta que lo dijeras en ese tono de sorpresa —protestó ella mientras tomaba el espejo de mano que le ofrecía su hermana y giraba la cabeza para poder verse desde todos los ángulos.
Su pelo estaba entretejido en un complicado despliegue de gruesas trenzas, todas retorcidas y conformando una elaborada composición que no parecía tener principio ni fin, y que resultaba tan delicado y suave que atraía las miradas sin que pareciera que llamaba la atención. No había lazos, ni adornos, ni rizos sueltos, solo un grueso y lustroso marco alrededor del rostro
—Es precioso, Kyria. Me veo tan… tan…
—¿Maravillosa? —sugirió su hermana.
—Diferente —Thisbe se volvió hacia el espejo, inclinando la cabeza.
—No seas tonta. Theo, dile que está diferente.
—Es que sí lo está —contestó su hermano, aunque, ante la fulminante mirada de Kyria, intentó arreglarlo—. Pero no lo digo en el mal sentido. Estás realmente guapa —se interrumpió—. No quiero decir que no lo estés siempre. Quiero decir que…
Kyria puso los ojos en blanco y Reed rio por lo bajo antes de decidirse a intervenir:
—Será mejor que pares antes de hundirte más en el fango.
—Pareces muy arreglada —concluyó Theo.
—Elegante —declaró Reed—. Impresionante.
—Mucho mejor así —Kyria asintió en un gesto de aprobación.
—¿Quieres que…? Esto… —Theo dudaba si continuar o no—. ¿Quieres que te acompañe a la conferencia?
—¡No! —gritó Thisbe antes de volverse hacia su mellizo y, al ver la expresión de su cara, empezar a reír—. No hace falta que pongas esa cara, como si estuvieras a punto de subir al patíbulo. Agradezco tu ofrecimiento, pero jamás te pediría tamaño sacrificio —su hermano era tan aficionado a la investigación como ella, pero sus intereses se centraban en el mundo de lo físico, no en el de la investigación científica.
—Gracias —Theo sonrió—. Vamos, Reed, vamos a contarle a Coffey lo de la expedición. Puede que te animes a unirte a nosotros.
Reed siguió a su hermano al pasillo antes de volverse hacia sus hermanas y sacudir la cabeza.
—No lo haré.
—¿Reed se está pensando lo de acompañar a Theo al Amazonas? —preguntó Olivia.
—No —afirmó Kyria con rotundidad. De toda la familia era la más próxima a Reed, apenas dos años más joven que él y, al igual que él, tenía fama de ser la más «normal» de los Moreland—. Theo tendría que apartar a la fuerza a Reed de trabajar en ese problema en la fábrica de papá.
—¿Esa fábrica que conserva porque allí conoció a mamá?
—Sí. Solo a papá le podía parecer romántico que ella invadiera su despacho y le amenazara con encadenarse a la puerta —Kyria rio.
—Lo que a mí me sorprende es que papá estuviera en la oficina.
—Era joven. Supongo que intentaba asumir sus funciones como el nuevo duque —Kyria volvió a Thisbe hacia el espejo—. Volvamos a nuestro asunto —ella ladeó la cabeza—. Tienes que ponerte uno de mis sombreros. Los tuyos ocultarán mi obra. He elegido el perfecto.
El sombrero «perfecto» resultó ser una pequeña pieza, poco más grande que un cazo, con un lazo verde y una espiga fijada en la parte delantera.
—Es lo menos práctico que he visto en mi vida —Thisbe rio—. Es imposible que esto proteja tus ojos del sol o mantenga la cabeza caliente.
—Pues claro que no. Los sombreros de Philippina son obras de arte.
—¿Y cómo se mantiene sujeto sobre la cabeza?
—Con alfileres de sombreros, querida —Kyria mostró dos largos alfileres de aspecto mortífero.
—Por lo menos dispondré de un arma si me encuentro con alguno de los bandidos de Olivia.
Kyria colocó el sombrero sobre la parte delantera de la cabeza de Thisbe para que se levantara de la parte trasera y rozara la elaborada hélice de cabello sobre la coronilla, y a su vez se inclinara sobre la frente. A continuación hundió los alfileres de sombrero profundamente en la masa de cabello trenzado y enrollado.
—Encantador.
—¡Desde luego que sí! —exclamó Olivia mientras saltaba de la cama para admirar a su hermana más de cerca—. Tu señor Harrison se va a quedar obnubilado.
—Es muy bonito, Kyria. Gracias —dijo Thisbe, sus palabras cargadas de emoción. El minúsculo e inútil sombrerito era adorable, y el vestido y el peinado muy favorecedores.
A pesar de lo cual, durante todo el trayecto hasta la sala de conferencias, no pudo evitar sentirse preocupada.
—¿Y si la encontraba demasiado cambiada? ¿Demasiado adinerada? ¿Demasiado aristocrática? No estaba segura de qué aspecto tenía una aristócrata, pero quizás los demás sí lo supieran. O quizás Desmond asumiera que intentaba atraparlo. ¿Pensaría que le gustaba? ¿Creería que se sentía atraída hacia él?
Lo cierto era que sí le gustaba, y también se sentía atraída hacia él, de modo que no existía ningún motivo racional para ocultarlo, ¿no? Parecía lo más razonable. Pero también estaba segura de que Kyria nunca permitía que los hombres que la cortejaban supieran si prefería a uno o a otro.
Resultaba de lo más complicado. Thisbe no sabía casi nada de artimañas femeninas. Quizás debería haber prestado más atención a las lecciones de comportamiento de la señorita Crabtree en lugar de dedicarse a leer libros. Kyria parecía saber todas esas cosas sin necesidad de aprenderlas.
Para cuando llegó a la sala de conferencias, el estómago de Thisbe estaba hecho un nudo. Hizo que el cochero la dejara a una manzana de la Royal Institution y caminó el resto del trayecto. Después de todas sus maquinaciones para ocultar el coche la última vez, sería una estupidez delatarse.
Por supuesto era poco probable que Desmond llegara en ese preciso instante, o que estuviera esperando fuera, sobre todo siendo tan temprano. Thisbe había llegado media hora antes para poder estar ya acomodada en su asiento cuando él llegara. Era importante que Desmond pudiera elegir entre sentarse a su lado o no. También quería encontrar el sitio perfecto para que le resultara fácil llegar hasta ella, y debía guardarle un asiento, pero de manera que no resultara demasiado descarado. Quizás no fuera necesario, pero no le gustaba dejar ningún fleco suelto.
No se encontró con él mientras se dirigía hacia el edificio, ni lo encontró esperándola fuera, y eso le produjo cierta decepción, aunque era muy consciente de lo ilógico que era. Entró al vestíbulo y echó un vistazo a la sala. Y allí estaba él. Había llegado incluso antes que ella. Había poco público y se dio cuenta de que Desmond había elegido uno de los asientos que habría elegido ella. También había echado el abrigo sobre el respaldo de la silla contigua, lo que le arrancó una sonrisa a pesar de los nervios que agarrotaban su estómago. De repente sintió una muy poco habitual timidez.
Desmond se volvió, buscando por la sala y, cuando sus ojos se toparon con ella, se levantó sonriente de un salto. El gélido nudo del estómago de Thisbe desapareció al instante y ella le devolvió la sonrisa con el mismo entusiasmo. Al acercarse a él, vio claramente su mirada, que reflejaba todo lo que ella había esperado.
Se quitó los guantes y le ofreció una mano, consciente de la necesidad que sentía de tocarlo.
—Señor Harrison…
—Señorita Moreland…
La mano de Desmond era cálida y ligeramente rugosa. La miraba del mismo modo que los pretendientes de Kyria a su hermana, tal y como Thisbe había deseado que hiciera, pero había más, algo más profundo e intenso.
—Está preciosa.
Thisbe sintió el calor ascender hasta sus mejillas. No estaba acostumbrada a esa clase de cumplidos. El pecho se le inflamó de felicidad, pero no supo cómo responder.
—Usted también —fue lo único que se le ocurrió mientras se sonrojaba más profundamente. Estaba casi segura de que no había sido una respuesta apropiada—. Quiero decir, atractivo. Me refiero a que, eh, pues a que tiene muy buen aspecto hoy.
—Gracias.
Hasta que no le soltó la mano, Thisbe no se había dado cuenta de que aún la tenía sujeta.
—No estaba segura de que fuera a venir —le aseguró.
—No me lo habría perdido por nada —Desmond quitó su abrigo de la otra silla y se sentaron, volviéndose ambos para mirarse de frente—. Mi jefe es un buen tipo. Si voy a trabajar antes de la hora, me deja salir antes también.
—Me alegro. Aunque es una pena que ocupe así sus días pudiendo dedicarlos a la ciencia.
—Desde luego me gustaría más —admitió él—. Pero mi trabajo pertenece al dominio de mis intereses.
Thisbe buscó en su mente algo para que él siguiera hablando, pero no le resultaba fácil pensar, no estando tan cerca de él.
—¿A qué se dedica?
—Mi trabajo está relacionado con instrumentos y componentes ópticos: lentes, termómetros y esas cosas. Trabajo, sobre todo, con caleidoscopios.
—¿Caleidoscopios? ¿Los fabrica?
Desmond asintió.
—Y también investigo en los avances en ese campo, utilizando diferentes objetos, o usándolos de diferente manera, desarrollando nuevas ideas. En particular, me interesan los tomoscopios.
—¿Y eso qué es? No me resulta familiar —al principio las preguntas de Thisbe habían estado dirigidas a hacerle hablar, pero él había despertado su curiosidad.
—Ya sabrá cómo funciona un caleidoscopio. Está formado por una caja que contiene pedacitos de cristales de colores de diferentes tamaños y formas. Esa cajita está conectada al tubo que tiene un visor en el otro extremo.
—La luz atraviesa la cajita —ella asintió—, y unos espejos situados en diferentes ángulos crean el efecto.
—Eso es. Pues lo que hace un tomoscopio es crear diseños del mismo modo, pero utilizando los objetos que nos rodean. Una flor, por ejemplo, queda fracturada y genera distintos diseños. Al girar la cajita, los diseños cambian dándole una apariencia totalmente distinta.
—Eso es fascinante —Thisbe se inclinó un poco hacia delante—. Me gustaría verlo.
—Se lo puedo mostrar —le ofreció Desmond—. Por desgracia, no llevo ninguno conmigo —fijó la mirada en sus manos mientras continuaba hablando—. Quizás, si le apetece verlo, podría venir a la tienda, eh, después de la conferencia. Sin duda no será la clase de lugar que frecuente habitualmente, pero no habrá nadie allí —levantó bruscamente la mirada y se sonrojó—. Lo que he querido decir es que no se sentirá avergonzada por estar en un local lleno de hombres. Pero no se me ocurrió que… no es lo más decoroso. No pretendía insinuar nada inapropiado. No intentaba atraerla hacia, pues, hacia, es decir, una situación comprometida. Espero que no…
La expresión del joven era tan compungida, tan sincera, que Thisbe posó una mano sobre su brazo.
—No pasa nada. He entendido perfectamente qué quería decir, no necesita preocuparse por eso. Cualquiera que me conozca podrá decirle que no me siento fácilmente cohibida. Estoy acostumbrada a la compañía de los hombres. Tengo cuatro hermanos, y a menudo soy la única mujer presente en las conferencias —sonrió y se le formó un hoyuelo en la mejilla mientras los ojos le brillaban traviesos. Por Dios santo, sin duda estaba flirteando.
Y, al parecer, él era de la misma opinión, pues sus ojos también brillaron y su sonrisa expresó tanto alivio como coqueteo.
—Me alegra que no se haya ofendido.
—Tampoco creo que sus intenciones hacia mi virtud sean maliciosas. Soy buena juzgando a los demás. Me encantaría ver su tienda y el tomoscopio.
De hecho, Thisbe estaba más que encantada de poder prolongar el tiempo en su compañía, aunque no iba a decirle tal cosa, no era tan osada. Desde luego estaba el problema del coche y su conductor. Iba a tener que convencer a Thompkins para que no la recogiera tras la conferencia, pero él se negaría obstinadamente. Recibía órdenes del duque, no de ella, y hasta su distraído padre insistía siempre en que tomara el carruaje cuando fuera sola a alguna parte. Sin embargo, había conseguido que Thompkins accediera a no acercarse a ella hasta que lo avisara. Thisbe confiaba en que el coche la siguiera sin molestar, dado lo bien que había resultado la última vez.
—¿Se preocupará su familia si tarda en regresar a casa?
—No, están todos ocupados con sus respectivos intereses, y están acostumbrados a mi comportamiento. En cualquier caso, voy bien armada —ella levantó la mano y sacó uno de los alfileres de sombrero de Kyria, mostrándolo en alto para que lo viera.
—Eso sin duda anularía cualquier impulso poco caballeroso que yo pudiera sentir —Desmond contempló el sombrero—. Me preguntaba cómo se sujetaría en su sitio. Es bastante pequeño.
—Le dije a Kyria que era de lo más inútil —Thisbe estuvo de acuerdo con él.
—Quizás, pero resulta encantador.
—Entonces Kyria estaba en lo cierto. Verá, es su sombrero.
—¿Kyria es su hermana? ¿Una amiga?
—Bueno, yo diría que ambas cosas. Es más joven que yo y bastante distinta. A ella no le interesa la ciencia, ni los libros. En ese sentido se parece a Theo.
—Su mellizo.
—Theo y yo nos parecemos en algunas cosas —ella asintió—, supongo que en el carácter. Los dos somos resueltos y obstinados, y a menudo hay quien dice que somos demasiado directos. Pero a él nunca le ha gustado estudiar o leer. Theo quiere viajar. Explorar. Quiere verlo todo, mientras que yo quiero saberlo todo.
—¿Y los demás qué? Dijo que había otros dos gemelos.
—Sí. Los bebés… aunque supongo que ya no son tan bebés. Pronto cumplirán tres años. Se llaman Alexander y Constantine, nosotros los llamamos »Los Grandes».
—¿Por los emperadores? —Desmond soltó una carcajada.
—Sí, ellos también pueden resultar bastantes imperiosos. Son unos auténticos diablillos.
—Pues da la impresión de estar muy encariñada con esos diablillos —él volvió a reír.
—Y lo estoy. Por suerte son tan adorables como movidos. Verlos resulta fascinante. Tienen su propio lenguaje.
—Debe de estar bromeando.
—No. Es verdad. Cuando empezaban a hablar, incluso antes de hablar con nosotros, ya se comunicaban entre ellos. Los demás no teníamos ni idea de qué estaban diciendo. A veces siguen haciéndolo, pero lo más espeluznante es que solo con mirarse actúan al unísono, como si lo hubiesen planeado.
—Cree que son capaces de comunicarse a través del pensamiento, a través del aire…
—Supongo que suena algo descabellado —admitió Thisbe.
—No más descabellado que pensar que es posible que haya espíritus a nuestro alrededor que no pueden ser vistos ni oídos —contestó él con los ojos brillantes.
—De acuerdo —ella soltó una carcajada—. Ahí me ha pillado. Intentaré tener la mente más abierta. Aunque no me imagino cómo va a conseguir demostrarlo, o lo contrario.
—Algún día le mostraré nuestro laboratorio. Así verá en qué estoy trabajando.
—Eso me gustaría —estaban haciendo planes juntos, asegurándose de volver a verse. Lo que el primer día había parecido solo una posibilidad empezaba a tomar cuerpo.
—Hábleme del resto de su familia. ¿Dijo que su padre es un erudito?
—Sí. Y el tío Bellard, que vive con nosotros, es un apasionado historiador. Es tremendamente brillante y muy tímido. Pero, si le hace una pregunta sobre historia, conseguirá que hable durante horas.
Siguieron charlando, ignorantes del resto del mundo, mientras la sala de conferencias se iba llenando a su alrededor. La conversación iba del señor Odling, el conferenciante, al carbono, el tema de su conferencia, y al reciente descubrimiento de un nuevo elemento, llamado helio. Thisbe casi lamentó que el orador subiera a la tribuna, aunque llevaba días ansiosa por escuchar su charla.
Tuvo serias dificultades para concentrarse en la presentación, demasiado consciente de la presencia de Desmond a su lado. Las conferencias navideñas siempre contaban con una gran asistencia de público y los asientos eran más pequeños, y estaban más próximos que en Covington, para así poder acomodar a todo el mundo. En la anterior ocasión él había estado a unos centímetros de su silla, pero allí su hombro casi rozaba el suyo. Si uno de los dos se moviera en el asiento, sus brazos sin duda se tocarían. No era fácil mantener una actitud calmada y atenta cuando sentía una punzada de excitación cada vez que él la rozaba con su brazo.
Concluida la conferencia caminaron hasta la tienda de Desmond, recorriendo parte del trayecto en ómnibus. El cochero los seguía a cierta distancia, pero Desmond no miró atrás en ningún momento. La tienda era pequeña, situada entre dos edificios más grandes. Sobre la puerta un cartel rezaba: «Barrow e Hijos». Para cuando llegaron, la luz empezaba a escasear y la tienda estaba cerrada, pero Desmond sacó una llave del bolsillo y abrió la puerta. Tras encender una vela, invitó a Thisbe a entrar.
El espacio era pequeño y solo contaba con un estrecho mostrador tras el cual había un armario de madera.
—Aquí no exponemos el género como se hace habitualmente en las tiendas. La gente suele acudir a nosotros en busca de algo muy concreto, y a menudo hay que fabricarlo por encargo —le explicó Desmond mientras se acercaba hasta una puerta a un lado del mostrador y la abría.
Estaba claro que allí era donde se desarrollaba la acción. Thisbe nunca había estado en un taller, y miró a su alrededor con gran interés. Las paredes de la estrecha estancia estaban repletas de estanterías. Había varias mesas, cada una con dos o tres banquetas, la mayoría cubiertas por lo que parecían proyectos en proceso. Desmond la condujo hasta la última mesa de trabajo y encendió la lámpara de gas. A diferencia de los demás espacios de trabajo, el suyo estaba muy ordenado y las herramientas colocadas a un lado sobre una bandeja.
Se agachó y empezó a revolver en una caja bajo la mesa hasta encontrar un caleidoscopio. Thisbe lo contempló y miró por él mientras giraba el otro extremo para ver los dibujos.
—Es precioso. Los colores son muy brillantes.
—Gracias —él sonrió—. Nuestras lentes son las mejores. A mí siempre me gusta emplear colores vívidos —tomó otro caleidoscopio—. Esto es un tomoscopio. Utilícelo para mirar algún objeto sobre la mesa —la animó mientras disponía las herramientas y la llave de la puerta directamente bajo el foco de luz—. He estado trabajando en esto últimamente.
Thisbe sostuvo el instrumento junto a su ojo.
—¡Oh! No parece una llave —pasó de un plano al siguiente—. Esto es maravilloso —bajó el instrumento y sonrió.
—Me alegra que le guste —una tímida sonrisa asomó al rostro de Desmond.
—Desde luego que me gusta —Thisbe volvió a alzar el tomoscopio, dirigiéndolo hacia otro objeto—. Esto será precioso a la luz del día, ¿verdad? Se podrán ver las flores o un paisaje a lo lejos o, bueno, casi cualquier cosa.
—Lléveselo.
—¿Qué? —ella bajó el tomoscopio y se volvió hacia él.
—Es suyo. Se lo regalo.
—Oh, pero… no, yo no pretendía… no estaba insinuando que me regalara uno. Esto sin duda habrá sido fabricado por encargo de alguien.
—No —Desmond sacudió la cabeza—. Es mío, lo he estado haciendo por mi cuenta.
—Pero no está bien que lo acepte —ella alargó el tomoscopio hacia él.
—No, quiero que se lo quede —Desmond cerró la mano de Thisbe sobre el instrumento y empujó suavemente hacia ella—. Por favor, quédeselo.
Estaba tan cerca, y la miraba de tal manera que Thisbe sintió que se quedaba sin aliento. Sin darse cuenta, se inclinó hacia él, y él hizo lo mismo. Y la besó.