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Capítulo V How deep is your love (Bee Gees)

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Vera entró en casa de su madre con su propia llave. No recordaba la última vez que la había visto dormida, pero ahora estaba roncando frente a la máquina de escribir que le había regalado. Debió de quedarse escribiendo hasta las tantas de la madrugada y por eso ni siquiera se había despertado con el ruido de la puerta. Se sentó con cuidado a su lado y se puso a ojear las últimas páginas que llevaba escritas. ¡Más de cincuenta! Cuando comenzó a leer encontró un par de faltas de ortografía y errores gramaticales, pero en seguida se olvidó por completo de su carácter docente y se enfrascó en la lectura. Sin duda había sido un acierto el uso de la primera persona, como si una jovencita la hubiese poseído para dar rienda suelta a su imaginación. Era asombroso el detalle con el que contaba cada uno de los encuentros con su padre: ¿cómo podía haber mantenido bajo llave todos esos sentimientos? ¿Cómo podía haber cambiado tanto con el paso del tiempo? A veces dudaba de que fuera su madre la enfermera que contaba esas cosas, pero no podía ser de otro modo. No podía estar mintiendo al confesar todo aquello.

De pronto, Leah notó la presencia de su hija y comenzó a despertarse. No sabía cuántas horas llevaría allí dormida, el tiempo suficiente como para que sus cervicales la castigaran al incorporarse.

—Buenos días. —Bostezó somnolienta, y entonces recordó qué había estado haciendo antes de caer en un sueño profundo.

No iba a ser tan fácil escribir esa historia que llevaba en la cabeza. Recordar aquellos días levantaba viejas heridas, los remordimientos volvían para hacerle sentir muy culpable por ciertas cosas que pasarían en breve. Algunas escenas se representaban tan vivas ante sus ojos que casi podían hacerle perder el juicio. Ese era el castigo que debía sufrir por despertar a los viejos fantasmas del pasado, esos que ya creía bien enterrados.

Vera aprovechó la ocasión para preguntarle a bocajarro a su madre:

—¿Por qué nunca me lo habías contado? ¿Por qué siempre que te preguntaba me ponías excusas? No lo entiendo, mamá. ¿Por qué has permanecido en silencio todo este tiempo?

Leah no respondía, el dolor podía con ella, pero su hija alargó el brazo hasta alcanzar su mano. Una mano que seguía siendo fina y muy blanca, pero ya con algunas pequeñas manchas sobre la piel debido a la edad.

—Se lo prometí a tu padre, me pidió que jamás volviéramos a esos días. —La mirada vidriosa de Leah hizo comprender a su hija—. Cariño, no te engañes, esta historia solo tiene una protagonista: la guerra. Con tan solo dieciocho años me despedí de mis padres para vivir una vida completamente distinta a la que ellos habían pensado para mí. Maduré rodeada de sangre y muerte. Si alguien me hubiese dicho a qué iba, me habría quedado en casa. Incluso trabajando en alguna fábrica de armamento, como hicieron algunas chicas de mi edad, habría estado mejor. Aún no se me han olvidado algunas de las sensaciones que experimenté en aquella época. Recuerdo, como si fuese ayer, el olor de los soldados heridos. Cuando llegaban a nosotras ya estaban casi muertos. Cada día, estuviera donde estuviese, era más que evidente el miedo con el que me despertaba. Sin embargo, aprendí a tragármelo todo al vestir mi uniforme de enfermera. Yo seguía viva mientras a nuestro alrededor se desangraban los hombres sin poder hacer nada más que cerrarles los ojos cuando dieran el último suspiro. Por eso respeté su decisión, y por él estuve en silencio, aunque tú no hacías más que pedirme que te contara esta historia. Tu padre se merecía olvidar los horrores que vivimos. Lo quería tanto que cerré la llave del pasado para crear juntos un nuevo futuro.

Vera permaneció en silencio, sin moverse. Pensaba en las solemnes palabras de su madre. El amor que se habían profesado sus padres era mucho más grande del que ahora le unía a su esposo. Ella ahora también callaba un secreto, su matrimonio no iba bien. Algo se había marchitado en su relación de pareja. Entre ellos no había chispa o pasión, pero temía decírselo a su madre. Su carácter luchador la animaría a seguir juntos. Pero ella ya estaba cansada de querer a alguien que no demostraba su amor, que no se esforzaba por mantener viva una unión que debía basarse en el respeto mutuo. Ya no había nada entre ellos, solo sus hijas.

Todo empezó cuando asumió como propia la decisión de dejar de trabajar para cuidar a Samantha y a Bonnie. Cuando apartó a un lado algo que formaba parte de ella, haciendo que se perdiese en la sombra de sí misma. Vera Baker era profesora de Lengua y Literatura en un instituto cuando conoció a John, entonces solo un becario en el ayuntamiento con ganas de cambiar el mundo. El tacto de aquellos papeles mecanografiados por su madre le había recordado los exámenes que corregía, devolviéndola a esas clases en las que se atrevían a discutir sobre los monólogos de Shakespeare o las poesías de Lord Byron. Nunca debió dejar aquello que tanto amaba, o al menos, no de manera definitiva.

Leah observaba con atención a su hija mientras esta meditaba sobre su vida, y de manera inconsciente intuía que algo no andaba bien. Sin embargo, sabía que Vera no le diría nada. Como si hubiese heredado esa actitud orgullosa de su tocaya, nunca le confesaría que era infeliz, aunque fuera más que evidente para una madre.

—¿Quieres un té, querida? Aún no he desayunado, ¿te apetece tomar algo? —decidió preguntarle al levantarse e ir a la cocina para distraer su mente.

Ambas se dieron cuenta de que deseaban pasar la mañana del domingo juntas, quizá con la excusa de corregir aquel texto, pero con la sensación de que se necesitaban por encima de todo para soportar el futuro que estaba por venir.

—Mamá, ¿recuerdas cuándo se unieron los americanos a la guerra? —preguntó Vera de repente, revisando uno a uno los libros de Historia que tenía su madre alrededor de la máquina de escribir. Al parecer, por primera vez en su vida, Leah quería conocer todo cuanto sucedió en aquel conflicto en el que ella misma se había visto implicada—. Fue después de Pearl Harbor, ¿verdad? —se respondió alzando aún más la voz mientras su madre llenaba la tetera de agua—. Hasta ese momento los americanos no veían correcto intervenir en el conflicto, como quien oye a un matrimonio peleándose en la casa de al lado y no sabe si debería llamar a la policía. Pero después de la invasión de Indochina, su presencia fue inevitable. Fue así como ocurrió, ¿no? —Vera sonrió a su madre, que ahora la miraba desde el umbral de la puerta de la cocina—. Hace unos años vi un documental en el que afirmaban que Churchill tuvo oportunidad de firmar la paz. Según explicaban, los alemanes prometieron que se retirarían de Europa occidental a cambio de declararse neutral ante el inminente ataque a Rusia. Sin embargo, Churchill se negó a firmarlo. Si lo hacían, Estados Unidos nunca entraría en guerra. Nuestro primer ministro tuvo que hacer una elección moral, no podía confiar en Hitler y si firmaba ese tratado que parecía anunciar la paz, estaría haciendo que se saliese con la suya. Entregándole el país sin defenderse.

Vera hablaba mientras su madre retiraba los papeles y la máquina de escribir de la mesa para poder poner el desayuno que había preparado. Parecía absorta en sus propios pensamientos, pero en realidad estaba escuchando todo cuanto decía su hija.

—¿Odias a Churchill por eso, mamá? —preguntó Vera intrigada con su madre, que de nuevo se había sentado a su lado.

Antes de responder, Leah miró de refilón la foto de su difunto esposo vestido con el uniforme militar, como buscando allí la razón de su respuesta.

—En absoluto. Si yo hubiese tenido que tratar con Hitler como Churchill, tampoco lo habría creído. Siempre jugaba a eso, a engañar. Él y todos sus hombres eran unos asesinos impostores. —Vera había decidido tocar el brazo de su madre para que supiera que estaría allí en todo momento, porque aunque esa historia no fuera nada fácil de contar, sería bueno para ella decir un adiós definitivo a ese angustioso pasado—. Además, piénsalo un poco —quiso añadir con una sonrisa—: Tú no habrías nacido de haber terminado la guerra pronto.

Madre e hija comenzaron a masticar sus emparedados mientras releían lo escrito. Leah había decido revelarle de qué trataría el siguiente capítulo mientras Vera escuchaba con atención.

¿Nos conocemos?

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