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De ciencias políticamente incorrectas

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Lo dicho: hay ciencias políticamente incorrectas. Se trata de aquellas que son molestas para las buenas conciencias –conciencias sumisas e institucionalizadas–, y para el buen orden y desarrollos de las cosas sin sobresaltos. Es decir, todo lo contrario a la ciencia en general, strictu sensu.

La ciencia supone e implica a la vez una actitud bien determinada, a saber: la crítica. Crítica a los saberes establecidos, a los saberes circulantes, a los supuestos no explicitados, a los implícitos acomodaticios, en fin, a la autoridad sin más. Desde Sócrates hasta Descartes, desde Husserl hasta la Escuela de Frankfurt, por mencionar tan solo algunos pocos ejemplos conspicuos, al azar. Un científico reconocido –F. Dyson– lo dice de manera franca y directa: “El científico es por antonomasia un rebelde”. Claro, supuesto que se habla de quien se mueve en las fronteras del conocimiento, y hace de la innovación, en el sentido al mismo tiempo más amplio y fuerte de la palabra, un asunto propio, una forma de vida.

Por regla general, las ciencias políticamente incorrectas entran en el conjunto de las ciencias sociales y humanas; no tanto de las ciencias llamadas clásicamente naturales y exactas. Ejemplos diáfanos de estas ciencias molestas para la “conciencia política normal” son: la sociología, la antropología, la historia, la estética. La bibliografía acerca de las razones por las cuales cada una de ellas es molesta para las buenas instituciones es amplia y sugerente.

Detrás de cada sociólogo, se decía y se dice, viene un revolucionario. La antropología fue siempre el estudio de lo extraño, diferente, ajeno y exótico; pero no es ya necesariamente de lo controversial “allá”, sino “aquí mismo”. Dentro de las áreas más escandalosas de la antropología, con seguridad se destaca la antropología política, pues usualmente predomina la imagen de la antropología cultural y la física, principalmente. La historia ha sido objeto de amplios debates, todos centrados en el interés por cooptarla versus la crítica a esa cooptación. Ya la historia monumental ha quedado relegada a lugares muy secundarios, y el eje de todos los debates pivota en torno a la historia contemporánea y a la crítica en torno a los mitos fundacionales. Por su parte la estética, como señala con acierto J. Rancière, produce un profundo malestar; la razón es que ella ya no se ocupa exclusivamente del arte, y ciertamente lo bello es solo uno de sus intereses.

En realidad, sin embargo, estas cuatro ciencias o disciplinas (para el caso su clasificación es irrelevante) constituyen solo la avanzada de ese conjunto molesto de las ciencias sociales y humanas.

Hacer ciencia es, en efecto, una cuestión muy difícil en un medio como el nuestro. La razón principal no estriba en su financiación, en la conformación de redes nacionales e internacionales, en la importancia del bilingüismo, en la publicación de artículos en revistas de alto impacto internacional o en la existencia o no de laboratorios, al lado de bases de datos y demás. Todo aquello es ciertamente importante, no cabe duda. Pero la dificultad de hacer ciencia es porque esta demanda de entrada y permite de salida un espíritu libre, crítico. Algún teórico de la ética y la política podría incluso hablar de “democracia radical” al respecto. En contextos de miedo, de violencia sistemática y sistémica, de ideología y adoctrinamiento, hacer ciencia es un asunto extremadamente complicado. Pues lo de la ciencia no consiste ni se reduce a herramientas y a técnicas, sino a estructuras de pensamiento y a formas de vida que se traducen en acciones y palabra abierta.

La división de las ciencias, la errónea creencia de que existen campos, áreas y tradiciones disciplinarias específicas le hace un flaco favor a la formación ciudadana en ciencia y tecnología. La ciencia de punta hoy en día es de carácter no disciplinar. Es lo que genéricamente se designa como inter, trans y multidisciplinariedad y que corresponde en realidad al trabajo integrado, horizontal y mutuamente participativo entre ciencias y disciplinas diferentes con base en los problemas: problemas identificados, problemas de trabajo. Léase bien: problemas, y no ya hipótesis.

En verdad, las ciencias políticamente incorrectas enseñan a tomar distancias con respecto a las reglas y recetas, las normas y las costumbres, el sentido común, la autoridad, el poder y la fuerza. Que son, todos, o bien acríticos, o confesionales y sumisos a intereses ajenos a la propia ciencia y disciplina. Las querellas más agudas incumben a estos grupos de ciencias y disciplinas, y difícilmente a las ciencias de la computación, la química o la biología, por ejemplo. Querellas teóricas que implican acciones reales en el mundo.

Sin embargo, el tema no se queda únicamente del lado de las ciencias sociales y humanas. Más radicalmente, el pensamiento abstracto constituye un motivo de sospecha y de desprecio por parte de las buenas conciencias. Pues bien, los tres ejemplos destacados de pensamiento abstracto son la lógica, la matemática y la filosofía. El colombiano normal ha sido habituado, por múltiples mecanismos y actores, a creer que todo debe ser concreto, aplicado y servir para algo. No en vano la inmensa mayoría de profesionales en Colombia son: administradores, ingenieros, médicos y abogados. Pues bien, estos son en realidad oficios: un oficio es aquello que la gente hace, y lo hace (muy) bien. Una profesión, por su parte, consiste en saber hacer alguna cosa. Y la ciencia, finalmente, es una reflexión, una crítica, una fundamentación o una transformación tanto de los oficios como de las profesiones. Y todo ello implica un espíritu de radicalidad, en el sentido filosófico de la palabra. Baste recordar, por lo demás, que en toda la historia de la humanidad jamás ha habido ni un solo lógico que haya sido partidario de regímenes verticales, dictatoriales, violentos o excluyentes en toda la línea de la palabra. Por el contrario, los lógicos siempre han sido críticos de la normalidad y la verticalidad en toda su extensión. (Con respecto a la filosofía, recuérdese cómo las AUC, por ejemplo, prohibieron en una importante universidad de un departamento de la costa la enseñanza de la misma. En este caso, el malestar que produce consiste en el ejercicio y el llamado a la reflexión, que es crítica).

¿La ciencia, he dicho? El panorama puede ser más amplio y sin ninguna dificultad compete igualmente a la poesía y, por derivación a la literatura. Los espacios que ha ganado la poesía se han logrado al costo de un distanciamiento con respecto a valores, principios y criterios como eficiencia y eficacia, maximización y optimización, entre muchos otros. Es, por antonomasia, el espacio de la libertad del espíritu.

En los tiempos que corren de las llamadas locomotoras (un símil típicamente decimonónico, por lo demás), la más atrasada es la de ciencia y tecnología, algo que ya ha sido reconocido por Tirios y Troyanos. El énfasis parece ponerse, como es efectivamente el caso, en herramientas e instrumentos antes que en estructuras y procesos. Y es que hablar de ciencia y tecnología implica, de entrada el claro reconocimiento de que no existen jerarquías de ciencias y conocimientos, y que, como todo buen organismo, el desarrollo es global e integrado. ¿Dónde está el espacio para la música, por ejemplo? Lo que quiere priorizarse es aquella “ciencia” de impacto inmediato y directo: efectista, como el mal cine.

Turbulencias y otras complejidades, tomo II

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