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Gente poseída por las drogas

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La cocaína llegó a mi vida como la zapatilla al pie de Cenicienta.

En 1978 Hunter S. Thompson dijo: “Lejos de mí la idea de recomendar al lector drogas, alcohol, violencia y demencia. Pero debo confesar que, sin todo eso, yo no sería nada”. Es una coincidencia escalofriante que lo haya pronunciado el año de mi nacimiento. Cuando leí esta declaración de principios me sentí plenamente identificado. Sin las drogas no sólo no me hubiera dedicado a escribir, sino que jamás me habría sentido un ser humano.

La cocaína acudió a mí cuando más la necesitaba. Estas memorias no son una apología de la droga. Son el testimonio de mi paso por la adicción. Al alcohol, al lsd, pero principalmente a la cocaína.

La soda, el chichiflín, el pascual, el fifí, el corn flakes, la caspa del diablo, doña blanca, etcétera, ha sido con quien he entablado la relación más duradera de mi existencia. La coca me ha acompañado siempre. Como Thompson, sin la cuota de locura que nos proporcionan las drogas no sería nadie. Antes de probarlas mi vida era más aburrida que la de un gusano de granja.

Si algo tiene el infierno es que siempre está dispuesto a rescatarte. A mí me salvó de la inopia para meterme a una lucha que ha durado cuarenta años. El tratar de dejar la cocaína.

La soda me adoptó pero desde hace dos décadas me ha inoculado una angustia que no le deseo a mi peor enemigo. Sin embargo, aquí estoy, en mi esquina, esperando el sonido de la campana para mi próximo asalto.

Qué me empujó hacia las drogas. No lo sé. No es cuestión de clase social. Tampoco creo que se deba a la genética. O a los traumas de la infancia. Es como muchas cosas de este hermoso mundo algo que no tiene explicación.

En una ocasión me preguntaron sobre mi manifiesto consumo de cocaína. Respondí que si éste fuera un país donde las drogas fueran legales el morbo que despierta que un escritor sea adicto estaría en un plano secundario.

Comencé en las drogas antes de adherirme al mundo de la literatura. Algo en común tienen. Yo comencé a drogarme por aburrimiento. Y por la misma razón empecé a teclear. La literatura me dio una ocupación. Y las drogas un abismo. Pero también redención.

Cuando descubrí la cocaína me brotaron lágrimas de felicidad como a Dennis Rodman en 1990 al ser nombrado el defensivo del año.

El pericazo sarniento

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