Читать книгу Diario sin nombre - Carmen Galvañ Bernabé - Страница 17

VIII

Оглавление

Viernes, 14 de febrero de 1913

Hacía dos días que no escribía líneas en este libro del que soy autor, pero, aunque triste me parezca, ha llegado el momento de poner punto y final a esta historia que comenzó con un hombre irlandés que llegó sin rumbo y encontró un bonito destino en estas tierras costeras del Sur de España. Yo ya soy feliz y lo que pueda escribir en este diario serían ya historias sin espíritu de lucha, sin deseos, sin pasión.

Mientras narro estas últimas palabras, una de las coplas de marineros que se cantan en esta tierra me impregna de sensibilidad, la sensibilidad que necesito para cerrar con mi pluma las compuertas de este amigo. Aunque antes de finalizar este diario, escribiré una última historia.

Durante todo este tiempo en Málaga, he conocido a una joven morena, pero de ojos claros, que me tiene en gran estima desde que salvé del hundimiento al buque francés Anatolie. Hemos comenzado a vernos con más frecuencia y siento que me estoy enamorando. Su padre es pescador y durante semanas ella espera con ansias su llegada a la orilla del puerto. Yo la consuelo, le doy esperanza y ambos nos quedamos ensimismados mirando el precioso y enigmático horizonte del mar. Es mariscadora y en los meses veraniegos recoge las almejas que las grandes tabernas de Málaga sirven en lujosos platos. Me he enamorado de ella viendo su piel morena al reflejo del sol y cómo las gotas del agua se mezclan en su piel. Su trabajo es duro, pasa horas y horas arrodillada o en cuclillas recogiendo conchas. Sus manos se agrietan al igual que las de los pescadores, pero nosotros, los cargadores de buques, tenemos un ungüento especial con el que yo acaricio sus manos.

Hoy, como si el destino quisiera ponerme a prueba, mi antiguo amor platónico, aquella elegante mujer que vi por primera vez el día que arribé a estas costas, ha aparecido en la orilla de la playa con un señorito del brazo. Y por fin he podido saber su nombre y así terminar cerrando esta historia para no dejar a su futuro lector con incertidumbres, con incógnitas. Tan solo mi nombre permanecerá en el más puro secreto.


—Ángela de Viana y Figueroa, ¿quieres casarte conmigo? —le ha dicho el elegante señorito, mientras se arrodillaba en la arena de la playa, a la mujer refinada que fue en un tiempo atrás mi amor silencioso.

Cuando muchos de mis compañeros han presenciado aquella escena, pronto han comenzado a cantar alguna bonita copla con esos tintes sureños y flamencos tan típicos en esta tierra que ya es la mía.

Hoy estoy tan contento, al fin he recibido carta de mi hermana. Se ha convertido en la diseñadora de los jabones de una famosa empresa marsellesa. Vive en una casa con vistas al mar, con vistas a nuestro ya querido mar Mediterráneo, así que cada vez que mire el atardecer en esta tierra sabré que a la otra orilla ella también me está mirando. El mar es un círculo, sin principio ni final, un gigante en el que siempre hay puerto a donde arribar. Me ha dicho que ha comprado un pequeño barco y que algún día ella y yo navegaremos juntos en él. El resto de la historia de mi hermana me lo guardo para mí porque el mar ya no es el protagonista. Tan solo diré que nuestra madre falleció a los pocos meses de mi partida, una tristeza que me aflige profundamente el corazón se apodera de mí. Yo precipité la muerte de mi querida y luchadora madre, pero supongo que es una carga que deberé arrastrar por siempre. Todos en la vida guardamos tragedias en el fondo de nuestro corazón y solo así nuestra alma se va transformando en una mezcla de melancolía por los buenos recuerdos y de tristeza por aquello que nunca debió de suceder.

Y es ahora cuando escribo las últimas líneas de este diario antes de entregárselo al farero, mi buen amigo, para que lo esconda entre las rocas que hay junto a La Farola del Mar.

Este diario sin nombre se ha convertido en el diario de un estibador, en el refugio de pequeñas historias de la mar que no han de quedar en el olvido, y por ello ahora, que ya he contribuido a contar una hazaña más de los trabajadores de este gigante de aguas azules, se lo entrego al tiempo para que este encuentre en un futuro a alguien que continúe anotando en él nuevos logros y conquistas de los cargadores de buques, de los marineros, de los pescadores, de las mariscadoras, de los fareros, de los soñadores de la mar.

Estas últimas líneas cierran el círculo de esta bella historia y ahora comprendo por qué el destino ha querido que yo sea el sucesor del irlandés. Estoy llorando mientras recuerdo un nombre, un nombre que me ha desvelado lo que yo deseaba, un antepasado mío se cruzó con el irlandés, Ángela de Viana y Figueroa, mi bisabuela. Me parece tan misterioso y a la vez tan bello que de todos los personajes malagueños de esta historia tan solo el de ella haya sido desvelado. Ni el nombre del farero ni el de la mariscadora ni el de ningún estibador ni el propio nombre del irlandés aparecen en el libro. Tan solo el de su hermana, Margaret Jones, y porque ella nunca pisó esta tierra. Es como si él ya me hubiera estado esperando mucho tiempo atrás y supiera que algún día yo encontraría este diario.

Mi bisabuela lo conoció y seguro que aún en la lejanía lo observó cargando buques y esos ojos eran los míos leyendo este diario. La historia ya termina como el círculo que se cierra cuando una botella de cristal con un mensaje en su interior es lanzada al mar y tras meses de travesía, soportando tormentas en alta mar y días de sol infernal, llega a otra orilla para que un desconocido lector descubra aquel enigma y aquella carta.

Cuando comencé a leer este diario parecía un náufrago que todavía no ve tierra y no sabe cuál será su destino, pero ahora sé quién soy y cuál es mi sino. El mar, esa es mi casa.

Miro hacia el puerto y como si fueran los ojos de mi bisabuela, puedo ver al irlandés y al farero riendo y bebiendo en la taberna.

Y es a mí, ahora, a quien le toca seguir con la labor que hace más de cien años inició este irlandés que se ha convertido en mi amigo. Continuar contando las hazañas y logros de los hombres y mujeres de mar, ya que para ello se creó este diario, y así ir apartando opiniones irracionales de la memoria del pueblo.

Es este un diario de las historias del gigante marino y tan solo para ello ha de servir. Ninguna otra historia, por muy enigmática y pasional que resulte, ha de cubrir sus páginas.


Diario sin nombre

Подняться наверх