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¿El gato está vivo o muerto?

En la vasta y dispersa comunidad de aspirantes a escritor, la vida personal de cada uno se convierte, por lo general, en una mentira, pues de ella extrae, el iniciado, una copia que no permanecerá en estado original, aunque tampoco se apartará del todo del mode­lo. Es como el gato en la paradoja de Schrödinger, en el campo de la mecánica cuántica1. En un cincuenta por ciento, es probable que el gato esté vivo y en otro cincuenta por ciento, que esté muerto.

En esa misma lógica hay que situarse ante una mentira como la del escritor, que afirma su calidad de verdad ante los ojos del lector. No sé si gana o pierde el lector ideal si solo atiende a la musicalidad, a los enigmas visuales de un ideograma chino o a una palabra en griego, aunque no llegue a desentrañar los enigmas mismos del arte: Alejandra Pizarnik escribe el cuerpo del poema con su propio cuerpo y se inmola. Rimbaud deja de ser libre al buscar la libertad en la remota Abisinia y después de años pasados como explorador y traficante de armas, vuelve convertido en un negro africano para morir en Marsella2.

Veo a Rimbaud, el poeta adolescente, atravesar los Alpes, perderse en canteras ardientes, en las inhóspitas tierras abisinias, para luego regresar moribundo a Marsella. El hombre que vuelve de ese viaje no es él. Si el viaje nos hace otros, él no era el muchacho de Charleville, tampoco su sombra moribunda. ¿Quién era entonces? Los críticos del granuja no han logrado revelárnoslo, ni Daniel Rops, Jacques Rivière o Yves Bonnefoy. Quizá por eso no deja de atraernos, de la misma manera que lo hacen todos los vagabundos. Irse, marcharse, perderse en lo ajeno y en la lejanía acaso se parezca a la fascinación que ejerce sobre nosotros la muerte, el llamado de lo oscuro, la provocación del deseo hacia lo oculto o el viaje del vampiro, que ennoblece nuestros corazones viajeros y los vuelve extraños a la rutina, a lo sedentario, a la molicie, a la gordura.

Alejandra Pizarnik es la enamorada de la muerte y extrae de su sufrimiento –léase Extracción de la piedra de la locura– sus notas más altas. Pero detrás de Alejandra también está Georg Trakl, intoxicado por el opio, con sus cuervos agoreros y el incestuoso amor por su hermana Grette. En sus poemas los muros leprosos y los pescadores atrapan la luna, la nieve se tiñe de sangre y los racimos de uva amenazan traspasar la realidad de la página en blanco. Es Rimbaud, sin embargo, quien preparó su cuerpo y su mente para escribir de acuerdo con el desarreglo razonado de todos los sentidos: «Mi superioridad consiste en que no tengo corazón», le escribe a su profesor Izambard. De este apóstrofe y de sus poses de truhan nace la leyenda del poeta maldito.

En «La carta del vidente», Rimbaud desarrolla su teoría sobre la poesía futura y hace pública su naturaleza ambivalente y escindida con la famosa frase «yo es otro». Escribe Rimbaud: «Porque yo es otro. Cuando la hojalata se despierta en forma de trompeta, no hay que echarle la culpa. Yo estoy presente al despertar de mi pensamiento, yo lo contemplo, yo lo escucho [...] Es un error decir: pienso. Habría que decir: me piensan». El célebre y enigmático «yo es otro» no es, sin embargo, exclusivo de Rimbaud. Antes que él, Petrarca enuncia «yo soy hablado y en el hablar asido». Y César Vallejo, mar y décadas de por medio: «A lo mejor soy otro». Casi por la misma época de Vallejo, el poeta norteamericano E. E. Cummings se pregunta, a su vez, irascible: «¿Cómo pretende el idiota que lo llama yo, entender a sus innumerables quiénes?». Y no olvidemos a Pessoa, con su: «Empiezo a conocerme. No existo».

El camino de Rimbaud es largo. Vagabundeó y se perdió en tierras inhóspitas. Hablar de Rimbaud es hablar de errancia, de malhumor, de histeria, y es que heredó del padre su naturaleza aventu­rera. El diagnóstico de los médicos: paranoia ambulatoria. Verlaine, sin embargo, utilizó una imagen más bella y precisa. Lo llamó «el hombre de las suelas de viento»3. Verlaine los describe así:

«Iba por las calles caldeadas con los ojos horriblemente desencajados y la boca abierta, como por hambres espantosas, mientras que sus manos se crispaban, a veces apretando el vacío, y otras, simulando caricias equívocas».

«El mundo se detuvo para mí el día que conocí a Arthur Rimbaud», confiesa Verlaine. «Era un joven de dieciséis o diecisiete años [...] alto, bien formado, casi atlético; la despeinada cabellera de color castaño claro y los ojos de un azul pálido inquietantes».

Pero Rimbaud abandona Europa y la escritura para siempre. La realidad también responde siempre con ironía: a Rimbaud le sobrevino la muerte en el momento en que, precisamente, iba a dejar de ser el gran maldito. Cargado de oro, pensaba casarse y convertirse en burgués.

1. «La paradoja del gato es un experimento mental propuesto por el físico alemán Erwin Schrödinger para explicar la naturaleza de las observaciones y predicciones de la teoría cuántica. Schrödinger propuso una caja que contenía un gato, una partícula radiactiva y un frasco de veneno. La partícula radiactiva tenía un 50% de probabilidades de desintegrarse en un plazo de una hora; si esto sucedía, el veneno se liberaba y el gato moría. La partícula y el gato constituían por lo tanto un sistema sometido a las leyes de la mecánica cuántica, ya que la suerte del gato dependía de la suerte de la partícula. Como para cualquier otro sistema cuántico, el gato y la partícula estaban descritos por una función de onda. La pregunta de Schrödinger era: ¿Está el gato vivo o muerto? Schrödinger afirmaba, siguiendo la interpretación clásica de la cuántica conocida como interpretación de Copenhague, que solo el hecho de observar el interior de la caja permitía que el gato viviese o muriese. Hasta el momento de darse la intervención de un observador externo, el gato estaba en un extraño estado vivo-muerto. Al abrir la caja y mirar, el observador colapsa la función de onda y determina la ocurrencia de un estado u otro.

»La paradoja de Schrödinger es considerada uno de los pilares de la interpretación de la mecánica cuántica: el observador es tan importante como el sistema que observa. Sin él, el sistema está indefinido entre cualquiera de las situaciones posibles. Esta visión del mundo de la teoría cuántica está profundamente conectada con la interpretación de los muchos mundos, según la cual, cada observación de la caja provoca la formación de dos mundos paralelos, uno en el que el gato está vivo y otro en el que el gato está muerto. Según dicha interpretación, a cada instante se genera un número infinito de tales universos».

Véase: www.ciencia-ficcion.com/glosario/p/paragato.htm

2. Jean-Arthur Rimbaud (1854-1891), poeta simbolista francés.

3. En «El histérico», poema de Paul Verlaine (1844-1896), poeta simbolista francés.

Retrato de mujer sin familia ante una copa

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