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Vivir como un escalador de montañas

Para un escritor que se pretende universal, la pregunta cala hondo, en lo más sensible: ¿Cómo hacer para vivir como un escalador de montañas? El escritor no puede pretender vivir convocando la inspiración, ya que ella funciona como una máquina tragamonedas: cuanto más le echas, menos sale, hasta que un día vomita todo lo ingresado como manirrota, pero en beneficio de otro.

El escritor debe ser como el escalador de montañas: trepar hacia la cima bordeando los puntos ciegos, eludiendo la luz del sol –que resulta entorpecedora y le resta fuerzas–. El asunto no es solo de qué escribir sino cómo vivir.

Hay quienes viven de sí mismos, algo difícil de explicar, pero fácil de hacer. Ello consiste en escalar la montaña con la sola finalidad de decir que se la ha coronado, cuando hay que escalarla por el solo hecho de hacerlo y no necesariamente con la finalidad de llegar a la cumbre. Vanidosos como son, estos viven del parecer y no del ser, pero vivir para sí mismos es una trampa. «Aléjate de tu yo, mortifica tu ego», dice el anacoreta.

¿Tiene sentido escalar la montaña con el único fin de hacerlo? El sentido está dado por la necesidad o la neurosis compulsiva de arribar, de llegar a lo alto y clavar el asta de la bandera, para luego sentarse en una roca, recogerse y entregarse al goce de la vista panorámica en la que el escalador podrá ver sus pequeños pasos resistiendo el acoso del viento que intenta borrarlos.

El escalador de montañas se empeña en algo inútil que para él es placentero: llegar a la cima del nevado, desafiando a los elementos. De estos, el viento puede ser el más peligroso, porque remueve la nieve perpetua y provoca el alud. Para el escritor, sin embargo, este viento es favorable, la avalancha es favorable, vivir muriendo cada día es favorable. De otra manera no se entiende la locura en Dostoievski ni en Nietzsche ni en Rimbaud ni en Camille Claudel ni en Alejandra Pizarnik, autores con los que el escritor comparte el deseo de quemar sus naves.

Cobijarse en la bolsa de dormir, bien resguardado del viento, en lo alto de la montaña, no le garantiza el éxito al escritor. En este caso, puede desbarrancarse, morir de hipotermia o ser olvidado por sus contemporáneos y, finalmente, no haber llegado a la cima de la montaña. Pero llegar tampoco le garantiza nada, salvo el éxito. El éxito es algo completamente fútil una vez que se ha conseguido. Al fin y al cabo, la cima es una ilusión: cuanto más lejana, más bella, cuanto más inalcanzable, más próxima.

Retrato de mujer sin familia ante una copa

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