Читать книгу Ante el silencio y la oscuridad - Carmen Orellana - Страница 14
Defunción de
Don Jacobo Orellana Espejo
Оглавление«En 1912 murió mi padre ¡Qué sensación de soledad!... Mi madre había fallecido dos años antes. Yo no les había podido dedicar apenas tiempo; solo mis cartas, que les llenaban de alegría. Mi hermana cuidaba de ellos. Era tal mi actividad en el colegio y en los proyectos pedagógicos que no disponía de vacaciones. Don Blas Zambrano, padre de María Zambrano, escribió una necrológica, que conservé hasta hace poco tiempo».
Necrológica de don Blas Zambrano, padre de la filósofa María Zambrano, a la muerte de don Jacobo Orellana Espejo, publicada en El Porvenir Segoviano el 12 de septiembre de 1912
«El 31 de Agosto pasado falleció en Alameda, provincia de Málaga, un hombre meritísimo, D. Jacobo Orellana Espejo.
Era D. Jacobo uno de aquellos viejos (ha muerto a los ochenta años de edad) que elevaron a gran altura el prestigio de la clase, hoy tan mal traída por unos y por otros; porque hay que reconocer que aparte de la representación del maestro famélico, infeliz por los cuatro costados, en muchos pueblos y ciudades y hasta en provincias enteras el maestro era, por méritos propios más o menos acentuados, altamente considerado y a veces respetado como nadie.
Literato de la buena y castiza estirpe, y no hay que decir que hombre cultísimo, era también D. Jacobo Orellana, por feliz y no muy frecuente consorcio, hombre bueno, funcionario probo y trabajador, espíritu recto, corazón sencillo, carácter afabilísimo y cortés.
Benévolo con la juventud y desprovisto en absoluto de soberbia alentada con su palabra, al par que fortalecía con su ejemplo, a los que comenzábamos a andar por el áspero camino, que unas veces asciende a la cumbre del éxito y otras, por ramales que se llaman necesidad, impotencia, mala suerte… bordea entre matorrales las alturas y conduce al llano.
¡Cuarenta y cuatro años en la escuela, un maestro como D. Jacobo Orellana!... ¿Puede calcularse, sospecharse siquiera, los beneficios que ese hombre ha deparado con su esfuerzo a los pueblos que sirvió? Écija, Antequera y Granada han tenido sucesivamente esa fortuna.
En la última de estas ciudades, en la Granada cuya ausencia nos hace comprender a los que hemos vivido en ella toda la amargura inconsolable del llanto de Boabdil, en la Granada que hace esclavo de su amor a quien la vive, conocí yo a D. Jacobo. Y en verdad que al recuerdo melancólico de Granada he unido siempre el de aquel viejo ilustre y venerable, que fue para mí tan bueno, porque era bueno.
Él descansará en la paz que merece, y en sus hijos, en sus amigos y en sus discípulos vivirá de continuo su recuerdo, también pacífico, con la suave y honda tristeza de esos atardeceres de los días espléndidos, más tristes porque recuerdan las alegrías de la cercana y ya extinta aurora.
Para los maestros jóvenes, unos engreídos, otros displicentes, modestos y cultos los demás, la memoria de los gloriosos veteranos, como don Jacobo Orellana y Espejo debe ser freno para los unos, para los otros estímulo y para todos, un bello ejemplo insuperable.
Segovia 8 septiembre 1912. B. J. Z.».
Esta necrológica la he transcrito siguiendo la ortografía del original que se utilizaba en la época. La localicé en el blog del sacerdote don José Antonio Espejo Zamora.
«Mi padre me transmitió el sentido del deber, la responsabilidad, la ética y la honestidad. Era un hombre que amaba profundamente su profesión. Sus alumnos lo recordaban con respeto y cariño. Fue como un inmenso roble que sujetaba la estructura familiar y a cuya sombra todos descansábamos. Yo sabía que mi vida tenía que seguir, recordando la herencia recibida y marcando nuevos destinos en mi camino, pero la sensación de soledad que deja la muerte de los padres se apodera de nosotros y nos acompaña toda la vida».