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Ante el silencio
y la oscuridad

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Los recuerdos de su infancia transcurren en un hogar lleno de la luz esplendorosa de la bonita ciudad donde nació, Antequera. Su casa, blanca inmaculada, con un patio interior donde el murmullo de una fuente acompañaba sus juegos con sus hermanos.

Su padre, don Jacobo Orellana Espejo, maestro y pedagogo, era un hombre serio y muy recto. La disciplina era constante en su forma de educar. Su madre, María Dolores, era una mujer dulce y alegre, que colaboraba para que su casa fuera un hogar luminoso y feliz. Mi abuelo recordaba a su padre con respeto y admiración y a su madre con un enorme cariño.

Allí, en Antequera, corría muchas veces a jugar cerca de los dólmenes del neolítico. Para él eran monumentos rodeados de silencio y majestuosidad, que lo transportaban a un mundo desconocido, invitándolo a soñar.

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